El proyecto Yasuní-ITT

Imaginate que hubiera petróleo debajo de la Quebrada de los Cuervos

¿Habría que romper todo para extraer la riqueza? Uno enseguida diría que no, pues es muy fácil pronunciarse cuando la riqueza cesante es de otro. Hay muchos generosos con bienes que no les son propios y hay otros que le sacan punta política a todo y apoyan o rechazan cualquier cosa con el único argumento de la conveniencia partidaria.

El caso del territorio llamado ITT (comunidades Ishpingo-Tambococha-Tiputini), todo comprendido dentro del Parque Nacional Yasuni, tiene sus particularidades por el impresionante lugar de que se trata, porque hay mucho tironeo político y porque hay una comunidad internacional que a esta altura no parece fundamentalista sino bastante racional, pero solo en su discurso. Ustedes juzgarán.

En ese lugar de la Amazonia ecuatoriana se encontró un yacimiento de 846 millones de barriles de petróleo, con un valor de 7,2 mil millones de dólares. Y también en ese lugar, está la región de mayor diversidad biológica del mundo, uno de los refugios del exterminio ocurrido en el Pleistoceno… y además, es el hogar de varias comunidades indígenas a las que el petróleo no les reporta ningún beneficio. Eso en un extremo, y en el otro extremo, el conservacionismo insensatamente fundamentalista, pues si fueran consecuentes con sus ideas radicales, también habría que preservar al virus del sida.

Desde el 20 de noviembre de 1979 Yasuní es Parque Nacional y área protegida, de manera que se equivocan tanto quienes le adjudican la iniciativa al actual gobierno ecuatoriano, como quienes la rechazan creyendo que si se pone en práctica es un mérito de determinado partido. Porque también eso tiene la ecología.

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La Iniciativa Yasuní-ITT es un proyecto que compromete la preservación absoluta de ese territorio, lo que equivale a la renuncia de aprovechar la riqueza petrolera y mantener a los hidrocarburos bajo tierra mediante un mecanismo de compensación por el ingreso no percibido que sería realizada por la comunidad internacional al estado ecuatoriano bajo los criterios de la economía ecológica, la economía ambiental y la economía de recursos naturales.

Todo muy lindo, pero como ven, todo en tiempo condicional, lo que quiere decir que no se ha salido del ámbito de las promesas.

La iniciativa será romántica, pero no carente de racionalidad, pues la atmósfera que aprovecha esa “comunidad internacional” se vería librada de de 407 millones de toneladas métricas de dióxido de carbono, producidos por la quema de esos combustibles fósiles. Y esa comunidad “pagaría” ese servicio con el 50% de las utilidades que brindaría la explotación de este recurso (unos 350 millones de dólares anuales). Los fondos captados por esta operación se reinvertirían en el Ecuador en tres líneas: Manejo de 19 áreas protegidas, un programa de reforestación nacional y el cambio de matriz energética. Sobre los porcentajes dedicados a cada uno de estos fondos no hay consenso.

Estos fondos serían manejados por un fideicomiso, sobre cuya integración, existen discrepancias entre los posibles aportantes y el gobierno ecuatoriano. ¿Y cuánto le corresponde a los indígenas a quienes se supone auténticos propietarios y sufrientes sujetos pasivos de lo que ocurra en este territorio? Bueno, no te me pongas excesivamente romántico, decí cosas bonitas y hacé como que mirás para otro lado.

Ya bastante se hizo al declarar Parque Nacional a esta vastísima área, con el plausible propósito de no interferir con los grupos aborígenes. Lo que también tiene una lectura desde el otro extremo: que de esa manera el gobierno economiza en hospitales, caminos y escuelas. Y que, en cambio, percibirá ingresos del turismo, una industria que provee su propia infraestructura. Sin embargo, no hay que ser tan cínico. El gobierno hizo algunas cosas, nunca suficientes, siempre de compleja interpretación en casos de choque de culturas.

Por lo que trasciende en internet,Alemania, Chile, Italia y una Fundación denominada AVINA, ya aportaron algo, suficiente apenas como para alentar una esperanza, de manera que de momento las petroleras van ganando la partida.

Los dueños de la selva. Cuando en nuestras latitudes nos referimos a estos indígenas, derrochamos afecto, nos indignamos con la civilización y de hecho entendemos muy poco. Para empezar, tendrán todos esos derechos y deben ser protegidos, pero no son ningunos angelitos: se matan entre ellos alegre y despiadadamente; y es cierto que tienen una economía autosustentable, pero es posible que eso sea únicamente porque no tienen la tecnología destructiva que nosotros tenemos.

Así como hay compañías madereras y petroleras que no vacilarían en terminar con todo, también hay emprendedores turísticos que van incorporando proyectos para que nosotros visitemos ese paraíso y lo hagamos en compañía de los Tagaeri y los Taromenane, aunque también hay pequeñas comunidades Corubo, Amamhuaca, Mascho, Kineri, Nanti, Nahua y Kugapakori. También estaban los Tetete, pero fueron exterminados por los Siona, otra colectividad que casi en un misterio absoluto, se mueve en la selva amazónica que abarca parte de Ecuador, pero también de Perú y, naturalmente de Brasil.

Algunos de estos indígenas continúan matando a los misioneros e investigadores que se les aproximan, otros muchos se entienden bien con los pequeños operadores que llevan turistas en canoas por los ríos y otros más, desgraciadamente en número creciente, comienzan a dejar la selva para convertirse en las personas que nosotros somos. Para bien, o para mal.