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Ni 3000 hembras blancas en el Montevideo de 1810

Sin título

 ¿Hembras blancas?, si hoy a alguien se le ocurre esa calificación, puede considerarse socialmente muerto. Y no te amosques porque esas eran privilegiadas. Peor era el caso para las blancas «naturales», (supongo que no europeas), morenas, negras libertas y esclavas, todas hembras, naturalmente.

 El hombre siempre ha sido clasificador y descalificador: está en su esencia. En todo caso no es ese el foco que aporta Alberto Moroy en esta transcripción sobre ese particular momento de nuestra historia, en la que nos cuentan entre otras cosas, que en ese entonces, una «orden del virrey Liniers debía obedecerse, pero no cumplirse», lo que demuestra que en ciertos aspectos los tiempos no cambian nuestras costumbres. Ese era su tema… pero el editor no pudo resistir la tentación de destacar este sorprendente punto que surge de una estadística aportada por el autor. Mis disculpas, Alberto.

 

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Por Alberto Moroy

Esta es una de esas notas que da placer investigar, les recomiendo su aunque sea extensa. Conocerán detalles de la vida Montevideana poco o nada explorados en los libros de historia y quizás olvidados o demasiado fragmentados; tambien  dibujos  de algunos puntos relevantes de la ciudad. La misma fue publicada en un semanario argentino en el año 1910 por el historiador y profesor de literatura e historia de América y de Uruguay en la Universidad de la República Raúl Otero Bustamante

Arriba, una representación de Montevideo del año  1810 y su escudo de armas durante la dominación española. El 25 de mayo de 1810 un movimiento revolucionario depuso al virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros y formó gobierno en Buenos Aires, desconociendo la autoridad del Consejo de Regencia de España e Indias. No obstante, tanto Montevideo, como Paraguay y las provincias del Alto Perú, que dependían formalmente de Buenos Aires en tanto  era sede del Virreinato del Río de la Plata, resolvieron no adherir al pronunciamiento y reconocer en cambio al Consejo de Regencia

Montevideo 1810

Las humildes casas de techo de teja de canalón (Musleras, fabricadas sobre sus muslos por los esclavos) llegaban apenas hasta el Parque de Ingenieros y la Recova, frente á la calle de San Diego, algo más allá de las fortificaciones que arrancaban de la actual plaza Independencia, y unos metros más afuera de aquella famosa calle de los Judíos, cuyas tiendas y platerías se extendían desde las Bóvedas hasta el café de San Juan, sobre la plaza Matriz, donde durante cincuenta años hizo la tertulia de la tarde la flor y nata del calzón corto y la peluca empolvada.

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La puerta de Montevideo (Plaza Independencia) / Mariscal Orduño (Oficial de España)

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Tertulias 1813 / Salida de misa Emeric Essex Vidal (1817) / Catedral

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Francisco Xavier de Elío /  Gaspar de Vigodet / Mateo Magariños (El rey chiquito)

En aquella época no se había escuchado todavía en la tranquila ciudad colonial, aquella otra copla que los oficiales de Artigas venían á cantar con guitarra por la noche del otro lado del foso, á un paso de la guardia del Portón de San Pedro, sentados sobre la contraescarpa ó el brocal de la fuente de Elio.  “Dicen que los godos tienen Murallas de cal y canto/, »También nosotros tenemos Cañones de á veinticuatro.”/ La patria tiene un cañón que se llama «boca negra’/ Cuando el cañón hace fuego todos los godos caen por tierra.”/ O Aquella otra con la que “Victoria la cantora (ironía) le obsequió en sus propias barbas a Vigodet, cierta noche que el adusto gobernador recorría las explanadas del recinto donde dice la tradición que hizo colocar las famosas candilejas para alumbrar el foso por la noche.

¡Agacha que viene bomba!

Y por cierto que estos cañones dieron bastante que pensar á los bizarros súbditos de Fernando VII, como  desde entonces quedó consagrado aquel grito: «¡agacha que viene la bomba!’ ‘con que los transeúntes se defendían contra los cañonazos del sitio, anunciados con  tañidos por el vigía de la Matriz. Claro que no era todavía campanero aquel famoso moreno ‘ ‘Misericordia campana’ ‘ que más tarde se hizo célebre en San Francisco con sus toques favoritos «la garúa’ ‘ y ‘ ‘tonuí vintén»». De aquel ‘ ‘boca negra’ * de que habla la copla, salió la bomba que mató á una niña en plena reunión de familia en el comedor de don Mateo Magariños. Prócer á quien sus con-vecinos llamaron por su opulencia y prestigio  ‘el rey chiquito».

