La inagotable España desconocida y sus fronteras
¡Volvió Damián, el que relata sentimientos y sabores escondidos tras los paisajes! Colaboró con Viajes hace algunos años y sus contribuciones fueron tan memorables como su experiencia en Turismo.
Esta vez nos pasea por algunos pueblitos ignotos de España. En ellos verás detenerse muy pocos autobuses de Pullman Tour, ni a esos viajeros (respetables por cierto) que se trasladan empujados por guías, folletos y mentas. No es que mi amigo Damián sea un explorador de bellezas ocultas… es que él tiene un don.
Por Damian Argul
Sentados detrás de mí, en un autopullman de la vieja ONDA, un matrimonio europeo comentaba maravillado, no recuerdo en que idioma, la inmensa soledad de nuestros campos.
No comprendí esta admiración hasta que comencé a viajar por las rutas de Europa, primero en Bélgica y luego en Francia recorriendo el valle del Loira. En esos primeros recorridos viendo la sucesión de pueblos y pequeños y prolijos caseríos, así como ofertas turísticas, gastronómicas y degustaciones de vinos entendí aquellos comentarios y me di cuenta del porqué de ese asombro.
En tren de paseo recorrer 200 kilómetros de Europa tomaban el mismo o más tiempo que 400 de aquí. España no es la excepción y lo he comprobado varias veces descubriendo lugares que nunca antes hubiese imaginado.
Veinticuatro horas en las nubes
Santo Domingo de Silos fue una verdadera sorpresa que alteró totalmente mis planes. Siempre quise conocer Burgos, ya desde niño cuando fui cautivado por las andanzas del Cid Capeador y luego por la Catedral y su gótico, la Cartuja de Miraflores y, no menos importante, las morcillas burgalesas rellenas con arroz. Aprovechando entonces un fin de semana libre en Madrid salí por la Autovía del Norte hacia esa ciudad.
En el camino hice un desvío para conocer el monasterio de Santo Domingo de Silos y famoso por su coro. Al llegar no había nadie en la calle y la poca gente que había estaba en el templo ya que era hora de uno de os oficios y entré. Nunca había escuchado canto gregoriano “en vivo y en directo” y quedé maravillado y transportado a las alturas. Al finalizar los monjes, a los que el abad había puesto freno para impedir su ascendente fama artística, saludaron brevemente en el atrio y volvieron a su clausura.
Como los oficios seguían durante todo el día, tras visitar el claustro crucé la calle y me alojé en un pequeño Hotel, justo enfrente a la abadía. Durante el resto del día asistí a los distintos oficios que se suceden durante todo el día: Vigilias, Laudes, Tercia, Eucaristía, Sexta, Vísperas y Completas. | ||||||||
Las escuché todas, cada vez más embelesado y eso que la música no es precisamente lo mío, pero la iglesia, los cantos a capela, y cierta intimidad que se respira al vivir esa experiencia en forma casi privada me hicieron vivir una experiencia inolvidable. Por la noche tras una cena castellana sin nada para recordar me fui a dormir soñando con los angelitos.
A la mañana siguiente me despedí de la abadía y del coro asistiendo a los primeros oficios para completar el programa diario, posteriormente desvío, visité Covarrubias, una pequeña villa de remoto origen, conocida como La Cuna de Castilla, que me resultó un deleite conocer. En un breve recorrido pude admirar valiosos ejemplos de varios estilos de arquitectura comenzando con el Torreón de Fernán González (Siglo x), la Colegiata de San Cosme y San Damián. La Muralla, la Iglesia Parroquial de Santo Tomás, Puerta del Archivo del Adelantamiento de Castilla y la Casa de doña Sancha para citar solo algo de lo que hay para ver en materia de edificaciones, que, además, conservan en su interior verdaderas maravillas de Arte Sacro incluyendo obras del Berruguete y Van Eyck.
