Vanini; el «ateo perfecto» que era creyente
Todos nos sabemos lo de Giordano Bruno y de otros sabios muertos en la hoguera. Pero por acá hay demasiado silencio con este italiano que pergeñó la Evolución de las Especies más de doscientos años antes que Darwin. Mal momento para tener ideas tan avanzadas, cuando la Inquisicion todavía condenaba cerdas (no cerdos; discriminación hasta en eso) a la hoguera.
En otras latitudes conocen al dedillo a este mártir de la ciencia, pero no recuerdo haberlo visto mencionado en los textos y en los reconocimientos. En todo caso, desconocerlo es mejor que empezar por cortarle la lengua, para luego ahorcarlo y finalmente reducirlo a cenizas. Ahora a los discrepantes se los extermina o silencia … pero con más elegancia. Nosotros dejamos de hacerlo por haber incurrido en herejía… pero nuestra huella sanguinaria la dejamos en Salsipuedes, por otras razones.
Vanini no ignoraba el castigo que le podían aplicar por ese y otros hallazgos racionales. Por eso, aunque su nombre de bautismo era Lucilio Vanini, a sus libros los firmaba como Giulio Cesare Vanini. Nació en el año 1585 en Taurisano, Italia, donde estudió física, medicina y astronomía además de teología y filosofía en Roma, dicen sus biógrafos.
Casa natal, hoy señalada y preservada…
Huyó de Lyon a Inglaterra pero en Londres fue arrestado por motivos desconocidos. Más tarde volvió a Italia pero fue expulsado de nuevo a Francia, donde trató de alejar las sospechas publicando un libro contra el ateísmo, Amphitheatrum Aeternae Providentiae Divino-Magicum, el libro sirvió para su propósito inmediato. El autor expuso sus nuevas teorías en su segunda obra, De Admirandis Naturae Reginae Deaeque Mortalium Arcanis, la cual, originalmente aprobada por dos doctores de la Sorbona, fue después reexaminada y condenada. Es que Giulio Cesare creía en Dios, pero no de la manera correcta.
Acá hagamos una pausa para poner estas cosas en contexto… porque ahora nos parece horrible hacerle daño físico a alguien por sus ideas, nos basta con despedirlo de su trabajo, ningunearlo y erradicarlo de nuestro círculo social. Personalmente confío en que volverán los tiempos en que las amistades no se medían por la concordancia.
Pero no andamos clavando gente a una cruz o lapidando pecadoras que no se cubrieron los hombros, somos, ¿cómo diría?, no menos crueles, pero al menos más “civilizados”. Algunos ya comenzaron a sospechar que a la FE no se puede llegar por la ciencia y que la ciencia no tiene argumentos objetivos para emprenderla contra las creencias profundas. Son universos separados, ni siquiera tangenciales y así, uno por un lado y otro por el otro, forman parte de la esencia humana a la que a veces le falta el componente integrador, que es la tolerancia y el respeto por el otro.
A Copérnico lo humillaron, pero se salvó. Lo de Darwin fue en otra época.
No te afilies a la creencia de que la ciencia no mató a nadie, porque los límites se desdibujan y el hombre siempre encuentra la forma de ser un poco peor. El propio Vanini es un ejemplo: “Influido por el aristotelismo de Averroes y por las doctrinas de Pomponazzi y de Cardano, se dejó llevar por un extremado racionalismo que le indujo a adoptar una actitud completamente negativa contra la religión revelada: reinterpretó racionalmente todos los dogmas, consideró los milagros como susceptibles de una explicación natural, negó la creación del mundo y afirmó que el espíritu es material y que el alma humana es mortal. Enseñó, además, que el hombre proviene del mono y que los factores hereditarios determinan la conducta humana.
Todo esto resultaba a los doctores de la iglesia todavía más aberrante que la movilidad de la tierra y la naturaleza de la luna y el sol, de manera que no le dieron como a Galileo, la posibilidad de arrepentirse y decir que se había equivocado con tal de esquivar las llamas.
Pasado el tiempo, hasta fue motivo de medallas y reconocimientos.
El sábado 9 de febrero de 1619 según MCN biografías, “después de seis meses de prisión, el Parlamento de Toulouse condenó a muerte por ateo y blasfemador del nombre de Dios a Giulio Cesare Vanini. La pena iba a cumplirse el mismo día y sus detalles no se han perdido gracias a Nicolas de Saint Pierre, redactor de los Annales de la ville de Toulouse en 1619. El reo fue llevado desde la cárcel a la iglesia Saint-Étienne para que, en camisa, de rodillas y con una antorcha en la mano, pidiera perdón a Dios, al rey y a la justicia (lo cual no lo eximía de nada, era humillación gratuita); desde allí, siguiendo el camino acostumbrado, se lo condujo a la plaza de Salin donde, después de cortársele la lengua con una tenaza, fue ahorcado y su cuerpo reducido a cenizas luego arrojadas al viento”.
Vanini nunca fue tan desafiante como Giordano Bruno. Simulando motivos piadosos, casi con disimulo, la obra de Vanini postula la defensa de un naturalismo radical en el que se identifica a Dios con la Naturaleza, se afirma la eternidad del mundo, se ironiza sobre la inmortalidad del alma y se niega de distintas maneras el libre albedrío y la providencia. Fue considerado por sus enemigos como un «ateo perfecto», que no sólo se apartó de Dios sino de la misma condición humana. Curioso: creía en Dios, pero no creer de la manera indicada, lo hacía un “ateo perfecto”.
