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Taiwan


Pequeño territorio, grandes sorpresas; de los ultramodernos 101 pisos de su torre insignia a los vivos colores de sus templos más antiguos.

TAIPEI (Por Daniel Flores, La Nación (GDA).  El nombre Taiwan, para muchos, remite inmediatamente a tecnología, a aparatos electrónicos, a una nación factoría, un eficiente y remoto polo industrial. Es difícil separar a Taiwan de las palabras made in grabadas sobre todo tipo de dispositivos, diminutos, sofisticados, enormes, descartables, baratos o impagables.

Cuesta imaginar algo más lejano a ese concepto que el Taroko, uno de los siete parques nacionales en esta isla bautizada por navegantes portugueses como (curiosamente, para los argentinos) Formosa. Son 270.000 hectáreas de prodigiosas montañas atravesadas por el poderoso y erosivo río Liwu, y por caminos que dan prueba de la laboriosidad taiwanesa, con túneles de hasta dos kilómetros.

Durante una gira de una semana alrededor de la isla, el Taroko, sobre la costa este, es el lugar donde nos cruzamos con más turistas occidentales en pleno trekking. Será que si bien se pueden visitar parques nacionales en muchas partes del mundo, no en tantas se ven estos intrigantes templos de techos colorados asomando entre la profunda forestación, ni paradores-spa de renombre internacional.

Pero el Taroko es apenas una de las muchas razones para darle una oportunidad a Formosa, adonde llegan mayormente viajeros de negocios, aunque, en realidad, es una conveniente puerta de entrada para un tour asiático más amplio. Es un país que sorprende a quien espere encontrar poco más que un cúmulo de rascacielos ultramodernos haciendo equilibrio para no caerse al Pacífico. En verdad, aunque la densidad de la población es alta y sólo el 35% de esta montañosa isla es habitable, ni siquiera Taipei es la agobiante capital asiática con la que alguno podría fantasear. Con algo más de dos millones y medio de habitantes, es una ciudad relativamente baja (por el peligro de los terremotos), caminable y nada vertiginosa, salvo para quien se aventure a manejar entre los cientos de miles de scooters que circulan a toda hora por sus calles.

Esta es una actividad recomendable para conocer Taipei: levantarse bien temprano, apenas amanece (con el jetlag producido por casi 24 horas de viaje desde Buenos Aires eso no implica mayor sacrificio), y caminar hasta la plaza más cercana. Hay muchas en la capital y en todas se va a encontrar a otros madrugadores practicando tai chi con toda la paz del mundo. Una adecuada expresión del ritmo de esta ciudad: metódico, preciso, pero apacible.
Su edificio insignia, Taipei 101, con la cantidad de pisos que el nombre indica (superando por 50 metros las Torres Petronas de Malasia), sí hace honor a la idea de ciudad futurista. Sin embargo se eleva ciertamente solitario en el distrito de Xinyi. Tiene observatorio, por supuesto, hotel y un enorme shopping con una especie de plaza pública interior. Y un prodigioso sistema para soportar terremotos de los más intensos.

¿Qué tan necesaria es esta protección? Muy necesaria. Para comprobarlo me bastaron cuatro horas en Taipei, que fue lo que tardó en sentirse el primer terremoto de bienvenida en el piso 17 del hotel Grand Formosa Regent.

Desde los ventanales del piso 89 del Taipei 101 se admira toda la ciudad y también las montañas que la rodean, como para planear más gráficamente el resto del tour. Se observa, por ejemplo, el Memorial de Chiang Kai-shek, el héroe nacional, clave para la peculiar historia reciente de la isla, recordado con un monumental edificio y una gran estatua sentada, al estilo de la de Lincoln en Washington D.C.

El militar y estadista Chiang Kai-shek (1887-1975) lideró el Partido Nacionalista Chino derrotado por los comunistas en 1949. Fue entonces que se refugió en la isla de Formosa, donde estableció y regió la República Nacional China, hasta hoy no reconocida oficialmente ni por la China comunista-continental ni por la mayoría del resto del mundo (incluyendo la Argentina). Con el actual gobierno en Taipei, sin embargo, las relaciones con Pekín han mejorado sustancialmente en los últimos tiempos, aunque en la costa de la isla persisten las defensas contra un potencial desembarco invasor.

Uno de los acuerdos más concretos en este sentido fue la reanudación, en las últimas semanas, de los vuelos directos y regulares entre el continente y la isla, que llevaban interrumpidos nada menos que sesenta años. No por nada hay cientos de miles de taiwaneses haciendo negocios en China, mientras que los chinos justamente representan el mayor número de turistas en Taiwan.

La marcha de las negociaciones, sin embargo, es trabajosa. Por ejemplo, si bien China envió una delegación a los recientes Juegos Mundiales organizados por la ciudad del sur Kaohsiung, sus deportistas no asistieron a la ceremonia inaugural por rechazar la presencia en el estadio del presidente anfitrión, Ma Ying-jeou.

Los Juegos Mundiales son algo así como unos Juegos Olímpicos alternativos, con disciplinas como rugby, bochas (dos en las que Argentina participó), esquí acuático, frisbee, y rarezas como polo en canoa y carrera de botes-dragón. Kaohsiung vivió con desbordante orgullo estos juegos, que la destacaron en el calendario internacional. Y además aprovechó para estrenar el fantástico World Games Stadium, con su sistema de energía solar y forma de dragón.
Por estos días, Taipei es sede de otra fiesta deportiva internacional: los Juegos Olímpicos para Sordos, que comenzaron ayer y terminarán el 15. Todo esto, justamente un año después de los Juegos Olímpicos en Pekín.

