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El último árbol

 

Concedo que esto puede deprimir a tu perro, decile que no preste atención. Pero mirá cómo los japoneses pueden transformarlo en un símbolo… un símbolo válido para todo el planeta.

Ese árbol era parte de un bosque con otros 70.000  idénticos a él, orgullosamente erguidos frente al mar, como protegiendo al populoso pueblo de Rikuzentakata. Por algo que no tiene explicación a todos los demás se los llevó el tsunami junto con muchos habitantes; él quedó solo, como si tuviera un mensaje para transmitir.

No digas que no conocés a Rikuzentakata sino que te olvidaste de él, pues miraste quizás decenas de veces esas horrorosas imágenes del mar invadiendo a una ciudad y llevándose todo por delante. Las imágenes, el nombre del pueblo y las vidas, ocuparon tu mente por ¿cuánto? ¿un mes? ¿una semana? ¿un día? ¿hasta el siguiente gol de Suárez o la siguiente teta del enlatado argentino?

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Vergüenza debería darnos enfrentarnos con esta penosa faceta de nuestra personalidad. La altivez de este pino milagrosamente enhiesto podría recordar eso: lo frágil que es la solidaridad en medio del torrente de experiencias. Sin embargo, no es eso sino algo más positivo y trascendente lo que los japoneses rescatan de este pino.

Una argentina de innegable ascendencia japonesa tiene un blog al que he recurrido en otra oportunidad, no solo porque está muy bien escrito y documentado, sino porque la feliz coincidencia de que también es rioplatense, le permite a ella interpretar para nosotros las cosas que no se ven pero que son las realmente importantes en este choque de culturas. Te recomiendo el “Blog de una Argentina en Japón” (http://despuesdeltemblor.blogspot.com/)

Ella nos recuerda lo que toda madre japonesa le dice a sus hijos: “si caes siete veces, levántate ocho”. Miren las imágenes; esa tierra arrasada fue un día uno de los cien paisajes más famosos de Japón. Allí estaba la playa Takata Matsubara, un balneario sumamente concurrido y fotografiado. El bosque formaba parte del parque que todos disfrutaban.

¿Me podés explicar cómo fue posible que 69.999 pinos desaparecieran por completo y este otro quedara tan intacto que no se le veía ni una rama quebrada? Vos pensá lo que quieras y sacá la conclusión que quieras, pues de eso se trata; pero si este misterio te importa un pito, merecés que una ola te trague.

Lamentablemente el árbol estaba condenado, solo siguió erguido sin ayuda de nadie hasta estar seguro de que su mensaje había sido escuchado.  Tenía 28 metros de altura; ese es el tamaño que alcanzó él y todos sus hermanos tras 260 años de contemplar al mar, al cercano río Kesen y a los bañistas que disfrutaban de dos kilómetros de arenas doradas.

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La única señal de que ese árbol fue escogido por fuerzas inescrutables para salvarse del tsunami, era una marca visible a 18 metros de altura, equivalentes a un edificio de casi cinco pisos. Hasta allí llegó la ola cargada de agua salobre transportada desde el justo lugar donde desde las entrañas de la tierra se levantó la muralla de agua.

Sus raíces comenzaron  a pudrirse debido que el pino no se nutre de agua salada; necesita agua dulce y los suelos están totalmente impregnados de agua de mar. Lo dice con dolor Yoshihisa Suzuki, quien encabezaba un grupo ecologista empeñado en salvar al árbol. Profesor jubilado, con casi 40 años de docencia, suplanta a otro vecino que era el presidente de ese grupo y no tuvo la suerte de salvarse: murió tratando de evacuar a sus vecinos hacia un lugar más elevado.

Está claro que ese árbol estaba tratando de decirnos algo, dice Suzuki. No fue él ni su grupo el que puso la tabla funeraria que puede verse ante el árbol, junto a un bonsái a modo de heredero y de una imagen de la deidad Jizo. ¿Quién entonces lo puso? No se sabe; agregalo a los misterios y si querés ya podés ponerte místico o cínico, tanto da. Pero poné atención al mensaje en  la tabla: “Descansaré aquí, no me molesten. Si muero, no me corten. Me recuperaré y volveré en una forma renovada”.

Y eso fue lo que hicieron los notables del pueblo, algo tan extraordinario como lo del Cid Campeador, quien ya muerto continuaba luchando por su gente… pero atado al caballo. En este caso, al cadáver del pino lo inyectaron con un preservante, introdujeron guías de metal para que soportara su propio peso y la fuerza del viento. A las hojas y ramas más finas, las reprodujeron con resina sintética y con esa artesanía inimitable de los japoneses, lograron un resultado final que quizás sea del agrado del fallecido. Su mensaje no será eterno, pero será escuchado por muchas generaciones que ya comenzaron a peregrinar hasta él en busca de inspiración.

