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¿Cómo vender el Empire State?

No es una de esas cosas que viene un gorila gigante y pone todos los dólares como quien manipula cachos de banana.

La cuestión es que se confirma que está a la venta y que se inicia un proceso que llevará un tiempo, pues se trata de una operación que es inmobiliaria, pero en rigor, es una endiablada jugada financiera repleta de complejidades. Se supone que la «venta» reportará entre 1.100 y 1.300 millones de dólares, lo que suena a muy  poca plata si se considera que además del monumental edificio, la operación incluye otras 18 propiedades, todas de gran magnitud, ubicadas en Manhattan o en sus inmediaciones.

Claro que habría que descontar deudas por más de mil millones de dólares que se fueron acumulando y que son la razón de las ganas imparables de vender. La familia Malkin no es propietaria exclusiva, hay muchos pequeños propietarios y algunos de ellos con mucho malhumor. Pero parece que todo está listo para el llamado a oferentes o la salida a bolsa o… porque lo que podés descontar es que en estas cosas se sabe sólo lo que tienen ganas de contarte.

Hay versiones consistentes en el sentido de que en estos días lograrían agrupar todas esas propiedades en un fondo de inversión en bienes raíces denominado «Empire State Realty Trust» y sacar esa firma a la bolsa, lo que implica una buena noticia para vos, en el caso de que te lo quisieras comprar. Eso sí, no sé a qué da derecho la compra de una miserable acción.

No es la primera vez que el edificio se pone a la venta. En realidad su inauguración coincidió con la Gran Depresión en Estados Unidos y si como alarde de arquitectura fue un éxito mundial, como inversión fue un desastre: la mayor parte de sus oficinas no fue ocupada y la torre de observación, que costó dos millones de dólares (hoy es risa), se llevó todo lo que pudo ser ganancia por arrendamientos. Así que la gente se burlaba y en lugar de Empire State Building, lo denominaba «Empty State Building» porque estaba casi vacío.

El tamaño importa, en este caso se suma la fantasía y el misterio de tantas cosas.

Los propietarios no se lo pudieron vender a nadie hasta que en 1950 ocurrió el milagro que comenzó a ser rentable. Lo compró Roger L. Stevens y sus socios, por 51 millones de dólares, otra bicoca, pero el precio más alto que se hubiera pagado por un negocio inmobiliario hasta ese entonces. El precio que se menciona ahora también parece absurdo, considerando el valor intangible y considerando también que los otros edificios son muy grandes y valiosos. Pero, ¡qué querés que te diga! en el ambiente de Wall Street no es lo único que no se entiende.

Ahora, veamos al Empire State como lo que es, el ícono de Nueva York, la nave insignia del capitalismo rampante, ese capitalismo que miró sin inquietudes la apuesta comunista a la extinción de la propiedad privada, luego contempló la rápida agonía del sistema, la ventilación de su ropa sucia y el nacimiento de nuevas propuestas socialistas que, si son sinceras, al menos se amparan en la solidaridad, aunque no logran demostrar que la propiedad, como diría Lavoisier, no desaparece sino que se transforma. Pero, que Gutenberg nos libre y guarde de meternos en política.

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La visita, con todas sus colas y su babel de visitantes planetarios y, debajo, una visión aérea de una ciudad sin desperdicio.

Mejor hagamos una pausa con el insólito caso de Elvita Adams que en 1979 saltó al vacío desde el piso 86… pero una corriente de aire la recogió y la lanzó por una ventana a un pallier del piso 85. Le costó una fractura de cadera, no era su día. Los suicidios fueron la razón que determinó una valla protectora, varias veces perfeccionada porque siempre hay suicidas ingeniosos. Poco más de treinta personas lograron su objetivo antes de esa medida y casi ninguna después de eso.

