Boston
Es un destino para eruditos en EEUU; no solo porque es el siguiente paso luego de Nueva York y otros clásicos, sino porque también es la ciudad universitaria por excelencia.
Por Leonor Mulero, El Nuevo Día de Puerto Rico (GDA) (Fotos de Wikimedia Commons y Google Earth)
No me amilané cuando me advirtieron que Boston es una ciudad de tres días y yo había planificado siete. Menos mal que había planificado para una semana, porque son demasiadas las opciones de lugares, restaurantes, museos, sectores completos por ver…Para empezar, el viaje de siete días se había planificado meses atrás. Además, pasar la semana en una sola ciudad evita el corre y corre en aviones, trenes o auto de cuando se viaja en poco tiempo a más de un lugar. Y, aunque buscaba descanso, sabía que me esperaba una ciudad revolucionaria, con huellas del clan Kennedy, y la pasión por los Medias Rojas.
Día 1: Ciudad para caminantes
Boston nos recibió con la brisa del inicio del verano, perfecta para mí y mi hija, fugitivas del calor que este año se ensañó con el Caribe. Que esta ciudad es para caminantes lo evidencian los parques de distintos tamaños, plazas de recreo y aceras anchas. Nos hospedamos en el MidTown Hotel, en la avenida Huntington: modesto, pero ubicado cerca del sistema de trenes y al frente de la piscina con reflejos donde más de una vez saboreamos helados mientras descansamos los pies observando a niños y adultos refrescarse en la fuente.
En la misma Huntington está Thornton’s, un económico y pequeño restaurante con mesas en el exterior. Me gustaron la sopa de cebolla y las ensaladas, y en un par de ocasiones me uní a la fila de bostonianos que esperaban por una mesa para desayunar. Cerca ubica el Prudential Center, la segunda torre más alta de la ciudad y dirección de 75 tiendas y restaurantes como The Cheese Cake Factory. Se puede caminar hasta el Copley Center, más comercios, muchos de diseñador. Ambas torres conectan al tren subterráneo, cuyo pase para siete días cuesta $18 por persona.
En la imponente Biblioteca Pública de Boston vimos los preparativos para una boda exquisita como la que se habría celebrado en la biblioteca de la Ciudad de Nueva York, en la película “Sex and the City”, si Big no hubiera plantado a Carrie.
Impresiona su gran colección rusa. La presencia de los Tolstoi y Dostoyevski se explica por sí sola, pero les cuento que previo a la guerra de la independencia estadounidense, Boston, siendo el puerto más transitado de las colonias inglesas, tenía un comercio importante con la Rusia imperial. Es por ello que los bostonianos no descartan que la bandera de la lucha por la independencia estadounidense se haya confeccionado con tela rusa. Curiosamente, en la Casa Blanca de principios de la década de 1960 que lidió con la Guerra Fría, John F. Kennedy, hijo de Massachusetts, fue protagonista en la tensa Crisis de Octubre que concluyó con el retiro de Cuba de los misiles nucleares que la Unión Soviética enviaba hacia el revolucionario país caribeño. Historia y política aparte, nosotras nos ahorramos el internet del hotel con el gratuito de la biblioteca.
La línea verde del subterráneo nos llevó al Parque de los Comunes, principal espacio de recreación pasiva en la urbe y el más antiguo de Estados Unidos. En su origen un predio de pastoreo e intercambio de ganado y en el siglo 18 como punto de partida de los ingleses para resistir la revolución independentista, los bostonianos de hoy usan los casi 50 acres para pasadías, leer, jugar y ejercitarse. Algo quedará del ganado porque nosotras salimos con energía de nuestra apacible siesta sobre la grama. Cruzando la avenida llegamos a Sal’s Pizza, donde nos esperaba un “slice” del tamaño de un cuarto de pizza.
Día 2: Ruta de la libertad
Habíamos comprado por internet el Boston CityPASS, con descuentos para seis atracciones. Recogimos los cupones en el Prudential Center, en cuyo piso más alto hicimos la primera parada: el Skywalk. Observamos la ciudad, a vuelta redonda, con la ayuda del audio que señala las áreas de interés.
Desde lo alto se ve la Ruta de la Libertad, que parte del Parque de los Comunes y recorre los lugares donde comerciantes y hacendados colonizados planificaron la rebelión contra los impuestos de la metrópoli inglesa. Ejemplos son el Old South Meeting House, y el Museo y el Barco del Boston Tea Party, evocadores del grito de rebeldía del lanzamiento del té al mar. Cerca de ese puerto, en el New England Aquarium, nos divertimos con los pingüinos comelones y las focas astutas.
Justo antes del anochecer hicimos el “Boston Duck Tour”, una excursión en un vehículo anfibio que recorre calles y el río Charles. Paseamos por el holgado barrio residencial Back Bay y nos enteramos de que los locales apodan “Sal y Pimienta” al puente Longfellow que conduce a Cambridge porque sus cuatro columnas parecen saleros y pimenteros.
Para nosotros, mejor el Estadio de los Celtics.
Día 3: Alimentando la vista
Desde el hotel caminamos hasta el Fenway Park, hogar de los Medias Rojas. En el camino, encontramos del Jardín de la Victoria, el único que permanece entre los miles originados en Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial para abastecer de vegetales a las tropas y la población general. Hoy, cada voluntario confecciona su jardín o huerto en una parcelita.
No nos importó llegar sin boletos al Fenway, el parque de pelota activo más antiguo de Estados Unidos. El espectáculo empieza en las calles aledañas: hordas vestidas con los colores del equipo del Bambino; anglosajones con camisetas que lucen el apellido de algún latino estelar; kioscos con raciones gigantescas; acaparadores con taquillas a sobreprecio; y bares de cerveza. En uno de estos nos metimos en lo que abrió el puesto de taquillas.