Es probable que si considerás esto como quien prepara el exámen de Gestión Financiera en  Ciencias Económicas, estés a punto de calificarlo como una pelotudez sin levante. Pero aguántate un poquito porque esto tiene un final, quizás imprevisto para gente como vos. Mejor cavilá en el truculento espectáculo de la poda en Montevideo, siempre tardía, siempre excesiva o generosa en demasía, pocas veces en su justo término.  Quizás deberías reflexionar en que pese a esto, tenemos gente tan sensible como estos japoneses, capaces de desviar Bulevar España y hacer una mini-placita a la medida para que el Ombú de la subida sobreviva e, igual que este árbol, continúe contemplando cómo los montevideanos se dirigen a la playa para remojar en ella sus mejores ilusiones.

Así que nos parecemos poco a estos japoneses, pero algo de ese espíritu también tenemos. Claro que ellos nos llevan la ventaja del Sintoísmo, una singular religión de sofisticado animismo, en la cual un árbol puede ser el hogar de una deidad o ser la deidad misma. El Sintoísmo es la religión mayoritaria de Japón, donde la explicación de qué cosa significa agnosticismo puede provocar una carcajada a gente que piensa que le estás tomando el pelo. ¿Son ellos los crédulos o nosotros los incrédulos a nivel patológico?

El árbol es ahora un canto a la vida en un pueblo donde el tsunami se llevó a 1.569 de sus 24.000 vecinos. A otros 169 se los supone muertos, pero sus cuerpos nunca aparecieron. Los bulldozers continúan removiendo escombros y derribando edificios que en cuyos techos llegaron a varar barcos de pesca cuyos marineros también fueron arrastrados por la ola y las que la siguieron. En las colinas comienzan a edificarse más viviendas para los sobrevivientes que pudieron haber emigrado, pero quizás el árbol les dio ánimo para aferrarse a la tierra natal. ¿Hay algún lugar realmente seguro en cualquier lugar del mundo o lo que puede haber es una filosofía de vida tan particular como la que sugieren estos acontecimientos?

¿Entonces qué? ¿Nos quedamos con las maripositas y la poesía admirando a japoneses sobrehumanos? Pues no señor, como en todas las sociedades, en Japón hay muchos de los buenos y también hay de los otros.  La restauración del árbol llevó seis meses y costó 1,6 millones de dólares. (¿Dijo 1,6 millones?) De verdad, se les pudo haber ido la mano y por lo que se ve en las fotos, fue complicado pero ¿tanto como para ese gasto? El escándalo fue mayúsculo, llovieron las críticas por internet, formuladas desde lejos, desde lugares donde el árbol no se ve y su propósito tampoco.

¿Hubo avivados? No lo podemos saber desde acá y tampoco nos corresponde meternos. Lo que sí ya queda claro es que el árbol-monumento ya es un hito en los destinos turísticos de Japón y que, lo hayan o no lo hayan previsto quienes gastaron esa plata, es seguro que la mística devolverá con creces esa inversión.

Por un lado, menos mal que los japoneses muestran también estas aristas negativas, ¡a ver si nos agarrábamos un complejo!

La historia no termina acá. El grupo conservacionista de Yoshisa Suzuki logró no logró impedir la muerte del árbol, pero logró rescatar varias semillas que fueron cuidadas con esmero en dos jardines botánicos diferentes, por las dudas. Casi todas ellas germinaron y hoy están llegando a los 20 centímetros de altura. Suponen que en este 2020 habrá disminuido la salinidad de la tierra y podrán ser trasplantados para ser la base de un nuevo bosque. Para que todo sea parecido a antes, habrá que dejar transcurrir 260 años, pero si hay algo que le sobra a esta admirable gente, es la paciencia.

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La bloguera argentina incorporó un video con una canción en homenaje a esta ciudad; no me atrevo a decir ni que es una linda o una fea canción, solo es segura su emotividad, traducida dice algo así como:

«De la ciudad que tanto me gustaba… ya no queda nada.

Pero en mi corazón siempre estará este paisaje.

Y dentro del paisaje está el testimonio de las personas que queremos.

Algún día me gustaría volver a ver a la ciudad maravillosa con este paisaje,

lo llevo vivo en mi corazón…»

 Fuente de información:

http://japandailypress.com/tag/rikuzentakata/&prev=/search%3Fq%3Drikuzentakata%26rlz%3D1C2ECSA_esUY467UY467%26biw%3D1092%26bih%3D514

Por si te da la gana de ir aunque sea para –comparando tu historia y la de ellos– aprender a sobrellevar con un poco más de dignidad, las pequeñas cosas desagradables que te ocurren:

http://www.tripadvisor.es/Tourism-g1022871-Rikuzentakata_Iwate_Prefecture_Tohoku-Vacations.html

 Guillermo Pérez Rossel