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La verdadera hazaña de Long y Owens

No siempre el ganador es el más digno de admiración. Otras veces la derrota se sobrelleva con tanta dignidad que se transforma en un triunfo; pero éste es un caso muy particular.

Nuestros héroes son Luz Long y Jesse Owens.  A uno le surgen dudas sobre el orden de prelación, pues deportivamente y más aún para los nazis, Long fue un perdedor. Jesse Owens en cambio, fue uno de los más completos atletas que conocieron los Juegos Olímpicos. El asunto es que en esos juegos creados en la antigua Grecia, el deporte es en realidad un pretexto; el verdadero objetivo es el entendimiento entre los hombres, el humanismo que inventaron esos mismos griegos. Aunque ellos lo practicaron bastante poco, igual que todos nosotros… hasta hoy.

En ese contexto y en haras de ese elevado objetivo, Luz (o Lutz) Long hizo en 1936 lo más digno pero lo que menos le convenía, en tanto que Jesse Owens solo aprovechó un buen consejo y luego dio testimonio de su agradecimiento y admiración hacia el alemán. No es que Owens careciera de  integridad moral (luego demostró que la tuvo), sino que en ese episodio no fue puesta a prueba.

Probablemente a lo largo de toda la historia, al ser humano le fue más cómodo y conveniente ser egoístas y no correr ningún riesgo. Además, y eso es lo peor de todo, tener apego a los grandes valores morales y estar dispuesto a sacrificarse por otro, acarrea poco mérito. ¿Conocés alguna imponente mujer que se sienta atraída por un hombre buenito? Un hombre buenito más bien es un boludo al que no se le debe confiar un puesto gerencial. ¿O no? Ser buena persona tiene poco marketing.

Ubiquemos el escenario. La Primera Guerra Mundial, como todas las guerras, no sirvió de experiencia en absoluto. La humanidad ya estaba preparándose para una nueva matanza. En 1936 los Juegos Olímpicos se disputaban en Berlín y Hitler los quería usar como instrumento de propaganda ideológica, incluyendo muy especialmente esa estupidez de la superioridad de una supuesta raza aria. Para empezar, la tal raza aria no existe más que en los delirios de personas con alguna patología social.  Si existiera y se cumpliera aunque fueran algunos de los postulados escogidos, los arios no serían rubios sino recontramorochos y nariguetas, dado el lugar de procedencia mítica.

En mis tiempos de Preparatorios de Derecho, todavía había una bolilla de biología donde se hablaba de capacidad craneana y se sugería abiertamente que, a mayor capacidad, mayor inteligencia. Y se infería falsamente que quienes ahora son calificados como “caucásicos” tenían más cantidad de cerebro. ¡Habrase visto semejante ñoñez, según la cual los elefantes y las vacas serían más inteligentes que nosotros!

Pues bien, solo hace falta leer “Mein Kampf” para comprobar que realmente hay seres humanos inferiores y que al frente de esa tropilla está Adolfo Hitler y todos los que en él creyeron y los que todavía hoy tienen algunas cosquillitas por ese lado. Mirá que a esos neo-racistas  los podés tener a tu lado todavía hoy, posando como si fueran seres humanos,  hablando de la mítica Thule si se las dan de cultos, o pagando más cara cualquier cosa que tenga origen en Alemania.

Naturalmente, no es un defecto ni de Alemania ni de los alemanes, una nación admirable en muchos sentidos; antes y ahora.  Es un problema ideológico, una aberración que como las pestes medievales afectó una Europa en la que quién sabe por qué, cohabitaron personajes como Hitler, Mussolini y Franco. También hay una inexplicable tendencia de algunos a considerarse inferiores a otros o de tener un irrefrenable  impulso a obedecer y someterse. ¿Querés una prueba fehaciente? En uno de los últimos censos de hogares te preguntaban tu origen racial y seguro que le daban vueltas para justificar lo injustificable. Yo exigí al encuestador que llenara la casilla con “ser humano”.

