Dieciocho de Julio
Una cosa es el 18 de julio y otra la Dieciocho de Julio, aunque en el fondo es lo mismo.18 de julio es la fecha, Dieciocho de Julio es nuestra amada avenida. Hay países donde el nombre de su calle principal recuerda a tal o cual fulano o a tal o cual sangrienta batalla. Nosotros no, nosotros homenajeamos la Constitución ¿qué tal? Eso sí que es apego a las leyes… al menos en la nomenclatura.
Porque después, cuando hay que protestar (o festejar, la cuestión es romper) por algo, los uruguayos salen a romper vidrieras en Dieciocho de Julio, a vender contrabando y a rapiñar gente. Es una cosa cíclica, algunos gobiernos logran impedir (un poco) por momentos y otros dicen que son cosas de los periodistas. Tan permisivos fueron, que la ciudad tuvo que derivarse hacia los shoppings, todos arregladitos y primorosos, ¡con estacionamiento gratis y aire acondicionado! Fue el castigo que las sucesivas administraciones y malísimos montevideanos le propinaron a una Avenida absolutamente adorable, que no se merecía nada de esto.
Se podrían escribir libros sobre el vergonzoso olvido en que la tuvimos y todavía la tenemos, por más que los vecinos, comerciantes y algunos gobernantes hagan esfuerzos enormes, para devolverle el glamoroso protagonismo que tuvo cuando era el mayor paseo de la ciudad, el lugar donde enormes tiendas al estilo de los “department store” de Nueva York, compitiendo con Gath & Chaves de Buenos Aires, se disputaban la mejor cuadra para que los opulentos montevideanos compraran el último fonógrafo en el Bazar Mitre, el cochecito de bebé en el London París, un impecable traje para hombre en The Manchester o fueran a hacer pichinchas al Cabezón (¡mirá qué nombre!) en la esquina que hoy ocupa Ta Ta.
No vayas a creer que esa avenida está ahí porque algún urbanista peninsular lo dispuso así como así. Más bien fue al revés. Dieciocho de Julio es el trazado natural de las carretas y caballerías que venían o salían de la ciudad fortificada por la cuchilla, es decir, por encima del prolongado brazo de sólido granito que se insinuaba en lo que hoy es la calle Sarandí y se completaba donde hoy está el Obelisco. ¿Podría imaginarse mejor accidente orográfico para trazar una avenida?
Los urbanistas primigenios no tuvieron otra alternativa que hacer con esa orientación la puerta principal de la Ciudadela y obedecer a la cuchilla para trazar el damero de calles. De un lado el río ancho como mar, del otro la bahía y más allá, una campiña ondulada donde soltabas cuatro vacunos y al poco tiempo tenías todo lleno de ganado. ¿Cómo querés que el puerto de Montevideo no estuviera lleno de emigrantes?
Cuando Montevideo estuvo sitiada, la línea divisoria entre defensores y sitiadores estaba a la altura de la calle Ejido porque en los hechos, allí terminaba la ciudad y de ahí el nombre de Ejido, es decir que allí comenzaba el lugar de uso público para reunir el ganado o apacentarlo.
Olvidémonos de los desfiles militares de Máximo Santos, hagámonos ese favor. Pero no olvidemos que en el lugar donde hoy se yergue la sombra de lo que alguna vez fue el continentalmente envidiado Palacio Salvo, estaba el Hotel Malakoff de Guillermo Aldabe y debajo, el Café La Giralda donde una vez el Quinteto de Roberto Firpo estrenó La Cumparsita de nuestro compatriota Gerardo Mattos Rodríguez. Y no hagamos otra cuestión patriótica o patriotera con esto. Don Gerardo había compuesto una marcha para la comparsa universitaria, pero como no sabía escribir música le pidió ayuda a su hermana que la transformó en un tango. Firpo le hizo unos sabios retoques y el tango tuvo varias letras, algunas lamentables, de las cuales la más popular es la compuesta por Pascual Contursi.
El café La Giralda donde se estrenó La Cumparsita, la columnata o «pasiva» que rodea la Plaza Independencia, pero bien pudo continuarse por la ciudad como hicieron en Turín. Los piamonteses sí que son vivos.
Dejemos en paz al Tupí Nambá, el Británico y la Antequera, que estaban en la Plaza Independencia, no en Dieciocho, junto con el Monumento a Artigas. Olvidémonos hasta del Sorocabana (uno de ellos) que estaba donde hoy se instaló Movistar, pero dediquemos una breve línea para recordar que del lado del Solís, protegidos por la columnata que llamamos Pasiva, estaba la casa de remates de Francisco Piria, la pizzería La Pasiva donde inventaron la famosa mostaza y el Palacio Estévez.
¿Y por qué no continuaron esas columnas a lo largo de Dieciocho, al estilo de ese casco de la ciudad de Torino que todavía las exhibe orgulloso? Si hubieran hecho eso, los montevideanos amantes de Dieciocho le hubiéramos podido hacer frente a la moda de los shoppings centers y la acera Sur (que no es típicamente sur) no tendría un valor inmobiliario inferior a la acera norte por una cuestión más supersticiosa que real, según la cual la gente transita más del lado protegido del sol. ¿Y en invierno no buscan el calorcito?
