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Central Park , esa maravilla

Los maestros fueron los parisinos, pero pocas ciudades como Nueva York ofrece un parque de tal dimensión y calidad.

El Bois de Boulogne, con 846 hectáreas es dos veces y medio más grande que Central Park, pero es algo diferente. Como también es diferente el Parque de Chapultepec, en México, esa ciudad acosada por el smog que se da el lujo de 678 hectáreas de pulmón vegetal. Montevideanos y porteños también privilegiamos nuestros parques y hasta compartimos algún arquitecto paisajista como Carlos Thays, a quien George Clemenceau definió como un hombre modesto y sonriente que se esfuerza por demostrar que no ha hecho nada.

El Suplemento de Turismo de La Nación, nuestro socio GDA, está realizando una serie sobre parques famosos y de ella rescatamos este artículo  sobre la maravilla neoyorkina.

NUEVA YORK (La Nación, GDA) .- Hay algo llamado la fe de los conversos y en mi caso es bastante cierto. En los primeros años que viví en esta ciudad fui una apóstata del Central Park. En la ciudad más fascinante del mundo, ¿quién querría perder el tiempo mirando arbolitos? Por otra parte, un caso grave de alergia al polen reafirmaba mi convicción de mantenerme lo más alejada de todo espacio verde y bien cerca de cines, museos y tiendas cerradas al vacío y acondicionadas, para que aun en primavera pudiera respirar con libertad cualquier partícula del reino vegetal.

Tras una década en Europa estoy de vuelta en Manhattan. Y no hay día en el que no vaya al parque (viento, nieve, 40°C a la sombra con máxima humedad no ha sido impedimento) en estados que varían del agradecimiento profundo al éxtasis. La razón es bastante simple: un niño de un año y una niña de 2 que tras media hora de Dora la Exploradora o El Club de Mickey Mouse (la niñera electrónica resultó bastante limitada) exigen treparse a algo.

Frederick Law Olmsted, el extraordinario paisajista que diseñó Central Park, le dio a cada entrada un nombre distinto, supuestamente en honor al tipo de persona que debía entrar por allí. Está el portón de los artistas, el de los músicos, de los escritores, de los académicos, hasta el portón de los mineros y el portón de los strangers, extraños o extranjeros según se quiera interpretar.

Para que no quede ninguna duda de cómo está marcado este regreso a la Gran Manzana, nos mudamos cerca de The Children’s Gate, o el portón de los niños. Pero eso no lo hace necesariamente distinto de otras partes del parque. Para quien no ha estado en Nueva York en los últimos años, la gran sorpresa es que la ciudad ha sido tomada prisionera por los niños y transformada por un baby boom sin precedente que, sobre todo en ciertos barrios, ha desplazado a todo lo que no huela a familia tipo. Adam Gopnik, escribiendo en el New Yorker, lo resumió diciendo que «los drogadictos y los travestis son los que ahora se quedan maldiciendo por lo bajo contra el pequeño e indeseable elemento que ha copado la ciudad».

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Central Park se hizo eco de esta tendencia y, en cada entrada, se llame como se llame, hay un conjunto de juegos infantiles distinto en impecable estado esperando a los jovencísimos city kids .

Cada habitante tiene suplaza preferida dentro del parque o la que le resulta más conveniente. La de The Children’s Gate (5ta. Avenida a la altura de la calle 76) es particularmente buena para quien viene con bebes. Tiene un arenero gigante, hamacas con protección y toboganes suaves. En el verano, gran delicia, hay fuentes con agua donde los chicos pueden mojarse a sí mismos, mojar a otros y aprender a defenderse si los moja un niño más grande (en las peores pesadillas, armado con un balde).

¿Adónde van los patos?

Caminando unos pocos metros está la escultura de bronce de Alicia en el País de las Maravillas. Los turistas se sacan fotos con ella y la tienen copada, pero cuando cae el sol y éstos van a prepararse para el teatro o la salida de turno, los chicos pueden treparse a todos los personajes sin necesidad de aparecer de extras en los suvenires de visitantes de todas partes del mundo. Luego está el lago lleno de patos en el verano (¿dónde se van en el invierno? El protagonista de El g uardián del centeno se hacía la misma pregunta, que es uno de los grandes misterios del parque) y de pequeños veleros de juguete en otoño. También hay una encantadora confitería y -fundamental- baños públicos con cambiador.

Para quien tiene chicos más grandes (o está dispuesto a estar bien atento a los de menos de 3 años) hay juegos fascinantes en la siguiente entrada, en la 5ta. Avenida y la calle 86, pegado al Metropolitan Museum of Art. Hay construcciones estilo pirámides mayas para escalar, túneles que conectan distintas partes del playground , palos para bajar como si se fuera un bombero y otras delicias que garantizan -¡felicidad, alivio, felicidad!- chicos muy cansados a la vuelta a casa.

Si se sigue caminando en dirección norte, hacia el Harlem latino, se llega a la parte más bonita y desconocida de Central Park: unos jardines formales que contrastan con el estilo más salvaje del resto del parque y que fueron anexados a último momento, gracias a la donación de mecenas del siglo pasado. En el extremo norte del parque hay un lago artificial que se vuelve pista de patinaje sobre hielo en el invierno, mucho más grande y menos atiborrada de gente que la del extremo sur más cercano al centro comercial de la ciudad (de vuelta, ideal para ir con niños pequeños).

Para los adultos, dicen que hay Shakespeare in the Park en el verano, fútbol y frisbee, paseos románticos en sulky, fiestas con mucho alcohol y blondas señoritas en el Swedish Cottage, donde los escandinavos celebran el solsticio de diciembre y muchas cosas más.

Supongo que algún día llegaré a conocer el parque más allá de los atractivos infantiles, porque pienso quedarme en sus magníficas praderas muchos años más. ¿Las alergias? Un antihistamínico extra fuerte y carilinas. Los chicos lo pasan demasiado bien, y creo que ahora yo también.

PARA LEER EN UN BANCO

Central Park, para cualquiera que vive en Nueva York, sólo puede implicar recuerdos de lo más íntimos y personales. Eso incluye a periodistas y escritores. A sabiendas de dicha situación, quien fue el comisionado para parques de la ciudad, justo antes de jubilarse, publicó Central Park, una compilación de ensayos sobre el gran espacio verde de Manhattan escritos por Adam Gopnik, Francine Prose, Jonathan Safran Foer y Buzz Bissingeentre. A la venta en todas las librerías, es mucho mejor guía del parque que cualquiera de las que vienen con planito. Los ensayos no incluyen todas las atracciones, pero el turista puede elegir con cuál de las experiencias y personalidades se siente más identificado e ir felizmente tras los pasos del autor sintiéndose como un verdadero local.