Éramos felices y no lo sabíamos
Alberto Moroy nos lleva de viaje hacia una niñez en la cual la felicidad no solo era posible, sino también independiente del ingreso económico, del status y hasta de las ideologías. Felices, sí señor, pero ¡qué frío que pasábamos!
El corresponsal no lo menciona, pero no creo que no los haya experimentado. Hoy conozco niños con piojos que nosotros no teníamos, pero no los veo con sabañones. No podías apretar el lápiz porque tenías los dedos enrojecidos, hinchados y doloridos por los sabañones. También dolían los dedos de los pies, las orejas, la nariz y las chiquilinas se quejaban de las rodillas. Porque nosotros con pantalones cortos y ellas de rigurosa pollerita, íbamos a escuelas sin calefacción y regresábamos a hogares congelantes. ¿Sabías que los sabañones eran síntomas precoces de congelamiento?.
Si no te tocó romper escarcha para ir a la escuela no entenderás la foto de portada porque no vivías en el interior y tampoco en un barrio en las afueras como Carrasco cuando era un entorno sin opulencia. O no tenés los años suficientes como para haber disfrutado aquella felicidad despolitizada, sin clasismos y sin ideologías recalcitrantes.
Por Alberto Moroy
Aristóteles decia “La salud es la justa medida entre el calor y el frío.” Axel es misionero, tiene 6 años y le hace frente a la helada, cruza dos arroyos sin puentes para ir a la escuela” Esta pequeña historia fue publicado por el portal Infobae (ARG) el invierno pasado. La imagen se viralizó y todos se hicieron una pregunta: ¿Quién es ese chico?
El lunes 18 a las 7:30 de la mañana, Noelia Bairros (28) llegó hasta la puerta de la Escuela Nº196 de Colonia Caa Guazú, en plena ruralidad misionera, donde hace ya 3 años da clases. Acababa de caer la primera helada y por eso en lugar de apurarse a entrar, decidió aguantar unos segundos más a la intemperie en uno de los días más fríos del año, girar sobre sus pies y detenerse a mirar el paisaje. Los ojos se le llenaron de blanco. Sacó el celular para guardarse el momento, cuando sin pedir permiso, Axel, de 6 años, entró en el cuadro. Tocó en la pantalla de su teléfono y lo congeló en una imagen que se volvió viral, pero que dice, bien podría haber sido la de cualquier otro alumno.
Montevideo con pantalón corto
Mientras leía esta nota se me vino a la memoria mi infancia en Montevideo y seguramente la de muchos en el interior, habituados a pasar frio camino al colegio. La diferencia entre la ropa de abrigo de este niño virilizado por las redes y la nuestra es notable, como cambiaron las cosas “nosotros ni siquiera teníamos pantalón largo a esa edad” Si hubiese una maquina el tiempo que nos trasportara al presente, la foto de la portada podría ser la de cualquiera de nosotros en cuanto al entorno, no así a la vestimenta.
El primer dia de clase, una experiencia traumática
Mi primer dia de clase con cuatro años en la escuela Nº 81 fue impactante. Era la casa construida para Gardel bastante lúgubre, ubicada en la calle Pablo Podestá. Me dejo mi padre en el turno de la tarde advirtiéndome que volvería en el ómnibus escolar contratado. Si bien era callejero como los demás, no más allá de la vuelta de manzana. No la pasé bien en la escuela, tenía la sensación de abandono. Para colmo el ómnibus que me devolvía a casa se perdió y no sabía explicarle como llegar a casa, en la que vivía desde un año atrás. La tarde se estaba yendo, aquellos primeros dias de marzo. El ómnibus daba vueltas por lugares que no conocía, lo demás se habia bajado, mientras el chofer que me preguntaba cada vez con más insistencia a ver si reconocía algo. Sin querer se me empezaron a “piantar” los lagrimones, se venía la noche y nada, al fin mis viejos en la puerta haciendo señas, cuando baje ya estaba llorando a moco tendido.
Casa de Gardel calle Pablo Podestá
No volví a la escuela hasta el año siguiente, cuando ya tenía cinco años Para ese entonces Inauguré la nueva escuela Nº 81 en la calle San Nicolás, una edificación de ladrillos, modernosa con pizarrones gigantes de color verde que hacían de divisoria de aulas y podían salir mediante rieles al patio, pero en su interior sin calefacción y bien vidriada, como para que entre la luz natural y tambien el frio, hasta las diez de la mañana que daba el sol del este entraba por los ventanales, todos estábamos tiritando.
