De Bohemia a Moravia
¡Cuánto tiempo postergada! Todavía le faltan detalles, como el de la seguridad, pero la República Checa es uno de los más bellos países de Europa. La revista Turismo de La Nación, nuestro socio GDA, propone un pausado recorrido desde Bohemia a Moravia… aunque antes o después, deberás conocer Praga.El recorrido comienza por Karlovy Vary, que en alemán se escribe Karlasbad y entonces se la reconoce más en estas latitudes, lo cual es una agraviante injusticia con un pueblo que, por su ubicación y su riqueza, debió sufrir casi todas las guerras europeas. Pero se las arregló para continuar suficientemente hermoso como para alojar a las más bellas mujeres del mundo. En la foto principal, el castillo de Locket, tal cual como en la Edad Media.
KARLOVY VARY
«Si usted estuvo escondiendo uno de esos perritos de moda o un par de anteojos ostentosos dentro de su equipaje, entonces Karlovy Vary es su oportunidad para ventilarlos.»
Así arranca la introducción de la guía Lonely Planet a esta ciudad-spa recostada en un valle estrecho sobre el río Teplá, a 126 km de Praga y la segunda más visitada del país (dos millones anuales para una población de 60.000 habitantes).
Es que Karlovy Vary en checo, Karlsbad en alemán (está a 40 km de la frontera), constituye uno de los ambientes más sofisticados y elegantes del continente.
Este balneario de las larguísimas columnatas neoclásicas, de los edificios art nouveau, de las coquetas calles empinadas y del Festival Internacional de Cine fue alguna vez comparado por Le Corbusier como una torta de crema por su ornamentada arquitectura.
Por sus bosques han pasado desde el siglo XIV la mayoría de los reyes y aristócratas de Europa central, además de visitantes ilustres como Goethe, Bach, Beethoven, Tolstoi y hasta Carlos Marx. Los unía el mismo propósito que hasta el día de hoy sigue impulsando el peregrinaje de cientos de miles de hipocondríacos de todo el mundo: probar las propiedades curativas de sus aguas termales, ricas en minerales como sodio, bicarbonato o sulfato.
Los primeros visitantes acudían para bañarse, aunque actualmente la mayoría prefiere beber sus aguas. Porque si hay algo que no falta en Karlovy Vary son fuentes termales ni gente que se agache para recolectar sus líquidos milagrosos.
De hecho, el suvenir más vendido son las jarritas para tomar el agua curativa, que brota caliente y amarga de la docena de fuentes que flanquean la Promenade, el paseo principal.
También están los que se alojan en lujosos hoteles para seguir terapias y programas médicos de varios días. Los árabes son los que llenan las habitaciones del hotel Pupp, el cinco estrellas más tradicional, mientras los nuevos ricos rusos prefieren evitar los hoteles: directamente compran propiedades.
Entre tratamiento y tratamiento se puede visitar la fábrica de cristales Moser para presenciar el trabajo de los maestros sopladores en vivo. O la antigua fábrica del licor Becherovka, que guarda su leyenda: se dice que hay sólo dos personas en el mundo que conocen la receta de este singular brebaje, compuesto por una combinación de entre 20 y 30 plantas y hierbas aromáticas.
A sólo media hora de Karlovy Vary está el pueblito amurallado de Locket con su espectacular castillo-fortaleza y su muchísimo menos romántico Museo de la Tortura. Muy cerca, también, el palacio de Becov guarda uno de los tesoros más sorprendentes del país: el relicario de San Mauricio, una joya del arte medieval (siglo XIII) que conserva reliquias de San Mauricio, Timoteo y San Juan Bautista.
Nadie quiere perderse la fiesta medieval de Cesky Krumlov
CESKY KRUMLOV
Decir que un pueblo parece salido de un cuento de hadas es un lugar común bastante común. Pero la descripción no podría cuadrarle mejor a Cesky Krumlov (se pronuncia chesqui), pequeña ciudad medieval que sigue las curvas del Moldava y que algunos han bautizado como una Praga tamaño pocket.
Sobre un peñón rocoso se distingue el colosal castillo que domina todo el poblado y que durante tres siglos (1302-1602) perteneció a la familia Rozmberk, la más poderosa que reinó en estas tierras.
Se dice que los Rozmberk se inventaron un parentesco con la distanía italiana de los Orsini y así adoptaron el símbolo del oso (orsa en italiano) en su escudo. Incluso mantenían osos vivos en el foso del castillo -a todo esto, el segundo más grande del país después del de Praga-, para enfatizar su relación con los Orsini y sus raíces en la Antigua Roma.
El casco antiguo, en tanto, sólo admite recorridos a pie por sus calles angostas y empedradas. En los últimos años se ha poblado de negocios de cristales, porcelanas y títeres, además de hoteles boutique y de una serie de bares para atender la gran cantidad de turistas, la mayoría, alemanes y austríacos.
Desde que la Unesco lo declaró Patrimonio de la Humanidad, en 1992, la popularidad de Cesky Krumlov no ha parado de crecer. Por eso, mejor evitar la temporada alta de verano, cuando los artistas callejeros copan cada rincón del centro y los ómnibus de turistas se amontonan en los parking.
