La Laguna Azul existe, hasta es mejor de la que imaginaste
Por Frances Ríos / Especial para De Viaje / El Nuevo Día (GDA)
Luego de cubrir el trayecto desde Reykjavik, capital de Islandia, en ruta norte por la península de Snafellsness, manejamos hasta el famoso Blue Lagoon. Ningún spa o baño termal en el mundo te prepara para semejante maravilla, obra del ingenio del hombre para potenciar un elemento natural. Su piscina entre piedras de lava concentra seis millones de litros de agua geotérmica, que se renuevan cada 40 horas y se mantiene a una temperatura promedio de 98 a 102° Farenheit.
El agua blanca-azulada de este paraje proviene de 6,500 pies debajo de la tierra donde se calienta por vía natural. Aseguran que posee un alto contenido mineral, lo que las convierte en elemento de alto poder curativo. Del centro de la tierra el agua pasa primero por una planta generatriz, la misma que produce la energía que ilumina a Reykjavik.
Demás está comentar que tan pronto llegamos, nos sometimos al tratamiento. Un masaje en el agua, acostada sobre flotadores, nos transportó directo al cielo. Literalmente, boca arriba, observando nubes y pajaritos pasando en bandadas tras un fondo “blanqui-azul” provocó que me tuviera que pellizcar a ratos a fin de probar que todavía estábamos en la tierra.
El Blue Lagoon nos energizó. Preparación ideal para el trayecto que nos esperaba. Tanta emoción agota. Atravesar un trayecto flanqueado con vistas de cascadas, animales por la libre, campos de lava aquí, lagos y glaciales allá, visto como si se tratara de una pantalla de 360º, créanme, el reto era enfocar. Ante tanta maravilla nadie sabe qué hacer con la cámara.
¡QUÉ TAL SI COMEMOS!
Qué se come aquí? Es lo primero que me brinca a la menta, luego de tanto tiempo en carretera. Y la sorpresa volvió a invadirme. Nunca pensé que la experiencia culinaria en Islandia fuese tan excitante. Tenía la idea errónea de que su cocina se limitaba a la tradicional, dominada por el tiburón fermentado. Nada más lejos de la realidad.
Helgi Sveinbjorsson, chef del Hotel Glymur nos sacó de dudas: “Mi país sentía que estaba retrasado con relación a la cocina internacional, por lo que en la última década nos hemos dedicado a experimentar de forma innovadora con productos frescos del patio”. Dicho esto nos llevó a su patio a la vez que nos ilustraba sobre la fauna y flora de la cocina islandesa.
“Islandia es un país grande, de poca población, que en su momento necesitó sobrevivir”, nos comentó Helgi. Y siguió, “los islandeses se distinguen, como los caballos, por no mirar hacia atrás. Aquí nos enfocamos en las oportunidades que nos trae el destino”. Me “mató” el comentario. Pero, ¿qué tendría esto que ver con un buen plato de cordero? Seguimos con Helgi.
Llegamos a su aposento y nos recibió con un “bienvenidos a casa”. Justo ahí fue que nos advirtió sobre el espectáculo de la medianoche cuando podríamos observar una espléndida aurora boreal. (El mejor momento para ver este fenómeno en su máxima brillantez es entre noviembre y marzo.
Y, como dicen, “si vas a Roma, haz lo que los romanos”, en Islandia nos sentamos a la mesa ante un banquete de “minke whale” (carne de ballena) y renos, platos de un exotismo venerable. Bueno también es común allí saborear cordero y bacalao. En la sobremesa nos enteramos que uno de los restaurantes más conocidos en el país es el Fish Market cuya chef Hrefna Rósa Sætran, de 27 años, es reconocida mundialmente por su cocina innovadora.
Bastó saberlo para reservar. Su sashimi de ‘minke whale’, el “puffin” ahumado, un pajarito de pico multicolor. Luego la atención personalizada nos hizo repetir la visita en más de una ocasión.
VOLVAMOS AL ÉXTASIS
La belleza natural de Islandia requiere tomos y tomos de álbumes para guardar fotografías. Pero existen atracciones que son visitas esenciales. En ruta al este, atravesamos el extenso Parque Nacional Pingvellir, en el que el visitante puede bucear o caminar entre medio de las placas tectónicas, las que en Islandia crecen anualmente un promedio de dos centímetros.
