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San Gimignano, esa Toscana inagotable

Si andás demasiado rápido  por la Toscana, es posible que pierdas esto ¡No tendrías perdón!

Ahora se puso de moda en los circuitos turísticos y no podrás andar refregándole a tus amigos que descubriste un lugar incomparable, pero si nos hacés caso no apretes el fierro en esta privilegiada región del mundo pues hay innumerables tesoros escondidos en la Toscana. Para empezar, después que te quedes pasmado con Florencia y/o Siena, andá a San Gimignano y si no te da el paño, leete este artículo y complementá la información con la página oficial: http://www.comune.sangimignano.si.it/. No podrás resistir la tentación.

Si yo tuviera posibilidad, en este mismo instante me subía a un avión y terminaba en la pequeña ciudad de Pisa, donde pasé algunos días inolvidables no porque tuviera información clasificada sino porque ahí me ancló una huelga ferroviaria en España, que era hacia donde  continuaba mi viaje. Lo bueno de Pisa es que es como una puerta hacia toda la región regada por el Arno,  así es que continuando mi proyecto ilusionado, allí alquilaría un auto y me impregnaría de la región por tiempo ilimitado. Si sos un malpensado y suponés que yo me pongo arbitrario cuando escribo sobre la Toscana y sobre Italia, no le errás en nada. Soy asquerosamente fanático de este lugar del mundo… pero tengo buenas razones.

Concentrémonos en San Gimignano, un pequeño pueblo amurallado bendecido por un Santo que lo liberó de las destrucciones que en otros lugares de la Toscana provocaron no solo los terremotos, sino también las guerras, los bombardeos y lo peor de todo en materia de depredación cultural: el progreso. El progreso… y los arquitectos o intendentes que les gusta dejar su impronta cambiando todo lo que hay, para poner un poquito de plástico por acá y otro poquito de luz de neón por allá. Y una placita estúpida con el nombre de su abuelo.

Imagen de previsualización de YouTube

http://www.youtube.com/watch?v=KqxRXF4zacU

Gracias a que el obispo Gimignano tuvo la gentileza de liberarlos de esos males (y también de las disputas entre güelfos y gibelinos), la ciudad pudo ser declarada Patrimonio Histórico de la Humanidad en 1990. Es que el santo patrón accedió a ese honor cuando en el siglo XX, siendo obispo de la ciudad, la defendió contra los hunos de Atila, que terminaban con todo lo que encontraban. Pero los rastros de la población se extienden hasta el siglo III antes de Cristo, cuando fue fundada por los etruscos, probablemente en carácter de fortaleza elevada sobre las colinas. Sus murallas comienzan a crecer desde esos inicios y a lo largo de siglos logran transformarla en un bastión inexpugnable por la fuerza, pero totalmente inseguro ante la traición.

La uva blanca de las vides que la rodean y producen vinos memorables desde el siglo XIII, podrían justificar la riqueza de sus habitantes, quienes competían entre sí construyendo preciosas mansiones con enormes torres, solo para refregárselas a sus también opulentos vecinos. San Gimignano llegó a tener 72 de esas torres en tan pequeño espacio, pero hoy sobreviven 14, lo cual es otro mérito de su santo patrón, pues no hay en Italia (ni en el mundo) una ciudad con tantas ni tan hermosas torres. Pero aunque contribuyeron a su riqueza sería un engaño creerse que fueron la fuente de tanta prosperidad.

San Gimignano era una de las paradas de la Vía Francígena (¡1.700 kilómetros!), una ruta de peregrinación que como el Camino de Santiago, conducía al lugar donde se guardaban las reliquias, en este caso las de San Pedro, en la Basílica de San Pedro. Este camino nace nada menos que en Canterbury (Inglaterra), atraviesa toda Francia (esa es la razón de su nombre), tiene un desvío que pasa por Suiza y entra a Italia en uno de sus tramos, por el paso del Gran San Bernardo. No me preguntes por qué el Camino de Santiago tiene tanta popularidad y éste la perdió casi por completo, aunque actualmente hay una movida para restablecerlo.

Ese es el verdadero origen de la riqueza de los ¿gimignanos?, lo cual queda demostrado porque la horrible plaga de peste bubónica de 1348 obligó a desviar la ruta de peregrinación y tuvo la consecuencia de la decadencia económica de la ciudad. Casi setecientos años después, esa decadencia se transforma en una nueva oportunidad para los vecinos, pues gracias a ella a nadie se le ocurrió derribar nada, hacer avenidas ni poner publicidad en las torres: San Gimignano podría ser la más intacta de las ciudades mediavales italiana. Digo podría ser, porque en la próxima nota rescataremos otra quizá hasta menos alterada… pero mucho más pequeña y con una arquitectura menos sorprendente.

Es bastante injusto decir que los vecinos construían torres innecesarias, solo por vanidad. Porque en la Edad Media las torres eran imprescindibles para la vigilancia y la defensa, por eso tienen pocas ventanas, más bien son apostaderos a la manera de atalayas y para terminar con los bandoleros que hubieran logrado superar las murallas. Pero eso podría justificar las 14 torres actuales, no a las 72 que llegó a tener. En fin, en la Edad Media no era fácil encontrar con qué entretenerse; la religión había convertido en pecado cualquier diversión.