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Obedecerse pero no cumplir

En las veladas en que se leía «La Gaceta» de Madrid, se sorbía rapé y se jugaba á la manilla (Cartas), solamente se narraban las proezas de Balvín (Juan Balbín González Vallejo)y Salvañach en la Reconquista y las tristes hazañas de Sobremonte que perdió la peluca «cuando lo corrieron los ingleses: ó se recordaba  con cierta malicia las arengas con que don Lucas Obes, don Nicolás Herrera y el doctor Magariños agotaron la casuística (teología moral en este caso) forense en las agitaciones populares de 1808, para sostener aquello de que la orden del virrey Liniers debía obedecerse pero no cumplirse.

La escuadra que nunca llego

Montevideo era en aquel año de gracia de 1810, la pequeña villa colonial encerrada dentro de su cintura de murallas y defendida por la poderosa Ciudadela, el fuerte de San José y la fortaleza del Cerro. La ciudad medía 9 cuadras de Este á Oeste y 6 de Norte á Sud y estaba limitada por las calles de San Telmo (Bartolomé Mitre), San Miguel (Piedras). San José (Maciel) y San Ramón (Reconquista). La Ciudadela edificada en la actual Plaza Independencia, cerraba la ciudad por el Este y tendía sus murallas al Norte y al Sud hasta las Bóvedas y el Cubo de Elío, donde es fama que los «empecinados » de 1814 iban á mirar el horizonte en espera de la fantástica escuadra de Cádiz, que no llegó nunca.

 

Instituto histórico y Geográfico del Uruguay Montevideo 1928

http://anaforas.fic.edu.uy/jspui/bitstream/123456789/32221/1/RIHyGdUtVIn1.pdf

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Las pequeñas viviendas de ladrillo y teja se agrupaban alrededor de la Plaza Mayor y se tendían hacia el «Fuerte’ ‘ y el muelle en busca de abrigo contra los vientos del Sud. Además del palacio de dos pisos del portugués Meló, construido en la calle de San Pedro, se levantaban en aquel tiempo, la casa de Ruiz Huidobro, la esquina de Cué, la de los Lamas, la casa de Balvín Vallejo, la de Roque Gómez y el mirador de Illa en la plaza, las de Chopitea, Pérez, Vilardebó, Juanicó, Gestal, Vidal y algunas otras, todos edificios suntuosos al lado de lo que hasta entonces había sido considerado como morada señorial de la que fué tipo La casa solariega de los Llanbí que habitó más tarde el Gral. Reyes.

f6 (34)Esquina de las ánimas, en las calles Washington y Maciel  /El hacha (Reconquista)

 

“El barrio del peligro”

Hacia el Sur, el recinto amurallado y reforzado con las baterías de la pólvora y del Sud, cerraba los solares apenas poblados que un tiempo formaron el ‘ ‘barrio del peligro», donde el Hueco de la Cruz, la »esquina del ánima’ ‘ y la del «hacha’ ‘ perpetuaron trágico s y sangriento s recuerdos, como aquel de que hablaba la inscripción que durante largos años ostentó la cruz de la calle del Mercado:” Aquí mataron á un hombre/ Con un acero cruel/ Que el corazón le partió/ Roguemos á Dios por él.

Una construcción espartana

La administración colonial no había sido muy suntuosa en sus construcciones civiles, y fuera del Cabildo, el Fuerte y la Iglesia Matriz, reservó todos sus recursos para emplearlos en la fortificación que con la Ciudadela y las Bóvedas que construyó el brigadier Lecoq no tuvieron igual en los dominios de España por esta parte de e América. La acción municipal fué muy débil y aparte del concurso que prestó á la construcción de San Francisco, el Hospital y la Iglesia Matriz y de la formación del Paseo de la Alameda, tendido fuera de muros, desde el Portón de San Juan hasta el Cementerio Nuevo, sólo se preocupó de discutir y defender sus fueros, pasear el estandarte real, prescribir las solemnidades de corte, rematar con almoneda el alumbrado de grasa de potro y demás servicios públicos, fijar el arancel del pan y de la carne y reglamentar el precio de las aposentadurías de la Casa de Comedias.