Gratamente sorprendido con este descubrimiento emprendí mi regreso a Madrid, no sin antes hacer una parada en Aranda del Duero para reconciliarme con los asadores de Castilla que hasta ese punto no habían sido demasiado memorables. Almorcé en el Lagar de Castilla, muy acogedor, bien decorado con un buen bar para tomar algo y degustar unas tapas mientas esperé un cordero lechazo, magistralmente asado.
Burgos puede esperar.
Un capricho geográfico
Siempre me atrajeron los llamados estados tapones y las fronteras caprichosas. Por eso me encantan Rivera/Livramento y por eso visité Andorra la Velha un pueblo encantador. Estando allí me aconsejaron visitar la ciudad catalana de Llivia, con elle y uve, y ahí fui antes de regresar a Barcelona. Para eso debí ir hasta la frontera Puigcerdá/Bourg Madame (Shengen no estaba vigente todavía) y recorrer una carretera neutral por Francia, ya que Llivia es un enclave español dentro del territorio francés como resultado del Tratado de los Pirineos del 1600.
Esta peculiaridad geográfica ya era un motivo para visitarla. Sus pobladores mantienen sus costumbres y sus horarios como si estuvieran en el medio de Cataluña, defienden sus tradiciones y su idioma, declaran llevarse muy bien con sus vecinos y sus diferencias son esencialmente burocráticas. Antes del euro los cambios entre pesetas y euros les permitían hacer un dinerillo extra.
Típico pueblo de montaña construido en piedra, pizarra y madera con algunos edificios románicos y rodeada de pintorescos paisajes justifican su visita.
Para el almuerzo en un restaurant tan integrado a la ciudad que ofrece una amplia degustación de platos catalanes con oportunos toques del país circuntandante : crema de setas al armagnac y un formidable plato de quesos.
Posteriormente, ahora abrigado por dentro, una breve caminata hasta la Farmacia Esteve, no porque necesitara remedio alguno, sino porque se trata una de las más antiguas de Europa con una excepcional de colección de frascos, potes, mobiliario y alejamiento de origen medieval y siglos posteriores.
Ruta del Quijote con broche dorado
Siempre me gustó recorrer los campos de Castilla esas ”Tierras pobres, tierras tristes tan tristes que tienen alma!” como dice Machado. Pero ese paisaje árido, inhóspito no deja de estar lleno de sorpresas por eso salí para recorrer la ruta del Quijote, personaje de un libro que, confieso, nunca pude terminar, pero por distintas formas siempre me resultó muy familiar.
Visité Puerto Lápice brevemente mencionado por Cervantes, aunque se atribuye ser el lugar donde inició sus andanzas, seguí luego por Consuegra y Campo de Criptana tierra de imponentes molinos, en esta última todavía quedan tres contra los que arremetió don Quijote.
En esos recorridos no pude dejar de detenerme el parador El Queso, un nombre que me sonó tan castellano y Manchego como austero, pero que sirvió para tomar algo, comprar un queso y sacar fotos.
Cumplida esta experiencia cervantina me dirigí a Almagro, donde tenía reservado alojamiento. Era el Parador Nacional de Almagro el antiguo convento de San Francisco (Siglo XVI), que solo recorrerlo ya justifica el viaje. Una vez acomodados en habitación austera, que fuera celda monacal salimos a visitar el casco histórico un Interesante recorrido, pero el punto alto es el Corral de las Comedias construido en 1626 siendo el único de su tipo que aún se conserva. Es un edificio de dos plantas con un amplio escenario que fue descubierto en l950 y milagrosamente conservado. El color rojizo de sus muros y y la luz de las lámparas de aceite que lo iluminan me transportaron por un instante al Siglo de Oro. Ubicado en la Plaza Mayor recorrí ese gran espacio rectangular rodeado de soportales en el que se encuentran tiendas de artesanía, donde se destacan la de encajes y los bares, donde aproveché para saborear algún chupito. De regreso al Parador tras un descanso, bajé al comedor donde probé sus berenjenas, orgullo local y unas memorables perdices a la uva.
