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Es la cultura, animal

Los ejemplos no son de Uruguay ni de ahora. Pero si no hay cambios radicales, pronto podríamos superarlos. En algunos casos como éste el problema no es la ortografía, sino la insensatez.

Estos carteles forman parte de una de esas cadenas en las cuales la gente comparte cosas divertidas que encuentra en Internet. No se informa quien creó la colección de disparates, pero se lo puede suponer paraguayo y con alta capacidad de autocrítica, algo que comienza a escasear en Uruguay. Los pies de fotos también pertenecen al anónimo autor. Y quede claro, los paraguayos pueden ser tan cultos como el que más; pero también a ellos se les está cayendo la cultura.

Como habrán visto, no todo tiene que ver con los conocimientos gramaticales; acá lo que se pone en evidencia es agresión al razonamiento, al conocimiento, un desprecio absoluto por el sentido común. Y todo eso compete a la educación formal y a lo que se recibe en el hogar; se necesitan muchos años de descuido para llegar a situaciones como esas.

Calificar de pésimas a las últimas estadísticas divulgadas en Uruguay sobre escolaridad, abandono, calidad de la enseñanza y muchas cosas más, tiene sabor a poco. Y echarle la culpa a exclusivamente a las actuales autoridades educativas, tiene todo el aspecto de algo injusto.

Hace muchos decenios que los padres y las autoridades de gobierno y oposición claman por una reacción, una operación rescate de aquella cultura que nos caracterizó. Hasta el momento los resultados se han limitado a nombrar comisiones para que estudien el tema, realizar asambleas para que lo vuelvan a considerar y otras asambleas para criticar a las anteriores asambleas. Y muy particularmente, en todas las reuniones hablar únicamente de política, solo para rechazar todas las iniciativas solo porque provienen de un partido que no es el propio.

Tan desolador es el panorama estatal, que surgieron privados para aportar sus propias recetas y no les fue mal… aunque son muy pocos los institutos de ese tipo y gratuitos. Los veteranos compramos con nuestra niñez y adolescencia y no lo podemos creer.

Y también tenemos algunas de las peores remuneraciones de docentes, con lo cual hemos logrado una de las peores capacitaciones de maestros y profesores. Tampoco los culpes a ellos, entre quienes hay muchos que hacen esfuerzos heroicos. Para ganarse la vida, la mayor parte de los docentes está sumido en el pluriempleo y el plurisacrificio. Así que si se te había ocurrido reirte un poco de los queridos hermanos paraguayos por haber llegado a este extremo, mejor callate la boca y pensá si hay algo que puedas aportar a este problemón. Para evitar estas cosas Uruguay tuvo el Texto Único y los libros de Abadie Zarrilli que en sucesivas ediciones te ponían a salvo no solo de costos escolares excesivos, sino también de que te tocara en suerte un mal maestro. Había que tener mucha mala suerte para que eso te ocurriera.

Eran tiempos en que a las maestras se las surtía de  zapatillas, túnicas y libros para los niños que carecían de ellos y que nadie en absoluto se enteraba quiénes eran los compañeritos desafortunados. También había que zamparse un vaso de leche y un pancito, aunque hubieras desayunado, solo para no dejar en evidencia a quienes llegaban con hambre a la escuela.

Los comercios de cercanía llevaban donaciones a la escuela, los padres cooperaban activamente y las maestras nos recomendaban que no nos burláramos de los compañeritos menos educados que nosotros pues iban a colegios privados. No a todos ellos, pero ¡había cada uno!

Así que no nos vengan a inventar la igualdad social; sólo tendríamos que recuperarla. Con cuánta habilidad los uruguayos terminamos con todo esto en pocas generaciones.

Guillermo Pérez Rossel