Museo Morgan, el hallazgo de Tomás Linn
Tres almas empujadas al horrible infierno por no leer libros ni periódicos: ese sería justo tormento a que las condenaría mi amigo Tomás Linn.
No podría decirse que el de Tomás fue un descubrimiento (ya antes lo elogiaba Ema Sanguinetti, gran hurgadora estética) sino solo el éxito que coronó su inagotable curiosidad y lo llevó a un inesperado yacimiento de cultura oculto tras el neón y las choluleces de la Quinta Avenida. A mi amigo, el periodista, profesor y formidable columnista que ahora despunta el vicio en El País y La Nación, le sorprenderá la foto que escogí como portada. No está entre las que él me aportó y despertó interés; yo se que soy un poco extraño, pero él también lo es: siempre encuentra un ángulo inesperado para ofrecer a los lectores. Es otro de los escasos humanos que no le teme a la originalidad.
Esa miniatura medieval es uno de los tesoros de The Morgan Library & Museum, en el 225 de Madison Avenue, un lugar rara vez recomendado en la abrumadora folletería y literatura sobre las cosas para hacer en Nueva York. Era la biblioteca de la mansión del banquero J.P.Morgan y, aunque en vida donó la mayor parte de su colección al Museo Metropolitano, a su muerte había en esta biblioteca una fortuna inenarrable en arte y literatura, incluyendo ejemplares de la primera Biblia impresa por Gutenberg, la primera edición de las obras teatrales de William Shakespeare, obras de Da Vinci, Durero, Rembrandt, Degas y Matisse, entre muchos otros.
Ya me imagino al estridente coro progre lapidando al magnate, representación viva del asqueroso neoliberalismo. No voy a quebrar una lanza por los multimillonarios, pero tampoco hay que descontextualizar el asunto, porque estamos en ese fermental período entre el siglo XIX y el siglo XX, en el cual de la noche a la mañana, en Nueva York, en Buenos Aires y hasta en Montevideo, los tipos más audaces e ingeniosos, no necesariamente los más rapaces, amontonaban millones de un año para el otro. Algunos creaban Piriápolis y a otros como a Morgan, les daba por la literatura, el arte y la ciencia… porque pocos recuerdan que si no fuera por el apoyo financiero de Morgan, es posible que Tesla no hubiera podido concretar sus aportes tecnológicos.
Dicen que durante la Guerra Civil, un socio de Morgan compró por U$S 3,50 cada uno, miles de rifles anticuados al gobierno. Luego los arreglaron y volvieron a vender para el ejército, a 22 dólares cada uno. ¿Estafa, viveza criolla? Más bien otro caso de ineficiencia gubernamental, en el cual Morgan actuó solo como financista.
En una de las fotos que me cedieron Tomás y su esposa Lidia, se ve el despacho personal de Morgan en su biblioteca. No vivía allí y sus empresas las manejaba desde sus oficinas en otro lugar… pero cuando se trataba de cosas importantes o reservadas, elegía este lugar para tomar las decisiones. Allí debe haber sido cuando en 1907 el gobierno se quedó sin reservas. Morgan encerró aquí a sus colegas como cuando los cardenales se reúnen para elegir Papa; no podían salir hasta tener una solución. Los banqueros reunidos en esa sala reunieron la cantidad necesaria para el salvataje y para ayudar a emitir deuda pública que le permitió a la administración contar en corto lapso con un superávit de 100 millones. En fin, que en estas cosas, como decía Mujica, como te digo una cosa, te digo la otra. Y no me vengas con cupones de alimentación ni democracia directa, que son papelones politiqueros tan intragables como esos magnates insaciables y moralmente impresentables.
En fin, lo último que Morgan necesitaría es que un periodista uruguayo se ponga a defenderlo; que no lo defiendo, trato de entenderlo. Cuando murió, su hijo Pierpoint Morgan honró los deseos de su padre y donó la casa y la colección a la ciudad de Nueva York. Desde 1924 es otro de los atractivos de la ciudad, a poca distancia de la formidable estación de trenes Grand Central, de manera que cuando vayas, convendría que también te des una vuelta por ahí y aproveches para reflexionar como esa terminal ferroviaria tiene ese movimiento y nuestra hermosa Estación Central es una ruina, algo que resulta incomprensible aun salvando las diferencias demográficas.
El hallazgo de Tomás Linn tiene como módulo original el “pequeño museo” que en 1902 Morgan le encomendó al arquitecto Charles Follen McKim. Se construyó en piedra y mármol tallados, como un homenaje a la Grecia clásica, con frisos en las paredes. La puerta sobre la calle 36, está escoltada por dos leones… pero eso fue el principio; luego se fueron agregando edificios de la misma manzana, conformando algo funcional pero un poco caótico. Tanto que fue necesario que en 2006 el arquitecto italiano Renzo Piano uniera todo y conformara una nueva entrada sobre Madison Avenue.