Puede que ya te hayas olvidado, pero una imagen del edificio iluminado en azul, rojo, verde y amarillo, recorrió el mundo como parte de una campaña promocional de Microsoft, que invirtió 300 millones de dólares para imponer su Window 95.  Nunca se lo iluminó con los colores de la bandera uruguaya, pero dos veces recordó a la bandera argentina: el 9 de julio de 2006 y nuevamente en el 2010, con motivo del bicentenario del país hermano, que será grande y lucido, pero se queja más que nosotros cuando lo ningunean.

Ahora, reconozcamos, todos los que van a Nueva York, suben al menos una vez al Empire State, desde Meg Ryan hasta King Kong. Y vos también lo tenés que hacer, con las colas para subir y todo eso. Porque hay algunos que la van de viajeros frecuentes y dicen que «eso es para novatos, no es para mí». ¡Cómo no vas a experimentar un edificio que es parte de la historia contemporánea, que marca el momento mágico en que el hormigón armado transformó al mundo y lo desvió de la horizontalidad!

Además, es un monumento al Art Decó, a las aventuras inmobiliarias y a la desesperación norteamericana por trascender ante una Europa que se llevaba todos los méritos. Y al final esos méritos se los ganaron, en buena ley, por más que por el camino cometieran algunas desprolijidades. Desprolijidades menores a las cometidas por otros.

El Empire es uno de los «dientes» que Máximo Gorki le adjudicaba a una ciudad que tragaba gente, inaugurando ese odio insensato a una ciudad que, si te ponés realmente objetivo, es bellísima e inagotable, habitada por gente muy cortés, ombligo del mundo contemporáneo, envidia de muchos capaces de la atrocidad tirarle con aviones para destruir sus principales edificios. Y si no, contame cuántos prefirieron emigrar a Moscú y cuántos a Nueva York.

 

También al Empire State lo atropelló un avión. Fue el 28 de julio de 1945 y ocurrió nada menos que con un bombardero B-52 que sobrevolaba la ciudad en medio de una gran niebla. El piloto pidió permiso para suspender la misión porque dijo que no podía ver ni al Empire State. Algún bestia le impidió abortar la misión y el bombardero se incrustó en el piso 75, matando a 14 personas. Pero el viejo y noble edificio se mantuvo en pie.

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Algo para recordar, con Cary Grant y Deborah Kerr

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Luego, la misma historia, que ya había sido interpretada por Charles Boyer, permitió el lucimiento de Tom Hanks y Meg Ryan.


El corazón de Manhattan. Vamos por partes. El rascacielos está en la intersección de la Quinta Avenida y la 34 West, a corta distancia de la «Penn» Station que también debés visitar, a un paso de la tienda «Macy» inicial, otro hito histórico y a pocas cuadras de Times Square, que ese sí es el corazón de la ciudad. Guardale un día a todo esto y no malgastes el ticket del autobús turístico, aunque quizás te convenga haber sacado el New York Pass que te economiza una fortuna en entradas a atracciones y museos. La conveniencia es relativa, porque es caro igual que el autobús turístico y se necesitan muchos días para aprovechar todo. Además, si sos joven aprovechá a zapatearte toda la gran manzana, porque cuando llegues a mi edad ya no podrás hacerlo.

Empezá el día en el Empire State, porque después de mediodía hay una multitud tratando de subir. Si hay niebla, hacele caso al piloto del bombardero, ni lo intentes, no verás nada. No es mala idea contemplar la puesta de sol desde su mirador y ver cómo la ciudad se va iluminando. Eso sí, a las 2 de la madrugada te sacan carpiendo. Si se te ocurriera tirarte desde lo alto para ahorrar camino, no solo no podrías hacerlo porque hay protección contra suicidas, sino que tampoco llegarías más rápido hasta el suelo. El ascensor expreso baja a dos pisos por segundo, tan rápido como si te tiraras y es cierto que tendrías mejor vista, pero no parece lo recomendable.

El edificio de la Chrysler, bien cerca. Y aunque no se ve, también estaba el edificio que fue de la Pan American y luego compró una aseguradora. Todo un símbolo de que es tan fácil caer como subir.