Pensando que hacer / Foto de la clase sin el moño
Hacía frio
Carrasco era un lugar muy húmedo debido a la profusa arboleda bastante más frondosa que la actual, sumado el terreno arenoso la proximidad de la playa y los pantanos de Carrasco que aportaban la bruma, pese a estar bastante lejos. Mi casa estaba recién construida, era cómoda, pero no tenia calefacción, solo una estufa a leña en el living que se prendía los fines de semana. A veces dormía con cuatro frazadas y como sobre-puesto algún abrigo de piel en los pies. Así todo, si corría de lugar un dedo del pie una vez tapado se me congelaba. Muchas mañanas la escarcha dejaba el pasto blanco y los charcos con una capa de hielo de al menos 4 mm de espesor. A veces hacia 3º bajo cero a las 7:15 de mañana, no obstante no habia permiso para faltar. Amanecía tarde, salía para tomar el ómnibus de noche, con un café con leche bebido a los apurones, con zapatos acordonados de suela de cuero, medias ¾ que no abrigaban nada y pantalones cortos.
Escarcha en el camino, en los charcos
La parada del ómnibus era un Freezer
Diez eternos minutos de espera del 105 de CUTSA, en la esquina de Mones Roses y Av. Arocena, pegándole pisotones al suelo y soplando vapor entre las manos para entrar en calor era. Como sobretodo un guardapolvo almidonado y un moño de estafeta que odiaba, pero a veces serbia de bufanda. Hacia el transbordo en la estación de Ancap cercana a la iglesia Stella Maris, para tomar el 104 camino al centro, esperándolo otros 5/10 minutos. La mayoría los ómnibus eran viejos, abiertos en la parte trasera, donde “los machos” viajábamos parados en la parte abierta, como atornillados al piso, y flexionando las rodillas para que un bandazo no nos sacara por el pescante. La sensación térmica abordo a veces era más cruel que la parada de la esquina. Este combo climático tenía sus beneficios, nos enfermábamos poco, a lo más una gripe por año, que se “arreglaba” con dos o tres dias e cama.
Ómnibus de museo, ¡¡desde 1930/70 en circulación!!
La vida nos sonreía
Pese a estas vicisitudes climáticas, la vida nos sonreía, hoy los padres seguro que manifestarían en la puerta de la escuela o saldría publicado en los medios gráficos como para castigar al gobierno de turno. Eramos clase media sin saberlo y con los ojos de hoy, apenas calificamos para pobres.
La túnica cumplía su cometido
Muchos compañeros debajo de las túnicas tenían la ropa raída. Recuerdo a uno dos años mayor que vivía en un racho de barro en la Av. Cooper cerca de la vieja iglesia San Jose de la Montaña, y andaba en carro tirado por caballo, ayudando a su padre que vivía de hacer changas. Este amigo y compañero de banco no podía comprar nada; le daba la maestra lápices de color marron y cuadernos finitos de color gris, que eran provistos por la escuela. Casi nada le sobraba, salvo afecto y compañerismo. Recuerdo que para las actividades practicas habia que construir un rancho de barro, así que nadie mejor que su padre dándonos las directivas. Sacamos un S (Sobresaliente) y nuestra maqueta quedo en exposición de la escuela.
Cuadernos provistos por la escuela
Vendedor de revistas
Mi viejo que era abogado, tenía fascinación por Agatha Christie y otros. Con los años se juntaron al los menos, tres baúles de novelas. Siempre tuve inclinaciones comerciales, ademas era la época “del vintén”, del intercambio de revistas, tipo comics actuales o de aventuras. En especial disfrutaba Mecánica Popular, con las que siempre me estaba imaginado inventar algo. Todo era un entrenamiento del “compra y venta” en la que participaban algunos vecinos. Así en la puerta de mi casa mientras jugaba a la bolita, atendía el Kiosco de revistas que funcionaba los sábados, domingos y feriados. Por exhibidor giratorio una vieja sombrilla de playa con las revistas colgada con palillos de ropa que hacia gira a manera de muestrario, abajo una mesa plegable para jugar a las cartas, donde exhibía las novelas y lo que podía intercambiar por trueque. Cada vez que pasaba un parroquiano voceaba: Tengo Agatha Christie, tengo Sandokan, tengo Perry Mason…tengo, tengo… ¡y vendía! gracias a la buena onda de los vecinos.