Desde allí se ingresa, no solo a la biblioteca y museo, sino también a una sala de conciertos, otra de lectura, una tienda de recuerdos, más espacio para exposiciones y dos restaurantes que te ayudarán a reaprovisionarte a bajo costo para continuar comiéndote la gran manzana. Pero el palacio diseñado por McKim sigue siendo el meollo del asunto y solo eso fue integrado al patrimonio nacional.
El inspirador Palazzo Chigi, también tapizado en seda roja damasquinada
En la Roma del Renacimiento, había un banquero y mecenas que se dice fue la inspiración de Morgan. Se llamaba Agostino Chigi y se había mandado construir el “Palazzo Chigi”, en el centro de la ciudad, entre Piazza Colonna y la Vía del Corso. Este edificio es tan suntuoso y espacioso, que desde 1961 aloja al Gobierno de Italia y es la residencia del Presidente del Consejo de Ministros. Dicen que Morgan se identificaba con este banquero italiano del renacimiento y que su sala preferida, el “West Room”, con paredes tapizadas en seda roja damasquinada, son una réplica de la ornamentación del Palazzo Chigi.
Ahí lo tenés a mi amigo Tomás, detrás de su buzarda (acompañado de la Biblia, para que purgue aquiellas heréticas columnas de Búsqueda), en esa famosa sala. Te aseguro que tiene el mismo gusto por la cultura que Morgan… solo le faltan los millones, porque en este tiempo el arte plástico y la literatura no dan dividendos, o quizás nunca los dieron y siempre necesitaron del mecenazgo, o de gente adinerada capaz de comprar su producción estética y permitirles almorzar. En ese escritorio, Tomás también pudo apreciar el “Retrato de un hombre con una rosa”, del flamenco Hans Memling.
La biblioteca de Morgan es la maravilla del “East Room”. Tiene tres pisos de estanterías de nogal repletas de libros de todas las categorías posibles. En el techo, deslumbran los murales pintados por Henry Siddons Mowbray. Entre los documentos alojados en esa librería, descolla la defensa de Galileo Galilei contra las acusaciones de herejía ¿fue una valiente y científica recusación o una prudente reculada ante la ignorancia para evitar que lo quemaran como a Giordano Bruno? Por suerte quedó atesorada y no terminó destruida o perdida.
Morgan y el Lutero de Cranach, entreverados al mejor estilo Discépolo
Cuenta Eduardo Pogoriles en Clarín, que en esa biblioteca están “las correcciones de Balzac en su manuscrito de “Eugenia Grandet” y la partitura original de la sinfonía “Haffner” de Mozart con sus anotaciones. También hay cartas de Lincon y Jefferson, manuscritos religiosos iluminados de la época de Carlomagno, papiros egipcios, griegos y romanos. Pero también hay textos de obras modernas, como los originales de “Cabezahueca Wilson” de Mark Twain y “Viajes con Charly” de Steinbeck”. También puede verse un tapiz flamenco de Pieter van Aelst, un familiar de Brueghel, denominado El triunfo de la avaricia, por muchos considerado como una broma sobre sí mismo que se gastó Morgan.
En el «North Room» se pueden ver estatuas egipcias, griegas y romanas, tabletas mesopotámicas, piezas de arte medieval y encuadernaciones con piedras preciosas. «Antiguas lámparas iluminan varios objetos fascinantes, como esa imagen en miniatura tallada en un sello metálico –hecho en Babilonia, mil años antes de la era cristiana– donde un león y un héroe alado se disputan un toro. Este sello es sólo uno de los muchos tesoros que hoy están a la vista», alerta Pogoriles en Clarín. ¿Se puede creer que también hay originales de Bob Dylan atesorados antes de que le dieran el premio Nóbel? Porque el museo no se detuvo en el tiempo, es un organismo vivo y sigue acrecentando su acervo.
Una de las tres biblias de Lutero, entre las 20 que sobreviven. ¡Si me olvido de mostrarles este tesoro, Linn me manda al infierno!
La entrada cuesta 20 dólares (13 para estudiantes, los viernes gratis para todo público solo de 19.00 a 21.00) y te convendría examinar los sitios cuyas urls proporcionamos, para que averigues que exposición itinerante está visible, qué espectáculos, conferencias o conciertos se están dando en la sala principal. No te olvides que podés cenar opíparamente en el restaurante o comer algo liviano en la cafetería. El museo cierra a las 18.00, pero ambos lugares permanecen abiertos, igual que la sala de eventos… cuando los hay.
Guillermo Pérez Rossel
http://www.nycgo.com
http://www.clarin.com/todoviajes/destinos/Museo-Morgan-oculta-Nueva-York_0_1662433779.html