Desde la capital se llega a la portuaria Kaohsiung, segunda ciudad taiwanesa por población y peso económico, en poco más de dos horas en tren de alta velocidad. Es una pequeña Taipei, aunque no tan pequeña: tiene un millón y medio de habitantes y moderna infraestructura, particularmente notable en el sistema de subtes, con sus futuristas estaciones.

Kaohsiung no es necesariamente una ciudad turística. Pero a media hora en micro desde allí hay un muy buen motivo para que los turistas peregrinen: Fo Guang Shan, el monasterio budista más grande de Taiwan. Fundado en la década del 60 por el maestro Hsing Yun, practica el llamado budismo humanista, una rama de ciertas ideas modernas y especial énfasis en la educación, y cuenta con templos por todo el mundo, hasta en la Argentina (en la calle Cramer).

Casi un pequeño pueblo sobre un monte, en la aldea de Dashu, el complejo alberga a 350 monjes residentes y cuenta, entre otras instalaciones, con dos museos, galería de arte contemporáneo, un comedor para 3000 personas y el estudio de su canal Beautiful Life TV. «Producimos una programación de 24 horas; desde momentos de oración hasta clases de cocina», explica con orgullo Yi Jih, religiosa que lleva 30 años en Fo Guang Shan y que oficia de guía durante un recorrido en carritos de golf.

Como el Taroko, Fo Guang Shan no responde a aquella reduccionista idea de la tierra del made in Taiwan. De vuelta en Kaohsiung, el Lotus Pond tampoco. Es una rara mezcla de parque temático con… ¡quién sabe! Nuestro guía, cuando le preguntamos de qué se trata, sólo se encoje de hombros y dice, antes de irse: «Parque recreativo. Nos encontramos de vuelta acá en una hora».

Es un gran lago artificial rodeado por varios templos, vistosos y ornamentados, incluyendo uno imponente dedicado a Confucio. Pero lo que más llama la atención son dos torres tipo pagodas a las que se llega por medio de una zigzagueante pasarela sobre el agua. A los pies de las construcciones se encuentran un tigre y un dragón gigantes. Dicen que ingresar por la boca del dragón y salir por la del tigre trae buena suerte, y que hay que cuidarse de no hacerlo al revés. Aunque, la verdad, quien haya llegado hasta este enigmático rincón de Taiwan seguramente se sentirá afortunado y agradecido de todos modos.

Mercados nocturnos y compras tecnológicas
Un dicho taiwanés asegura que la mejor profesión, después de doctor, es la de vendedor de hielo. Esto tiene que ver con el intenso calor que llega a hacer en esta isla. Calor que contribuyó directamente a la tradición de los mercados nocturnos, que todos los días se pueblan sin falta hacia el anochecer, cuando la temperatura baja algunos grados y salir de compras y a comer es bastante más agradable.
Los night markets son una experiencia gastronómica imprescindible para cualquiera que visite la isla de Formosa. En sus docenas de puestos se puede probar una enorme variedad de sabores, desde frutos de mar indescriptibles hasta dulces y jugos de origen igualmente enigmático, a los mejores precios posibles. Pero, aunque uno no coma nada, los olores, los sonidos y los colores que inundan sus pasillos ya son suficientes para sentirse en una realidad paralela.

En Taipei, el mercado más grande y conocido es el Shilin, centro comercial que se extiende mucho más allá del corazón de puestos de comida con cuadras y cuadras de venta de todo tipo de productos. Otro tan interesante como polémico y turístico es el conocido en inglés como Snake Market (Hwahsi Jie), donde efectivamente se sirven platos con carne de serpiente.

Guanghua Bazaar
Un mercado muy diferente es el de Guanghua Digital Plaza, otro imperdible para los extranjeros. Sobre todo para los que aterrizan con planes de comprar computadoras, teléfonos o cámaras a buenos precios. Este electroshopping, que no hace mucho se mudó a su actual edificio de seis pisos, resulta práctico para comparar y comprar de todo bajo un mismo techo, aunque se dice que no tiene ofertas tan extraordinarias como en otros tiempos. Si bien en algunos locales es posible regatear, la barrera idiomática no lo facilita demasiado.

Makapahay, cultura aborigen
Más allá de la identidad china de la isla y de la influencia por los años de ocupación japonesa (1895-1945), en Taiwan persiste una vital cultural aborigen, más bien emparentada con los vecinos del sudeste asiático e incluso con pueblos de Oceanía.
Son seis las tribus oficiales que habitan especialmente la región del sudeste de la isla. Todas se reúnen anualmente durante una semana de julio en el Makapahay, gran festival folklórico de la ciudad de Taitung.

La fiesta, el baile, la música y el banquete generalizado duran siete días, incluyendo diversos rituales en espera de una buena cosecha, según las tradiciones de estos pueblos originarios muy anteriores a las divergencias entre nacionalistas y comunistas chinos.
Makapahay, que significa bueno, bello y una generosa lista de adjetivos muy positivos, es en verdad un carnaval y una buena oportunidad para aproximarse a aspectos poco conocidos (y accesibles) de la cultura taiwanesa. Aunque algunas costumbres se hayan adaptado para que sean aptas para todo público y para los turistas, como ciertas danzas con lanzas que ahora se realizan con… paraguas.

 

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Pequeño territorio, grandes sorpresas; de los ultramodernos 101 pisos de su torre insignia a los vivos colores de sus templos más antiguos.

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