Cuando busques información sobre San Gimignano, encontrarás referencias a que es “la Nueva York medieval” debido a su profusión de altas torres. Antes que te hierva la sangre de indignación, tené en cuenta que quien puso esa calificación no tiene la culpa de haber nacido en Estados Unidos y quedar impregnado de una singular cultura, buena para algunas cosas y pésima para cosas como ésta.

Gracias al turismo que también es un peregrinaje, tiendas y galerías se exhiben en las dos calles principales: Vía San Matteo y Vía San Giovanni. En el centro del recinto se encuentra la Piazza del Duomo, donde también luce el Palacio Podestá, que fue construido en 1239. Su torre pudo ser la primera en ser construida.

Si no entrás a todos los lugares donde está permitido entrar, cometerías el más horrible de los pecados turísticos, pero no resistirás la tentación de caminar al paso y detenerte en el Palazzo dei Popolo, la Piazza della Cisterna, la Colegiata, el Museo Cívico, el Alcázar, la Iglesia de San Agustín, el Museo de Arte Sacro y mucho más.

Yo acá iría mucho más lejos en ese viaje ilusorio (por ahora). Tomé una de las fotos de la Piazza della Cisterna y amplié un sector, pues allí descubrí un albergo que promete ser modesto, pero limpio y acogedor, con alguna tana encargada que si te portás como corresponde, te puede regalar un trato amistoso por encima de la obligatoria cordialidad. Entonces podrías conseguir que en el ristorante que ella también administra (no lo sé pero me juego la ropa) tiene, te prepare con amor uno de esos platos toscanos inolvidables. Lo podrías regar con algún Vernaccia, ese vino que aquí se produce.

La vida de un uruguayo no queda completa y plena si no transcurre  varios días en un pueblito como éste (pueden ser varios otros), conversa con los vecinos, hace amistades y deja correr el tiempo mientras la historia, la imaginación y el arte impregnan todos sus intersticios de su sensibilidad. Es cierto que a algunos no les hará ningún efecto, pero por lo menos deberían intentarlo. Si non ti piace alojarte en medio de tantos turistas, podrías pernoctar en granjas y casas rurales que también son un poema. Pero los turistas no joroban mucho, se quedan mudos ante tanta magnificencia y solo se siente el clic de las cámaras fotográficas.

Entonces, en lugar de dormir la siesta estúpidamente, yo saldría a caminar para hacer la digestión, por esas colinas y esos viñedos. Dicho sea de paso, aunque vayas en auto o en moto, tendrás que estacionar  fuera de la planta urbana y el resto lo recorrerás a pie, no solo por una razonable necesidad de preservar, sino porque sería una herejía entrar a motor y también una imposibilidad por el tamaño de las callejuelas. Hablando de motos, seguro que por acá anduvieron nuestro compatriota Nando Parrado y su bellísima esposa Veronique Van Wassenhove, pues ambos son apasionados de la Toscana.

No es novedad que las torres funcionen como hostales; eso fueron en la edad media cuando los peregrinos de muchas nacionalidades también pasaban por acá ¡mirá las vueltas que da la historia!  Como la ciudad está en una colina, no tendrás que preguntar ni andar escuchando al GPS pues cuando andes cerca, esa colina erizada de torres te indicará que estás llegando.

Los helados que podés comer y las artesanías que podés comprar en San Gimignano. ¡Ojalá que los tanos se salven de la crisis global como sovbrevivieron a Berlusconi!

¡Ah! Cuando vuelvas de la caminata, no te olvides de disfrutar uno de esos helados  de acá que te harán acordar de la tana de la heladería Arlecchino, al final de Gorlero, en Punta del Este. Dicen que son idénticos y hasta hay la misma cola de gente esperando, porque vale la pena hacerlo.

Si para que algo te guste necesitás que algún famoso lo recomiende (y no te basten Parrado y Veronique) entonces pensá que acá se alojó Dante Alighieri como embajador de la Liga güelfa o que Santa Fina, conocida también como Serafina, nació justamente acá en 1238. Podés visitar su principal santuario y la casa donde se dice que nació. En la iglesia de San Agustín podrás ver obras de algunos artistas del renacimiento italiano, en tanto que en el Palacio Municipal deberías detenerte a apreciar el formidable trabajo de pintores de la talla de Il Pinturicchio, Pier Francesco Fiorentino, un fresco de Lippo Memmi.

Allí mismo podés trepar a la Torre Grossa o Torre del Podestá, que se eleva 54 metros y por encima de lo más alto de la colina así que dominarás todo el horizonte. Antes que te ataque el éxtasis y resuelvas mudarte, por lo menos espiritualmente, andá a equilibrar adjetivos en el Museo de la Tortura, donde comprobarás que ni la belleza, ni el buen vino ni los buenos santos, logran que el bicho humano deje de ser una inmundicia apenas lo rascás un poquito.

En fin, no olvides que en las proximidades tenés a Siena y al pueblito del que te hablaremos en una próxima nota.

Guillermo Perez Rossel