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La manera japonesa de creer


Los occidentales levantamos monumentales iglesias, los sintoístas se integran a la naturaleza, penetran en ella hasta que desaparece la frontera con nuestra realidad.

Cuando vimos las fotos del santuario Fushimi Inari-taisha, nos dimos cuenta que debíamos compartir al menos estas sensaciones. Me llevaron a algún templo sintoísta cuando estuve en Japón, pero no tuve oportunidad de conocer éste, posiblemente el mayor santuario de esa religión, a mi manera de ver, una imponente obra de arte no por su alarde de tecnología arquitectónica, sino por su grandiosa sencillez.

La guía era sintoísta… pero también era budista, algo que a los occidentales y particularmente a los heréticos yoruguas nos cuesta entender. Es la más frenética libertad de culto, se puede tener más de uno al mismo tiempo. Eso ocurre porque hasta las religiones en Japón son tolerantes (…ahora). Me explicaba que como japonesa, consideraba que debía ser sintoísta, una religión nacional, patriótica, casi exclusiva. Pero se sentía espiritualmente inclinada también al budismo… además, las ceremonias de bautismo y casamiento eran diferentes y más lindas unas que otras, alternativamente. Porque los japoneses serán todo lo profundos que quieras, pero también eminentemente pragmáticos.

 

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¿Querés hacer la peregrinación junto con una chica japonesa?

El Fushimi Inari-Taisha, que si queremos ser respetuosos deberíamos escribir “伏見稲荷大社es el principal santuario sintoísta dedicado al espíritu de Inari y acá ya empiezan los problemas para entender este asunto. Inari es la deidad sintoísta de la fertilidad, el arroz, la agricultura, los zorros, la industria y el éxito en general, así que imaginate cuánto la veneran. En un ejercicio de extraordinaria modernidad, pues este templo existe desde el año 711, a Inari la representan indistintamente como varón, mujer o una y otra indistintamente. Es una deidad compartida con el budismo y en este santuario los fieles la identifican con la figura de un zorro, pese a que los monjes rechazan esa interpretación.

Uno diría ¿porqué no se deciden? ¿porqué no regulan todo esto y sanseacabó?. Quizás no lo hacen porque son demasiado inteligentes. En todo caso no es lo que importa; lo que realmente trasciende todo es la experiencia de recorrer con ánimo espiritual, los senderos de montaña de este santuario que nosotros denominaríamos parque; un parque de múltiples sensaciones que abarca no uno sino muchos santuarios unidos por senderos cuyo recorrido te va preparando para sentirte unido a algo más trascendente que vos, a lo cual podés llamarlo religión o podés llamarlo naturaleza, a Inari tanto le da.

En uno de los templos que visité, le pedí a la intérprete que me llevara con un monje, a quien intenté interrogar. Pues señores, aquél monje no tenía ninguna respuesta, no me podía  dar ninguna explicación coherente a las cuestiones religiosas, tal como hacemos en occidente. Así nomás, sin siquiera cultivar la duda, concluí que estaba frente a un ignorante. Ahora miro estas fotos, rememoro los aromas y las sensaciones y pienso que fui un atrevido. ¿A la espiritualidad se la puede racionalizar? ¿Hay manera de definir y diseccionar a Dios? Yo también recorrí senderos como estos que no lo parecen, pero son sobrecogedores si uno deja que la espiritualidad se manifieste. Subís como un yorugua escéptico más, pero bajás transformado… No te vas a hacer sintoísta por una caminata, pero te aseguro que una la montaña bajás más respetuoso con ésta y todas las creencias a menos que tengas una rotunda impermeabilidad con estas cosas. Y mirá que esto te lo está diciendo un escéptico.

Hay quien asegura que la montaña, también llamada Inari, tiene más de 32.000 pequeños santuarios llamados bunsha y algunos bosques de bambú. No descuides las piedras ¡y no las patees o las muevas de lugar!. Todo forma parte de esa experiencia con miles de minúsculos santuarios y vos quizás no estés preparado para esas sensaciones, pero ellos sí. Son cosas que los occidentales habitualmente nos perdemos porque no hay ningún cartelito que explique que allí debemos emocionarnos.