En fin, mirá que todavía no llegamos siquiera a la Plaza Fabini, hoy del Entrevero, hacia donde se dirige la orgullosa la Avenida Agraciada para mostrarnos de lejos nuestro lujo del Palacio Legislativo, otra de las demostraciones urbanas de nuestro apego a la legalidad. Antes de eso debimos pasar frente al impresionante edificio del Jockey Club, hoy con aspiraciones de hotel boutique y restaurante gourmet, por la Galería de La Madrileña que supo ser una de las grandes tiendas del paseo dieciochesco, por el Club Brasileño y estamos ubicados donde funcionó el Cine Rex, a un paso del desaparecido Las Cuartetas, una gigantesca pizzería y de Casa Noli, también finada, donde los chiquilines tironeábamos de la mano de los padres para ir a ver las mascotas, pues era una viejísima veterinaria. No te olvides del Subte Municipal donde sin pagar un peso te regalaban toneladas de arte y cultura. Enfrente estaba La Platense con unas pinturas horribles en las vidrieras. Al lado Angescheidt invitaba a pasear en una de las primeras escaleras mecánicas y en la otra esquina de la plaza estaba nada menos que el London París.
Sí, ni me lo recuerdes, dejé por el camino un montón de cosas importantísimas y además, estoy yendo para el lado de la nostalgia, como si Dieciocho estuviera en agonía, cuando en realidad lo que todos queremos es que vuelva a ser una calle ejemplar, sin edificaciones ruinosas a partir de su primer piso. ¿Por qué no revisan esos casos uno por uno y le encuentran solución? ¿Es tan difícil ser coherente? Parece tan sencillo conminar o poner a remate lo que está ruinoso y, si hay problemas sucesorios, dejar el producido en bonos del tesoro, por ejemplo, hasta que se pongan de acuerdo.
Confiterías había muchísimas y concurridísimas cuando las señoras en lugar de salir de farra iban a tomar el te, por ejemplo, a La Americana donde hoy un hotel y una galería. Galerías ahora hay a montones, fueron la siguiente etapa luego de las tiendas por departamento, las siguieron las lamentabilísimas mesitas en la vereda donde te vendían cualquier cosa de contrabando, te aturdían con el olor a tortas fritas y en el montonerío se aprovechaban los punguistas. Fue la etapa más alevosa de agresión a la bella avenida.
¡No pretenderás que te lo mencione todo, metro a metro! Aburriríamos a un pueblo. Sí digamos que hasta llegar al gigantesco y glorioso Cine Censa en Dieciocho y Magallanes, la avenida estaba sembrada de salas cinematográficas que se llenaban de bote a bote y que sus marquesinas, particularmente la del Cine Trocadero, le daban rienda suelta al arte de la cartelería gigantesca. Hablemos un poco de los diarios, empezando desde la esquina de Río Branco, donde en el Palacio Lapido funcionaba la Tribuna Popular, en Dieciocho y Yaguarón con su sirena pronta para armar escándalo, estaba el diario El Día, todo un monumento al periodismo hoy asombrosamente transformado en ruidoso lugar de maquinitas tragamonedas. En la Plaza Libertad queda hoy hipotéticamente el último de los grandes diarios sobrevivientes, el que se quedó con casi todo el mercado cuando los demás diarios hicieron agua, es decir El País, nuestro diario. Aunque actualmente nuestro querido El País se trasladó casi totalmente a la calle Zelmar Michelini, donde ya lanzan sus bufidos las rotativas. El taller se mudó integralmente hacia los accesos, donde construyeron un enorme edificio. Hacia el este no había más diarios, aunque en la esquina con Eduardo Acevedo estuvo durante muchos años Montecarlo TV, Canal 4. Radios hubo y todavía hay muchas con frente a la avenida.
¿Y la ONDA? ¡Cómo olvidar la Onda que fue una de las más gloriosas compañías de autobuses, la primera en trazar líneas internacionales que llegaban a Córdoba, a Mendoza, a Porto Alegre y decí que la fundieron, porque si seguía así se hacía bolivariana y llegaba a Venezuela embarcada en el Orinoco o yo que sé! ¿Y el Ateneo, gloria de la intelectualidad de un país que le regalaba poetas a Francia? ¿Y el Museo Pedagógico? O el Café Libertad, el Café Montevideo, el Sorocabana de la Plaza Libertad y tantos otros donde se paseaban Onetti o Ruben Cotelo alentaba bronca contra malos literatos que osaban editar y descargaba su opinión en documentdas críticas. O Alsina Thevenet, o Carlos Maggi y toda la pléyade del 40. No solo teníamos una gran avenida, ¡teníamos con qué poblarla!
No te me olvides de la estatua al Gaucho, una belleza de monumento que no fueron los gobiernos sino generaciones de malditos montevideanos que se ensañaron con los graffitti en el notable friso. Lo deben haber mirado de refilón tanto Eisenhower como Fidel Castro y todas las personalidades del mundo que alguna vez se interesaron en nuestro país y los sacamos a pasear por la avenida. Me la dejás abandonada, pero después la querés lucir y le ponés un cerco alrededor. ¡Pero metiste preso al gaucho! En este punto, un lagrimón por todos los que intentaron e intentan frenar su deterioro y devolverle el protagonismo que merece a éste y a otros tantos monumentos. ¡Gracias señores, qué solos que están!
