Muerte en el Café Gijón
Cuando vayas a Madrid, tomate algo en el Café Gijón, pero escogé la mesa con cuidado; Ruben Loza Aguerrebere sabe por qué es conveniente.
El Café Gijón es un lugar tan célebre que hasta tiene una entrada en la Wikipedia, con nada menos que 17 sitios referenciales. No es para menos; es el café literario todavía de moda en Madrid, una ciudad que a diferencia de Montevideo, no hizo añicos cafés tradicionales como el Tupí Nambá, el Sorocabana o el Antequera. A este último hasta se lo omite de los recuerdos, como si algo malo hubiera tenido entre sus mesas de ajedrez y aquella otra que todas las noches ocupaba una Rosa Luna rutilante, distante y vigilante. Esa Rosa Luna que podía resultar temible cuando alguien trataba de pisotearle sus derechos y en otros momentos podía ser tan maternal como para decirle a alguien como yo: «botija, ¿porqué no te vas para tu casa que es muy tarde?». No señor, igual que los porteños, los madrileños cuidan sus cenáculos; los montevideanos recién hace poco los redescubrieron.
Vamos a hacer una precisión: este artículo fue escrito hace más de un año, cuando el libro a que se hace referencia estaba en todas las librerías; puede que ahora cueste encontrarlo. Lo volvemos a publicar en homenaje al gran amigo y periodista Eduardo Navia, cuyo silencio se debía a que le estaba haciendo gambetas a la parca, que tuvo que volver por donde vino con las garras vacías. Felizmente ya está en su casa y pronto andará tomando su ristretto en el café Facal, otro de los clásicos uruguayos, porque Eduardo es bolichero a muerte desde que se puso los pantalones largos en Villa Colón. Que disfrutes el artículo, Eduardo, estoy convencido de que por su temática te va a gustar y más les va a gustar a los muchos que te apreciamos, saber que ya volviste.
Cuando un escritor uruguayo anda por Madrid, le resulta imperioso ir al Café Gijón por si asoman el escritor colombiano Plinio Apuleyo Mendoza, el periodista uruguayo Daniel Beltrán, el literato uruguayo Ruben Loza Aguerrebere, el Premio Nobel Vargas Llosa, la artista colombiana Patricia Tavera, el periodista y escritor madrileño Germán Yanke o el periodista Juan Cruz de El País de Madrid, en ese orden y ¡CLIC! ¿Porqué clic? Porque se trata de una foto hipotética en la cual todas estas personalidades figuran en su orden de izquierda a derecha.
Acá tenés a todos los amigotes de Ruben Loza (a quien se ve en la segunda foto), con excepción del querido Daniel Beltrán del cual no pudimos encontrar foto. Pavada de amigos en Madrid que tiene el minuano. Abajo un video con audio, que da mejor idea del ambiente del café. Como verán, nada del otro mundo, solo que es un café tocado por la magia de la popularidad entre los ilustres.
Nadie dice que el grupo no pueda ser real, pero hasta ahora esos siete se encontraron en muchos lados, intercambiaron comentarios e intimidades, pero nunca al mismo tiempo en el Café Gijón. Conversando y posando para una foto se los presenta en uno de los últimos capítulos del libro “Muerte en el Café Gijón”, un viaje a una de las mejores aventuras literarias de los últimos años, un paseo por las acrobacias argumentales Chesterton con los pasos de pato de Horacio Quiroga, donde el pionero Arsenio Dupin se toma un cafecito con el Padre Brown y donde un minuano se saca el gusto de entreverar a gusto la realidad y la ficción.
Nada que ver con la Confitería Irisarri de Minas, uno de los pocos lugares donde no se emborrachó Hemingway, otro de los personajes elípticos que aparece en el relato. Cualquier ser humano ciertamente disfrutará del libro, pero un minuano puede disfrutarlo mucho más. Cualquiera de ellos puede ponerse en el pellejo de Fernando Vicente, el muerto. Si hasta es de baja estatura como Ruben Loza … y como tantos otros minuanos que admiraron a Santiago Dossetti y se lanzaron a la literatura. Minas es una ciudad muy rara: la mitad de los jóvenes quiere escribir como Morosoli, componer como Fabini o cantar como Santiago Chalar que no nació en Minas, pero merecía. Eso hacen los jóvenes minuanos en lugar de darle de punta a la pasta base, mirávo.