Un cabildo indiferente

Es verdad que la indiferencia del Cabildo llegó en ciertas épocas á tal punto, que cuando se terminó el primer libro de actas, no fué posible en algún tiempo conseguir otro donde estampar las resoluciones de aquel ilustre cuerpo. Las calles eran estrechas y el descuido municipal dejaba amontonar frente á las viviendas los desperdicios de la población que periódicamente se arrojaban en los solares baldíos; los animales discurrían á la ventura por la ciudad, los carreteros desuncían sus bueyes en la Plaza Matriz ó en el despoblado de Sostoa (José F. de Sostoa), donde la vara del alcalde á menudo tuvo que intervenir para apaciguar las reyertas de la gente de bronce. Sin embargo, en aquella humilde aldea con visos de plaza fuerte se desarrollaba una sociabilidad incipiente pero llena de carácter.

Con el gobierno civil vino el florecimiento social á fines del siglo XVIII En 1800 la ciudad conoció sus mejores días de prosperidad bajo el gobierno de don José de Bustamante y Guerra, famoso general y hombre de mundo que dio un barniz de elegancia y buen tono á la vida política colonial. Fué entonces que los saraos, las fiestas y las solemnidades que ya habían preocupado al gobernador del Pino, llegaron á su apogeo. Se alhajaron los salones del Fuerte, se formó en la plaza de armas del mismo jardín que los soldados de Otorgues destrozaron más tarde por no querer flores de »godos», se sustituyó la guardia del cuerpo del Fijo, por alabarderos y las candilejas y bujías hicieron resplandecer frente á los bailarines de coleta y peluca empolvada, las galas de nuestras abuelas ataviadas con las ropas abultadas que preludiaban ya la época de la crinoline y el miriñaque.

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Vestido de baile / Bailando minué 1810

 

La tradición doméstica ha trasmitido la crónica de aquel legendario sarao en que el gobernador Bustamante hizo pareja con doña María Josefa de Elizondo, la noble esposa del prócer Yallejo. cuyo hijo, el bizarro oficial don Luis bailó allí su primer rigodón (Danza francesa) y dirigió los pasos de minué que fueron tan diestros, el ministro del  Santo Oficio Juan Ellauri, el asesor don Francisco de los Ángeles Muñoz , el comandante de los criollos don Prudencio de Murguiondo, el maestre don Francisco Juanicó, el alférez , real de 1801 Don Mateo Vidal, Don Pascual Parodi, el alcalde don Antonio Pereira, el brigadier Orduño , el administrador don José Prego de Olíver y el linajudo ministro de la Real Hacienda don Jacinto Acuña de Figueroa

 

De bailes, saraos  y regresos

El rape, los panales, los bollos, la menta, el licor de rosa y la caña de Portobello no eran cosa para hacer perder la cabeza á los que frecuentaban el ambigú (mesa de platos). Así fue felizmente, pues los bailarines necesitaban toda su serenidad para conducir luego á las damas á través de calles lóbregas y desiertas, donde á no ser por las linternas de mano los viandantes se exponían á estrellarse contra las rejas salientes ó caer en algún bache de la calzada.

Pero no era solamente en estos grandes saraos con que se festejaban los días del rey ó el santo del gobernador que lucieron su cortesanía los ‘ ‘dandys’ ‘ parroquianos del aristocrático café del tuerto don Adrián más famoso por la falta de su ojo que por el chocolate que servía. La tertulia de familia incorporada á las costumbres coloniales desde los tiempos de Viana era el teatro diario de la sociabidad de Montevideo. Allí los jóvenes hacían música y se galanteaban en medio de la danza, mientras los viejos jugaban á la malilla ó al solo y las matronas hacían calceta comentando el ultiino sermón del Padre Orttegu ó el nuevo privilegio concedido á las hermanas de la cofradia

