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Florianópolis cuando un país grande quería ser un gran país


Florianópolis en los 70, o reflexiones acerca del progreso fulminante de Brasil a partir de ese momento.


Alberto Moroy nos regala sus recuerdos de un viaje realizado hace 40 años, cuando los uruguayos paseábamos el orgullo irresponsable de un país pequeño pero formidable que terminaba de poner la marcha atrás mientras, Brasil pisaba el acelerador  para llegar a ser la potencia mundial que hoy es.

Casualmente el editor de Viajes.ElPaís hizo un viaje en esa época que lo llevó a Río de Janeiro. Los recuerdos son idénticos: atraso por todos lados, política convulsionada, imagen externa de pandeiro y palmera, contrastando con gente muy cálida y paisajes de no creer. Todo lo necesario para que una clase media sacudiese el yugo del subdesarrollo y de las políticas económicas absurdas para empujar al país hasta lo que hoy es, atravesando como pudo, todas las circunstancias políticas que le tocó sobrellevar.

¿Porqué Uruguay no tuvo un decurso histórico semejante al de Brasil? ¿Por qué ellos avanzaron tanto y nosotros nos fuimos quedando…?  Pongamos atención, pues ahora mismo la historia nos está dando una nueva oportunidad. Este es el momento en que muchos sacan el pretexto de la dimensión de mercado, ignorando la existencia de países tan florecientes como Dinamarca, un pañuelito que figura entre los países con mayor comercio exterior.

Esta es la crónica turística de Alberto Moroy de su viaje a un país grande que se estaba transformando en un gran país. Como no encontramos fotos de la época (ojalá algún usuario nos las envíe), ilustramos el artículo con fotos que «Geoce» colgó en http://www.skyscrapercity.com/showthread.php?t=952732. Son de ahora, pero privilegiamos las imágenes urbanas para contrastar con el Florianópolis playero. El contribuyente no dice nada de si mismo, pero como escribe en inglés, se lo puede suponer otro enamorado de todo lo que tienen para ofrecer nuestros hermanos brasileños.

Tras escribir este párrafo, reflexioné que los brasileños de hoy son tan profesionales que no podían dejarnos sin fotos históricas. Y en Google encontré http://fotosantigas.prati.com.br, una web de Rio Grande do Sul que atesora documentos gráficos de 1070 a 1979 como los que se muestran a continuación.


La mayoria suele medir el tiempo en relación al que han vivido, por eso para muchos, 40 años no es nada. La primera vez que fui a Florianópolis tenia 17 años, recién comenzaba la década del 70.  Con pocos recursos partimos de Montevideo en ómnibus a la media noche, que salía de la plaza Independencia, con destino a Porto Alegre, se parecía a los de Copsa de la época, con los asientos que se inclinaban la mitad de los actuales y una cabina del los conductores con una  puerta que aislaba a los chóferes (2 ) del pasaje. Lo singular de la época es que estos conductores al igual que los de Onda intercambiaban los puestos sin parar.

Al principio todo era normal aunque en el fondo venia un grupo de jugadores de fútbol que prometía «relajo» sobre todo por la damajuana de vino de diez litros. A la altura de Maldonado se armo la batucada, el interior era un despelote, tan asi que durante el viaje los chóferes se negaron a seguir varias veces, mientras la damajuana pasaba de boca en boca. Cuando parecía que el sueño los vencía, una guitarra con la melodía de chica de Ipanema los volvía a despertar, asi  hasta la madrugada.

Cuando clareaba estábamos atravesando la frontera (Chuy) campo a traviesa, por lo que es hoy la ruta Rs-47, la continuación de la R.9 (Uruguay), es que recién se estaba construyendo la carretera (antes se cruzaba por la R 26, Yaguaron o por la playa). Lo que se veía por la ventana cuando cruzábamos la ciudad de Pelotas (R.Br-116) me hacia recordar a las películas del Far West, la calle era de tierra, totalmente embarrada por la lluvia, el ómnibus coleaba, a los costados casillas de madera de todos los colores y en las puertas la gente salía a mirar el paso del ómnibus.

