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Dos mil chilenas calcinadas mientras oraban

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El título de este artículo quizás debió ser «Las puertas deben abrir hacia afuera»… pero no podíamos pasar por alto esa fanática devoción numérica y descriptiva que tenemos los periodistas.

Ocurrió en Santiago de Chile y en el juego de culpabilidades hubo de todo, desde la moda del miriñaque a una vida de pecado que supuestamente se alentaba desde el templo jesuita. Las rivalidades y los dogmatismos religiosos dan para todo.

En Chile las puertas suelen abrirse hacia afuera, por los terremotos. En Estados Unidos también, pero por los incendios. Los Estadios, las discotecas, también deberían tener puertas que impidan que la gente que trata de huir, muera aplastada en el intento. Pero, aunque esto es algo recontra conocido, las puertas siguen haciéndose de manera de asegurar la mayor mortandad posible. Transcurrieron 159 años, suficientes como para comprobar que el ser humano no aprende, no hay evidencia que lo convenza, los templos/estadios/discotecas se construyen de esta manera y nadie les va a torcer la tozuda idea… que no deberia descartarse sea una imposición burocrática.  Curioso, porque si la razón de las puertas es impedir que extraños ingresen, deberían construirse de manera de dificultarlo si las empujan o baten con un ariete.

La terrible realidad fue que los cuerpos de las víctimas formaban una montaña informe junto a la puerta que nadie logró abrir a tiempo. En su inmensa mayoría eran niñas de 15 a 20 años que habían concurrido para las festividades religiosas en honor a la virgen María.

Por Alberto Moroy

El incendio de la Iglesia de la Compañía de Jesús en Santiago de Chile ha sido el mayor siniestro en la historia de Santiago y por su magnitud uno de los peores de la historia moderna. Ocurrió al atardecer del martes 8 de diciembre de 1863, durante la clausura de la festividad religiosa conocida como mes de María, y afectó al antiguo templo jesuita, construido entre 1595 y 1631.

El martes 8 de diciembre de 1863, en la capital chilena, a las 18:47 según el reloj de la torre de la iglesia, uno de los pocos que había en la ciudad, dos mil personas, la mayoría mujeres, esperaban dentro de la iglesia de la Compañía de Jesús para conmemorar de la fiesta de la “Concepción Inmaculada de María Santísima”. Por ese entonces Buenos Aires tenía 171.404 Habitantes,  Montevideo 50.000 y Santiago de Chile 115.000

Relato de época (Harper”s Weekly)

La iluminación era de más de  mil luces, en su mayoría camphene (Trementina); y mientras tanto la iglesia se había estado llenando hasta su máxima capacidad, hasta que, a las siete y cuarto, contenía más de tres mil mujeres y unos cuantos cientos de hombres, todos arrodillados. Sobre el altar había una imagen que representaba a la Virgen de Murillo de la Inmaculada Concepción, sus pies descansaban sobre una media luna, que, iluminada, se convertía en una media luna de fuego.

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Así lo vieron New York, Saturday, Janury 30 1864

Continua.. Por una extremidad,  debido a un escape del gas, brotó un chorro de fuego, atrapando en un resplandor y extendiéndose hacia arriba hacia el oropel y la gasa con que el techo fue decorado, siguió la corriente de aire hasta que una hoja de fuego superó a la multitud arrodillada abajo. Aquellos que estaban en el centro fueron los primeros en apreciar el peligro y se precipitaron hacia la entrada, sobre aquellos que, aún arrodillados cerca de la puerta, estaban ansiosos por conservar sus lugares, y así  chocaron con aquellos que intentaban escapar. En su huida se enredaban irremediablemente en los vestidos de los demás, mientras los que seguían en la retaguardia, apresurados por las llamas, se empujaban y se enredaban por encima del doble terraplén de los cuerpos inferiores.

Más de dos mil mujeres, la mayoría niñas entre quince y veinte años, quedaron así aprisionadas más allá de toda esperanza de escape, cuando las lámparas de arriba, quemadas sus ataduras, cayeron entre la multitud agonizante de doncellas, sembrando nuevas semillas de fuego en sus vestiduras. Ahora el interior se convirtió en una masa de llamas, y el terraplén viviente que cerraba las puertas, se retorcía como con un gran esfuerzo muscular, hasta que estaba tan compactamente enredado que las pocas personas que se podían sacar salían con gran dificultad y a menudo con la pérdida de un brazo o de la vida misma. Y mientras esta terrible tragedia ocurría en la iglesia, el párroco Ugarte y sus compañeros estaban en la sacristía, la puerta cerrada con llave para evitar escapar en esa dirección, buscando la seguridad (sic).

