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La Cara de Marte

No importa que los de la NASA se hayan quedado afónicos explicando a qué se debe esa formación que semeja un rostro humano.


Al hombre siempre le sobrarán pretextos para ver cosas que desafían la razón, y también lo desbordará la necesidad igualmente imperiosa de negar todo. Es decir, que primero creen o descreen en algo y luego, si otros apremian, se buscan argumentos para probar lo que uno asumió soslayando la experimentación y el criterio objetivo, esas dos pamplinas.
Así se negó sesudamente la redondez de la tierra aunque hubiera sido probada muchos siglos antes y así se asegura que una demografía abundante es lo mejor que le puede pasar a Uruguay, aunque las fotos de las hambrunas de Etiopía y otros países densamente poblados estén diciendo a gritos que eso puede ser socialmente detestable.


Ahora, si vamos a esa cara en Marte, la verdad es que mete miedo o al menos mucho respeto por más que te expliquen lo de las sombras que arrojan los accidentes geográficos en determinados momentos de la rotación de ese planeta.
La “Cara de Marte” está ubicada en la región denominada Cidonia y mide unos 3 kilómetros de largo por 1,5 de ancho. Las fotos tan divulgadas fueron el producto del viaje de la sonda espacial Viking 1, mientras orbitaba el planeta. Eso ocurrió el 25 de julio de 1976 y a la NASA se le ocurrió divulgar la foto así como así. En 24 horas estaba instalada la leyenda y la NASA acumulaba una nueva acusación de ocultamiento de la existencia de inteligencia extraterrestre.


Todo esto tiene relación con dos fenómenos psicológicos denominados apofenia y pareidolia, pero no te preocupes, si querés creer en todo lo que te parece ver, hacé de cuenta que estas definiciones científicas son todas una fábula. Y si querés negar todo lo que no pueda traducirse en libros contables, entonces aférrate a esos dos pretextos para tratar de estúpido a cualquiera que cree y a cualquiera que tiene Fe. Porque a los radicales los encontrás en todos los extremos.
La palabra apofenia la acuñó Klaus Conrad en 1959, quien según la Wikipedia la definió como una “visión sin motivos de conexiones” acompañada de “experiencias concretas de dar sentido anormalmente a lo que no lo tiene”. La pareidolia es un fenómeno de características semejantes, en la cual un estímulo vago y aleatorio (habitualmente una imagen) es percibido erróneamente como una forma reconocible. Si la cosa viene apuntando a las experiencias religiosas, llamale hierofanía y en lo que refiere a la pareidolia, no es necesariamente una anomalía, hasta el punto de que esa capacidad de asociar formas se usa en el test de Rorschach.
Es curioso que en nuestra formación curricular no se insista un poco en todo esto que nos ayudaría a entender mejor a los demás y a nosotros mismos. Si te interesa, te recomendamos este artículo del chileno Patricio Gabriel Bustamante Díaz: http://www.rupestreweb.info/pareidolia2.htm

«Aviones» en antiguos jeroglíficos egipcios, ¿se imaginan a los extraterrestres volando en aparatos con hélice?

El horóscopo que uno de los pueblos incaicos le reveló a los conquistadores y la incongruencia de dinosaurios conviviendo con humanos. ¿O te creías que lo del zodíaco era una exclusiva de  nuestra cultura tan despectiva de lo que no le es propio?

Imagen de previsualización de YouTube

Ejemplos comunes de la pareidolia en Wikipedia:

  • Visión de animales o rostros en la forma de las nubes.
  • Visión de rostros en las cimas de algunos cerros pedregosos
  • Visión de rostros en la parte delantera o trasera de un vehículo (los faros representarian los ojos, la parrilla la boca y el parabrisas la frente o cabeza)
  • Imágenes de rostros en aparatos (en la imagen), edificios, etc
  • Visión de personas o siluetas en el pavimento.
  • Audición de mensajes reconocibles en grabaciones en idiomas desconocidos o reproducidas al revés.
  • Avistamientos de ovnis, críptidos, fantasmas u otros fenómenos paranormales.
  • Numerosas figuras religiosas o simplemente humanoides en objetos astronómicos como la Luna, la Nebulosa del Águila.
  • Imágenes religiosas en objetos cotidianos (árboles, piedras, etc.).
  • Constelaciones
  • Contribuye a visualizar parecidos entre personas