Era también una avenida palaciega. Mencionemos algunos de los palacios ubicados frente a ella con la certeza de que cometeremos horrendas omisiones. Está el ya mencionado Palacio Lapido, el Palacio Piria donde funciona la Suprema Corte de Justicia, el edificio del Sorocabana que merece el calificativo de Palacio, el Palacio Díaz que a esta altura apenas si merece el calificativo de edificio, antes de eso el Palacio Santos que continúa siendo una gloria particularmente por dentro, el Palacio Municipal durante mucho tiempo llamado Monumento al Ladrillo.
¿Seguimos más al Este? Y bueno, pero no es posible abarcarlo todo y seguro que muchos escribirán comentarios acusándonos de haber dejado de lado tal o cual cosa. ¡Escriban! ¡Pónganlo ustedes! El largo razonable de este artículo solo da para mencionar la Plaza de los Treinta y Tres, más conocida por la Plaza de los Bomberos, donde hicieron una acertada renovación. Casi todas las plazas de Dieciocho fueron bien remodeladas y la prueba está que apenas sale el solcito ves a los veteranos con los nietos disfrutando de las cosas bien hechas.
Cuando estés en esa plaza, mirá un edificio con el frente como quebrado, con ventanas que apuntan en varias direcciones. Es un edificio muy viejo, lo hizo un genio como Julio Vilamajó para Cambadu y esas ventanas son así no para imitar alguna modita arquitectónica, sino porque de esa manera les entra más luz a las habitaciones a lo largo del día. No te me olvides de la impresionante Universidad de la República ni de la Biblioteca Nacional, que nos honraría como uruguayos si no fuera porque los graffitti en los mármoles demuestran que algunos ¿compatriotas? no leyeron nada ni aprendieron nada.
Al final de la avenida está la frutilla de la torta, el Obelisco a los Constituyentes de 1830, digno punto final de una avenida que conmemora la misma pasión por la legalidad. ¡Pensar que por esta misma avenida desfilaron militarmente o manifestaron violentamente, algunos que en esos momentos se olvidaron del sagrado juramento constitucional!
También aquí, la ciudadanía volvió a pronunciarse masivamente contra una propuesta de modificación constitucional que Artigas hubiera calificado de “írrita”. ¡Al héroe sí que le sobraba ingenio para los adjetivos! Pues bien, este obelisco no será tan grande como el de Buenos Aires ni el de Washington, pero aún así tiene 40 metros de altura, está hecho con granito nuestro, tiene bellísimas estatuas alegóricas de bronce que representan a la Ley, la Libertad y la Fuerza y las hizo José Luis Zorrilla de San Martín, un fenómeno de escultor uruguayo.
Además este obelisco es el nuestro, así que es el mejor por lejos, ¿qué?, ¿me lo vas a comparar también con el de Hatsetsup en Karnak? ¡Dejate de embromar!
En fin, que hoy la gente camina apurada por Dieciocho y ni siquiera mira para arriba ignorando lo qué se pierde. Años atrás íbamos despacito porque no nos daba el tiempo para mirar a las chiquilinas que pasaban engalanadas, porque había que vestirse para ir a la avenida. ¿Y a qué otro lugar ibas a ir? Donde hoy está el Shopping de Punta Carretas había una cárcel y bastante ruinosa, el actual Montevideo Shopping llegó a ser un leprosario, el Shopping Portones era una quinta con vides bastante arruinadas y el Shopping Tres Cruces era un grupo de manzanas que ni fu ni fa.
Claro que tenías al Parque Rodó, la rambla de Pocitos y la de Malvín que eran gloriosas. También podías salir a pasear por Ocho de Octubre del brazo de tu mujer y con los nenes de la mano porque uno nunca sabe; o hacer lo mismo por General Flores o por Belvedere. Recuerdo la Plaza Colón como un paseo con banda de música los domingos y todo.
Dieciocho era el mejor paseo y todavía puede serlo si la dejan. ¿Qué tal una vueltita por Turín, por la KarlPlatz de Munich o por algunas calles de Andalucía que las techaron para que la gente siga caminando sin sufrir el sol y donde si aparece un punguista no te digo que le cortan la mano como en la Edad Media o en los países musulmanes, pero no te creas que le va a salir tan barato como acá? Hay que copiar lo bueno, dejarse de imitar a lo peor.
Como para ponerle fin de una vez por todas a esta enumeración imposible, ¿por qué en lugar de rumbear siempre para un shopping, te dejás de embromar y venís a Dieciocho de Julio para experimentarla de verdad? Mirá que los Centros Comerciales te dan confort, pero Dieciocho te da historia y amor.
Guillermo Pérez Rossel
Las fotos las colgaron otros admiradores de Dieciocho en http://www.skyscraperlife.com y www.panoramio.com, porque las consideraron con mérito para que todos las disfrutáramos.