No pasó mucho tiempo antes de que todo el techo se derrumbara, y el enorme campanario quedó envuelto en llamas, iluminando la espantosa escena debajo, una escena que no trataremos de describir, pues ¿quién puede pintar las agonías de los moribundos  que estaban dentro, o la ruina de  carbonizadas que la muerte deja tras de sí? ¿O quién puede retratar los sentimientos de padres y madres y hermanos, que permanecían afuera, mirando las formas amadas que, justo en la puerta, desafiaban todos los intentos de rescate?

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Al fondo, la silueta de la Iglesia de la Compañía de Jesús

Comienza el fuego

Las llamas surgidas por motivos aún desconocidos se expandieron rápidamente por los adornos y la iluminación del templo, todos de material inflamable, mientras los fieles entraban en pánico. Vestidos de criolina (miriñaqie) que ardían o enganchaban con facilidad en el mobiliario provocaron  que la multitud se atascara en las pocas salidas de la iglesia

Una de cada 27 mujeres capitalinas murió allí: «Cuerpo sobre cuerpo, se formaba una muralla compacta y numerosa. Había mujeres que resistían el peso de diez o doce, otras tendidas encima, a lo largo, a lo atravesado, en todas direcciones. Era materialmente imposible desprender una persona de esa masa compacta y horripilante”.

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Descripción del Incendio de la Iglesia de la Compañía

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Testimonios

«Veíamos desde la puerta moverse los brazos pidiendo auxilio; los gritos de las víctimas resonaban a dos cuadras de distancia. Madres que abrazaban a sus hijas, y escondían entre la multitud su cabellera en fuego. Hijas que miraban a sus madres salvadas, inclinando su cabeza con la resignación del mártir. Las infelices no tenían siquiera la facultad de moverse, desligaban sus manos para despedazarse el rostro en medio de la más espantosa desesperación. Si se hubiera hundido la iglesia en esos momentos, cuántos sufrimientos espantosos se habrían evitado». (El Ferrocarril, diciembre 9, 1863)  Los más desgarradores lamentos se oían del interior de la iglesia».

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El Ferrocarril, diciembre 10, 1863

Mientras las campanas tañían para pedir ayuda, la ciudad se congregaba en torno al templo en llamas. Los espectadores nada podían hacer. Cualquier intento por abrir las puertas era infructuoso ya que éstas sólo se abrían hacia dentro y la presión de los cuerpos no permitía socorrer a las víctimas: «En los umbrales mismos han perecido centenares de personas, quemadas a la vista de un pueblo inmenso a que dirigían sus brazos en ademán suplicante que en esos momentos era impotente para salvarlas»

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Litografía Mariano Casanova, Arzobispo de Santiago de Chile / Restos

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Así lo vio el diario de Nueva York el 6 de febrero de 1864

Un desmentido

Las miradas acusadoras se enfocaron sobre la este tipo de combustible. Esto obligó al Ingeniero de la empresa proveedora, Eduardo Hanson, a hacer pública una carta donde explicaba que sus servicios abastecían sólo el lado del cuarto del Presbítero Ugarte y algunos sectores separados por gruesos muros del recinto donde se reunía el público, de modo que la explicación real del origen del fuego debía ser otra.

Teorías y más teorías

«…nace sin duda del hecho de haber comprado el señor Ugarte a la empresa del gas 1.200 globos pintados, que le sirvieron para formar lámparas y arañas provisionales a las que se dio luz no con gas hidrógeno, sino con velas o parafina». «Abrigo la convicción de que si el señor Ugarte hubiese establecido el alumbrado de gas hidrógeno en la iglesia, conforme a los planos que le presenté en 1858, la horrible catástrofe del martes último, no sólo no se habría realizado, sino que hubiera sido de todo punto imposible el incendio de la iglesia».

