Al turismo se lo puede asesinar
Hay varias maneras: destruyendo atractivos, permitiendo desmanes, dando malos servicios.
Uno de los casos de asesinato de una atracción lo tenemos en Montevideo. Otro lo tenemos en La Pedrera cuando se da licencia para cualquier cosa y otro mayor, pero semejante, se aprecia en Nueva Orleans cuando no se impide que el Mardi Grass transforme la ciudad en una gigantesca casa de citas para borrachos, donde a nadie le interesa el jazz sino la permisividad. Pero hay otros con popularidad creciente e inversión ridículamente desproporcionada, como es el caso del Festival Burning Man, en Nevada (en la foto de portada).
A eso refiere el artículo que hoy nos entrega un experto como lo es Damián Argul.
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Es difícil imaginar cómo sería Montevideo si se hubieran conservado las murallas. De lo que estamos seguros es que su atractivo turístico sería incomparable. La visitarían cuantos llegan a la región, los que vienen a nuestra costa y sería un punto alto en cualquier recorrido sudamericano.
Pero ya no están. No es cuestión de echarles la culpa a los responsables de su demolición. Cuando se derribaron, el turismo no se conocía, la ciudad necesitaba expandirse y las piedras eran útiles para múltiples propósitos. Además el motivo principal era borrar los rastros de la dominación española.
Hoy en día otras muchas atracciones turísticas del mundo están en peligro. La renovación de la flota de taxis de Nueva York ha prendido luces de alarma en la el turismo de la ciudad, los taxis amarillos (yellow cabs) y por más que los nuevos modelos sean más cómodos y modernos, Manhattan perderá uno de sus principales características.
Como siempre Venecia está en peligro de sumergirse en las aguas. De hecho se hunde a razón de 25 cms., por siglo y deberá ser rescatada como se hizo con Abu Simbel cuando Egipto construyó la represa de Aswan.
La lista incluye la prohibición holandesa a los café canabis, de vender a los turistas y el peligro (¿o deberíamos alegrarnos?) que Cuba, con la esperada llegada de turistas estadounidenses, pierda ese encanto de país detenido en el tiempo.
El conservar los atractivos, aquellos lugares y acontecimientos que caracterizan un lugar, una ciudad, un país, deben ser preservados a toda costa, siempre que estos no afecten al bien común.
En los últimos días se ha comentado mucho sobre José Ignacio y del Carnaval de La Pedrera. El primero ya establecido puede ser afectado por la construcción de un puente sobre la Laguna Garzón, el segundo en desarrollo, está bajo la lupa a raíz de ciertos desmanes o excesos ocurridos durante su reciente edición. No tenemos suficientes elementos de juicio para opinar al respecto.
José Ignacio seduce unánimemente al visitante. Es diferente a lo que se ve por ahí y quizás, esto sea lo que más atrae a los visitantes. Más allá de las referencias directas de muchos viajeros, alcanza con leer las crónicas que publican los periodistas que por aquí recalan. Unos lo califican de “bohemio burgués” y otros de Hippie Chic. El New York Times lo ha definido magníficamente como un “lugar donde se ocultan los Ferraris”. Es una frase que demuestra que, dentro de su alto nivel, se tiene la elegancia de no hacer ostentación de la riqueza. Mantiene un aspecto casi aldeano, fiel a su origen como pueblo de pescadores.
Si bien en José Ignacio la densidad de población es muy baja, es visitado por un gran porcentaje de quienes llegan a Punta del Este. De día, a la playa o simplemente a recorrerlo, de noche a algunos restaurantes que, como La Huella, que cautiva unánimemente.
Es un lugar exclusivo ciertamente, pero la exclusividad es un atractivo turístico como la Ave. Montaigne de París (en la foto) o Rodeo Drive de Los Ángeles. El Bulli, restaurante catalán, es exclusivo, cuesta mucho dinero y no es fácil obtener reservaciones. España lo viene utilizando para promover su turismo. Ahora lo han cerrado para repensarlo, pero abrirá en 2014, posiblemente más caro y exclusivos. Ejemplos como estos sobran.
Dentro de lo que se conoce como “patrimonio intangible” el Carnaval de La Pedrera se perfila como un importante atractivo turístico. Se enmarca dentro de esas fiestas que atraen a un número creciente de viajeros deseosos de participar de estos acontecimientos populares y conocer lugares más en profundidad, en el concepto de “slow travel”. Son viajeros que rechazan lo falso, lo preparado para ellos, recorren las rutas menos transitadas, priorizan conocer a la gente y su cultura.
Son los que quieren ir a la Bombonera con la “hinchada del tablón”, recorren a pie la Ruta Santiago o participan del festival Burning Man en Nevada (en la foto), sin olvidarse de eventos tan tradicionales como La Feria de Abril de Sevilla , Oktoberfest de Munich o el Mardi Gras de Nueva Orleans. Ni hablar de San Fermín de Pamplona.
Estas celebraciones, como tantas otras manifestaciones populares, no están libres de excesos y desmanes pero se superan con buena vigilancia, limpieza y medidas sanitarias adecuadas. Por eso en la Feria de Abril se anuncia: “Estés donde estés, ya sea en el recinto ferial, en la Calle del Infierno o en los aparcamientos, siempre tendrás a tu alcance a un policía o un sanitario…”, San Fermín propone “Diez medidas para evitar accidentes en las corridas de los encierros”, y la Oktoberfest, informa en su WEB: ”Como el año pasado, habrá un cordón de seguridad de tres niveles alrededor de los terrenos del festival con puntos de seguridad automatizados, y ocultos, así como las obvias medidas de seguridad”
Es muy curioso el Caso del Mardi Grass de Nueva Orleans. Algunos nostálgicos recuerdan los festejos de 1979. Para ellos la huelga policial de ese año posibilitó los carnavales más divertidos que se recuerdan. Pero desde hace unos años, en ese Mardi Gras, que no se detuvo ni después el huracán Katrina, la policía ha decidido reprimir severamente los excesos, faltas y delitos.
De este modo la gente se divierte, las ciudades reciben una multitud de visitantes y sus arcas se robustecen. Lo importante que el público pueda participar libremente manteniendo la espontaneidad. No es fácil contar con atractivos “trascendentes” que atraigan al turismo y si se cuenta con ellos deben ser cuidadosamente preservados.
Nada de lo que se haga puede afectarlos, al menos en nombre del turismo.