Casi naufragio en las costas de Colonia
Ponete un traje de neopreno y si sos católico, no te olvides del rosario… porque vas a tener que rezar cuando Alberto casi nos haga naufragar al estrellarse un crucero en las restingas de la Isla Farallón. Tanto leer las noticias; ahora vas a experimentar de primera mano los sustos de una de esas aventuras que depara el Río Gran de Como Mar.
Por Alberto Moroy
En la portada el faro de la isla Farallón, ubicado frente al puerto de Colonia del Sacramento, a 6 km al Este de la punta de la escollera. Fue inaugurado en el 1870. La altura de la torre: 79 altura del plano focal: 86 mts. La torre es de ladrillo redondo blanco. La linterna y el nivel de la sala de observación tienen rayas verticales blancas y rojas. La historia de hoy representa el preludio de un frustrado naufragio frente al puerto de Colonia.
Le decían ángel, se llamaba Ángel pero no era un ángel. Era uruguayo, una mezcla de gaucho sotreta de la campaña, con piel de marinero, que en fondo escondía un espíritu libertario y poco amigable a la hora de recibir órdenes, sobre todo las que no le eran funcionales a su otro yo
Como muchos de su época se habia convertido en “baqueano” del rio a la vieja usanza, donde la suerte, los golpes y porque no algunos favores pagos, aunque no constaban, le habia permitido sacar el carnet de patrón de yate a Motor.
Era “un tigre” arriba el barco, lo conocía bien y se movía mejor, pese a ser un crucero importante y bien motorizado, con 600 hp de potencia y con todos “los chiches” que requerían conocimientos en otras disciplinas. Nunca lo vi trazando un rumbo en una carta náutica, cosa que importa en el Rio de la Plata por la gran cantidad de barcos hundidos y faltos de boyas, que hay que sortear camino a Punta del Este. Menos se lo veía manejando el radar.
Así era el crucero
Línea de flotación, de eje / Motor Caterpillar y pata de gallo sujeta eje de la hélice
Ángel cocinaba buenas minutas y era atento con las vistas, aunque no tenía el “randebu” de otros marineros Su idioma gestual uruguayo, denotaba recelo ante los ojos de otro oriental como yo, no así en Buenos Aires donde la gran ciudad maneja otros códigos, otros gestos, otras caras y actitudes.
La partida tardía
Esta tardanza en partir tenía un fin solapado, Ángel pretendía embarcar a su novia sin haberle avisado al dueño de la embarcación para pasar un mes en la marina de Punta del Este. La situación que se resolvió cuando llegó éste y lo desautorizó. La cara de Ángel se transformó, afloró “la mirada sotreta” mascullando entre labios, y respondiendo de malos modos las directivas que le daba el dueño de la embarcación.
Marina el Norte municipio de San Fernando Buenos Aires (Rio Lujan)
Partimos raudamente casi a 12 nudos (24 km/h) de velocidad de una marina de San Fernando (Municipio del conurbano bonaerense) con rumbo a nuestro destino; si daba el tiempo se iba directo a Punta, si no una recalada en Puerto Sauce, la noche habia avanzado bastante. Ángel llevaba el barco como lo haría un camionero “canchero” en la ruta, “lonja y lonja” mientras nos sacudíamos de lo lindo. No planifico nada, no trazo el rumbo previo como es de costumbre, sobre todo para situarse con mal tiempo, ni siquiera tenía las carta náuticas correspondientes a mano, se guiaba que su “experiencia” y mal humor. Antes había pasado el Canal Mitre, sin respetar el unico paso posible, por el refulado del dragado del mismo y posibles caños abandonados, al menos para los veleros que es el pilote 8.
El viento aumentaba, 20, 25 nudos y rachas de 30 (60 km/h), adentro era una coctelera, la noche, la marejada y sobre todo los vidrios polarizados que nunca debieron haber estado, obligaba pilotear en barco de la timonera superior a la intemperie, como la tienen muchos cruceros.
El reflejo de los instrumentos en los vidrios polarizados hacía casi imposible la visión hacia el exterior cuando se perdió la luminosidad, sumado a las salpicaduras propias se la navegación con marejada. Adentro reinaba la calma, mis sobrinos de corta edad dormitaban como forma de mitigar un viaje poco placentero, cargado de contrariedades, pero a ojos vista unas vacaciones soñadas para quienes no habían disfrutado nunca un mes con barco a disposición en Punta del Este. En la popa un gomón (bote de goma) desinflado (grave error) con su motor.
Lo que comienza mal termina peor
Eran las 11,30 de la noche y estábamos viendo las luces de Colonia del Sacramento en la costa Uruguaya. A lo lejos las boyas del canal subían y bajaban desapareciendo de la vista por el oleaje, en el momento que el anemómetro marcaba rachas de 30 nudos (60 km/h). Navegábamos incómodos, en mi caso soporté algunas tormentas con mucho más viento, pero en velero la situación es muy distinta. Ángel decide recalar en Colonia aun estando pasado, vira hacia donde veía las luces, de pronto un ruido espantoso paró los motores… eran las doce de la noche en punto. Sin dudas nos habíamos llevado “algo puesto”, y eran las restingas de la isla de Farallón, un promontorio rocoso de 160 mts de largo a 6 km al S.O del puerto de Colonia, rodeada de piedras, la mayoría sumergidas al menos por una distancia de 1900 mts. sobre todo en su cara SO, coronada por “terrible faro” desde 1876, que Ángel no vio, y menos los que estábamos adentro en calidad de turistas y confiados en su expertizaje.