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Aterradora descripción por lo suscinta, desapasionada y crítica hacia los jesuitas.

http://www.memoriachilena.cl/archivos2/pdfs/MC0052656.pdf

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Llevando los cadáveres

Tras el siniestro, pudo ser rescatado de entre las ruinas una valiosa pieza: el reloj del templo, que fue sacado, restaurado y llevado hasta la Iglesia de Santa Ana, donde actualmente se encuentra. La campana principal también fue recuperada y trasladada después a la Ermita del Cerro Santa Lucía levantada por arquitecto Staimbuck, durante los trabajos realizados por el Intendente Benjamín Vicuña Mackenna para convertirlo en paseo, hacia 1872, año en que se la expuso en el Castillo Hidalgo para la inauguración de los trabajos, antes de trasladarla a la ermita inaugurada hacia fines de 1874.

Como está rota y parcialmente deformada a consecuencia del ablandamiento por el fuego y de la caída, su tañido suena de manera extraña y lúgubre, a juicio de los pocos que pudieron escucharla, ya que ha permanecido muda desde hace mucho. Enrique Conrado Eberhardt comenta en su «Álbum-guía del cerro Santa Lucía» de 1910, que otra campana parecida de La Compañía de Jesús habría estado en el Museo Histórico Nacional que, según lo que entiendo, también funcionaba por entonces en el cerro, aunque otras fuentes como la revista «Pacífico Magazine» eran claras en decir, en 1914, que ésta campana de la ermita era la «única reliquia de la Iglesia de la Compañía, que anunció a Santiago el espantable incendio». No obstante, hay una campana bastante parecida a las traídas que se conocen del templo en el Museo Histórico Nacional, aunque no aparece señalada en la exhibición como perteneciente a la Compañía de Jesús

Que pasó con las campanas

http://urbatorium.blogspot.com.ar/2013/12/por-quien-doblan-las-campanas-en-el-150.html

Entrega de las campanas de la Iglesia de la Compañía de Jesús

Imagen de previsualización de YouTube

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Las campanas hoy

Donde están sepultadas las victimas

Sólo una ínfima parte de los cadáveres pudieron ser reconocidos y sepultados en tumbas familiares. El resto de las víctimas fueron trasladas hasta una fosa frente al Cementerio General, en barrio “La Chimba”, donde encontraron la paz eterna. Según Benjamín Vicuña Mackenna, esta fosa medía 25 varas (20,89 metros) en cuadro y significó el esfuerzo de 200 hombres para poder ser cavada. Para evitar los malos olores, se usó una gran cantidad de cloruro de cal y otras sustancias, esparcidas sobre los restos.

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El Cementerio General de Santiago (Chile) se ubica en la comuna de Recoleta

La iglesia era «un foco de inmoralidad y corrupción”

Días después del incendio, se inició una dura polémica entre el presbítero Joaquín Larraín Gandarillas y el intendente de Santiago, Francisco Bascuñán Guerrero, ambos deudos de algunas de las víctima, por medio de la publicación de las cartas de uno y otro en la prensa capitalina los días 16, 21 y 22 de diciembre de 1863.El motivo de la controversia fue el hallazgo de las cartas que las devotas dirigían al cielo en el llamado «Buzón de la Virgen» dentro de la iglesia incendiada. Larraín Gandarillas pidió al intendente la publicación de todas ellas para desvanecer el rumor de que la iglesia era «un foco de inmoralidad y corrupción»; sin embargo, Bascuñán Guerrero contestó al presbítero negando tal rumor aunque lamentó «que la superstición hubiera creado y fomentado prácticas imprudentes». Pero las cartas nunca fueron publicadas.

Secularización parcial del gobierno chileno

El incendio de la iglesia de la Compañía contribuyó a la secularización parcial del gobierno chileno durante las dos décadas siguientes. Se instauró una ley interpretativa del artículo 5º de la Constitución de 1833, que estableció una relativa libertad de culto (1865), y se aprobaron las llamadas leyes laicas, que establecieron los cementerios laicos (1883), el matrimonio civil (1884), y el registro civil(1884). Posteriormente, con la aprobación de la Constitución de 1925se separó oficialmente la Iglesia del Estado en Chile; esta separación fue ratificada por la Santa Sede en dicho año, lo que puso término a las disputas.