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Fáciles de admirar, difíciles de entender

No hay caso, cuando creías que comenzabas a entender a los japoneses, vuelven a dejarte atónito. Al final te muestro un ejemplo de la diferencia entre aquellos orientales y los orientales nuestros.

Cualquiera diría que esta imagen muestra una reproducción a gran escala de una de las tradicionales pinturas japonesas; en el más fantástico de los casos, pintada por extraterrestres. La explicación es mucho más sencilla, si sencillo es reunir tantas voluntades y tomarse un perseverante trabajo de equipo para obtener un resultado gratificante para todos pero sin mérito personal para ninguno. Y sin lucro… solo por verdadero amor al arte.

Este ejemplo me lo mandó mi amigo Charles Smrodyni, un francés que vivió unos lindos años en Montevideo, se nos casó con una uruguaya y ahora vive  en su patria de nacimiento, c0n un poco de nostalgia por la rive gauche de acá.  Charles sabe bien qué cosas pueden sorprendernos.

Ahora miren esta otra imagen que podría parecer un simple campo de arroz con más gente adentro de la que convendría. Pues bien, sí es un campo de arroz algo diferente a los nuestros de Rocha y Treinta y Tres. Lo que lo hace dramáticamente distinto es la tarea a que están abocados esos japoneses. Están plantando arroz de cuatro variedades distintas,  seleccionados no por su semilla, sino por el color de sus hojas.

Esa es la manera con que logran esas figuras como la de portada, que ya comienza a insinuarse a medida que crecen los brotos. Ellos dicen que es la obra del sol y de la naturaleza, pero se quedan muy cortos, porque esas cosas no ocurren entre nosotros. El único antecedente que se me ocurre es el de los tapices de flores que logran los vecinos mayas de Antigua, esa impresionante ciudad guatemalteca.

Pero, ¿qué querés que te diga? Hay una enorme diferencia entre hacerlo como un acto de fe para no ir al infierno y hacerlo solo por el gusto de hacerlo, por compartir algo tan cálido entre los vecinos. Tampoco es comparable con el multitudinario esfuerzo de Bruselas. Acá estamos hablando de un pueblito de apenas 8.700 habitantes.

La idea surgió en los comités de aldeas y nadie salió a poner palos en la rueda, todos estuvieron dispuestos a meter el hombro e invertir hectáreas que en Japón son más valiosas que en cualquier otro lugar del mundo. El pueblo se llama Inakadate y ahí lo tenés en la foto, rodeando los cultivos, al lado de una imagen tomada a lo largo del crecimiento de los plantíos.

Todo comenzó en 1993 con un sencillo dibujo del Monte Iwaki, pero como quien no quiere la cosa, la idea se fue perfeccionando y ampliando hasta lograr figuras como éstas. Estamos hablando de un tamaño tan grande de campo sembrado, que nadie sabe ni ve  lo que está haciendo, todos tienen que confiar en el buen tino de otro.

Esto es lo que ve cada sembrador (der.) y lo que uno podría ver si caminara dentro del campo, pues a nivel de suelo los diseños son invisibles, como las Líneas de Nazca, y ese bien podría ser otro ejemplo de esfuerzo colectivo.

Es cierto que ahora cada año van unos 150.000 japoneses a mirar esta muestra admirable de trabajo en equipo, pero a ninguno de ellos los sorprende como nos debería sorprender a nosotros.

A ellos lo que de verdad los sorprendería al punto de redondearles los ojos, sería este espectáculo tan desgraciadamente frecuente entre nosotros. Y no le eches la culpa a los hurgadores, que tendrán su cuota parte, mirá que los montevideanos ayudan con mucho más entusiasmo a esta inmundicia, que los vecinos de Inakadate a ese primoroso arte colectivo. ¡Miraloquetedigo!

 Guillermo Pérez Rossel