Años jugando a la bolita (Taringa)
El rebusque
Mi viejo se reía pero estoy seguro que le gustaba, en casa no habria pruritos de status. En pocas semanas ya tenía competencia en la cuadra con los que cambiábamos las repetidas o hacíamos trueque. Las monedas no sobraban, más bien era escasas, al menos para los de nuestra edad. El rebusque estaba permitido, así cortando pasto a los vecinos, vendiéndole diarios viejos al carnicero, que por ese entonces envolvía la carne en estos, juntando piñas para el fuego, o haciendo de junta pelotas en el Lawn tenis, a mis viejos, tío y primos, más otros rebusques, como ir a buscar carne al otro lado del puente Carrasco, acompañando al carnicero (*) en una bicicleta de reparto que pesaba un montón. Por esa ayuda me tiraba unos pesos, llenaba la alcancía al solo fin de comprar algo que me gustase. Meses ahorrando para un par de botas de goma, recuerdo que las mías la fui a comprar a la Av. Ocho de octubre por ser más baratas, un hacha chica para los campamentos, quizás una mochila, un cantimplora, un farol de mecha a querosén, o algún cuchillo de monte Tambien me gustaban las herramientas, quizás porque en mi casa no habia una y el vecino tenía un galpón lleno de estas que me fascinaba A los ocho años tenía mi tablero comprado una por una a pulmón. Armaba y desarmaba casi cualquier cosa. No era el unico, a pocas cuadras habia uno un vecino un par de años mayor que le desarmaba la caja de cambios del auto al padre, cuando este viajaba y luego no sabía cómo armarla, era nuestro ídolo.
(*) Pocos saben hoy que pasando, en el arroyo Carrasco hacia el este (Canelones) habia un montón de carnicerías, algunas bastante importantes. Esto era si porque en Montevideo “EL Frigonal” (Frigorífico Nacional) tenía el monopolio para proveer a las carnicerías de Montevideo. Miles de particulares hacian de “kileros” contrabandeando carne a pie y en ómnibus a través del viejo puente Carrasco. A veces subían los inspectores y decomisaban todo. En mi caso, junto con Coco el carnicero, traíamos bastante más en l bicicleta.
Cuando no habia computadora, lo más importante era la imaginación
Un dia, este personaje se le dio por probar enfrente a casa, una bicicleta con un motor marca Fido sobrealimentado, con un matafuego bomberito cargado, no se dé que, creo que oxigeno. Por las dudas como la tracción era a rodillo sobre la cubierta de goma de la bicicleta, mando reforzar a un herrero del barrio el rodillo del motor que traccionaba sobre la rueda, como para darle más mordiente para que no patinara. Así, todos mirando, en el cordón de la vereda, pasa andando a motor y le abre la rosca al matafuego que llevaba amurado al travesaño de la bicicleta y mediante una manguera se introducía en el filtro del carburador, justo cuando pasa frente a “la barra”, de pronto una humareda lo envuelve, junto a un ruido de pasado de revoluciones. Cuando nos acercamos, no solo tenía un agujero la cubierta, producto de que el rodillo se la comió, sino que tambien se le fundió el motor.
Algunas picardías playeras
A la playa íbamos todos los dias descalzos y sin remera. Solo con el traje de baño “Paterson” aquel de la publicidad “Paterson y yo vamos a la playa “Muchas veces descalzos caminando las ocho cuadras por la Av. Arocena, llena de coquitos que “fortalecían” la planta de los pies. Levábamos alguna moneda para tomar una Coca Cola depues de horas jugando al futbol. El envase era chico, así que quedábamos sedientos, si queríamos tomarla fuera del mostrador del quiosco playero, nos mataban con la seña del envase, casi tan cara como tomarla otra tomada in situ. Más que seguro especulando con que perderíamos el envase en la arena y nos quedábamos sin la seña. Con el tiempo, el viaje a la playa lo acompañábamos con algunos envases vacios, comprados en el almacen, le dejábamos la seña para tomar una afuera y luego le devolvíamos dos o tres a diferentes horarios como para que no recordara y tomábamos otras gratis en el mostrador, aduciendo que habíamos pagado seña. De este pecado venial, nunca me confesé.