Los canales de Marte. El planeta está repleto de apofenias y pareidolias (¡qué raro suena esto!). A principios del siglo XX, el astrónomo estadounidense Percival Lovell afirmó haber visto líneas rectas en la superficie de Marte, los llamados «canales», que se entrecruzaban formando una malla sobre la superficie del planeta. Puesto que era improbable que un accidente natural formara una línea recta, supuso que debían ser de origen artificial, y Lovell elaboró una teoría según la cual los canales eran una gigantesca obra de ingeniería, creada por seres inteligentes en Marte para combatir la progresiva desertización del planeta…

La “Cara de la Luna” hubiera pasado a ser otra anécdota de los viajes espaciales, de no ser por el talento de Richard Hoagland, quien escribió un exitoso libro denominado “Mensaje de Cidonia” en lenguaje seudocientífico, capaz de convencer a miles y miles de personas de la existencia remota en el tiempo, de una inteligencia extraterrestre que habitó Marte. Inmediatamente se le sumaron nuevas visiones derivadas de la divulgación de sucesivas fotografías del planeta.

Así aparecieron más caras, pirámides y todas las variedades ufológicas que se te ocurran, incluyendo mundos subterráneos y otras fantásticas creaciones para las cuales la psicología todavía no inventó síndromes con nombre. ¿Y los canales, tan rectos, tan convincentes? No jorobes con eso que está pasado de moda.

Una vez me encomendaron la cobertura periodística de una Congreso Mundial sobre el Fenómeno Ovni que se realizó en Acapulco con la presencia de tipos como Von Danikken y otras celebridades. Las líneas de Nazca eran la estrella y la supuesta comprobación de la vida extraterrestre. El congreso tuvo extraordinaria repercusión mediática y en lo personal, me permitió conocer a algunos de los mayores curreros del mundo, que en los únicos discos voladores que creían eran los amonedados, a otros un poco ilusos, otros todavía que imponían respeto y te sembraban dudas muy legítimas. Entre ellos había uno, cuyo nombre no logro recordar, que era como el abogado del diablo y desmentía todo lo que se aseguraba. Hasta me entró la sospecha de que estaba ahí solo para confirmar lo que la gente quería creer pues varios de sus desmentidos pretendidamente científicos podían ser rebatidos con facilidad.

Pero insistía en algo que me caló hondo. El hombre tiene una necesidad imperiosa de creer en cosas fantásticas, aseguraba y por eso hasta la Industrialización, el ser humano inventaba gnomos, trolls, súcubos, unicornios… y también arcángeles con trompetas,  apariciones divinas y mucho más. Cuando aparecen el telescopio, el avión y otros instrumentos que le permiten introducirse en el espacio antes ocupado por esos seres, el hombre comienza a creer en platos voladores y hombrecitos verdes. ¡Tomá! No deja de ser una hipótesis tan peregrina como las creencias fantásticas, pero asume un aspecto respetable.

Para padecer ataques repentinos de apofenias o pareidolias, no hay que navegar el espacio, ni agarrarse un delirium tremens. A veces uno agarra para ese lado por cuestiones increíblemente domésticas. Cuando fui a Japón invitado por el gobierno de ese extraordinario país, la guía me llevó a uno de esos jardines de piedras denominados Karesansui. Para llegar a él, había que descalzarse y recorrer piadosa y silenciosamente, un templo budista Zen, rama a la que también pertenecen esos jardines destinados a la meditación.

Llevando un dedo a la nariz pidiendo silencio y haciendo un vago gesto de reflexionar, la adorable guía con título universitario, me invitó a acuclillarme y meditar, no importa sobre qué y a riesgo de no “ser feliz como tú dices”. En eso estaba, mirando las rocas y los surcos casi con devoción, cuando ella me susurra “¿Ve las formas?, deje que penetren en su alma?” “Intento”, respondí sumisamente. “Mire por ejemplo aquella roca, ¿no parece una cacerola?”.

Me dejó helado, en lugar de la roca examiné milímetro a milímetro su rostro para ver si se estaba burlando de la superficialidad de un occidental y lo estaba haciendo con infinita sutileza. Pero no, ella veía realmente una cacerola, lo que no la hacía menos adorable y respetable que antes. Capaz que es uno el que le da demasiadas vueltas a las cosas y nunca puede ver un rostro en Marte ni en la Luna, pero es capaz de creer en la santidad de Maduro o en la agudeza de Trump.

Guillermo Pérez Rossel