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Vacaciones con Gauguin

 

Parece como si las cosas feas estuvieran prohibidas en Pont Aven.

Es una pequeña ciudad recostada en el también diminuto río Aven y si no fuera reconocida por haber acogido a la escuela de pintores que tuvo a Gauguin como maestro, lo sería por sus deliciosas galletas, por sus paisajes naturales que merecen ser enmarcados aunque ningún pintor los plasme en una tela y por su gente hospitalaria y de eterna buena onda.

Vos dirás que aún así, considerando lo que cuesta llegar hasta allí, es difícil justificar un viaje desde Uruguay, pero en ese caso estarías desconociendo que Pont Aven está en Finisterre, donde Francia encara al Canal que separa Bretaña de la Gran Bretaña. Nada menos que el gran maestro Guy de Maupassant se deleitaba con Bretaña y su belleza grandiosamente sencilla. Cualquiera que lea su librito descriptivo “En Bretagne” y se empeñe en expresarse correctamente, admirará su ejercicio de sintaxis, la sublime administración de los párrafos y su capacidad inimitable para describir la profundidad de un lugar y su gente.

Entonces, ya que estás en Pont Aven podrías examinar esa arquitectura a la que con bastante frecuencia apelan en Uruguay los arquitectos de gusto más sublime, apreciar una gastronomía en la que también nos reflejamos aunque nada tengamos que ver con esa cultura y concluir, con buenos argumentos, que una estética así es el fruto de siglos y hasta milenios construyendo una manera de ser. Hay algo en lo bretón que  empuja a la belleza, más por su sencillez que por su eventual gradiosidad.

Bretagne es el lugar de aquél pueblito donde Asterix y Obelix resistían a los romanos en los momentos que les dejaba libre la cacería de jabalíes y la entrega de menhires. Casualmente es en Bretagne donde está Carnac, un lugar sorprendente, orgía de menhires. Te puedo asegurar que no hay un rincón de Bretaña que te pueda parecer poco interesante y si no me lo querés creer, ahí tenés la web oficial (http://www.vacaciones-bretana.com) que te demuestra con creces, al tiempo que te aconseja respecto a hotelería, alquiler de  auto, cómo embarcarte hacia sus islas también extraordinarias y ricas en historia.

Deberías pasear por las deliciosas calles de Nantes,  participar en algún festival celta, tendrías que perderte en los pasadizos de la increíble Saint Malo la reina de las mareas, competidora en belleza con Concarneau y su Ville Close,  visitar Fougères y su barrio medieval alrededor de la magnífica iglesia de Saint Sulpice… La lista interminable, te enseña que Bretaña es apasionante en cualquier estación del año. Todo está en la web oficial, de manera que detengamos aquí mismo una descripción que nos aleja de Pont Aven,  nuestro destino de hoy.

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El río Aven atraviesa la ciudad en un decurso caprichoso antes de transformarse en un estuario tranquilo al que llegan las mareas y en el cual se resguardan unos cuantos barcos, los suficientes para que aquello no sea un ruidoso puerto sino un remanso nostálgico. En sus volteretas, el río movía los numerosos molinos con que Pont Aven alimentaba con pan buena parte de un país que no puede concebirse sin una buena baguette y unos crocantes croissants. Pero acá lo que descolla son las galletas locales cuya degustación es obligatoria. En Pont Aven más que el pan, lo que descolla son las crepes y las galettes, no las confundas. Las primeras están elaboradas con trigo candeal y se reservan para platos dulces, en tanto que las galettes se hacen con trigo sarraceno, que en realidad no es trigo ni cereal (no contiene gluten, los celíacos están de fiesta). Con ellas se envuelven bocados salados en una variedad inusitada.

Los bretones se lamentan de que solo queden catorce molinos en Pont Aven, había muchísimos molinos cuando Paul Gauguin llegó y quedó tan apasionado que allí se quedó entre 1886 y 1891. Le resultó suficiente para fundar la Escuela de Pont Aven, donde según indica la Wikipedia, tuvo como discípulos a Émile Bernard, Paul Sérusier, Seguin y Chmaillard quienes constituirían el llamado simbolismo (Grupo de los Nabis). En Pont Aven, el estilo de Gauguin comenzará a transformarse desde las cercanías del impresionismo hasta un estilo absolutamente personal.

Podrías reservar alojamiento en el hotel Les Ajoncs d’Or, donde te ofrecen platos típicos por 19 euros, aunque nos parece más aconsejable tomar un alojamiento para dos personas con media pensión por 60 euros. ¿Y porqué aquí? Porque aquí, cuando era una pensión conocida como Gloanec, se alojó Gauguin, quien sería medio loco, pero sabía lo que hacía. Frente al hotel verás la estatua que lo recuerda y casi te diría que reconocerías a Anthony Quinn, un actor que reprodujo a sus personajes de tal manera que luego es casi imposible pensar en un griego, un esquimal, un sioux o un Pancho Villa sin evocar su rostro y su manera de expresarse.

No dejes de probar alguna bandeja de mariscos y en algún momento pedí una docena de ostras que te las traen fresquísimas, con pan y manteca, justo como para degustarlas con una copa de muscadet, que no es de la zona pero acompaña maravillosamente a los frutos de mar. Típica bebida bretona es la sidra; con ella deberías acompañar un Kouign-Amann, que es un pastel desbordante de manteca, harina y azúcar, que se sirve tibio, crocante y cremoso.

La manteca y los lácteos en general, son el fuerte de Bretaña y los encontrarás en abundancia por ejemplo en las galletas Traou Mad que son uno de los mayores aportes de Pont Aven a la gastronomía.

Pues bien, entonces ya desayunaste en el hotel desde donde te encaminarás por los senderos  que recorrían con sus caballetes Gauguin y sus alumnos. Dice la web oficial que es igualmente recomendable el paseo Xavier-Grall que conduce de una orilla a otra por puentecillos escondidos, junto a los lavaderos, canales y compuertas que riegan los vestigios de los molinos. Las orillas floridas colorean los muretes y los puentes de piedra. En el agua, una roca gigantesca conocida como el «zueco de Gagantúa»» recuerda que los héroes legendarios conocían ya lugares suntuosos.

Por encima del Bosque del Amor, la capilla de Trémalo se esconde tras las cortinas de hayas y robles. Su curioso techo asimétrico se inclina casi hasta el suelo por el lado Norte. Gauguin hizo famoso el crucifijo policromo de la nao en su cuadro El Cristo amarillo. Siguiendo río abajo, aparece un bonito molino del siglo XV activado por la marea, junto al castillo de Hénant. Al llegar al mar, la encantadora playa de Port-Manech está salpicada de casetas de baño blancas.

Guillermo Pérez Rossel