Probar slivovitza e ir a los Balcanes
El embajador me dijo: “yo tomo mi slivovitza, pero para usted traje whisky”. ¡Habrase visto tanta desfachatez!
Si la cosa viene de tannat, le damos al tannat; si de grappa (italiana, prego), grappa. Y si el anfitrión toma slivovitza, hay que darle de punta a lo que sea ese líquido ambarino en botella con etiqueta de dudoso buen gusto. Únicamente resulta protocolar, rechazar el agua de los floreros.
No me reproches que esto no es un viaje, porque lo es. Viajarás un poco más lejos con cada trago y no se te ocurra volver manejando a tu casa. Buscando información para este tema, me tropecé con el sitio web http://www.burningstill.com que significa “Todavía quema” y refiere preferentemente a bebidas con destilación de frutas. Si sabés lo que es la slivovitza y mejor aún, si sabés como destilarla, no vaciles en entrar a este sitio porque seguro que encontrás trabajo.
Con tanta ciruela que hay acá, a menos que a los salteños se les de por compartir el secreto del “vino de naranja”, habría abundante mercado para este licor que, a mi manera de ver, es el rey de los aguardientes. Personalmente lo ubico por encima del whisky y del cognac; solo le falta marketing y un poco de glamour. Y no te imagines algo tan frutado que equivaldría a beber perfume; esto va más bien por el lado de la grappa, el pisco y el acquavit.
Volvamos a la anécdota, de muuuchos años atrás, cuando supe trabar amistad con un encantador embajador de Bulgaria, hombre sincero, divertido y de buena garganta, convencidísimo de que búlgaros y yoruguas hacíamos buena yunta. La primera copa me cambió para siempre mi percepción de las bebidas alcohólicas, criterio que robustecieron las sucesivas botellas que vinieron de regalo. Ni en Europa pude conseguir nunca ni una miserable botellita; lo juro para que no digan que soy un garronero.
Cuando veas estas casitas en las laderas, sabrás que llegaste a la capital de la slivovitza.
Slivovitz o Slivovitsa se supone que debería escribirse en español; yo la bautizo slivovitza como la pronunciaba el Embajador. En la Wikipedia en inglés está la manera de escribirlo y pronunciarlo en búlgaro, serbio, bosnio, croata, checo, alemán, polaco y hasta en yiddish, así que andá viendo la cantidad de lugares donde se toma de callado para que ni los escoceses ni los franceses se enteren y puedan continuar tomando y exportando sus linajudos brebajes. En los Balcanes forma parte de un grupo de bebidas llamado “rakia”.
Es que a estos tipos balcánicos en verdad les gusta tomar y saben hacer bebidas. Les encantan las fermentaciones de frutas que luego destilan para conseguir bebidas caseras formidables. La fruta que más se presta es la ciruela, pero elaboran “rakia” hasta con pétalos de rosa. Andá mirando en las fotos sus equipos de destilación domiciliaria, cosa inimaginable acá donde la ANCAP te caería encima en minutos. Normalmente son bebidas de 40º, pero suelen hacerlas de 50º y 60º amparados en el cuento de que el invierno es muy crudo y la calefacción cuesta muy cara. O mejor aún, aseguran que la fabrican con propósitos religiosos, pues para la Iglesia Ortodoxa la rakia puede ser tan sagrada como el vino. ¡Es fantástica la imaginación que tiene el hombre para justificar una borrachera!
El embajador aconsejó: “no se lo baje de un trago, déjelo pasear por la boca y aprecie al menos tres sabores”. Hace años que no disfruto un slivovitza pero todavía puedo recordar la sensación: hay un cuarto sabor que aparece recién después de haberlo tragado: sube e inunda las fosas nasales. Si creen que estoy loco capaz que tienen razón, pero vayan a Los Domínguez a ver si pueden convencerlos de traer una partidita. Y si lo consiguen, por favor avisen.
A la slivovitza la inventaron (¡cuándo no!) los monjes del Monasterio de Troyen, en Bulgaria. Fue en el siglo XIV y la receta original incluía como 40 hierbas que solo conocía el Abad y solo se la enseñaba al siguiente Abad. Eso es lo que dice la historia romántica, pero huele a cuento. El Embajador aseguraba que era una grappa de ciruelas, muy bien hecha y con algunos agregados entre los cuales se destacaban las almendras. De ahí la sucesión de sabores que, a mi manera de ver, le agrega encanto a la cosa. Dicho sea paso, es una bebida noble, a prueba de resacas posteriores.
En 1894 el aguardiente de ciruela de este monasterio fue presentado en un concurso de bebidas espirituosas que se celebró en Amberes, Bélgica y ganó una medalla de bronce. Dicen los que saben que el secreto es la variedad de ciruela que solo crece en esa región, «las ciruelas Madzharkini» cuyo carozo se quita fácilmente como ocurre con nuestra ciruela “botellita” (andá anotando). Otro de los requerimientos es que el recipiente de fermentación sea lo más grande posible (80 a 120) litros, pero la wikipedia no explica por qué. Podría deberse a que quien hizo la receta es un borracho insaciable.
Si estás frunciendo el ceño pensando en los temas raros que traigo a esta web, te voy contando que no soy solo yo el que quedó impactado por esta bebida. Comparto esa condición con gente no balcánica tan respetable como lo fue el Papa Juan Pablo II y el ex presidente de Estados Unidos Bill Clinton. Tampoco puedo asegurar que la slivovitza búlgara, específicamente la que procede de este monasterio, sea la mejor. Los checos están muy orgullosos de su aguardiente de ciruela que tiene menor graduación, no porque les guste flojito, sino porque cuanto más grados les encajan más impuestos. Y si sos judío, podés escoger alguna variedad con certificación kosher.
Ahora, si te gustó y querés disfrutarla a fondo, lo mejor es ir hasta el pueblo de Oreshak en Bulgaria, cerca del Monasterio de Troyan. Te parecerá un poco exagerado para mandarte un aguardiente, pero el lugar es formidable, descubrirás que la slivovitza no viene sola, que te la ofrecen acompañada por una cantidad de manjares tan poco conocidos y tan sabrosos como esta bebida.
Y además, deberías ir una vez en tu vida a los Balcanes y muy especialmente a Sofía aunque sea para conocer la Catedral-Monumento Alejandro Nevski. Fue construída en homenaje a los rusos caídos durante la liberación de Bulgaria que estaba en manos de los turcos. Esto ocurrió en 1877 y la iglesia es sede del Patriarcado de Bulgaria. Se la considera la mejor construcción ortodoxa del mundo; tiene 72 metros de largo, 52 metros de alto y ocupa una superficie de 3.170 metros cuadrados, suficientes para alojar a 5.000 fieles simultáneamente. En ambas guerras mundiales quedó casi destruída, pero la fe volvió a levantarla.
No te desanimes que no te mando solo a la guerra. Tengo una amiga búlgara que vive en medio de todo eso y se dedica a llevar turistas en su camioneta por lo mejor de su patria. Se llama Yonka Bardijieva y podés encontrar la manera de comunicarte con ella al final de este artículo: http://viajes.elpais.com.uy/2011/10/28/con-yonka-por-la-montana-bulgara/. Habla español, porque estudió turismo en España.