La calle era el paraíso
En el colegio me iba más o menos, era medio atorrante. Pasé por varios colegios, desde los de curas hasta ingleses. Donde la pasaba bomba era en la calle, futbol, bicicleteadas con vecinos, paseos caballo por la playa, campamentos, corsos de carnaval etc.
El rebusque continuaba
Dentro de mis pasatiempos cortar troncos con el hacha era importante. Para ese entonces tendría 11 años y era bastante diestro con el hacha grande. El padre de un amigo del barrio, nos ofrece que le cortáramos una importante cantidad de troncos de eucaliptos secos que tenia apilados en un terreno contiguo a su casa, esto era en los fondos de la quinta de Mendizábal por la calle Havre. Necesitábamos un tronzador grande de esos de dos mangos para poder cortarlos a fin de hacer rolos y luego astillaros. Compramos con los ahorros uno bastante grande y de hoja ancha con dientes importantes. Así, corte va, corte viene, sebo para ponerle a la hoja a afectos de que resbale y salían los rolos a buen ritmo. Luego venia el astillado que nos dejaba molidos Depues de unas semanas, nos convertimos en vendedores de leña a domicilio, la que transportábamos con un carro a rulemanes gigante armado con tablones de obra y rulemanes, donde al menos entraban 300 kg. de leña embolsada. Como ésta era seca (demasiado), al primero que le vendimos vio terrible montaña en una tonelada y pensó que nos habíamos equivocado, pero no dijo nada «tras cartón» pide otros mil kilos, como aprovechando las circunstancias. Al tiempo nos reclamaba que tipo de leña le habíamos vendido parecía papel, la ponía y al rato no quedaba nada. Recuerdo haber hecho viajes hasta Punta Gorda (2 km) donde a veces nos tirábamos en bajada con toda la carga ¡¡Una locura!!
Tronzador de 2 mts, / Así astillábamos leña, un golpe con el filo y la otra con la parte trasera
Así trozábamos, pero con 12 años
El negocio prosperó
Continuamos vendiendo a particulares y alguna panadería por camión chico. Llegaba a casa molido, entre el tronzador, el hacha y la carga del camión, no me daba ni para hablar. Recuerdo como anécdota que entregando en una panadería en la Av. Cooper, pasa mi viejo y me ve arriba de camión sobre la parva de leña. ¡No pasaba los 12 años! , no me dijo nada, sonrió y siguió. A la distancia me pregunto como padre, si yo tambien sonreiría… creo que sí, esa permisividad controlada, me permitió enfrentarme más preparado a la vida.
El diablo metió la cola
Meses depues el padre de este amigo nos ofrece bajar un monte en pie de su propiedad, con eucaliptus de al menos 8/10 años. Nos compramos entre los tres socios una moto sierra por ese entonces bastante cara. Por algún motivo me dejaron de lado y salí del negocio, retirando mi parte de la moto-sierra.
Meses después estos “amigos de goma”, se instalaron en carpa en el mismo monte, cortando leña los fines de semana y feriados, ya para ese entonces. Tempranamente tenían una veta politica, producto de lo que veían y escuchaban en sus casas. Pudo ser desde ese lado, pudo ser desde el contrario. A nosotros, la inmensa mayoría, nos dejaban ser niños y no nos llenaban la cabeza con esas cosas. Transcurridos algunos años los vi repartiendo panfletos que daban en la embajada Rusa de Pocitos y/o ocupando algún liceo. En fin, cada cual con sus ideas, pero para ellos, las ideas diferentes cortaban amistades tanto como el hacha a las leñas.
El mal negocio de la política
Ya de adulto a uno de mis ex socios en la infancia lo meten preso por terrorista año 1972. Igual le ocurrió al otro, el que su padre nos dejaba cortar la leña. Por esa época bajó de un ómnibus junto a su mujer y dicen que ante el requerimiento policial se resistió con una colt calibre 45 en la mano. Ahí mismo fue abatido. Si fue cierto o no, no me consta. El frío podía soportarse y no afectaba la felicidad, pero las ideologías (todas ellas) fueron capaces de separar amistades, crear rencores, odios y crueldades; modificar para siempre aquél tiempo en que lo que se poseía, el status de los padres y la ropa de marca, no alteraban en absoluto los afectos que podían desarrollarse.