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Nunca muerdas a un argentino


No se sabe de lo que es capaz un argentino hasta que se lo muerde.


Cuando uno está sobrecargado de estrés le puede dar por viajar y escoge por ejemplo, 20 días de carretera por los más lindos pueblitos de la Toscana, en Italia. Y eso es el colmo de la distensión y el placer, pero para el argentino Esteban Font todo eso queda chico; viajar y relajarse para él es comprarse un viejo velero y darle de punta al planeta durante tres años. Si sos el jefe de un argentino, cuidate de no molestarlo y si sos un tiburón, ni se te ocurra morderlo.

 

Más allá de la humorada, un viaje como éste implicó reconstruir completamente al velero y tener que renunciar a quedarse en algunos bellos lugares cuando la profundidad era de 1.500 metros y la cadena del ancla apenas tenía 70. Y no es exageración que Esteban se comiera los tiburones crudos, pues le encanta el sushi.


Martín Wain, de la redacción de La Nación, nuestro socio GDA, les hizo un reportaje a Esteban  Font y a su pareja colombiana María Fernanda González, quien comparte el fundamentalismo viajero.  Ambos andaban por la Polinesia cuando La Nación los atrapó y publicó el siguiente reportaje  para su excelente revista «Turismo».

 MOOREA.- María Fernanda González y Esteban Font vivían en Miami, eran amigos y decidieron hacer juntos un viaje en velero. Ella, colombiana, quería recorrer las Bahamas durante seis meses; él, argentino, le propuso extender la navegación a tres años. «Ya teníamos pensado vender todo y dejar nuestros trabajos, así que nos pareció mejor cumplir directamente el sueño de dar la vuelta al mundo», cuenta Esteban, nacido en Pinamar.

La preparación duró un año. Compraron un Charlie Morgan de 38,2 pies, modelo 1979; comenzaron a ponerlo en condiciones y, casi enseguida, solucionaron el tema de los camarotes: no hizo falta repartirlos, porque se pusieron de novios. El compartimiento más chico quedó como alacena y, enamorados, salieron a alta mar.

«Partimos de Miami un poco tarde, en época de huracanes», comentan en un encuentro casual con periodistas argentinos en Moorea, Polinesia. Pasaron por Bahamas, surcaron las aguas entre Cuba y Haití y llegaron a Jamaica. Desde ahí, casi en línea recta, alcanzaron Cartagena, donde se casaron. «Llegamos 20 días después de lo previsto, pero pudimos avisarles con tiempo a los familiares y amigos, para que demoraran sus viajes a la fiesta», continúa María Fernanda.

Entre los sitios más sorprendentes, Esteban menciona San Blas, en Panamá, un conjunto de islas dominado por los kunas, que mantienen sus tradiciones de manera rigurosa. «Los extranjeros no pueden comprar tierras, alquilar una casa ni vivir en la comarca. Por eso, es un lugar que sólo se puede disfrutar en velero. Tiene una historia increíble y es el sitio más lindo que conocimos hasta ahora», asegura.

Cruzaron Bocas del Toro y el Canal de Panamá, navegaron 10 días hasta Galápagos, y después otros 24 hasta Islas Marquesas. «Es uno de los tramos más largos que existen en océanos, unas 3200 millas náuticas, casi 6000 kilómetros», explican.

Con sólo dos tripulantes, es fundamental la rotación. Las noches románticas quedan postergadas en esos tramos. «Tenés que seguir navegando. No podés fondear de noche, porque hay mil y pico de metros de profundidad y el ancla tiene 70. Entonces, hacemos guardias. Sólo podemos dormir al mismo tiempo durante quince minutos, que es el margen entre que ves un barco en el horizonte y lo tenés encima. Hay gente más conservadora que no se permite ni esos quince minutos. Pero después de veinte días… Claro que no te podés descuidar. Uno piensa que no se va a cruzar con nadie en el mar, y suele pasar.»

Esteban tenía en Miami una pequeña empresa de reparación de barcos. Estaba en el rubro, a diferencia de Fernanda, que era abogada de la compañía DHL. Cada uno contaba con su pequeño velero para pasear por la zona, hasta que decidieron dar el golpe de timón: los vendieron y compraron el Morgan, bautizado Puerto Seguro. «Siempre tuve dos sueños: dar la vuelta al mundo en velero e ir de Alaska a Ushuaia en un vehículo de doble tracción. Estoy cumpliendo el primero, por ahora», afirma Esteban.

Costumbres de alta mar
Desde la Polinesia Francesa, el trayecto continúa por Samoa, Fiji y Tonga, donde van a decidir entre Nueva Zelanda y Australia como destino prioritario y refugio de posibles huracanes. «Para una navegación tranquila hay que respetar las temporadas, evitando las épocas de huracanes y aprovechando los buenos vientos. Las corrientes tienen un sentido determinado. Uno no puede, por ejemplo, decir me voy del norte de Europa a Estados Unidos , es muy complicado. Tenés corrientes en contra, vientos en contra, icebergs…»

Según Font, la forma de cruzar de Europa a Estados Unidos es desde Cabo Verde, en línea recta hasta Barbados, para recién entonces navegar hacia el Norte. El caso inverso, hacia el Viejo Continente, requiere llegar hasta Bermudas, de allí a las islas Azores, y luego hacia el Sur hasta Portugal, para ingresar por Gibraltar. «Las rutas están formadas naturalmente -agrega-. Una vez que te lanzás a cruzar el Pacífico, no tenés vuelta atrás. La única manera es vender el barco en algún puerto y tomar el avión a casa.»

Por las corrientes preestablecidas, en distintos puertos se cruzan una y otra vez con aventureros que surcan las aguas al igual que ellos. Pero los días en alta mar se pasan en pareja, regulando velas, a puro buceo (ella es especialista) y con la pesca como principal reposición de la alacena.

 

«Hicimos buceo como el de Buscando a Nemo , que se conoce como twisting y es justamente ir girando en medio de corrientes, a gran velocidad. Ibamos rodeados de cientos de tiburones. Son peligrosos, pero están tranquilos mientras no vean sangre», asegura este pinamarense. «Si te cruzás con un tiburón amarillito , mejor que salgas rápido, porque si lo ves de nuevo, no contás la historia. Si ves uno con dos líneas, es el tiburón tigre: si lo ves de cerca, despedite. Lo más importante es evitar meterse en el mar de madrugada o al atardecer, que es cuando ellos comen», aconseja.

En cuanto a la pesca, la pareja utiliza arpón o trolling, con señuelo. Han pescado ejemplares de hasta 45 kilos, entre marlines, mahi-mahi y atunes que en pocos minutos se convierten en sashimi.

Los detalles de la vida a bordo y los destinos visitados están en su blog www.sailpuertoseguro.blogspot.com . Desde la reparación del barco hasta sus días por el Pacífico Sur, el trayecto se actualiza cuando tienen tiempo, mayormente en inglés, aunque con algunos testimonios en español.

Imaginan que comprarán en el futuro un barco grande, para hacer viajes chárter por América Central y el Caribe. Pero saben que hasta entonces tienen un largo trecho por recorrer.