El París de Ruben Loza
Esta es para vos que mirás la cultura por arriba del hombro preguntándote para qué cosa sirve, porque para hacer dinero, actualmente no funciona.
A propósito del artículo sobre el Café Gijón de Madrid, nos escribió Ruben Loza Aguerrebere, innecesariamente agradecido pues su libro nos brindó tanto placer como aquella escena en la que a Marylin Monroe se le sube la pollera. O al menos, un placer más prolongado. Ocurre que para mirar las piernas de Marylin no es necesario conocimiento previo, referencias literarias, geográficas o lo que sea. Uno se planta y las gonadas hacen el resto.
Pero para salir a caminar por París, muy especialmente por París, la cultura es definitivamente trascendente. Me pongo a pensar si encontraría algún provecho un espectador de Tinelli con un paseo como el que nos describe Ruben por un pequeño e ignoto barrio de París y doy por supuesto que ninguno.
El paseo recorre el entorno de la Place de Contrescarpe, un lugar exquisito para los amantes de la literatura, pero no menos extraordinario para cualquier persona con sensibilidad. Con la misma admiración lo describe Juan Manuel en un blog para El País de Madrid (http://lacomunidad.elpais.com/juanmanuel/2009/2/5/place-la-contrescarpe-). De ese blog y de las fotos colgadas en Panoramio por otros enamorados de ese rinconcito parisino, proceden las fotos que ilustran el artículo que publicamos a continuación.
1) Caminar París es uno de los mayores placeres que depara la ciudad que siempre tiene una sorpresa a la vuelta de la esquina. Por eso Baudelaire pensaba que el «flâneur«, además de buscar el placer de lo nuevo, captaba el momento que pasa, característico de la vida moderna, en esta ciudad de siempre.
Trepar la sinuosa cuesta de la rue Cardinale Lemoine hacia la Place de Contrescarpe, es una paseo placentero. En esa calle el paseante se encuentra con la primera casa que habitó Ernest Hemingway, cuando fue a vivir a en París, junto a su primera mujer y su pequeño hijo, en el 74 de esa calle. La pintó en las memorables páginas de «París era una fiesta«. Poco antes, en el 71 de la misma calle, estaba el departamento de Valery Larbaud. Y fue en él donde, además, James Joyce puso punto final nada menos que al “Ulises”.
2) A pocas cuadras está la place de Contrescarpe con su fuente de agua en el centro, y, rodeándola, la alargada fachada del café Contrescarpe con sus mesitas en la calle, el restaurante de comida china y la antigua charcuterié de toldos amarillos y rojos. La gente va y viene aplaciblemente haciendo las compras. Un vagabundo barbudo, con pantalones embarrados, alza un gato callejero, lo apoya contra su pecho y, acariciándolo, sigue su camino por una callecita lateral.
3) Y seguimos andando. Llegamos así, 37 de la rue de la Bûcherie donde encontramos a la famosa librería «Shakespeare and Company«, con sus miles de libros antiguos, sus fotografías colgadas a las paredes, sus mesas interiores en el piso desparejo y las de ofertas ocupando la vereda. Esta librería es, para muchos, un templo literario. La norteamericana Silvia Beach fue su fundadora y ángel tutelar. El mobiliario de la librería fue escogida en casas de antigüedades y el resto en el mercado de las pulgas. Lo más importante, los libros para la sección de préstamos, provenían de las bien surtidas tiendas de libros ingleses de segunda mano de París. Algunos volúmenes llegados desde los Estados Unidos y dos baúles de textos de poesía venidos de Londres, completaban el recito. Aquella librería fue inaugurada el 19 de noviembre de 1919.
Cada socio de «Shakespeare and Company» tenía un carnet y podía elegir uno o dos libros y llevarlos por quince días. Uno de los primeros abonados fue André Gide. Luego llegaron los célebres integrantes de la llamada (por Gertrude Stein) «generación perdida», con Hemingway y Scott Fiztgerald a la cabeza. James Joyce, un dios en esa librería y tanto es así que «Ulises» fue editada mediante suscripción por «Shakespeare and Company«. La primera lectura se realizó allí el 7 de diciembre de 1921.
En una recorrida por la caótica y deliciosa librería cargada de historia, donde el cliente es atendido en inglés, seguramente en homenaje a la antigua fundadora Silvia Beach, salvo que prefiera hablar francés, naturalmente, se advierte que las novedades no están. Pero se pueden, en cambio, hallar las más inesperadas ediciones de libros curiosos o bien de aquellos que uno ya ha dejado de buscar. Y los libros comprados allí son estampados por el sello de la librería.
4) Y seguimos andando con algunos libros como tesoros bajo el brazo y qué mejor que dejarse caer en una de las sillas de los famosos cafés de la orilla izquierda, en St. Germain y Montparnasse, a los que Sartre y Simone de Beauvoir concurrían habitualmente. Miramos el libro, bebemos una copa, la gente va y viene mientras la atardecida cae a nuestro alrededor sobre París y en puntas de pié.
Ruben Loza Aguerrebere (*)
El autor escribe en El País de Uruguay y en Estrella Digital de Madrid. Entre sus títulos figuran la novela «La librería», los ensayos «Los libros ajenos» y «La tijera de Onetti y otros cuentos». Recibió premios del Ministerio de Educación y Cultura, de la Intendencia de Montevideo, la Medalla a las Artes y las Letras de Bilbao, el Premio Borges en Buenos Aires. Entre 1990 y 1995 fue vicepresidente del Sodre; integra la FIL Fundación Internacional Libertad que preside Mario Vargas Llosa. Su relato Muerte en el Café Gijón, fue publicado en España en 2011. Además, y mucho más importante, Ruben es una bellísima persona y un excelente amigo.