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Mundial y viajes, miles de millones

 

Hace 2.500 años los atletas griegos competían desnudos; hoy no hay un centímetro de cuerpos y estadios que no contengan publicidad.


En los Juegos Olímpicos de 1924, el partido entre Uruguay y Suiza convocó a 60.000 espectadores y los ojitos de Jules Rimet y de muchos otros se entrecerraron. Los principios del Barón de Coubertin eran un excelente pretexto para muchas otras cosas.

El Mundial de Sudáfrica comenzó su monstruosa facturación en la etapa clasificatoria, pero ahora viene lo bueno. Se estima que además de la gente que quepa en los estadios, otros 26.000 millones de espectadores lo verán por televisión. Solo la FIFA recaudará por ese concepto algo más de 2.100 millones de dólares. Unos cuantos más lo seguirán desde sus teléfonos celulares y las compañías telefónicas también pondrán su tubito chupador en los mundiales. En el 2006 la FIFA apenas había recaudado 488 millones.

¿Asi que para eso sirven los mundiales? No señor, sirven para mucho más sin considerar al deporte y a los orgullos patrióticos. Por ejemplo en 1934 Benito Mussolini usó asquerosamente al fútbol para promover al fascismo y en lugar de vivar a su selección nacional, la amenazó severamente por si no ganaba. Ganó Italia, pero no ganó el fascismo.

Convocados por «20 Minutos» los españoles eligieron al Santiago Bernabeu como el mejor estadio del mundo. Eso se llama ombliguismo. En segundo lugar, más imparcialmente observado, el mejor del mundo es el Allianz Arena de Munich, que puede elegir su color exterior, ¡qué detalle! El Allianz también es la foto de portada de este artículo.

También la industria turística se beneficia de los mundiales y esa es una de las razones por las cuales este tema se aborda en Viajes.ElPais. Uruguay y su potencial turístico se hicieron conocer en 1930, cuando podíamos costear un estadio y construirlo en tiempo record junto a un todavía más monumental Hospital de Clínicas, ahora venido a menos, pero todavía atalaya para las mejores fotos.

Para ser sede de un Mundial se necesitan entre muchísimas otras cosas, tener aeropuertos y hotelería del más alto nivel y además seguridad suficiente como para que la FIFA te acepte como sede. El campeonato termina, pero los servicios quedan y continúan rindiendo facturación por decenas de años.

Hace más de dos mil años ya se preocupaban por el sol en la cara de los espectadores. El Coliseo todavía está rescatando su inveersión; los estadios modernos serán impresionantes, pero en cuanto a perdurabilidad, pierden por goleada.

Uruguay y Argentina deberán esmerarse e invertir para que podamos tener el primer mundial de dos orillas en el 2030, algo parecido a lo que ocurrió en el Mundial con doblete de Corea del Sur y Japón. Sudaremos sangre, pero nos quedaría una impresionante infraestructura. Capaz que hasta recuperamos el tránsito por el puente de Fray Bentos, porque no puede haber Kirchners ni piqueteros por 20 años más.

Brasil es uno de los países que, con sobrado derecho, postuló a Río Janeiro para  el 2014. La inseguridad de Río le había arrebatado enormes ingresos turísticos y hasta nos había perjudicado a nosotros, pues muchos turistas europeos triangulan con Argentina y Uruguay.

 

¿Y esta foto qué tiene que ver? Sólo que mientras los arquitectos se afanan por terminar a tiempo, estas chicas ya terminaron la preparación de su actuación inaugural. ¿Cuánto cuesta el boleto para ir a Sudáfrica?

Brasil está dispuesto a gastarse 14.000 millones de dólares. Claro que también tendrá un importante retorno durante el Mundial, pero difícilmente rescate toda la inversión como ha ocurrido en algunos casos. ¿Vale eso poner a Río nuevamente como uno de los principales destinos turísticos mundiales? ¡Claro que lo vale! Además, también se beneficiará a varias grandes urbes brasileñas, entre ellas San Pablo, ya casi impuesta como el Wall Street de América Latina. El Estado solo tendrá que poner 3.800 millones, caja chica para el gigante. La hegemonía es linda, pero tiene su costo.

A los alemanes ser sede les costó 2.000 millones, una bicoca. Y los sudafricanos están gastando bastante menos que lo previsto en Brasil, pero así son las cosas con los vecinos del norte, donde lo bueno (y lo malo) siempre deben ser o mais grande do mundo.

El estadio de Johanesburgo está realmente bueno … pero con México tendremos que jugar en este otro, tan humilde.

¡Si hasta incluyen líneas de metro en ciudades como Porto Alegre y Curitiba! Son unos 59 proyectos, entre ellos 12 nuevos estadios. Del otro lado de la cordillera, los juiciosos chilenos comenzaron a cavilar sobre cuánto les costaría ser sede del Mundial como se proponen. Acá las bravatas están demás. ¿Cuánto cuesta, de dónde saco la plata y cuánto puedo recuperar durante y después del campeonato?

¿Y si algo sale mal como en los Juegos Olímpicos de Munich? Bueno, en un caso como ese sería injusto echarles la culpa a los bávaros y además, ahí está la sede olímpica, una maravilla de la arquitectura moderna y un lugar turístico que continúa produciendo rentabilidad.

También les puede salir mal de otra manera, como ocurrió también en Río de Janeiro pero en 1950. Porque ser sede y ganar un Mundial también es una cuestión moral … hasta el punto de que puede afirmar a un gobierno y ganar una elección, como bien lo intuían Mussolini y Hitler quienes concebían al deporte y al atletismo sólo para eso. Jesse Owen, el mayor atleta de la historia vapuleó a los arios y el ridículo bigotito abandonó maltrecho el estadio olímpico de Berlín.

Maracaná sirvió en 1950 y volverá a ser sede en el próximo. Pero tuvo refacciones importantes y las volverá a tener. Una modernización que no le quedaría bien al Coliseo y capaz que tampoco a nuestro Centenario.

Pelé, el mejor jugador de todos los tiempos, no asistió a la final de Maracaná porque era un niño, pero aún así su testimonio indica qué ocurre cuando se pone dinero y alma en un Mundial y las cosas no salen como se esperaba. Veamos lo que dice en su libro «Mi Legado».

«En julio de 1950 yo tenía nueve años. Estaba jugando en la calle, como siempre y Dondinho, mi padre me llamó: adentro, que ya empieza la final. ¿Qué final?, pregunté. La final del mundo entre Brasil y Uruguay. ¿Y qué pasa?, insistí. Que va a ganar Brasil y vamos a celebrar, respondió. Papá, tío Jorge y varios amigos escuchaban el juego por radio. Cuando terminó, con el triunfo de Uruguay 2-1, Dondinho lloraba. Nunca había visto a mi padre llorar y le dije, por esas cosas de niños, para consolarlo: no llore, papá. Yo voy a ganar una Copa del Mundo para usted, se lo prometo. Ocho años despues me encontraba en Suecia levantando la Primera Copa del Mundo para Brasil.»