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El Valle de los Dinosaurios

Es un parque en Brasil; con igual mérito debíamos tenerlo nosotros.

Tenemos la disculpa de la economía de escala, pero me sospecho que aún  con clientela potencial, nos faltaría la audacia estatal y empresarial para meterle mano a una cosa como esa. Porque dinosaurios no nos faltan, los tuvimos en el Jurásico y algunos todavía deambulan entre nosotros disfrazados de gente para no llamar la atención.  Fijate que el Estegossauro, uno de los que andaba por el Estado de Paraíba, cerca de la ciudad de Sousa,  pesaba más de tres toneladas pero su cerebro apenas llegaba a los 70 gramos. No me digas que esto no te recuerda a algún conocido, posiblemente a tu jefe en la oficina.

La cuestión es que nuestro territorio, el argentino y el brasileño, formaban parte de un grandioso jardín vibrante de vida donde reinaban los gigantescos saurios, hoy condenados a emerger en algún surtidor de nafta o, en el mejor de los casos, en los yacimientos identificados y cuidados (masomeno) por los científicos. Si querés le metemos mano a la consabida inquietud de por qué desaparecieron, pero me parece una pérdida de tiempo, a no ser por una de las más recientes teorías, lanzada en el 2007 por la Universidad de Tokio.

Miren qué preciosura de hipótesis universitaria. Pesando hasta 100 toneladas y consumiendo  unas cuatro toneladas de comida por día, los dinosaurios se tiraban unos pedos descomunales, capaces de desmayar al Tiranosauro Rex más próximo. Consecuentemente, estos bichos gigantescos liberaban tanto metano que redujeron la capa de ozono, lo cual terminó con la vegetación y también con ellos. Después dicen que los universitarios están al pedo. No todos, claro, solo los autoproclamados científicos.

Esta región brasileña es rica en vestigios del Jurásico, de los primeros mamíferos y sitios con pinturas rupestres de hasta 10.000 años.

En Uruguay aparecen fósiles por todos lados siempre que haya alguien capaz de identificarlos, aún cuando son de pequeña dimensión. Porque mirá que hubo dinosaurios de todas las tallas. En Argentina están algunos de los sitios arqueológicos más prometedores de todo el mundo. Brasil, claro con ese tamaño tiene de todo. Pero además, tiene gente que sabe aprovechar los recursos naturales y de esa manera protegerlos contra la ignorancia y la depredación. Vamos a aclarar que no lo consiguieron del todo, ni remotamente, ese parque decepciona un poco, aunque tiene alguna mínima infraestructura. Y eso solo ya es mucho más de lo que hicimos uruguayos y argentinos. Por lo menos es un comienzo.

Valle de los Dinosaurios. Cerca de Sousa, Paraíba. Tiene tres récords mundiales: el mayor número de senderos de dinosaurios (505), de especies identificadas (51) y de capas sedimentarias identificadas (51). Se destacan  huellas fósiles de Tiranosaurio Rex, una de Pterodáctilo y otra de Iguanodonte, un bicho de 55 metros de largo.

Sierra Blanca, en San Rafael (RN). En piscinas naturales excavadas en las rocas por el agua pluvial, se encontraron fósiles de animales, pero no dinosaurios, sino las víctimas de los glaciares: megaterios, mastodones, tigres dientes de sable, etc.

Apodi, Lago de la Soledad (RN): Es una región de roca calcárea que formó cañones de hasta ocho metros de profundidad se pueden ver pinturas rupestres de hasta 5.000 años de antigüedad, para desesperación de los que sostienen que la humanidad es una recién llegada en América. También hay animales prehistóricos y un buen museo.

Ingá, Cariri, también en Paraiba. Aquí también fueron descubiertos 59 sitios con pinturas rupestres y otros 25 con grabados que se atribuyen a los indios cariris, tallados entre 10.000 y 3.000 años atrás. Grandes bloques de granito y pequeños lagos entre las rocas, hacen de la zona uno de los paisajes más bonitos del Nordeste brasileño.