Mirá los videos y las fotos de la inauguración de las Olimpíadas de Berlín y de los fastuosos desfiles, de la contractura de hombro de una multitud levantando la mano derecha en una patética imitación de lo que suponían una costumbre espartana, y de toda una pose monumental y acartonada. ¡Cómo no iban a perder la guerra!

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Luz Long era uno de los “arios” perfectos en los que el nazismo confiaba para demostrar la superioridad, particularmente ante los negros. Era un atleta de magnífico estilo y excelentes marcas en el salto largo. Pudo derrotar a Jesse Owens porque el estadounidense tenía un problema con el pique: su pie sobresalió dos veces la marca permitida y un tercer intento fallido lo hubiera descalificado.

No era esa la manera digna de triunfar que concebía Long. Debía ganar el mejor y no el derrotado por un reglamento. Así que le aconsejó al glorioso negro que picara un poco antes, pues se sobraba en salto para ganar aún perdiendo algunos centímetros. De hecho, lo que ambos querían, era un nuevo récord mundial, una nueva meta alcanzada por el ser humano, fuera del color que fuera.

Terminada esa competencia, celebraron juntos, entrenaron juntos y juntos desarrollaron una de las amistades más profundas y enriquecedoras en un período histórico que no se caracterizó por esos valores sino mas bien por el odio. Los nazis viscerales que había en el estadio resollaron por la herida, pero, justo es reconocerlo, muchísimos de esos espectadores que hicieron el saludo nazi, también celebraron silenciosamente el gesto de Long y el triunfo de Owen.

Luz Long encarnaba al ario ideal: era rubio, de ojos azules, medía 1.84 m. y tenía flor de pinta. Pero fallaba en algo: era una magnífica persona y pudo demostrarlo. ¿Cuál fue el resultado práctico de su gesto? Pues que lo discriminaron como atleta y lo mandaron a la primera línea de fuego en Italia, donde resultó herido durante la invasión aliada de 1943 y murió días después en un hospital británico. Salvo por Jesse Owens, pocos se acordaban de él.

Jesse Owens ganó en esas olimpíadas las competencias de 100 y 200 metros llanos, el salto largo y la posta de 4×100. Fueron cuatro medallas de oro y varios récords que perduraron muchos años; toda una hazaña por la que se lo recuerda en el mundo del atletismo.

Pero… pero…

Veamos. En Berlín se hizo una excepción y se le permitió hospedarse en los mismos hoteles que los “blancos”, cosa inimaginable en el Estados Unidos de esos tiempos. Se dice que Hitler le negó el saludo, pero él desmintió esa aseveración, pues aseguró que mientras pasaba triunfante por la pista, ambos intercambiaron saludos a la distancia. En la misma biografía no esconde su resentimiento con Roosevelt, quien ese sí, no lo recibió en la Casa Blanca. No fue una actitud coherente con la trayectoria del héroe político de la segunda guerra mundial, pero se ajustó a la conveniencia electorera, pues saludarlo quizás hubiera acarreado una derrota. Naturalmente que aún considerando el contexto, la anécdota es igualmente imperdonable.

Jesse Owens era nieto de un esclavo e hijo de un granjero, séptimo de los once hijos de Henry y Emma Owens. No se llamaba “Jesse” sino James Cleveland, pero a los blancos estadounidenses les encantaba cambiarle los nombres a los afroamericanos (eufemismo que me rechina) y “JC”, fonéticamente parecido a “Jesse” fue la solución que el futuro atleta aceptó con resignación. No vayas a suponer que Jesse andaba por allí llorando su condición;  simplemente se la bancaba porque no podía hacer otra cosa, pero jamás fue un adulón de los blancos ni un resignado.

Comienza a romper récords atléticos en 1933 y eso le ganó ofertas de varias universidades. El, vivo como un rayo, hizo como una licitación y aceptó a la institución que le prometió trabajo para él y su padre, asegurando la estabilidad económica de su familia.

