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Halloween, “poderoso caballero es don dinero”

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Lo de la riqueza es cierto… pero hay que resistir la moda de culpar de todo al capitalismo como si prefirieras los cupones de alimentación, la escasez crónica y las balsas para escapar de los paraísos. Siempre hay alguien que se la lleva.

El deseo de bienestar no tiene límites y en ocasiones asume formas inesperadas. No es por algo que esté a la venta, algo que te hicieron desear o algo que te gusta solo porque lo tiene otro. Y si la avaricia y la envidia están ociosas, la sociedad te moviliza con fiestas. Está el muy respetable Día de la Madre y su secuela de Día del Padre, del Abuelo, del vecino, de la gente que piensa o se viste diferente (oops, error, a estos los siguen masacrando o escrachando) y el Día del Golero que desde 2013 no es una manera burlona de referirse a las festividades, sino un solemne día de recordación.

Es un homenaje al golero colombiano Miguel Calero, que no murió en la cancha sino en algún lugar adecuado, con frecuencia con la misma causa: un paro cardíaco. Custodiando esos tres palos, Miguel se lució durante 945 partidos. Se merece el homenaje del día del golero. Menos merecido si uno no da la talla, es el Día del Pene… que tampoco es una broma, existe, ¡sí señor!

De eso tratan las festividades, que pueden ser religiosas o tan disparatadas como El Día del Pene que se celebra en Japón, aunque para disimular le llaman también el Día de la Fertilidad… aunque lo que todos pasean, miran, cabalgan y compran con forma de helado o caramelo, es un pene enhiesto. A la fiesta la llaman Kanamara Matsuri y originalmente fue una celebración sintoísta de las prostitutas de la ciudad de Kawasaki. Seguramente generaba mucha reprobación… hasta que los comerciantes descubrieron que era un bruto negocio, la transformaron en un carnaval y la reprodujeron en otras ciudades.

Así de loco es el ser humano, señores. Como dijo Quevedo: “poderoso caballero es don Dinero”. Todas las sociedades y todas las religiones, invitan a celebrar, lo que sea. Esto de Halloween se lo debemos a los celtas que celebraban su año nuevo y fin del tiempo de cosechas, entre el último día de octubre y el primero de noviembre, es decir cuando comenzaba a predominar la oscuridad. A la fiesta la llamaban Samhainn, que significaba fin del verano… o todavía significa, pues el druidismo sobreviviente continúa celebrándola con ese sentido.

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Tan irracional como ese banquete que en el  norte, los pobres deudos deben servir para agasajar a quienes vienen a presentar sus condolencias y a zamparse algún bocadito. No nos debería asombrar, porque si lo de Halloween es reciente, lo del banquete mortuorio tiene siglos y siglos. Hay antecedentes faraónicos, pero también era una costumbre entre los primeros cristianos, como lo prueba esa imagen de las catacumbas romanas.

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Pero ni los druidas se salvan de las discrepancias. Ya en aquél entonces se decía que la palabra significaba “reunión, asamblea” y refería al día en que los vivos podían encontrarse con los muertos. Abarcaba a los muertos buenos o malos, de manera que debían confundir o ahuyentar a los espíritus malignos, disfrazándose como ellos. No era nada burlón y en algunos lugares de Europa la fiesta implicaba un banquete, nunca una falta de respeto hacia los seres queridos fallecidos. Cuando Don Dinero mete la cuchara, es habitual que todo se desvirtúe y se apayase, haciéndose ininteligible como ocurre ahora.

Volvamos a Halloween y hagamonos la pregunta que más importa. ¿Los niños se divierten? Si te ponés espeso, es cierto, se divierten muchísimo… pero a las risas, ¿no les sospechás un poquito de histeria? Aún así, que no se interprete que estamos cuestionando una institución que nos vino del norte, de dónde siempre copiamos. No señor, si es para diversión, es plata bien gastada, si es para desacralizar algo tan desgraciadamente natural como la muerte, bienvenido sea y no le busques más vueltas.