f Foto del faro tomada en una fecha más reciente, sin edificaciones laterales
Lo primero que hice fue tratar de observar el cuadro de situación como para tomar medidas, y haciéndome la composición de cómo sería abandonar el barco y llegar hasta la isla de Farallón en plena noche cerrada…El bote no se podía inflar en la emergencia, mis sobrinos adentro con cara de pánico, “el Ángel” con los ojos fuera de órbita, y yo viendo que todavía flotábamos, abrí la tapa de la sentina previo a retirar la alfombra, para ver si habia ingresado agua por las patas de gallo (soporte del eje de las hélices debajo del agua), generalmente un golpe así las arranca, generando un rumbo importante que inunda rápidamente la zona de motores, y más.
Viendo que no hacíamos agua, me vino el alma al cuerpo, Ángel arranco los motores tratado de ir “sobre sus pasos.” El crucero vibraba y avanzaba poco pese a que el régimen de marcha era alto. Enseguida tomé la radio VHF y me comunique con la prefectura de Colonia previo el clásico “Mayday” (señal de auxilio por el canal de emergencia 16), pidiendo instrucciones de cómo entrar en el puerto en emergencia. Por un instante me acorde de relatos y un caso que fui testigo en la roca “la Caldera” muy cerca del Puerto de Punta del Este donde su capitán hizo abandono del velero, ante el reclamo de derecho de rescate (50% del aforo de la embarcino) de cuerdo al derecho internación sobre rescates de embarcaciones. Es decir, los rescates tienen costo y suele ser muy alto.
El mal trago
Mientras la lengua se me secaba provocándome una comunicación complicada, prefectura me preguntaba repetidamente si quería el rescate de la embarcación, mientras me decia tranquilícese. Sabía que para los tripulantes es su obligación asistirlos por eso Insistía que no quería remolque, solo instrucciones para ingresar al puerto en emergencia.
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Puerto de Colonia amarras al borneo
Escollera del puerto de colonia
Ya amarrados al borneo en la boya del puerto a la madrugada, con al situación controlada y distendidos, pero sin saberlo, sujetos a la decisión de prefectura para continuar la singladura a Punta del Este. Lo primero que atinamos por la mañana fue a inspeccionar las hélices que siendo de al menos 40 cm, de diámetro y pesadas, quedaron como repollos. Ángel con mucho trabajo, sacó con una llave Stilson de al menos 80 cm. de largo, la tuerca que sujeta la hélice buceando como podía y cuando iba por la otra hélice, aparece Prefectura avisando que estaba “totalmente prohibido” bucear en la zona del puerto. Eso es así, solo que no tenía idea de la prohibición en emergencia
Llegan las hélices
Lo que siguió parecía de película. Previa comunicación con el dueño de la embarcación en Buenos Aires y siendo este conocido de los de los dueños de los alíscafos de aquel entonces, con solo pasarle el nombre de la embarcación y sabiendo que era armada en Argentina, dieron con el astillero que armó el barco y por su intermedio al que fabricó las hélices en San Fernando (Arg.). Después, de tres dias matando el tiempo, casi como disfrutándolo, apareció Prefectura por el muelle donde no circulan autos en su camioneta, con la luz del techo titilando y sin quererlo un mar de curiosos que sacaba la cabeza por las escotillas al etilo del “tucu tucu” (como para no perderse nada). Nos descargan dos hélices nuevas que habían llegado vía un aliscafo al puerto de Colonia y nos explica la rutina a seguir.
Aliscafo Flecha de Buenos Aires (incorporación 1962, baja 1999)
Prueba de hélice y camino al Pto del Buceo
Hubo que llamar a un buzo profesional, que por esas “casualidades” estaba en Montevideo. Su honorario no era poco, además de pagarle el pasaje de ida y vuelta desde y hacia. Cuando ya festejábamos la partida, nos avisa Prefectura que el barco debía pasar una inspección, que el inspector estaba en Buenos Aires y volvería por Colonia al dia siguiente, en este caso no arancelado. Así al arribo de éste partimos a dar una vuelta con el por las aguas circundantes. Nos pide que lo pongamos a fondo, no más de 15 nudos por ser un barco muy pesado y si bien el barco vibraba, era normal a toda embarcación necesita un ajuste fino retocando el paso de la hélice.
Rampa para deslizar la cama porta embarcaciones Pto. Buceo
Vacaciones frustradas
Nos autorizo la partida solo hasta el Puerto del Buceo donde debíamos sacar la embarcación a tierra para corregir las vibraciones e inspeccionarlo. A partir de ahí podíamos seguir hacia Punta del Este. El puerto del Buceo no tenía y no sé si tiene un travel lift (Cama mecánica que levanta y transporta la embarcación) para ese peso, por lo que el barco se sacaba en una cama de madera remolcada desde tierra con eslingas, su costo no era nada menos que los mil dólares para empezar, el ajuste de la hélice y puesta a punto otra cifra similar o más, y quien sabe como seguiría. Así que habiendo partido hacia ese puerto y intuyendo que la maniobra podría ser el postre de una mesa servida, en la mitad del canal “decidimos” volver Buenos Aires donde todos estos problemas tenían una solución más económica.