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Amsterdam, la arquitectura del agua

No hablaremos de canales, ni museos, ni marihuana, sino de cómo la ve Juan Manuel Beltrán.

Ya lo conocen, es el de la motocicleta negra, el que devora caminos y se traga paisajes con castiza parsimonia. Es el tipo sensible que se enamoró de Uruguay y que hace sus parrillas como el mejor yorugua de pro. Sin andar haciendo comparaciones odiosas, estoy seguro que Juan Manuel logra en Amsterdam lo que nosotros no podemos de ninguna manera: hacer como que no vemos las piernas de las holandesas que pasan en bicicleta. No porque no las mire y les tome una radiografía, sino porque sabe disimular. ¡Son años de cultura!  Nos dedica este artículo en su estimulante blog http://letrasdenada.blogspot.com.es en el cual no insiste en lo archisabido sino que nos muestra la faceta urbanísticamente heroica de una de las más hermosas ciudades del mundo.

 

En los últimos tres años he tenido la suerte de poder visitar Amsterdam de manera continuada y en distintas épocas del año y en todas, la ciudad se presenta como un magnífico y bellísimo invento surgido del sueño absurdo que imaginó un país inexistente. Amsterdam es fruto de un robo trabajado y mantenido que le ha quitado al mar lo que el hombre necesitaba; un proyecto imposible, un trabajo de Hércules mantenido siglo a siglo y generación a generación trabajando contra el trabajo de las mareas que siempre amenazan la ciudad.
Y es que Amsterdam, como buena inventora de si misma, ha consagrado una arquitectura utilitaria que además, consigue la belleza, la armonía  y la integración de una formas imposibles surgidas de la masa informe de un agua amenazante y gris a la que la ciudad va calmando poco a poco hasta integrarla en su propias casas y almacenes. Amsterdam es comercio y a él se entrega, se crea y se consagra.
Todos hemos visto las fotos del corazón antiguo de la ciudad con sus casas altas y estrechas en las que el tránsito vertical se realiza por unas escaleras estrechas y casi verticales, pero es que el espacio, el mismo suelo, es el sueño imposible, el bien escaso; es la riqueza misma de un pueblo que adora la tierra como el resto de los pueblos adoran otras cosas imposibles, como los dioses. Holanda es un país que hoy es ateo en su mayoría tras pasar por un calvinismo feroz, pero es que un pueblo que hace realidad una promesa imposible no necesita más dioses que su propia existencia para creer en lo imposible.
Amsterdam, hoy, es una ciudad que vuelve a atreverse con el desafío de las aguas abiertas y en sus más modernos edificios se adentra en las grandes aguas y se hace grande en la inmensidad de los horizontes ampliados por  una mirada lejana que hereda el sueño de antiguos soñadores.
Los antiguos edificios del puerto, almacenes, barracones, lonjas y alhóndigas albergan, hoy, ordenadores, creatividad, ideas y empresas que siguen los pasos de aquella primera gran multinacional, la Compañía de las Indias Orientales, pionera de la propiedad colectiva, fundadora de ciudades y de países enteros cuyos barcos llevaron y trajeron mercancías, ideas, gentes y pueblos hasta dejar fijas las raíces de una sana ambición y una apertura de mente que consigue que a cada cual se le valore por su trabajo y por su potencial sin mirar raza, sexo o demás cuestiones que a nadie interesan.
Hoy esa ciudad se ha hecho grande y sus casas de agua han crecido con ella conservando estética, utilidad, poder y las viejas ganas de que las mercancías sigan fluyendo a través de sus ventanas abiertas y dispuestas para un sol que se escapa sin remedio, el único fracaso de aquél sueño surgido a las orillas de un mar en el que alguien imaginó, hace mucho, una ciudad formada por casas de agua llenas de riqueza y de trabajo.
P.D.- Y tu, Curro, haz el favor de dejar de hacer el vago   y a ver si vamos a ver esa arquitectura, que seguro que te gustará. Un abrazo.
Al maestro Guillermo decirle que será entonces, cuando vaya con mi amigo, cuando podré hacer algo decente para animar a los yorugas a que se den una vuelta  por esos canales.
P.D.II.- Te esperamos pronto, JuanMa. Avisame con 24 horas para alertar a los parrilleros del Mercado del Puerto, para que pongan a enfriar más Medio y Medio y para que en el Cabo Polonio nos reserven lugar en uno de los «camellos» más grandes y bochincheros. Ya sabes que para ti siempre hay lugar en mi rancho.