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Halloween en la Casa Blanca, sin tener que justificarse.

Así que nadie sabe cómo pasamos de Samhain a Halloween, pero la docta Wikipedia nos ilustra, explicando que esa palabra deriva de la contracción de All Hallow’s, algo así como la Víspera de Todos los Santos o Noche de Brujas, a la cual se agrega Víspera de Difuntos, que se conmemora el 2 de noviembre.

A los agnósticos nos cae espeso el jolgorio y el recogimiento mezclados en continuidad vinculante con el fallecimiento de seres queridos. Es un embrollo. Pero nos resulta admirable cómo los creyentes pueden disociar una algarabía con un penoso recuerdo. La idea del día de los muertos la tuvo Juan Macabeo cuando ordenó ofrecer ofrendas por los muertos para que queden libres de sus pecados. Nosotros parece que heredamos la conmemoración del Día de los Difuntos del fraile Odilón, cuarto abad de Cluny, quien en 998 impone la recordación el 2 de noviembre.

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Hasta no hace mucho, el festejo de Halloween era exclusivo de los países anglosajones donde ese día dominaban los colores naranja, negro y morado y los niños recorrían el barrio con el famoso “Truco o Trato”, los caramelos,  fiestas de disfraces, calabazas caladas, hogueras, visita de casas encantadas, bromas, la lectura de historias de miedo y el visionado de películas de terror. La televisión estalla en películas muchas de las cuales no deberían exhibirse a niños sugestionables, en quienes puede desatar miedos para toda su vida, casi tanto como nuestros cabezudos de carnaval.

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Dice la Wikipedia que la palabra «Halloween» es una forma acortada de la expresión inglesa Allhallow-even usada como tal por primera vez en el siglo XVI. Bajo la forma de «Hallow-e’en» se encuentra atestiguada desde 1745. All Hallows’ Even, o también All Hallows’ Eve, era el antiguo nombre en inglés de la «víspera de todos los Santos», esto es, la víspera de la fiesta cristiana del 1 de noviembre. Así es como se elabora otro confuso menjunje con visos religiosos. Hallow es una forma en inglés —ya en desuso— para referirse a los santos, proveniente a su vez del anglosajón haliga, halga que significa ‘santo’, ‘santificar’ o ‘consagrar’. A su vez, even o eve, designa la parte final del día, esto es, la víspera del día siguiente. Es, además, el nombre en inglés que reciben la vigilias de las fiestas litúrgicas del cristianismo.

CHUSMA

Un buen día, los celtas perdieron la conducción de sus dominios a manos de romanos juiciosos que los mataron a impuestos… pero no les prohibieron divertirse, respetar a sus muertos y alimentar sus terrores. Así que todo esto se sumó a un calendario común… el mundo se estaba haciendo más pequeño, un poco por las vías romanas, otro poco por la religión común y también porque los emprendedores no le perdían pisada al dinero que se sirve junto con las fiestas y festivales, de lo que sea.

Los irlandeses que por centenares de miles llegaban a Estados Unidos y Canadá huyendo de la Gran Hambruna (1845-1849) causada por la pérdida masiva de los cultivos de papa, llevaron consigo esta melange de festejos y conmemoraciones. Solo el terror alimenticio explica que a todo esto se incorporara la calabaza ahuecada con una vela adentro… aunque la inspiración más próxima es la de la leyenda de “Jack el Tacaño”. Don Dinero descubrió el filón en 1921, cuando en Minnesota celebraron el primer desfile de Halloween.

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El tintineo se escuchó en otros estados que se apresuraron a sumar Halloween a su inventario de recursos para ganar dinero… pero seguía siendo una admirable y respetuosa manera de divertirse en familia y en las comunidades de los barrios. ¿Cómo llegó a Halloween el terror que actualmente inunda los programas televisivos y cinematográficos? ¿De dónde salió la truculencia que en Uruguay tuvo su máxima expresión en el Tren Fantasma? No creas que te vamos a explicar cómo el horror puede ser festejado… eso es redondamente absurdo, aunque con recursos freudianos se podrían elaborar teorías a la carte.