Pero acá estamos para referirnos al Valle de los Dinosaurios en Sousa, Paraíba, donde en 1897 el agricultor Anisio Fausto da Silva encontró unas pisadas de iguanodonte que todavía pueden apreciarse, pues nadie le paso con un arado por arriba ni hicieron una carretera tapando todo vestigio. La zona arqueológica abarca un área de 700 kilómetros cuadrados donde hay trece ciudades medianamente respetuosas con la prehistoria, pues también hay denuncias de desinterés de los gobiernos municipales por la preservación. Solo el turismo responsable puede salvar los vestigios y en eso están.

Uno de los que escuchó con respeto al campesino, fue Peter Lund, un danés que dedicó buena parte de su vida a los mamíferos del pleistoceno y que cuando vio lo que había por acá se quedó para siempre, ganándose el título de “Padre de la Paleontología Brasileña”

El Valle de los Dinosaurios fue tallado por el Rio do Peixe, que hoy no parece tan caudaloso, pero que entre 65 y 250 millones de años atrás, hervía de vida tan distinta a la de ahora que capaz que hasta había justicia social. Las lluvias sacudían la zona, y los dinosaurios huían entre el barro para buscar refugio, dejando profundas huellas que se petrificaron y conformaron un libro abierto que nos permite atisbar en el pasado del planeta. Ahora, ¿cómo el barro se petrificó después que pasaron esos dinosaurios? ¿Ceniza volcánica como en Pompeya, un diluvio? Ese sí que es un misterio.

No te vamos a engañar con Sousa como destino turístico. Queda lejos como el diablo, a 436 kilómetros de Joao Pessoa, pero si te apasionan los dinosaurios y querés ver cómo los brasileños luchan para transformar  esto en una fábrica turística, deberías conocerlo. El Parque está abierto todos los días y dicen que la mejor época es de julio a diciembre. En el museo hay réplicas de huellas, mapas, maquetas y una biblioteca; luego de informarte, podés hacer trekking por los senderos que contienen huellas, así como réplicas de algunos de los dinosaurios que las dejaron.  Dicen que el mejor lugar para caminar con un dinosaurio como lo hizo Horacio Quiroga en uno de sus más fantásticos relatos, es “Passagem das Pedras”. Ahí mismo encontrás gente que te orienta o te lleva.

La ciudad tiene actualmente unos setenta mil habitantes y luce  edificaciones antiguas y tradiciones regionales dignas de conocer. El Parque en sí tiene unas 40 hectáreas y está próximo a la ciudad. En los links que te ofrecemos podés encontrar hoteles y locales gastronómicos… algunos pocos.

Pero te garantizamos que no perderías el tiempo aunque te pudran lo dinosaurios, pues para llegar a Sousa, primero deberás ir a Joao Pessoa, la capital del Estado de Paraíba, donde hay una playa desde donde todos los días se divisa el sol antes que en cualquier otro lado del continente. Es la playa Ponto do Seixas, una de las tantas bellezas de una región brasileña poco transitada.

Cuando los tigres dientes de sable estaban desapareciendo, pudieron prosperar los indios Potiguaras, Tabajaras y Cariris, que dejaron vestigios y descendencia por toda la región. Luego vinieron los portugueses, franceses y holandeses que se disputaron el territorio y  fueron agregando vestigios culturales.

Sus playas oceánicas son tranquilas, con finísima arena y palmeras lamiendo las olas; no se caracteriza ni por una hotelería rutilante ni por las muchedumbres acalambrando las playas, lo que para muchos es un sello de rara distinción.

Guillermo Pérez Rossel

http://www.embratur.gov.br/site/es/cidades/materia.php?id_cidade=8535&regioes=9&estados=42
http://www.sudema.pb.gov.br/galeria_view.php?id=6

http://www.brasilcontact.com/travel/es_paraiba.html

http://www.viagemdeferias.com/joaopessoa/paraiba/sousa.php

http://geddyheuer.blogspot.com/2010/08/sousa-paraiba.html