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No hay nada más inspirador que unos “huevos rotos”

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Especialmente si se los come en Madrid, acompañados con calamares y regados con vino blanco, nacional en ese caso.


El amigo Rúben Hugo Díaz Burci estaba en la esforzada tarea de tratar de ingresar esos comestibles en su zarandeada humanidad cuando se acordó de que hay gente en Uruguay interesada en saber por dónde andaba. Escribió unas líneas, me gustaron y allí nomás acordamos que me escribiera algo. Imaginé que aguardaría a su regreso a Montevideo y me enviaría algo de sobrevuelo sobre su viaje. Pero se ve que no lo conozco bien, capaz que ni terminó con los huevos revueltos cuando allí mismo, en su tablet, me envió las líneas que verás más abajo.
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La Gran Vía. No muy lejos de aquí don Rúben se despachó esos huevos. Así cualquiera hace catarsis.

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Las tenés que leer como lo que son, la inspirada e incontenible ráfaga de un yorugua en medio de un vendaval de sensaciones físicas, recuerdos ancestrales, impactos culturales, introspección, autocrítica y reflexiones sobre la vida y la muerte. Hugo no arregló el mundo, tampoco se lo propuso, solo demostró fehacientemente que no le regalaron la carta de ciudadanía.

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“Qué bueno es ser uruguayo”, me dice en la presentación de su breve, alocada, dispersa y para mí, sublime descripción de todo lo que le pasa por la mente a uno como nosotros, andando a las vueltas por Europa. Retrató esa experiencia que todos tenemos cuando nos inunda el paisaje físico y cultural de la vieja dama continentel. Y conste que no es un primerizo, todo lo contrario, ha malambeado a Europa muchas veces. Esta vez, como si fuera la última, prefirió recorrer todo lo que es posible en el tiempo que logró robarle a sus obligaciones en el paisito.

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¿Por qué será que cuánto más va uno a Europa, más cosas nuevas encuentra y más ganas acumula de volver? Sin duda esta es una entrada muy diferente a lo habitual, pero es bueno que te vayas preparando, porque cuando en Europa te atropellen estos pensamientos, capaz que no tenés cerca un delicioso plato de huevos revueltos que te pone de nuevo en tierra firme.
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La Puerta del Sol. Algo así como el Kilómetro Cero de Madrid, el lugar donde uno debería buscar un hostal. Casualmente en, justo en el edificio que se al frente y al fondo, fue donde yo me mandé mis huevos revueltos, pero con un mancheguito.

Breves apuntes frenéticos de Rúben Hugo Díaz Burci

El jueves llegue a Sevilla y ahora, en Madrid, comprendo que complete un ciclo muy importante de mi vida. Me crié en un Uruguay feliz y contradictorio. Culto y mediocre. Donde ser bancario, militar o empleado público en los hombres y maestra las mujeres era sentirse realizado. Los objetivos más importantes eran vivir en casa de un emigrante trabajador de la generación pagando un irrisorio alquiler, o a costa de préstamo que era un regalo del estado, construirse una casa en un balneario, tener televisor y auto. Y por encima de eso, ir a Europa. Mi padre no pudo darse ese gusto. (*)

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Por aquí salían las ilusiones de los emigrantes y por aquí vuelven las ilusiones de sus nietos.

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Yo llevo más de quince viajes al viejo continente. Pero realmente sentí que había llegado cuando hace cuatro años me vine en vapor, por no decir crucero, desde Buenos Aires. Y arribamos a Tenerife, cuna de mi tatarabuelo, porque mi bisabuelo nació en Montevideo, durante el sitio, y de grande se afincó en Maldonado, donde tuvo carretas, carnicería y campo.
Inmensa fue mi emoción cuando en una madrugada me toco entrar al Mediterráneo y vi desde el mar el Peñón de Gibraltar. Porque por allí pasamos todos. Y en mi caso los Burci, Zolezzi y Buzchiazzo.

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El Alcázar de Sevilla; un punto de inflexión en la historia de la humanidad. ¿Y si en lugar de sacarlos a patadas hubieran consagrado una cooperación entre las tres culturas?

Pero todo ese periplo lo complete en Sevilla. El Puerto de Palos. Los restos del primero de nosotros, Colón, genovés y tal vez judío.

Estuve en la exposición del 29. El Alcázar y la catedral…

Y mi mujer me cantó, a mi y un reducido grupo de latinoamericanos de clase media una canción que dice así:

Sevilla tuvo que ser
Con lunita plateada
Testigo de nuestro amor
Bajo la noche callada

Allí nos quisimos los dos
Con un amor sin pecado
Ahí nos quisimos los dos
Con un amor sin pecado

Pero el estilo ha querido
Que vivamos separados
Están clavadas dos cruces
En el monte del olvido

Por dos amores que han muerto
Sin haberse comprendido
Están clavadas dos cruces
En el monte del olvido

Que son el tuyo y el mío
Hay barrio de Santa Cruz
Hay plaza de doña elvira
Hoy vuelvo yo a recordar

Y me parece mentira…

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La Plaza de doña Elvira, un remanso donde el agua de la fuente trae el eco de los cantares de tres culturas. ¡Cuántas cosas tenemos adentro de nosotros!

De esa fuerza nacimos. De esa mezcla de cristianos, judíos y musulmanes somos. Estuve es el barrio de Santa Cruz y plaza de doña Elvira.

Gracias Guillermo por haberme hecho escribir estas líneas tal vez livianas pero si duda sentidas que largo sin corregir.

Circuito europeo
El amigo tiene, como muchos de nosotros ese síndrome de nuestros padres, que siempre trataban de abarcar todo porque en aquél Uruguay (y en este también) nunca se sabe si la vida te dará otra oportunidad de volver. Espero que a la vuelta, y con sus fotos, tengamos nuevos testimonios. Y un dato propio de mi vejez: allá por los años 50, una típica discusión de veteranos próximos a jubilarse, era el destino que le darían al “Premio Retiro”, porque te daban un premio por jubilarte. Unos decían, “finalmente me podré comrar una casa propia”, otros “yo prefiero un auto” y otro de más allá, “yo me voy a Europa con la patrona”. ¿Se puede creer que alcanzara para esas cosas y que esas cosas costaran más o menos lo mismo?

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Lowest Cost, pero acá valía lo mismo que una casa y que un viaje a Europa, impuestos mediante.

(*) Me permito una acotación, apreciado Hugo, y sé que estarás de acuerdo. Mediocres sí, en general somos clase media que no aspira a una estatua en una plaza ni al escritorio máximo en una megacorporación. Si pudiera, sería artista… o vestiría la camiseta 9. Pero no trataría de derribar sino cambiar las instituciones, le gustaría ser simplemente eso que describiste, que es mediocremente grandioso: procurar bienestar para tu familia, pretender que tus hijos la pasen mejor que vos, disfrutar en la estufa a leña de tu casita en la playa, a la que llegaste con el autito que conseguiste ahorrando. Y el viaje a Europa, por supuesto. Parece poco, pero es mucho más de lo que se consigue con revoluciones o explotando al trabajador.