Ocurre que a fines de la década de 1970 en Estados Unidos se estrenó “Halloween”, una película de John Carpenter tan mala como cualquier otra película mediocre… pero que removió en el mundo entero esa inexplicable apetencia por el miedo. No nos referimos a la natural capacidad de temor que al ser humano lo incita a que se le paren los pelos de punta, pueda correr más ligero, suprima momentáneamente el dolor  y hasta disminuya la velocidad de sangrado. Eso es fácil, lo tenemos nosotros y los demás mamíferos. Lo exclusivo del hombre, es pagar entrada para aterrorizarse.

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Con Carpenter nació el llamado cine de serie B, en el cual la sangre salpica hasta la cuarta fila de butacas. ¿Observaron que los primeros en morir son las parejas que tienen sexo pecaminoso? Los actores más lindos mueren en el primer rollo o siguen hasta el final transformados en héroes, nunca a mitad de la película… porque el Cine B tiene sus reglas.

Esto también tiene su parte sumamente positiva legada por la codicia del otro hemisferio porque nuestros comerciantes estaban durmiendo la siesta. No sé a ustedes, pero a mí me parece sumamente agradable ver a los niños recorriendo el barrio disfrazados de cualquier cosa aparentemente aterradora (aunque, el disfraz de princesa sigue de moda), pidiendo dulces y golosinas a vecinos que se proveyeron generosamente para esa ocasión.

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Quisiera creer que los padres los siguen de lejos y que en estos tiempos de abuso, no dejan a los niños recorrer las casas desconocidas sin protección. Al menos, no parece que haya problemas de ese tipo relacionados con esta festividad.

Lo de México es realmente sorprendente. En Halloween en lugar del clásico trick or treat, los niños preguntan ¿Me da usted mi calaverita?, refiriéndose a un dulce con forma de calavera. Y con los muertos celebran festicholas y banquetes, a veces junto a sus tumbas y otras, con la presencia de sus cuerpos momificados. No voy a ahondar esto, me parece de pésimo gusto e irrespetuoso por más vueltas filosóficas que le des.

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Mejor aterrizo en el Parque Rodó donde el Tren Fantasma fue demolido para instalar una atracción nueva pero semejante: la Casa del Terror. Está gerenciada por el mismo concesionario y ubicada muy próxima al emplazamiento del viejísimo horrorizador. En fin, no juzgo. Mis nietos de ninguna manera querían perderse los sustos (salvo uno, que siempre se quedaba en el auto, enfurruñado y temeroso).

Aunque de afuera parezca diferente, la receta para el susto es parecida, con un carrito lanzado a toda velocidad, con frenadas bruscas y bultos que se menean. Pero la informática permitió mejorar un poco aquello de las arañas colgando de hilos. No te quejes y rezongues, que para algunos aquí será el escenario de su primer e inocente beso.

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Quizás haya algo natural contra lo cual yo esté vacunado, porque no me complace aterrorizar a los chiquitos. Sin embargo, la literatura infantil tradicional siempre se solaza en el horror. Las madrastras de los hermanos Grimm  son perversas, las brujas quieren comer niños, el hombre de la bolsa los secuestra. Walt Disney les ahorró todas esas crueldades al público infantil, lo cual no sirvió para nada, pues ahora lo acusan de hacer propaganda neoliberal con Los Siete Enanitos y todo lo demás.

¿Qué te enseña todo esto? ¿Qué no es fiable señalar el camino con miguitas de pan, que no debés aceptar manzanas de mujeres que sean feas, que los niños de los cuentos jamás tienen madres? Así que la relación de los niños con el horror es milenaria, ¿Quién soy yo para  cambiar las costumbres?

Guillermo Pérez Rossel