Fue el edificio más alto del mundo durante nada menos que cuarenta años, arrebatándole ese mérito al edificiio de la Chrysler que queda a corta distancia y luce formidable desde el mirador. De hecho, el de la Chrysler es quizás más bonito, más Art Decó, y perdió su rango lastimosamente a pocos meses de inaugurado.

El Empire dejó de ser el edificio más alto de Nueva York (y del mundo) en 1972 cuando se completó la torre norte del World Trade Center. Volvió a serlo el infausto 11 de setiembre del 2001, pero para ese entonces ya se había desatado una insensata batalla por tener al edificio más alto del mundo. Ya nadie le da pelota a la advertencia bíblica de los constructores de la Torre de Babel.

El observatorio está en el piso 86; podés subir hasta el piso 102, pero tenés que pagar por separado si te da la gana de ser tan original. La verdad, no mejora tanto la visión por llegar tan alto. Por el camino, a lo largo de las colas, encontrarás gente que te vende todo tipo de recuerdos y te saca fotos para rememorar tu visita. Cada vez hay menos de estos vendedores, pero igual podés bajar con un bolso lleno de pelotudeces.

El edificio tiene 381 metros hasta el piso 102, pero se eleva hasta los 443 metros si se incluye el pináculo desde el cual King Kong andaba a los manotazos con los aviones. El espacio de oficinas supone 200.500 metros cuadrados para abastecer los cuales son necesarios 73 ascensores.

Para el tamaño que tiene es sorprendente que lo hayan terminado en un año y 45 días, pero los cálculos actuales no pueden tener en consideración el ímpetu de trabajo de aquellos inmigrantes y de aquellos temerarios indios Mohawk contratados porque eran los únicos que no se mareaban a esas alturas increíbles. Los mismos inmigrantes y los mismos indios que hoy se sienten discriminados en un país que dio un vertiginoso ejemplo de que la discriminación racial y de género no es un despropósito popular, sino un resabio de malos líderes enquistados en el poder. Sin embargo, y sin menospreciar a los indios, si mirás la foto te da para suponer muchos tanos fugados de la porca miseria e irlandeses escapados de la trampa del monocultivo. ¡Le vas a contar a un uruguayo lo difícil que es emigrar!

No te hagas ilusiones de que en el piso 86 te vayas a encontrar con Meg Ryan y Tom Hanks, o con Deborah Kerr y Cary Grant o con Irene Dune y Charles Boyer, algunas de las parejas de galanes que protagonizaron las películas románticas más famosas que tuvieron al Empire como escenario. No señor, verás japoneses a montones, algunos europeos con cara de «allá tenemos cosas mejores que ésta» y muchísima gente razonablemente conmovida por un edificio que reúne la mejor historia de la arquitectura, la ingeniería y los desafíos humanos.

De paso, ¿te acordás del Empire iluminándose con un corazón en la película con la tiernísima Ryan? Pues bien, con distintos colores lo verás iluminarse todas las tardes, algo digno de verse, pero no único, pues también cada atardecer se colorea el edificio de la Chrysler. (http://viajes.elpais.com.uy/2013/06/12/el-edificio-chrysler/)

Eso sí, si por casualidad estás viajando con un gorila, dejalo en el hotel entretenido con uno de los famosos crucigramas del New York Times, no lo lleves al Empire. Tienen la perversa tendencia a andar trepando por todos lados.

Información complementaria: http://es.wikipedia.org/wiki/Edificio_Empire_State

Foto panoramica desde el Mirador: http://es.wikipedia.org/wiki/Archivo:Skyline-New-York-City.jpg

New York Pass, mapa interactivo http://www.newyorkpass.com/languages/Es/newYorkMaps.aspx

Alrededores y más info: http://www.newyorkpass.com/languages/Es/tickets/Plataforma_de_observacion_del_Empire_State_Building/?aid=22&gclid=COrV9t2tp6QCFcVa7AodBk914Q

 

Guillermo Pérez Rossel