Sociales de la época

Famosos tiempos coloniales las de las tertulias de Chopitea, Godefroid, Vidal, Maturana y Pagóla, donde damas y caballeros se reunían los domingos después del paseo do la tarde á lo largo del Recinto y de la visita á los candombes de los negros benguelas. En aquellas reuniones alternaron la severa hermosura de Cipriana Herrera, la futura baronesa de la Laguna con el donaire de las Mentasti; la gracia criolla de las Magariños con la belleza del norte de las Obes; el tipo virreinal de las Reissig con sus finas siluetas, de las Maturanas y las delicadas figuras de las Pozo, García de Zúñiga, Mas de Ayala, Oribe, Bianchi y muchas otras cuyo recuerdo mantiene la tradición doméstica y perdura en esas frágiles miniaturas engarzadas en relicarios cincelados con que se adornaron nuestras abuelas. Los saraos del Fuerte y las tertulias de familia no fueron las únicas reuniones elegantes de la sociedad de antaño. También  la humilde sala de la Casa de Comedias se codeaba la presencia del coloniaje: en el palco del gobernador, Junto á Soria ó Vigodet, se sentaba en las noches de gala el alcalde de primer voto Salvañach y sus regidores, incluso don Jaime Illa, quien, en 1811, abandonó su vara y la tertulia de su tienda para hacerse artillero y vérselas con Artigas en Las Piedras;también iba allí el oidor Acevedo,el secretario Cavia y algún otro magnate del virreinato. Los palcos y la platea estaban destinados á la gente hidalga y allí se realizaron memorables justas de elegancia y buen tono.

Las damas, después de la misa del alba en la Matriz ó San Francisco, recorrían, seguidas de la fiel esclava, los puestos de la Recova y la plaza de la verdura, para terminar en la tienda de Pepillo de la Plaza ó en la pulpería de Juan Soldado. Los caballeros, que reverenciaron á estas damas, empuñaban durante el día la vara de medir, manejaban la balanza y volcaban fardos, porque esas modestas tareas eran entonces compatibles con la peluca, el sacón y el calzón corto que por la tarde lucían on la reunión del “Café de la Alianza”, punto de cita de los mozos de comercio. Por lo demás, la vida deslizaba tranquilamente, sin más acontecimientos que las procesiones de Corpus, las proclamas de los reyes de armas, los paseos del pendón real, la llegada de alguna fragata española con pliegos del virrey  ejemplares de la ‘ ‘Gaceta» el cambio de gobernador y la mutación del Cabildo.

La Revolución de mayo como una chispa incendiaria.

Desde el principio, los criollos que ya conspiraban, se separaran de los españoles, y si aquéllos se empeñaban en reconocer la junta de Buenos Aires éstos, encabezados por el gobernador don Fernando de Soria y Santa Cruz y el Cabildo, despidieron con cajas destempladas al doctor Passo, que vino de Buenos Aires á pedir la adhesión de Montevideo á la junta de mayo.

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Convento de San Francisco / Expulsión frailes artiguistas / Casa de la Comedia

 

Se acabaron los saraos del fuerte, las tertulias, los paseos del Recinto y las noches de la Comedia, pero en cambio tuvimos la sorda conspiración de los patriotas que se reunían en el convento de San Francisco y en el Café de San Miguel. En aquellos momentos la revolución que se incubaba en los claustros franciscanos con Montorroso, Lamas, Pacheco, Farmiñán, Posse v demás frailes patriotas, pudo tener su caudillo civil en el doctor Lucas Obes, »leader » de la Junta de Mayo en los cabildos abiertos de junio  1810 Pero Soria lo deportó á la Habana después de la sublevación militar de Vallejo y Murguiondo, quienes, á la cabeza de los patricios, casi dan por tierra con el gobierno colonial.

 

El gobernador Vigodet  y Elío con sus insignias virreinales vinieron á cortar de raíz aquella «mal a cizaña’’, como llamaban los empecinados á los patriotas. Con el rudo y leal virrey español vino aquel famoso fray Cirilo con su »Gaceta”, y se levantó la horca para los rebeldes frente á los muros de la Ciudadela, y se arrojó á los frailes franciscanos fuera de portones, y se Llenaron de patriotas las crujías del Cabildo, y nadie chistó durante algún tiempo en la pequeña ciudad, puesta en pie de guerra para someter a Buenos Aires y resistir el asedio artiguista.

Por si están para más…

El 4 de setiembre de 1810, Manuel Belgrano, vocal de la Junta, era designado Gobernador y general “con el encargo de proteger los pueblos de la Banda Oriental y levantar en ellos nuevas fuerzas” Belgrano pidió que pasase a sus órdenes Manuel Artigas.

Manuel Artigas, el primo hermano de José Gervasio

http://viajes.elpais.com.uy/2012/07/02/manuel-antonio-artigas-heroe-de-las-dos-bandas/