Hay momentos en que las jerarquías llegan a niveles de irracionalidad caricaturescos. Y este período era uno de esos momentos, hasta el punto en que se estima que entre 1266 y 1586 se realizaron, solo en Francia, por lo menos sesenta juicios contra animales en los tribunales de la Inquisición, según la misma fuente que se basa en las investigaciones del historiador Michel Pastoureau.
Como ejemplo ponen el caso de una cerda declarada culpable por el asesinato del bebé Jean Le Maux. Para castigarla, la vistieron como humana y así fue torturada, mutilada y condenada a muerte a pesar de que no confesó su crimen, tras nueve días de juicio en Falaise, en 1386. Pastoureau asegura que en 1457, en Savigny-Sur, en Borgoña, el tribunal logró, bajo tortura, la confesión de otra cerda que había asesinado a otro pequeño de cinco años. En otro caso –continúa en “Mcn biografías” (link al final) la condena fue más fuerte porque el cerdo cometió su crimen un viernes de vigilia, lo cual es un agravante para cualquier pecado. Los juicios contra animales incluían, al igual que los de las brujas, exposición, acarreo, vejaciones, torturas para el castigo ejemplarizante y la humillación pública y, finalmente la destrucción del cadáver mediante el fuego.
El exorcismo y la excomunión eran las penas menores en casos menos graves, o aquellos en que los pobres animales (cerdos, perros, caballos, ratas, casi siempre de sexo femenino) habían sido lo suficientemente elocuentes como para salvarse de la pena capital. Menos suerte tenían los judíos… o los cristianos con bienes apetecidos por otros. En algunas regiones se les permitía vivir en el caso de que juraran arrepentimiento, cambiaran sus nombres y –naturalmente—renunciaran a sus bienes en favor de sus denunciantes.
Morir por practicar el judaísmo era muy fácil; bastaba con no trabajar en sábado, no comer cerdo, conejo ni liebre ni pescado sin escama. O peor aún, se consideraba judíos a los que se ponían camisas limpias el sábado y el viernes cambiaban el aceite a los candiles de su casa.
Antes de que te la agarres con la Iglesia Católica, como se hace usualmente con un empecinamiento que poco tiene de objetividad, te cuento lo que dicen las fuentes que encontré, sobre el comportamiento de algunos protestantes.
En Ginebra rezar en latín, bailar, cantar, emborracharse o faltar al servicio religioso, podía costarle la excomunión, el ostracismo, la ejecución por herejía y, por supuesto, la pérdida de todos sus bienes para enriquecimiento de sus denunciantes y del tribunal que lo juzgaba. Así, los calvinistas no eran enemigos de la Inquisición, sino más bien colegas que intercambiaban información.
A ese respecto se cita el caso de Miguel Servet, quien había escrito un tratado en el que rechazaba el dogma de la Trinidad. Calvino le denunció a la Inquisición Católica en Lyon. Miguel Servet fue preso, huyó de la prisión y pasó por Ginebra. Calvino le mandó prender e insistió para en que lo condenaran. Miguel Servet pereció en la hoguera (1553), pero la decapitación era una de las ejecuciones preferidas en este grupo protestante. Este pecador era un filósofo que sostenía que Jesús no era Dios por naturaleza, sino por Gracia de Dios. En esos tiempos, no perecían únicamente quienes atentaban contra la verdad religiosa oficial, sino los que por alguna razón resultaban sospechosos de propagar la Peste Negra.
No hubo religión en Europa que no acudiera con entusiasmo a la condena mortal por herejía. Eso duró hasta que el fútbol superó a las ejecuciones como espectáculo multitudinario, tanto en Europa, en la América católica y en la América protestante, como las colonias de Norteamérica, donde las Brujas de Salem fueron el episodio más sonado.
En cuanto a Giulio Cesare Vanini, tuvo su reconocimiento en Taurisanno, donde hay un monumento en la Piazetta del Palazzo Vechi, donde en el pasado mes de febrero colocaron una ofrenda floral recordando los 400 años de su ejecución. En un acto académico propiciado por la Universidad de Toulouse, el Centro Internacional de Estudios Vaninianos (CISV) junto con la Ciudad de Taurisano y la Universidad de Salento se dictó la conferencia «Giulio Cesare Vanini: la filosofía de la libertad y libertad de filosofar». Los actos duraron tres días y comprendieron disertaciones tales como «El fenómeno teratológico en pensamiento de Giulio Cesare Vanini «,» El sueño y los sueños en la obra de Giulio Cesare Vanini «, «Reflexión de Vanini sobre el tratamiento aristotélico del primer motor», «El poder taumatúrgico de los reyes de Francia: Giulio Cessare Vanini y la búsqueda de la verdad», y» Vanini y el teatro isabelino: la puesta en escena del Amphitheatrum aeternae providentiae ”.
Un justo reconocimiento… lástima que un tanto tardío.
Guillermo Pérez Rossel
https://es.wikipedia.org/wiki/Inquisici%C3%B3n
http://www.mcnbiografias.com/app-bio/do/show?key=vanini-giulio-cesare