A poca distancia llegamos a Geysir -pueblo donde originó el vocablo “géiser”. Y de allí continuamos camino -de varias horas- hasta Vatnajokull (Glaciar Vatna), dejando a un lado cientos de cascadas de aguas cristalinas. Al llegar nos trasladamos al tope de una montaña de piedras, muy empinada, de cuya cima disfrutamos imágenes de “icebergs” como sacados de una postal.
Eso sí, pasear en ‘zodiac’ por la bahía Jokulsarlon, hasta llegar a un glaciar repleto de focas, una imagen megaimpresionante, al menos para esta cronista. Sin dudas, una estampa sublime con capacidad para afligir al más insensible.
Para completar la experiencia del glaciar nos pusimos los ‘crampons’ y nos fuimos a caminar por el hielo en Skaftafell. La sed nos atacó y tomar agua fresca del glaciar, directamente del piso helado, nos impactó. Más pura y refrescante que esta agua ¡nada!
LAS FAMILIAS Y SUS TESOROS
A pesar de que los ciudadanos se nutren de las obras que se exhiben en sus modernos museos -piezas de historia y artísticas locales e internacionales- visitamos allí pequeños museos fundados por familias. Uno de estos el dedicado a la erupción del volcán Eyjafjallajokull.
Fue creado por los sobrevivientes de esta tragedia y presenta poderosamente el impacto masivo que este volcán provocó en esta tierra de Dios, con fotografías, vídeos y recorridos.
Hace dos años Eyjafjallajokull captó la atención internacional al detener el tránsito de los aeropuertos europeos por el efecto devastador de las cenizas que expulsaba. Creo que Islandia obtuvo aquí la proyección mundial más importante de su historia.
Es preciso destacar además el . Este museo dirigido por su dueño y coleccionista nos presentó la vida de los islandeses desde los 1800 hasta la década de los 50 con artefactos de su cotidianidad. Muestra cómo se vivía en una villa original.
De regreso a Reykjavik nos topamos con un área repleta de salideros de vapor que nos llevaron a la planta de energía Reykjavik Energy, la que también cuenta con un museo interactivo. El museo-planta nos mostró desde cómo se produce la energía renovable hasta cómo escuchar los movimientos telúricos del planeta. Impresionante.
Fue en este museo donde comprendimos cómo este país se nutre de sus recursos para su vida diaria y cómo se enfoca en la protección del ambiente. La producción de electricidad de Islandia proviene de energía renovable: 65% geotermal y 35% hidroeléctrico.
Antes de terminar, lo afirmo. Son muchos los países que he visitado en Europa, Asia, África y América, pero Islandia me enamoró. Tanta maravilla subyuga, lo que me obliga a emprender mi próxima aventura: el retorno inminente a la tierra del lago azul.
DEBES SABER
• Los trayectos a través de las montañas y los campos de lava son sumamente extensos y bien rotulados.
• Siempre lleva comida, algo de tomar, una linterna y un celular en el carro.
• Para poder aventurarse es esencial contar con un carro 4X4. Las gasolineras se limitan a un tanque de gasolina que despacha a través de una tarjeta ATH, ya que no cuentan con facilidades para servicios fuera de la capital. Siempre el tanque debe estar por lo menos a la mitad.
• Las temperaturas varían grandemente, de momento llueve, luego cae nieve y minutos después sale el sol. Durante nuestro viaje a finales de abril experimentamos temperaturas entre los 20ºF y 50ºF.
• Es recomendable llevar botas cómodas para caminar largos trechos, pero que a la vez den soporte a los tobillos.
• Islandia es sumamente segura, rara vez vimos una patrulla, pero por la singularidad de su naturaleza es vital que alguien conozca en todo momento tus planes, sobre todo si vas a los glaciales. Allí no existe milicia ni defensa civil, por lo que los que ofrecen ayuda en caso de emergencia en la naturaleza son equipos de rescate que son financiados por la venta de fuegos artificiales.
• En mayo primero comienzan a llegar miles de turistas al país por lo que es recomendable ir en primavera y otoño.