Punta del Este sin filtro
No se necesitaba dinero sino espíritu. Nadie te miraba la etiqueta de la ropa ni te preguntaba de qué signo eras ni te daba vergüenza comer un pancho de “dorapa” en la calle.
Un verano llegabas a dedo, sin un mango y otro verano ibas con un amigo en el colachata que le prestaba el padre. Ciertamente, era otra Punta del Este, sin el filtro del marketing, sin las choluleces de las revistas del corazón, aunque en ocasiónes los festivales de cine de Cantegrill importaban famosos de Europa y Estados Unidos… porque acá no había.
Una pintura de Alberto Moroy sobre un Punta del Este que evolucionó vertiginosamente, al mismo ritmo (o mayor) en que mejoraba la industria turística mundial. Para las actuales generaciones, resultará difícil reconocer el balneario y las costumbres que hoy tenemos.
Por Alberto Moroy
A Punta del Este fui de todas las formas posibles y en distintas épocas. Las estadías entre la pubertad y la adolescencia fueron las más divertidas y económicas. La vida nos sonreía y Uruguay también. Con poco, y sin darnos cuenta éramos unos bacanes de tiempo completo. El titulo es una metáfora que expresa como era Punta del Este a comienzos de la década de los setenta, sin adornos y sin campañas publicitarias que le dieran lustre. La visión es la de un montevideano “casi nini” (NEET en Ingles), que no trabajaba y estudiaba lo suficiente para llevarse algunas a marzo (ningún ejemplo).
A partir de los quince años íbamos algunos fines de semana con amigos. El viaje era una odisea: salíamos de Av. Italia en Carrasco, bastante temprano y hacíamos dedo. Cuando el pulgar se acalambraba había llegado la hora de gastar unas monedas y tomarse el ómnibus de Copsa hasta donde llegase. Para el desayuno, siempre encontrábamos una media sandía calada a temperatura ambiente; las vendían en las veredas de Av. Italia.
Así era COPSA/ Así el tren (Atrás el edificio Vanguardia)
Por lo general teníamos suerte y algún camión arenero nos levantaba, en la caja sobre la arena, hasta no más lejos que Solymar. Recuerdo hasta haber viajado un trecho en carro, desde ahí otra vez a dedo. Con suerte llegábamos a Atlántida y la próxima parada era La Floresta, porque el tráfico se cortaba ahí. Pocos seguían a Piriapolis y menos a Punta del Este. Medio morados por el sol de enero, llegábamos a Punta a la tardecita, hora ideal para tratar de “enganchar algo” (féminas, vale la aclaración), en Gorlero. Muy de vez en cuando tomábamos el tren, no solo por el costo, sino porque demoraba muchísimo en llegar.
Vinicius de época, para nostálgicos.
Las playas que íbamos
A las playas las tradicionales se podía ir caminando, como el Emir que en las cercanías tenía un barco hundido. A la Brava y la Mansa íbamos a pie porque solo había un ómnibus (color azul); creo recordar que pasaba cada hora. Otra opción era colarse en la piscina del Cantegril o la del edificio Arcobaleno. Decían que este último tenía unas pastillas en el fondo, que si orinabas en el agua salía una mancha coloreada que te perseguía. Nunca la probé, pero luego supe que era un cuento, con fines sanitarios. De cualquier manera… éramos prolijos.
Santa Maria del Lujan encallado (Mas tarde Propaganda de jeans Lee)
El Emir de Punta del Este
http://viajes.elpais.com.uy/2015/12/27/el-emir-de-punta-del-este/
Piscina del Country de Punta del Este / Ídem edifico Arcobaleno
De pesca de tiburones
En el puerto vi en alguna oportunidad al músico Astor Piazzola con dos tiburones martillo, de buen tamaño, apoyados en el piso de las marinas. Decian que los había pescado en las proximidades de la isla de Lobos y uno escuchaba respetuosa y admiradamente. En otra oportunidad supe por cuentos, que una embarcación se había hundido en la playa El Emir, debido a que traía dos tiburones colgando en popa. Se desenganchó alguno, se enredó el cabo con la hélice y quedó sin gobierno con mucha marejada. ¿Estaban relacionados ambos episodios? No encuentro la respuesta en mi memoria.
Astor Piazzola pescado / Lancha Tuti II (10 años antes) / El muelle de madera
Punta del Este 10 años antes 1971
Algunos años después
Sin alojamiento y con un bolsito que denotaba nuestra esencia trashumante, no nos iba bien con “el levante”. Ya existía en los hechos, la futura frase “billetera mata galán”. A veces algún mozo de un bar nos cuidaba los bolsos a cambio de propina. Así, sin “prejuicios discriminatorios” a la vista, poníamos cara de turistas y algo ligábamos. A veces te preguntaban como para conocer el status ¿Donde estás parando?, dábamos el nombre de alguna calle de San Rafael o las paradas en la Mansa como para sumar. Otras sin remordimiento y a sabiendas que no conocían nada, (ya teníamos identificado los acentos) le decíamos con cara de póker ”edifico médano 14, ¿lo conoces?” Lo peor es que a veces sí lo conocían.
