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¿Cuántas veces se inventó la penicilina?

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No se trata desprolijidad en el laboratorio y de un cultivo donde las bacterias huyen de un hongo, sino de encontrar científicos y laboratorios serios, con buena onda, que no anden escondiendo filones ni prometiendo milagros. Los antibióticos cambiaron la historia de la humanidad… y también pueden terminar con ella.

Primero aclaremos que la penicilina hace años que no sirve (casi nada) y los antibióticos nuevos no se descubren con la velocidad a la que surgen cepas resistentes. Sumale que los antibióticos tampoco sirven en la actual pandemia con virus, pero salvan miles de vidas cada día. Con unos 7.500 millones de seres humanos hacinados en todo el mundo, no existen personas que no hayan tenido decenas o cientos de infecciones… tampoco existen las que no se hayan auto medicado antibióticos y  lo hayan administrado tan mal, que lograron gestar microbios inmunes.

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Lo que se dice hasta el hartazgo es que la penicilina fue descubierta por el escocés Alexader Fleming en 1928, en el hospital St. Mary’s de Londres. Es como una historieta: al salir de vacaciones Fleming olvida una placa de cultivo bacteriano donde, por casualidad, crece un hongo. Cuando vuelve de la playa, la limpiadora (si la tenía) no había ni entrado al laboratorio, lo que permitió que a Fleming lo atropellara el hallazgo  científico del siglo.

Pues bien, aseguran que este cuentito reiterado es falso. Los mohos eran utilizados desde la antigüedad para curar heridas y los revisionistas ubican al británico John Scott Burdon-Sanderson como el primer científico en dejar constancia ¡en 1870! de los efectos benéficos del hongo penicilinum. El problema es que el revisionismo no se detiene y ubica como predecesores de Fleming a Joseph Lister, John Tyndall, Louis Pasteur, sin olvidar que otros en Italia, Francia y Bélgica, constataron y estudiaron este mismo fenómeno. La penicilina pasa a ser el descubrimiento más descubierto en la historia de la medicina.

¿Entonces Fleming era un triste punguista de descubrimientos? No señor, Fleming fue insustituible en el desarrollo de los antibióticos, porque fundó una línea de investigación y publicó su trabajo en revistas que todos los científicos podían consultar, lo que fue muy generoso de su parte. Pero no tuvo éxito de la manera convencional, no se hizo rico y al no poder aislar y estabilizar el principio activo para comercializar el producto, lo dejó semi olvidado durante diez años para ocuparse de otras cosas.

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La medicina será muy noble y habrá muchos médicos con más mérito que generales y políticos  para justificar esas estatuas y avenidas que los recuerdan… pero los científicos no son inmunes a la envidia y al ninguneo. El Dr. Norman Heatley opinaba que Fleming no había sido un gran científico… pero resulta que Heatley revistaba hospital Radcliffe Infirmary de Oxford que acabó purificando la penicilina para convertirla en el medicamento que salvaría millones de vidas. Era entonces una fuente interesada. Hasta puede encontrarse literatura científica donde al producto de Fleming lo llaman despectivamente “jugo de moho”. ¡Qué feo e injusto para una vida dedicada al conocimiento y al método científico, como fue la de Fleming!

El de la penicilina es el ejemplo perfecto para la serendipia,  es decir, el descubrimiento realizado por accidente más que por investigación. Sin embargo, para incluir su descubrimiento por detrás de esta calificación peyorativa, habría que eludir que Alexander era un investigador eficiente, cuidadoso y justo, como lo revela el hecho de que él nunca ocultó que también  tuvo mucha suerte… o tuvo la honestidad de reconocer que no todo se debía a su talento.

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St Maris Hospital, donde se inició Fleming

Para administrar justa justicia, habría que dar gracias a Oxford por su generosidad y paciencia ante tres científicos que producían grandes erogaciones y pocos ingresos, y también a los gobiernos, primero el de Inglaterra que no sucuchó el descubrimiento para usar su potencial bélico sino que se abrió pese a que la Segunda Guerra Mundial estaba en su apogeo y la salud de civiles no figuraba entre las prioridades. Más aún, al no poder hacer más por la penicilina, Inglaterra apeló a la contribución de EEUU y con el patrocinio de ambos gobiernos fue que tuvimos producción masiva de penicilina, un antibiótico que hubiera salvado la vida del padre del autor de esta compilación, si hubiera estado disponible en Uruguay un año antes de su muerte. Mi padre falleció con 33 años, no tuvo tiempo de vivir ni de celebrar la victoria de los Aliados.