Aunque larga, la fila corrió rápido y conseguimos boletos. Por suerte, al frente mío se sentó un flaco de unos seis años. El resto fue disfrutar como felices ignorantes del béisbol: aplaudir todas las jugadas, no perdernos las olas, echarle el ojo a los peloteros, y salir con sentimiento de culpa por el “hot dog” y la cerveza.
Día 4: Política y cerveza
Cuando no hay prisa, lo mejor del tren subterráneo es perderse. Así cruzamos el río Charles hasta Cambridge, hogar de la prestigiosa Harvard, una de decenas de universidades que dan aspecto juvenil al área de Boston. Harvard dio a Samuel Adams las herramientas que lo convirtieron en un pensador independentista. Pero no lo salvó de las pobres decisiones de negocio que lo hicieron perder la fortuna heredada de su padre. Del prócer, la cerveza Samuel Adams solo tiene el nombre.
En el Museo de Historia Natural de Harvard se exhiben cientos de minerales, metales y piedras preciosas. Cerca del vivaz Harvard Square, en el pequeño Parque de los Comunes de Cambridge, el general George Washington tomó las riendas del ejército que independizó las colonias. Almorzamos thai en un restaurantito al que profesores y estudiantes dan un aire “nerdy”.
Día 5: Pincelada de bellas artes
Un día no da para apreciar el Museo de Arte de Boston, con exhibiciones de objetos que datan desde la era antigua hasta la contemporánea. Destaca la muestra impresionista, coronada con el préstamo de “Baile en la ciudad” y “Baile en el campo”, piezas de Pierre Auguste Renoir con sede en el Musée d’Orsay de París.
El museo bostoniano exhibe obras decimononas de la Escuela de Boston, inspiradas en el juego de luces del impresionismo francés y la escena americana. Se aprecian trabajos de Mary Cassatt, estadounidense que se unió al círculo francés, y del bostoniano Winslow Homer. Hay trabajos del celebrado retratista John Singer Sargent. También alberga el cuadro que Gilbert Stuart pintó de George Washington y que es la imagen del dólar que honra la gesta histórica del primer presidente de Estados Unidos.
Por lo menos desde el siglo 18, Boston contaba con una acomodada clase burguesa que fomentó las artes y el intercambio cultural con Europa. Y en Boston se cometió, en 1990, el robo de arte más grande de un museo: 13 pinturas, incluida una Rembrandt, fueron extraídas del Museo Isabella Stewart Gardner. Ninguna ha sido recuperada.
Un dato interesante es que al grabado del bostoniano Paul Revere -“La masacre de Boston”- se le adjudica haber avivado la rebelión contra los ingleses, esto tras el incidente de la calle King (1770) en el que cinco obreros y marinos, incluido un afroamericano, murieron a manos inglesas. El grabado se encuentra en The Gilder Lehrman Institute of American History, en Nueva York.
La noche la pasamos muy bien en la Opera House viendo el musical “Beauty and the Beast”, cuyo éxito evidenciaban las niñitas vestidas de Belle y los adultos con sus copas de vino ordinario pagado a sobreprecio.
Día 6: Toque italiano
Caminamos en ruta al North End en busca de la Pequeña Italia. Pasamos por Chinatown, con su arco de tejas verdes que, aunque distinto, evoca el que Beijing regaló a Washington DC en gesto de amistad. La Pequeña Italia está en calles pequeñas, cerca de uno de los vivaces mercados de alimentos y artesanías de Boston.
En la zona ubican restaurantes italianos, la Iglesia de Old North, el Museo del Holocausto y la casa del platero Paul Revere, cuya orfebrería exhibe el Museo de Arte. La historia estadounidense celebra la carrera a caballo que Revere hizo desde Boston hasta Lexington la noche del 18 de abril de 1775, para salvar a los libertadores Samuel Adams y John Hancock del inminente arresto y ataque de los ingleses.
Día 7: Boricuas en la Casa Blanca
Con su impresionante vista al mar, la Biblioteca John F. Kennedy habla de la niñez, juventud y vida política del único presidente católico de Estados Unidos, asesinado en Dallas en 1963.
En un lugar prominente se encuentra la foto gigante de la presentación que el chelista español Pablo Casals hizo en la Casa Blanca en 1961, en una cena de estado en honor al gobernador Luis Muñoz Marín, amigo de Kennedy. La foto capta el aplauso entusiasta de las primeras damas Jacqueline Kennedy e Inés Mendoza.
La biblioteca destaca este evento porque el chelista español se había negado a tocar en Estados Unidos debido a que este país condonó la dictadura de Francisco Franco. El evento se logró por la amistad de Casals con Muñoz, quien albergó al compositor exiliado en Puerto Rico, y por el interés de Jacqueline en las artes.
Las exhibiciones dan cuenta de la época tumultuosa que le tocó al presidente más joven en la historia estadounidense: el comunismo cubano y la fallida invasión de Bahía Cochinos; la Guerra Fría con la Unión Soviética y la crisis de los misiles nucleares soviéticos en Cuba; y las tensiones que desembocaron en la Guerra en Vietnam.
A eso se sumaban la resistencia al reclamo de los derechos civiles de los negros y otras dificultades domésticas. Se destaca la cercanía entre los hermanos John y Robert, este último asesinado cuando aspiraba a la presidencia.
Y, como niños somos todos, luego fuimos al Museo de Ciencias, perfecto para los más chicos.