En el comedor había unas pocas mesas individuales y una gran mesa al fondo que llamaba la atención. Era un grupo de señores y señoras muy elegantes y formales que hablaban distintos idiomas. Pensé que era un grupo de diplomáticos y le pregunté al mozo: “Son amigos y parientes del señor Conde, que han venido de cacería” ne contestó.
Posiblemente las perdices que comí eran de noble origen.
A la mañana siguiente el desayuno habitual de los paradores incluyendo lo de siempre y algunos platos regionales. Así que debuté con la miga, un rustico y sabroso plato de pastores, que como casi todo en España tiene su relato que lo hace más apetecible.
Luego al hacer el “check out” me volví a encontrar con la barra del señor Conde. Esta vez el despliegue de “Harris tweeds”, equipajes y fundas de armas de cuero exquisitamente curtidas y la variedad de coches de alta gama calentando los motores me hicieron sentir por un rato en una tapa de HOLA.
Casi surrealista
Este pequeño pueblo de poco más de mil habitantes, que eligió Buñuel para su retiro, es tan lindo como extraño.
Anterior a los romanos en él convivieron cristianos, judíos y moros de los que heredaron muchas de sus costumbres y tradiciones. Una de ellas es El Limón Albercano típico plato que probé por curiosidad y recomiendo enfervorizadamente no comer. Se trata de un plato de limón, naranja, chorizo y huevo al que mi paladar no estaba acostumbrado y que debe haber sido el único plato que, en España, no pude terminar.
Claro que desde el punto de vista gastronómico tuve otras compensaciones como el memorable Jamón de Guijuelo o el hornazo es una especie de empanada que lleva diferentes embutidos.
Pero el interés de La Alberca no pasa por lo gastronómico. En La Alberca hay mucho y poco para ver. No esperemos museos y palacios más allá de alguna iglesia y alguna plaza con su crucero. Pero caminar por sus estrechas calles adoquinadas, como la del Tablao, no tiene desperdicio. Las casas de tres pisos construidas en piedra y madera, con sus balcones llenos de flores ostentan figuras y leyendas religiosas demostrando, por las dudas, la religiosidad de quienes las habitaban.
Los alrededores de La Alberca también merecen su tiempo, pero algunas tradiciones que perduran realmente son llamativas como la del Marrano de San Antóm un cerdo negro que anda por ahí, al que la gente va alimentando, hasta que en el día de su santo es subastado por alguien que prefiere verlo en una parrilla.
Realmente impresionante es la “moza de ánimas” que al atardecer, vestida de negro, acompañada por otras señoras, recorre el pueblo tocando una campanilla llamando a rezar por las almas que están en el purgatorio.
Una sola entrada y plato único
Pedraza de la Sierra, es junto con lo de Cándido y su cochinillo trozado con el canto de un plato, lo que más recuerdo de mi visita a Segovia. Se encuentra a solo 30 minutos y es la perfecta atracción que podría parecer parte de un parque de Disney si no hubiese sido construida en la edad media y restaurada respetuosamente. Totalmente amurallada tras la Reconquista, cuenta con un Castillo y otros edificios históricos que se pueden visitar.
Uno de los elementos que más llaman la atención es su única puerta de ingreso, puerta que según los vecinos, hasta hace poco se cerraba por las noches. Hay algunas tiendas muy agradables de visitar con antigüedades, artesanías y regalos varios que no parecen, por suerte, importados de China y la India.
Pero debo confesar que el principal motivo de mi visita a Pedraza fue lo de Manrique, el Asador de Manrique, rústico bodegón famoso por un cordero – su plato único – servido generosamente en una asadera con papas y acompañado por una sencilla ensalada. El vino es de la casa y lo sirven en jarra. Un broche de oro para una escapada memorable.