Ahora aterricemos todo esto antes que todo esto nos empalague. El sintoísmo tiene toda esta belleza y este culto a la contemplación, pero como todo lo que aspira a ser considerado una verdad eterna e indiscutible, tiene su parte ocasionalmente terrible. Del Sintoísmo se apoderó el militarismo japonés en tiempos en que era la religión del Estado y usándolo como pretexto, le dieron la interpretación que se les antojó y le causaron enorme daño a su país y a todos los países que invadieron y sojuzgaron. Así les fue, pero como también es usual, no fueron ellos los que más se perjudicaron, sino que lo fue la sufrida población civil. La ceguera necia de ese militarismo provocó la mayor crueldad en la historia de la humanidad en Hiroshima y Nagasaki. Así que ¡ojo con las creencias!, hay que respetarlas pero también mantener bajo vigilancia a quienes puedan querer aprovecharse de esa tendencia irrefrenable a creer en algo superior.

Dice la Wikipedia, que el Sintoísmo no posee una deidad única ni predominante, ni reglas establecidas para la oración, aunque sí cuenta con narraciones míticas que explican el origen del mundo y de la humanidad, templos y festivales religiosos a los que acuden millares de personas en fechas señaladas. Aunque el sintoísmo no se basa en dogmas o en una teología compleja, a los japoneses les ha dado un código de valores prácticos, ha moldeado sus comportamientos y determinado su forma de pensar. Existen templos donde se puede adorar a las diferentes deidades cuando se siente la necesidad de hacerlo.

Actualmente el Sintoísmo constituye la primera religión con mayor número de fieles de Japón. El número de practicantes varía desde los 108 millones (84% de la población en 2003) que tienen prácticas y/o influencias sintoistas hasta los 4 millones (3,3%) que lo practican regularmente.

El santuario Fushimi Inari-taisha es famoso por los miles de toriis rojos entre los cuales deberás escalar el camino hasta el santuario. Individualmente, cada torii parece una puerta enmarcada por dos columnas, con travesaños paralelos con mensajes espirituales. Pues bien, no parecen puertas, lo son, cuando uno los atraviesa, se supone que abandona el espacio profano para ingresar al espacio sagrado. Así que imaginate atravesar todas estas puertas en rápida sucesión. Los toriis son habitualmente donados por personas que agradecen su éxito.

La Wikipedia también explica que en la base de la colina se encuentra el santuario Go Honden y la puerta de Sakura o Sakura-mon. Tras recorrer los caminos de senderismo flanqueados por toriis, se puede parar en los varios puestos de comida que ofrecen Kitsune udon, un popular plato de fideos que toma su nombre de los zorros (kitsune), que son los mensajeros de Inari. La estatuas de zorros a menudo se encuentran representadas en los santuarios de Inari con una llave (para el granero que conserva el arroz) en sus bocas. En lo alto de la colina está el santuario principal. A diferencia de la mayoría de santuarios shinto, y al igual que otros santuarios dedicados a Inari, es posible ver de forma abierta el ídolo contenido en el santuario (un espejo). Aparte de los más famosos senderos alineados por torii, en la parte opuesta existen otros senderos que discurren a través de un bosque de bambú  que ofrece una experiencia bastante diferente de la ruta principal.

Si es tu voluntad encontrarte con vos mismo, es posible que se justifique el costo y el tiempo que destinarás en llegar hasta acá. Pero, aunque ya te conozcas, el viaje te haría bien, pues además de varios destinos anteriores en Japón, también deberás llegar a la ciudad de Kioto, la más tradicional del país, a la cual deberías dedicarle algún día. Uno de esos días deberías tomarte el tren que lleva a Nara y detenerte en la estación de Inari, que queda a cinco minutos. Justo frente a la estación está la puerta de Sakuramon. Y ahí dale a la pata y a tu espiritualidad. Que no te confunda la mercachiflada que también invade los lugares santos del Sintoísmo, pues Nadie ha llegado para sacarlos a latigazos, todavía. Por lo menos, no andan vendiendo milagros.

Resistí la tentación de subirte nuevamente al tren para seguir hasta Nara, pues esa ciudad se merece un día entero, por lo menos. Con dos fotos te damos una probadita y seguro que quedás a la expectativa.

Guillermo Pérez Rossel