Por otro lado es también en verano (fines de junio) cuando se realiza la Fiesta de la Rosa de Cinco Pétalos (emblema también de los Rozmberk), vistosa celebración a la que los habitantes de la ciudad llegan vestidos con trajes medievales. Hay desfiles de caballos, actuaciones de juglares, ferias de gastronomía, exhibiciones de esgrima, juegos de ajedrez viviente en los jardines del castillo y un espectacular cierre con procesión de antorchas y fuegos artificiales.
Entre tanto cuento de hadas y tradición medieval, no es de sorprender que la obra del pintor austríaco Egon Schiele, que se instaló aquí en 1911, haya causado un verdadero revuelo en aquella época. No sólo eso: Schiele fue encarcelado y expulsado de la ciudad porque su obra se consideró pornográfica y obscena. Por suerte, hoy se puede visitar en el casco histórico el Egon Schiele Art Centrum, que cuenta con una exposición permanente del genial artista.
La fábrica de Pilsner Urquell, la cerveza más popular del país
PLZEN
Aunque cuenta con la tercera sinagoga más grande del mundo (después de las de Jerusalén y Budapest), un entramado de túneles subterráneos construidos entre los siglos XIII y XIX como refugio de guerra, la catedral gótica de San Bartolomé (cuya torre de 112 metros es la más alta del país) o un Ayuntamiento del siglo XVI cuya fachada esgrafiada es una obra de arte, para la mayoría de los visitantes, la ciudad de Plzen, o Pilsen en su versión alemana, es sinónimo de cerveza.
Y así se encaminan derechito a la fábrica de Pilsner Urquell, marca de cerveza más popular de la República Checa, elaborada desde 1842.
Más que una fábrica se trata de un megacomplejo de 450 hectáreas con calles y avenidas, una locomotora, restaurante, cervecería y museo. La visita guiada (en inglés, alemán, francés y checo), de una hora, permite conocer el proceso de elaboración de esta cerveza de baja fermentación (lager), ver el tanque de lata donde Herr Groll preparó la famosa primera partida de cerveza, recorrer un tramo de los 9 kilómetros de túneles subterráneos donde se almacenan los barriles y, como broche final, degustar la Pilsen de inconfundible color dorado.
No es fácil determinar por qué la cerveza bohemia es tan apreciada en el mundo, pero muchos se inclinan a señalar como factor determinante el lúpulo, planta de extraodinaria calidad que se cultiva en Bohemia septentrional desde el siglo IX. La ausencia de aditivos y otros productos químicos contribuyen a la pureza de la cerveza bohemia.
Plzen cometió un error garrafal al no registrar su nombre, ya que muchísimas cervezas se hacen llamar hoy Pilsen o Pilsner, del mismo modo que la Budweiser americana tiene muy poco que ver con el sabor de la auténtica Budweiser de Bohemia.
En la tabernas (pivnice) de toda la región, la cerveza se sirve en jarras de medio litro, pero también se puede pedir una malé, de un tercio de litro. Cada pueblo tiene su propia marca y cada establecimiento comercializa una o dos. Pero no hay por qué desconfiar: en Bohemia no existen las cervezas malas.
La plaza central de Olomouc .
OLOMOUC
Lejos del bullicio de Praga y de los destinos más visitados de Bohemia, la región de Moravia es una de las más tranquilas de la República Checa, la cara menos explorada del país y una grata sorpresa para cualquier visitante.
Olomouc, la segunda ciudad de Moravia (la primera es Brno, más industrial), es un centro joven y animado, que alberga una de las universidades más importante del país (la Universidad Palacky), con 22.000 alumnos. Pero las reliquias de su opulento pasado conviven intactas con lo nuevo, a excepción del Reloj Astronómico, que fue dañado en la Segunda Guerra Mundial.
El famoso artefacto fue reconstruido por el gobierno comunista, con un curioso toque de época. Así, en lugar de figuras religiosas, a cada hora desfila una procesión de personajes proletarios, desde un artesano hasta un científico, que marcan el ding dong al ritmo de un yunque y un martillo.
Otro de los grandes orgullos de Olomouc es la colosal columna barroca de la Trinidad, que data de 1734 y es la mayor de centares de columnas de la peste que hay en toda la República Checa. Este tipo de monumentos, efectivamente, solían erigirse por los sobrevievientes de las pestes para agradecer a Dios el fin de las plagas.
Fue justamente para huir de la viruela que Mozart, por ejemplo, se instaló un tiempo en esta ciudad, en la que escribió su Sexta sinfonía.
También fue en el palacio arzobispal de Olomouc donde se proclamó emperador a Francisco José de Austria, en 1848. La ciudad, de hecho, pasó a ser sede episcopal en 1603.
Los arzobispos tenían su residencia veraniega en la cercana Kromeriz, a 30 km. Pocos palacios eclesiásticos de Europa igualan en grandeza y opulencia al de Kromeriz, donde el director checo Milos Forman rodó algunas escenas de su película Amadeus. La Unesco declaró el palacio como Patrimonio de la Humanidad en 1998, junto con el vecino jardín de estilo manierista («un ejemplo muy raro y prácticamente intacto de un jardín barroco», dice el informe de la Unesco).
La columna barroca de la Trinidad, en la plaza central de Olomouc .