El dia
Por desayuno hasta pizzas en Beer Garden, (*) sobre Gorlero, a las 10 de la mañana (las recuerdo con nostalgia). El almuerzo por razones mayores, lo pasábamos como “alambre caído”. Los kilos de mas no eran nuestro problema, de vez en cuando algunos mejillones a la provenzal, como para llegar hasta la noche y si pintaba, alguna tortuga de jamón y queso como “tentempié”, los chivitos mas espartanos que los de hoy con pan catalán ya existían pero eran para alguna ocasión festiva o cuando la barriga reclamaba algo mas sólido. Recuerdo los de la confitería Oasis, la base de Fosforito (el “hombre sándwich”).
Por lo general mañana y tarde, playa. Para ese entonces alguien siempre ponía el auto. La playa Brava a la mañana y si estaba ventosa, la Mansa en la parada 8 (Imarangatu) donde Tato Bores y su familia eran habitúes De esa época recuerdo los tostados y el clericó, en la terraza del parador, que consumíamos en ocasiones especiales.
Solanas era para la tarde y al final unos partidos de futbol de esos “veinte contra veinte”. Para el lado de la Barra y José Ignacio no iba casi nadie. En este ultimo una plaza desprovista de todo, un viejo almacén de campaña con billar y casitas modestas por todos lados. El faro es de vieja data (1877). Posteriormente el loteo, y el terreno que le regalaron a Mirta Legrand (no sé si la casa fue en canje), lograron que la zona despegara. Pasando la parada 15 de la Mansa las playas ya estaban semi vacías.
(*) Pocos saben la cantidad de pizzas que vendía Beer Garden. Tres hornos, contando el fondo, mas de cien mesas Una de esa mañanas de desayuno-pizza, vi bajar un camión con acoplado lleno de bolsas de harina ¡25 mil kg.! ¿Se imaginan cuantas venderían por dia?, estaba casi siempre lleno.
Playa Brava / Puerto y Edifico Vanguardia parada 1 (1970)
Parador Imarangatu (parada 8 playa Mansa)
Durmiendo en cualquier lado
Recuerdo que una noche dormimos en calzoncillos por el calor que hacía, adentro del auto en una calle tranquila, cerca de San Rafael. Por la mañana nos despertaron las voces de familias que iban a la playa, pasando a centímetros del auto. No se sorprendieron, seguro pensando que era la consecuencia de una noche brava, o por el status del auto, que era un Alfa Romeo último modelo del padre de mi amigo. Seguro que ni se imaginaron unos bolsillos tan flacos como los nuestros.
Algunos años antes, por estar escasos de dinero dormíamos en la playa, generalmente en la Mansa. Para quedar al reparo lo hacíamos debajo de algunas chalanas que por ese entonces descansaban en la arena. Lo complicado era salir como milanesa rebosada con arena cuando la playa ya estaba concurrida, sin pasar vergüenza.
En otra ocasión alquilamos una casita vieja en la bajada del Puerto entre seis. Me tuve que llevar el colchón de Montevideo arriba de un “poderoso” Fiat 600. A los pocos días se “pudrió todo”, algunos noctámbulos sub-alquilaron las camas a los amigos, mientras estábamos disfrutando la noche A la madrugada tarde, cuando regresábamos, había que sacarlos, muchas veces no con los mejores modales, en otras te faltaba la almohada. Una noche eran como 20 durmiendo en cualquier lado. Al baño había que entrar con zancos, gomina, peines y cepillos de dientes terminaban siendo de uso común. Esa fue la gota que derramó el vaso y antes que se venciera la locación, volví a mi casa de Carrasco. No estaba soportaba tanta promiscuidad pese a que los campamentos eran recurrentes durante parte de la infancia.
En la marina
Esa misma temporada, terminé pasando unos días en un velero en el puerto, de los primeros fabricados en Argentina de fibra de vidrio. Era un “Bries 26” de un amigo circunstancial. Lo recuerdo porque tenía un Ford A. Un dia me pidió mi Fiat 600 para salir con una chica, y yo me quedé con el forcito haciendo lo que podía. No era fácil conducirlo por el angosto camino hacia la Barra y mucho menos embocarle al camino donde los médanos dejaban media calzada, con flor de juego en la dirección. En cualquier momento me veía arriba de un médano.