A Porto Alegre llegamos al medio dia, la ciudad era grande, aunque mas chica que Montevideo. Dejamos las valijas en la terminal de ómnibus ya que a la noche nos embarcaríamos para Florianópolis, de esa forma ahorrábamos el hotel y de paso avanzábamos. El instinto de conservación nos decia que no debíamos alejarnos del centro, las «caripelas» que se veían eran de película. Asi pasamos varias horas caminado por la Rua dos Andradas y otras que no recuerdo.  En la Praça da Alfandega al final de la peatonal, grupos de varios lustra zapatos hacían las delicias del publico, improvisando una batucada con los táchitos de pomadas y los cepillos de una forma magistral.

De Porto Alegre salimos en un ómnibus parecido al que reparten a los escolares, auque de colores más vistosos. El camino era de balastro muy fino con bastante tierra colorada, ondulado y poceado. De dormir ni hablar, los asientos apenas se inclinaban, varias veces tuvimos que empujar al ómnibus entre los pasajeros despues de cada parada porque no arrancaba.

A Florianópolis llegamos por la mañana, la entrada era surrealista, ranchos todos de madera con techos de tejas y en los cables eléctricos, en los techos de las casas y en las antenas de televisión había bandadas de unos pájaros parecidos a los cuervos de considerable tamaño, que hacia recordar al la película «Los Pájaros» de Alfred Hitchcock.

Buscamos un confortable hotel de 1 estrella, que resulto ser una pensión y nos dispusimos a tomar un desayuno pantagruélico con bizcochos de panadería y un litro de chocolatada. Eran las 12 del mediodía como para ahorrar una comida. De ahí a la playa en ómnibus, no recuerdo cual, pero si que quedaba cerca de la ciudad, y que habíamos cruzado el famoso puente Hercílio Luz, inaugurado en el año 1926.  Apenas llegamos un grupo de chicas y chicos se nos acercaron, con la lógica uruguaya pensamos  que para «pelarnos» la ropa. No fue asi, enseguida me preguntaron «Voce e del Flamenco», como entendía poco les dije que si, a partir de ahí no se me despegaron.

Recuerdo que mientras me bañaba, una morocha «indexada», en una cubierta de auto, apoyaba su «humanidad» sobre el borde, me costo trabajo salir del agua sin hacer el ridículo. Cuando nos fuimos mi amigo y yo firmamos autógrafos, durante el retorno al hotel nos preguntábamos ¿qué había pasado? Al final era mi remera, roja y negra a rayas que por esas casualidades se parecía a la del equipo de fútbol Flamenco, tambien las bermudas, bastante distintas a las zungas  que usaban por esos pagos.

El centro de Florianópolis tenia un plaza bastante pintoresca, con abundante vegetación. Turistas casi no habia,»traviesos» por todo lados. No se si fue porque no preguntamos, pero seguro que el viaje a las playas mas alejadas debería ser una expedición, habida cuenta que el camino principal era de tierra salpicado de balastro. En la ciudad llamaba la intención un mercado Municipal (1898) donde habia de todo, de la comida solo recuerdo el presunto (Jamón mechado con grasa) que era espantoso.

De ahí otra noche en ómnibus a Curitiba, la ciudad era limpia pero de moderna ni hablar, bastante aburrida y poco bulliciosa, pasamos diez horas de caminata y descanso en plazas y bares hasta que a la noche  en la que partimos para San Pablo. Cuando llegamos estábamos muertos, tan asi que nos dormimos una siesta en una plaza de la Rodoviaria (terminal de Ómnibus), hasta que una lluvia intensa de poca duración nos empapó. El hotel elegido parecía de los suburbios de Macao (China) lo regenteaba un Chino y en los pasillos habia alegorías con dragones incluidos. Los mosquitos hacia estragos y varias veces durante la noche habia que combatirlos a zapatillazos, de ventilador ni hablar, no los había en casi ningún lado.


Dos dias de recorrida y partimos para Santos, por aquel entonces una ciudad linda pero bastante antigua, que seguro recordaba mejores épocas. Sobre la principal que iba hacia la playa, un tranvía hacia las delicias de los viajeros. La playa de Guaruja a la que se accedía por un trasbordador era de las mas lindas y tranquilas, también otra que se llamaba Itarere, bastante cerca de un morro sobre el agua que se llama Ilha Porchat. De regreso la misma rutina pero sin paradas en el medio, al llegar casi compramos un Drypen para dibujarnos la raya.