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Habría quedado lindísimo en la biografía de ambos… pero no era cierto.

En tren de menoscabar el aporte de Fleming, hay que seguir desmitificando. No es cierto que Winston Churchill le pagó los estudios. Su biógrafo Kevin Brown la califica de fábula asombrosa. “Tampoco fue Fleming quien salvó la vida a Churchill durante la Segunda Guerra Mundial. Este fue curado utilizando otro medicamento, llamado Sulphapyridine, el cual era conocido entonces con el nombre de M&B 693 por los laboratorios que lo desarrollaban, May & Baker Ltd. En una entrevista radiofónica, posterior a la guerra, Churchill se refirió al medicamento que le salvó la vida como «El admirable M&B». Esta cita se la debemos a los juiciosos colaboradores de la Wikipedia y me gustó respetarles la redacción.

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Un escritorio atiborrado, el escenario perfecto para descubrir un hongo

Fleming era un investigador cuidadoso y objetivo… pero no se destacaba por la higiene en su laboratorio, habitualmente desordenado. Al regresar de sus vacaciones, se disponía a limpiar todo cuando le llamaron la atención unas placas de Petri sembradas con Staphylococcus aureus. Las colonias bacterianas que se encontraban alrededor del hongo eran transparentes debido a una lisis bacteriana. El hongo (Penicillium notatum) es un moho que produce una sustancia natural con efectos antibacterianos: la penicilina.

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Fleming trabajó con el hongo durante un tiempo pero la obtención y purificación de la penicilina a partir de los cultivos de Penicillium notatum resultaron difíciles. La comunidad científica británica creyó que la penicilina sólo sería útil para tratar infecciones banales y por ello no le prestó atención.

Pero muy distinta era la apreciación estadounidense, donde pesaba la valoración de las sulfamidas, sintetizadas por el químico de la Bayer Josef Klarer. Fue el primer antibiótico efectivo y era una ventaja comparativa que tenía la medicina militar alemana. Tan poca fe le tenía Fleming a su penicilina, que no la patentó para que esa información quedara disponible para otros científicos. Las investigaciones continuaron en Estados Unidos por parte de  Ernst Boris Chain y Howard Walter Florey. Por eso el Premio Nobel de Medicina de 1945 fue otorgado a Fleming, pero también a Chain y a Florey.

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En la estatuaria urbana abundan los generales a caballo y con su sable apuntando hacia el futuro. Le debemos muchos monumentos a los médicos, pero ¿te los imaginás en medio de una plaza esgrimiendo un termómetro, todo en bronce?

Las historias de descubrimientos están plagadas de ejemplos en que a los descubridores se los ignora, se les niega el reconocimiento. No es el caso de Fleming, quien cuando murió en 1955 por un ataque cardíaco, fue enterrado como un héroe nacional en la catedral de San Pablo, en Londres. Y no era para menos, pues nuestro protagonista había inaugurado la Era de los Antibióticos, a la que deben la vida desde entonces, millones y millones de pacientes. Un derivado, la estreptomicina revolucionó el tratamiento de la tuberculosis, padecimiento aterrador en aquél tiempo.

¿Qué tan grave es el abuso en la utilización de antibióticos? A menos que algo cambie el curso de las cosas, llegará un momento en que los antibióticos ya no sean una solución dado que todas las bacterias se hicieron resistentes. Hacia ahí vamos.

Es el caso de las bacterias intrahospitalarias, ante las cuales no surten efecto ni los antibióticos más poderosos ni las más estrictas normas de higiene. Los médicos tratan de que sus pacientes no tengan que ser internados por el riesgo de contraer alguna infección durante o después de una cirugía. Curiosamente, en la lucha desesperada contra esas bacterias, los médicos están recurriendo a antibióticos de los primeros años, de los que se prescindía hace años justamente por la resistencia adquirida por los patógenos.

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Esta lucha desesperada comenzó en China hace unos 6.000 años, cuando aparecen trazas de una pandemia de influenza, quizás la primera. Esto no ocurría antes de la invención de la agricultura, cuando el almacenamiento de granos posibilitó la vida concentrada en ciudades. Hipócrates había descrito los síntomas de la influenza 2.400 años atrás. De manera que esta lucha con los virus es de nunca acabar.

Guillermo Pérez Rossel

https://www.bbc.com/mundo/noticias-51962135