Cuando regresó a su patria luego de las Olimpíadas, los neoyorkinos detuvieron la 5ª. Avenida y lo aplaudieron a rabiar durante el tiempo suficiente como para volviera a su trabajo de botones en el Waldorf Astoria. La Wikipedia hace notar que más tarde contaría: “Cuando volví a mi país natal, después de todas las historias sobre Hitler, no pude viajar en la parte delantera del autobús. Volví a la puerta de atrás. No podía vivir donde quería. No fui invitado a estrechar la mano de Hitler, pero tampoco fui invitado a la Casa Blanca a dar la mano al Presidente”.

La entrada y el dormitorio de la casa natal de Jesse.

Su vida posterior a los triunfos no fue un lecho de rosas según destaca la misma fuente. Tuvo muchas dificultades y pasó a ser un promotor del deporte, esencialmente un animador de espectáculos. Su autopromoción acabó eventualmente convirtiéndole en relaciones públicas en Chicago incluyendo una larga temporada como “pinchadiscos” de jazz. En 1968, Owens recibe algunas críticas por apoyar los turbulentos disturbios raciales que sucedieron en los Juegos Olímpicos de México de ese año. No vayas a asociar el racismo con alguna ideología en particular, sin olvidar que en la Unión Soviética de Stalin, por ejemplo, los judíos y los negros sufrieron cruel discriminación.

Pero las cosas fueron cambiando y para bien en Estados Unidos, donde en 1976 Gerald Ford le concedió la Medalla Presidencial de la Libertad y George H. W. Bush le concedió a título póstumo en 1990, la Medalla de Oro del Congreso. En 1984 una calle de Berlín fue renombrada con su nombre y en el distrito de Lichtenberg hay una escuela denominada “Jesse Owens”. ¿Y los honores alemanes a Luz Long? Bueno, no los disfrutó en vida, pero con el tiempo, se le puso su nombre a una calle cerca del estadio de su ciudad natal, también a otra cercana al Estadio Olímpico de Munich y el Comité Olímpico Internacional lo distinguió con la medalla Pierre de Coubertin. Lástima que no estaba en condiciones de enterarse.

Owens tuvo problemas económicos toda la vida y llegó a protagonizar ridículas carreras contra caballos, autos y hasta aviones, naturalmente arregladas, como si fuera un espectáculo circense. Fumaba un paquete de tabaco todos los días durante 35 años y, como era de esperar, falleció en cáncer de pulmón en 1980, con 66 años. Está enterrado en el cementerio Oak Woods de Chicago.

Eso sí, en el pueblo natal que se denomina Oakville (Alabama) está el Jesse Owens Memorial Park (http://www.jesseowensmuseum.org) del cual surtimos muchas de las fotos que ilustran este artículo. Es muy visitado y no vayas a creer que es otro reconocimiento de su país, pues el parque es privado, lo cual no tiene nada de malo… pero marca una diferencia. El reconocimiento consiste en que es visitado y conemplado con un recogimiento que a él le hubiera gustado.

Como remate, dos reflexiones.

–Una de Jesse Owens sobre Luz Long: «Se podrían fundir todas las medallas y copas que gané, y no valdrían nada frente a la amistad de 24 quilates que hice con Luz Long en aquel momento

–Y otra del Editor de Viajes: los tiempos cambian y hoy Estados Unidos estuvo presidido por un afroamericano, quien ganó en franca disputa con una mujer que pudo ser la primera mujer presidiendo ese país. Seamos francos ¿es esa una circunstancia que puede repetirse hoy en día en un país como Uruguay que muchos consideran libre de racismo y de chauvinismo?

Antes del punto final, una tierna imagen de niños que disfrutan el parque del museo, sin pasárseles por la cabeza distinciones que son un producto aberrante de la cultura, pues no toda cultura es buena.

Guillermo Pérez Rossel