¡Que no te atrapen pensando!
Mirá que en esta época si pensás estás frito, seguí prendido a la tele.
Aquello de «Cogito ergo sum» era en la época de Descartes, cuando la gente cogitaba a diestra y siniestra con entusiasmo y respeto. Pero ahora ¿para qué? Ni una cosa ni la otra, o al menos no lo disfrutan. Lo que si disfrutan es hacer daño, como el que estás viendo. ¡Si al menos fuera una crítica a los legisladores del Congreso! Pero ni eso, es solo un alegato a la imbecilidad, algo así como una recomendación para los turistas que podrían (y deberían) llevarse una inmejorable impresión de Buenos Aires.
Y no me digas que esto ocurre en Argentina porque si hubiera un campeonato mundial de depredadores nos sacaríamos chispas con los porteños. Si no lo querés creer, hacé memoria de cómo se veía la estatua del Gaucho en Dieciocho y Constituyente. O más bien, cómo no se veía, y aquella es un original, a diferencia de esta extraordinaria copia de la obra de Rodin.
Nos limitamos a transcribir tal cual, la elocuente misiva de Graciela M. Fernández, que la envía con la ilusión de que alguien haga algo.
Cómo debería verse y cómo se ve, no importa cuántas veces lo restauren.
En medio de plaza Lorea, a 200 metros del Congreso Nacional, librado a
su triste suerte, se encuentra un monumento extraordinario, una joya
traída al país cuando la Argentina se daba el lujo de ornamentar sus
parques y jardines con obras portentosas: EL PENSADOR de Auguste Rodin.
Ese monumento, cuyo valor económico es imposible de calcular; que
cotizaría cifras astronómicas en el mercado del arte; ese prodigio surgido
de un escultor insigne, que se refirió a su obra manifestando: “Un hombre
desnudo sentado sobre una roca…. pensamientos fértiles nacen en su mente.
El no es un soñador. Es un creador ….” sobrevive como un náufrago en mar
proceloso en medio de un espacio verde plagado de ranchadas, carpas,
indigentes, perros sueltos, desidia y, ¡sobre todo! de ciudadanos comunes
y corrientes que parecen creer se trata de un mamotreto de bronce que
alguien se olvidó ahí.
Hace pocos días fue íntegramente pintado con aerosol, de arriba abajo.
Las leyendas que lo cubren hacen suponer de los pocos años de los autores
de esa proeza, a los que no debe haber demandado más que unos minutos
estropear algo que en cualquier parte estaría en una caja de cristal y
aquí, en esta bella ciudad que alardeaba de sus parques, sus monumentos y
la belleza de su espacio público sirve de baño canino, de frontón, de
pared para que algún marginal plasme sus derrotas.
Decirse “esto no puede ser” no es suficiente. Amargarnos no es suficiente.
Pedir que lo limpien no es suficiente. Sí lo es exigir que a la mayor
brevedad se cumpla con lo dispuesto en la Ley 2932 aprobada en 2008 por la
Legislatura de la CABA.
El 20/11/2008, la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires aprobó
un proyecto de la diputada Teresa de Anchorena, convertido en LEY N° 2.932
que dice: Art. 1º. Autorizase el traslado de la obra “El Pensador” del
artista Auguste Rodin, ubicada actualmente en la Plaza Congreso, para su
emplazamiento en la plataforma central de la escalinata exterior del
Palacio del Congreso.
Y en el Art. 3º. Los gastos de restauración y traslado de la obra estarán a cargo del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, y serán imputados a la partida presupuestaria correspondiente.
Parte del argumento de la diputada Anchorena decía: (…) “El Pensador de Rodin no sólo sigue mal emplazado, totalmente fuera de escala en relación a las dimensiones de la plaza y de los otros monumentos que lo rodean, sino que se encuentra estropeado y pintarrajeado, tanto en su base como enla escultura misma.
Pido a los que lean este mensaje vean con detenimiento las fotos adjuntas
demostrativas de que o exigimos el traslado de ese monumento
irremplazable o nos preparemos para verlo vulnerar sin medida o, bien
probable, desaparecer. Cuidado cero. Vigilancia cero.
Lamentable, doloroso. Pero “nunca es triste la verdad, lo que no tiene es
remedio” Y la verdad nos echa el guante a la cara, diciéndonos que el
patrimonio de Buenos Aires está quedando en jirones.
Está en cada uno de nosotros proteger lo que resta.
Saludos,
Graciela Fernández