El hermano del dueño de la cachila, dormía en otro velero grande al borneo (boya). También era “calavera” pese a ser más chico que nosotros. Las lanchas del puerto que le daban servicio a los que estaban al borneo, creo recordar que funcionaban hasta las 11 de la noche. Este chico dejaba una bolsa de nailon, en la punta de una marina. Cuando llegaba se desvestía, y tenía siempre el traje de baño abajo, así que ponía la ropa dentro de la bolsa y nadando con una mano fuera del agua, llegaba al velero. Les cuento que varias noches en la temporada el agua superaba la parte de arriba de las marinas, la luz la cortaban y además de la corriente y el oleaje, hacia frío.
En hoteles de 3ª
Cuando juntábamos algunos pesos, pasábamos al hotel en las laterales de Gorlero. En una ocasión, mi amigo argentino se encontró con el hermano del pintor Nicolás García Uriburu, ya famoso para esa época. Su hermano era hippy (sandalias, bolsito tejido, colgado sobre el hombro y gran pelambre), no tenia donde dormir. Durante tres días venia por la mañana temprano a visitarnos en el hotel; cuando salíamos camino a la playa, el se acostaba a cama caliente. Así hasta que la dueña lo descubrió y nos hecho a todos.
La noche
Era súper divertida y con ojos de hoy bastante pacata. Los primero era agendarse algunas chicas, costaba trabajo, el levante era a toda hora. Así trillábamos las paradas en busca de las que hacían dedo, parado solo a aquellas que las veíamos buenas. Algunas veces eran ellas las que nos veían “malos” y nos dejaban con evasivas aunque hubiéramos llegado a Pinares. Gorlero por la noche era un clásico, lleno de gente. “Fosforito” siempre estaba en la vuelta, haciendo de hombre sándwich por todas las cuadras, generalmente desde la Fragata hasta Oasis, dos emblemáticas confiterías, sobre todo la primera. Dábamos la vuelta del perro en auto y a veces caminado. Casi siempre enganchábamos algo, (vergüenza no teníamos), encarábamos en cualquier lado, donde se presentara la ocasión. Había que tener mucha letra, porque de goma (auto), veníamos medios flojos.
Por ese entonces no había tantos boliches, recuerdo uno que uno se llamaba África, en el puerto al costado del SOYP. Creo que en “Papa Charlie, también había movida de la nocturna. Para gente más grande y con “más recursos” estaban las Grutas (alguna vez le hicimos una probadita) y para escuchar buena música en vivo destacaba “La Fusa” (Si lo escucharon en el link de arriba ¡sabrán el nivel que tenía!)
Entrada a las grutas
Las Grutas (piscina con agua de mar) 1968
Si teníamos suerte ligábamos alguna fiesta particular, donde por lo general, había que llevar una bebida alcohólica. Apenas entrabas alguien se encargaba de verterla en una olla gigante como de 10 lts., con hielo y un cucharon sopero, haciendo “un mezcladito” que parecía pólvora. Los resultados eran obvios, los que estaban solos casi siempre se agarraban una mamúa de aquellas, los demás guardaban cierta compostura, yo era de estos últimos.
Las trifulcas sobre la calle Gorlero
Cada tanto se armaban piñatas entre argentinos y uruguayos (no necesariamente agrupados por país) sobre todo en los carnavales. Varias decenas por bando, se enfrentaban de vereda a vereda. Los motivos, los mismos que hoy subyacen (*), el resultado algunos presos, otros a la guardia de algún sanatorio. Los diarios se hacían eco de las mismas. Algunas veces con fotos de los destrozos. Por lo general eran mayores que nosotros, de la generación anterior (*)
(*) Una digresión 4/1/2017
Bajen el tono porteño autosuficiente»: los «consejos» de un uruguayo para los argentinos que van a Punta del Este. Los porteños hacen introspección, los uruguayos deberíamos hacerla. En el fondo, las diferencias son mínimas o no existen; solo sobresalen los tarados de cualquier orilla.
Ref.
http://www.skyscrapercity.com/showthread.php?t=1086857&page=6
Hasta aquí, la nota de Alberto Moroy
DEBATE ABIERTO SOBRE LOS RECUERDOS
Los recuerdos tienen eso, a veces se subliman, a veces se subvaloran y a veces se confunden. Uno se atrevería a decir que si los hechos se reconstruyeran a base de recuerdos, los uruguayos tendríamos más de tres millones de realidades acerca de cualquier cosa. Punta del Este y esos años no iban a ser la excepción. En este caso, una atenta misiva en calidad de «aporte» nos llamó la atención y el Editor entendió del caso publicarla al final de la nota de Alberto Moroy, abriendo un educado debate sobre la memoria colectiva, siempre cuestionable. El autor de la misiva tiene sobradas credenciales, pues nació en Maldonado, lo mismo que su padre. Sería muy constructivo que otros lectores también ayuden a tratar de unificar la memoria.
«Soy un usuario del diario el País Digital, y considero de gran aporte y sumamente versatil la información que se aporta, ya que abarca una gran cantidad de gustos e intereses.Generalmente tiendo a leer todo lo que se publica, y especialmente lo que puede tener relación con mi profesión o mi departamento.