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Si no lo veo, no lo creo


Y si lo ves, también desconfiá. Felizmente tenemos mucho más que cinco sentidos y bastante prudencia, las imágenes pueden ser como las fotos de los hoteles…

Mary Poppins introdujo a sus amigos en el fabuloso mundo imaginario de un dibujo con tiza en el pavimento de Londres. De hecho aún hoy es frecuente encontrar estos dibujos  en Hyde Park, habitualmente en su famoso Speakers’ Corner. Ejercen una atracción muy particular y hay muchos artistas que prefieren la moneda en la gorra a una fama que suele ser efímera.

La lluvia y el pisoteo terminan con todo su esfuerzo; es la menos duradera de las artes … a menos que se tomen buenas fotografías y se circulen por Internet en esta era del marketing viral. Julián Beever alcanzó merecida fama no por dibujar estupendamente y dominar el arte de la ilusión óptica y la tridimensionalidad, sino lograr la eternidad de sus dibujos al confiarlos a la red de redes y al «boca-a-boca» virtual.

Su primera colección de dibujos callejeros comenzó a circular en el año 2004 y todavía anda dando vueltas por los correos electrónicos. Ahora aparece una ¿nueva edición? de su obra y vuelve a sorprender como sorprendió cuando le dio por conocer Montevideo y exhibir su obra que pocos vieron en la realidad real.

Beever es un «viajero a la tiza», es la única explicación de su frenesí. No deja de ser sorprendente que una gorra en la vereda rinda para recorrer además de nuestro país, el Reino Unido, Bélgica, Francia, Holanda, Alemania, Estados Unidos, Australia, México y España. Lo que ocurre es que la vereda es un pretexto; en todos lados lo contratan para operaciones de publicidad y marketing, lo cual permite olfatear patrocinio en algunas de sus obras como esa Coca Cola gigantesca o una primorosa botella de Ballantines sumergida en el pavimento.

Los dibujos de Julián Beever sólo producen la ilusión óptica y la confusión de perspectiva cuando se los mira desde un punto determinado: el punto desde donde se toma la fotografía. Lo cual no les resta mérito … pero disminuye la cantidad de gente que lo puede apreciar al mismo tiempo. Es mayor el impacto fotográfico que el que se aprecia cuando uno está junto a él, mirando cómo trabaja. La inclusión de un niño real en la fotografía aporta dramatismo, lo mismo que el aprovechamiento del entorno físico real. Beever es un mago y su habilidad nos demuestra cuán cautos debemos ser con nuestros sentidos y nuestra racionalidad.

Si no te bastan las imágenes que capturamos de su último envío masificado por Internet, podés entrar en su página web http://users.skynet.be/J.Beever/ y enterarte que también pinta y hace murales, pero sabiamente pone más empeño en lo que mejor sabe hacer: asombrarnos en el pavimento y en Internet.