Según Loza también son capaces de viajar a Madrid y envenenar a un tipo cualquiera, al azar, solo para cometer el crimen perfecto. Y si es en el Café Gijón, más perfecto todavía. Pero la intriga del autor recién comienza. A Fernando Vicente, literato minuano «cuandonó», medio fracasadito él (y en muchos sentidos), lo matan al menos cinco personas además de las circunstancias; también se suicida y se muere de un ataque cardíaco, todo simultáneamente, o más bien a lo largo de 125 páginas que se leen en una cebadura y media. Porque hay que pausar.
Hay que pausar para recordar el sinuoso decurso semejante en estrategia de «El Año Pasado en Marienbad» y muchos otros recursos literarios que creía olvidados. Pensé que los uruguayos ya no podían escribir así; veamos ahora si todavía son capaces de leer así. Y hay que recordar muchas cosas más, de Madrid, de Montevideo y de París; Ruben sí que sabe sacarte a pasear.
¿Qué me estoy pasando de rosca porque lo conozco y lo quiero a Ruben Loza? ¡Claro que sí, si nunca pretendí ser crítico literario ni tengo la más mínima capacidad para serlo! Soy un lector empedernido y fanático, la contracara de la objetividad. Pero el libro me gustó tanto que si tengo la oportunidad de volver a Madrid, lo primero que haré será salir disparado hasta el Café Gijón en Paseo de Recoletos 21 desde 1888.
Lo fundó un tal Gumersindo Gómez, asturiano originario de Gijón, de ahí el nombre. Cuando puso mesas en la vereda (terrazas le llaman y la intendencia no les hace problemas) empezó a caer gente conocida que llegaba desde un teatro próximo o porque se le daba la gana. Entre los primeros estaban Santiago Ramón y Cajal, Benito Pérez Galdós y Valle-Inclán. ¿Se imaginan a la Mata Hari entre toda esta gente? Pues se la pueden imaginar, pues allí iba con todas sus opulencias. En sus mesas también alternaron tipos como Federico García Lorca y Enrique Jardiel Poncela. Seamos francos, algunos eran fieles parroquianos y otros andaban a las vueltas por todos los boliches, que los había en abundancia por ese entonces, un poco por esa cuestión de la cultura y el café y otro poco por las estufas en invierno y los ventiladores en verano.
Los norteamericanos tienen sus cosas y hasta un antro de jazz donde va a tocar su clarinete Woody Allen. Pero nunca tendrán un Café Gijón como Madrid o un Café Brasilero como Montevideo. Por eso cuando lo encontraron se enamoraron y entonces en el Gijón podían verse a Truman Capote, Ava Gardner, Orson Welles, Joseph Cotten y el británico George Sanders. Hoy no son los mismos, pero cualquier norteamericano notorio que quiera pasar por culto y ser fotografiado en Madrid tiene que ir al Gijón a posar y si le es posible, decir algo inteligente.
Pocos cafés literarios sobrevivieron con su carácter tradicional pero el Gijón sigue vital. Los personajes famosos que cita Ruben perfectamente podrían estar almorzando una merluza a la sidra el día que vos vayas porque como a mí, el libro te dejó alguna picazón. Cuando llegues, fijate en un armario donde exhiben todos los libros que se escribieron en el Café Gijón, con referencias a él o directamente monografías sobre el afamado boliche. Fijate bien, porque si no está “Muerte en el Café de Gijón” del minuano Ruben Loza Aguerrebere, da para sentar una protesta formal. Solo eso, no se te ocurra comprar pastillas de veneno, escoger la mesa de un desconocido y ponerle una en su café, no da para tanto.
http://es.wikipedia.org/wiki/Caf%C3%A9_Gij%C3%B3n
http://es.wikipedia.org/wiki/Categor%C3%ADa:Caf%C3%A9s_de_Madrid