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Riachuelo en Colonia, un caso singular

Lucila Martí, de La Nación (GDA), navegó hasta Riachuelo y relata por qué este lugar sin servicios atrae a los argentinos. La nada tiene precio.


Apenas a 12 kilómetros de Colonia, un arroyo y una playa desierta atraen a navegantes en busca del atardecer perfecto. No hay televisión ni Internet. No llega el diario. No hay teatros ni cines. No se usa el efectivo, aunque tampoco hay para comprar. ¿Qué atractivo tiene Riachuelo, entonces, que en el verano convoca unos 150 barcos cada mes? El encanto es -justamente- olvidarse de la peluquería y el glamour, lo que está de moda y lo que no, ir a la playa despejada y sin fotógrafos, o juntarse al atardecer en algún velero a comer una picada con amigos.

Salvo por las escolleras exteriores que besan el Río de la Plata, aquel que entra navegando y recorre el arroyo Riachuelo por primera vez tiene la sensación de ser el primero. Todo está virgen a lo largo de estos cinco kilómetros zigzagueantes de río, repleto de árboles sobre ambas márgenes, que al caer la tarde regalan unos preciados espacios de sombra. Sin embargo, a poco de andar empiezan a aparecer los veleros, amarrados a algún tronco o suspendidos, fondeados, en medio del arroyo.

Tras 15 o 20 minutos de marcha aparecen los rastros de civilización. Un muelle de hormigón ofrece la posibilidad de cargar agua corriente o bajar a tierra. De allí nace una calle asfaltada que conduce al edificio colonial de Hidrografía (antiguamente era la casa del navegante argentino Renné Salem), donde se paga el costo de la amarra: 5 pesos argentinos diarios por metro de eslora del barco. También hay una pequeña dependencia de la Prefectura, hamacas, un muelle para botes, baños con duchas y teléfonos públicos. La calle desemboca en la ruta 1 -distante a poco más de un kilómetro-, que une Colonia con Montevideo.

Una curiosa cancha de golf
Hay algunos servicios: dos canchas de paddle y una de squash. Pocos años atrás, Amilcar, un navegante argentino habitué de Riachuelo, se animó a crear entre tanto campo de pastizales una cancha de golf subido a un tractor prestado. Si bien no es un campo profesional, la cancha está en excelentes condiciones y permite que cualquiera pueda dar una vuelta por los nueve hoyos.

Pero uno de los encantos más exclusivos de Riachuelo son, sin duda, las canteras. La más grande e imponente, y a su vez la más cercana, se encuentra a cinco minutos de caminata desde la calle. Son enormes piletas de piedra que se llenaron con agua de napa totalmente cristalina cuando las excavaciones llegaron a una profundidad tal que irrumpió el agua. La cantera principal tiene casi 4000 metros cuadrados y 14 metros de profundidad. Aquí la gente viene a nadar y siempre están los audaces que se tiran de clavado desde las rocas más altas, que sobresalen hasta llegar a unos diez metros. Por ser un espacio totalmente natural, su acceso para nadar es restringido: sólo hay dos sitios donde la naturaleza permite salir en forma cómoda. Es una atracción que suele congregar a buceadores profesionales.

Ventura, una mítica despensa de los años 50 convertida en restaurante, es el único lugar donde se puede comer o comprar alimentos. Esta especie de quincho semicubierto de dimensiones generosas se ubica sobre la ruta y reúne cada noche a los nautas que escapan de la comida de barco en busca de una buena parrillada o pastas caseras. El lugar es netamente rústico. Las mesas están hechas de largos tablones sobre caballetes, que se comparten con otros comensales. Y cuelgan de techos y paredes, miles de recuerdos de cada velero que pisó el lugar: banderines, tablas talladas, remos, salvavidas, troncos con inscripciones en sogas marineras. Todos los veleros dejaron allí algún objeto con su nombre estampado y el año de la visita. Aquí casi no circula el efectivo: la cuenta se carga a nombre de la embarcación en la que viaja y se paga el monto final antes de partir.

Muchos navegantes traen su auto por tierra. De esta manera, también es factible estar en Colonia del Sacramento en 15 minutos, donde abundan los lugares para cenar y hacer las compras.


Por último, la playa es la vedette del lugar. Inaccesible para llegar en auto, y muy difícil para hacerlo a pie desde el embarcadero, la pisan exclusivamente los que llegan a ella remontando el Riachuelo en barco o bote. El ambiente es netamente familiar y se puebla de chicos que disfrutan de las ventajas del río de la margen uruguaya, de aguas límpidas y calmas en las cuales es posible adentrarse sin notar prácticamente el declive. Quienes prefieren ir en barco fondean a unos 50 metros de la orilla y llegan nadando o en gomón.

La playa tiene casi dos kilómetros de largo, con arena clara y muy fina en algunos sectores, como si fuera harina. La gente se instala en los primeros 200 metros que limitan con la escollera. El resto de la playa permanece vacía. Años atrás, una antigua goleta quedó encallada en la playa. A lo lejos todavía se ven algunos rastros de su naufragio.

Algo de historia
Hasta hace 40 años, muy pocos veleros visitaban Riachuelo. Elena Mato, a cargo de la oficina de Hidrografía, fue testigo del crecimiento de este lugar solitario hasta convertirse en un destino vacacional. Ella y su marido viven aquí desde 1978, cuando todo era muy salvaje, pero realmente familiar. Los veleros extraían agua de un aljibe, que cargaban en bidones o vertían en sus tanques para ducharse. «Todos nos conocíamos. Venían veleros extranjeros, personajes muy particulares y solitarios, con los que compartimos mates, asados y muchas horas de charla. Hasta que en 1979 se cerró la Barra de San Juan (destino para veleros de geografía similar) y empezó a crecer Riachuelo», recuerda Mato.

En 1986 se construyó el muelle de hormigón, y luego se restauró la oficina de Hidrografía Naval, se hicieron los baños y el resto de las instalaciones que permiten disfrutar de este lugar en un entorno totalmente natural.

Hace tres años, la Barra de San Juan volvió a cerrarse para la náutica deportiva. Riachuelo se convirtió así en el lugar elegido por los veleros argentinos que quieren aislarse del ruido y escuchar el canto de los pájaros, aunque desde la playa, los días más despejados, se puede contemplar la silueta de los edificios de Buenos Aires.

Cómo llegar desde Colonia
• En auto desde Colonia : tomar la ruta 1 hacia Montevideo, y en el kilómetro 12 doblar a la derecha en el camino Ventura Casal, hasta el fondo.

Por Lucila Marti Garro
Para LA NACION