El edificio Chrysler
No es el más famoso de Nueva York, pero es el rascacielos más lindo y lo hizo un arquitecto que no cobró. En el mundo hay cosas muy locas.
Muchos te discutirán esta temeraria aseveración, pero la belleza obedece a patrones individuales y ese es mi patrón… no me moverán. Me gusta el Chrysler, me gusta más que el Empire State en el caso de que los tuviera que comparar. El edificio central del Rockefeller Center no tiene ni para empezar, no entra en la discusión. El Chrysler Building deslumbra cuando el sol ilumina su cúpula y dibuja cosas insinuantes en la noche con la luz que atraviesa las ranuras para proyectar hacia afuera de la estructura el valor de su impecable y audaz Art Decó.
Algunos te pondrán como ejemplos algunas de las impresionantes cosas que están haciendo en Dubai, pero éste que fue un ejemplo portentoso del poder del acero y el hormigón armado, también es un himno al acero inoxidable, una elegía al hombre industrioso que quería desafiar al trono celestial como lo hicieron los constructores de la torre de Babel… y con el mismo cocoliche idiomático de trabajadores que procedían de todos los rincones del mundo. Con el fin del Renacimiento, terminó la batalla de las Catedrales; en Manhattan, luego en Chicago, en Los Angeles y hasta en Montevideo daba comienzo la batalla por los monumentos más grandes de esta otra tintineante religión.
El edificio vuelve a ocupar las primeras planas ahora que está a la venta. Su dueño es el fondo Mubadala, de Emiratos Árabes, donde sobra la arena, el petróleo y el dinero… pero todo tiene su límite. Lo compraron por 800 millones de dólares, invirtieron mucho y no les redituó nada, todas son pérdidas dado los costos impositivos y de mantenimiento de un edificio cuya reparación conservando estilo, solo se la pueden confiar a un especialista. El terreno no les pertenece… y el dueño si que obtiene beneficio: les cobra unos 33 millones de dólares por año.
El Chrysler, el Empire y el Rockefeller: queda abierto el debate.
El edificio Chrysler y el del Banco de Manhattan en el número 40 de Wall Street empataron en altura, pero se dieron el gusto de haber superado aunque por poco a la Torre Eiffel y al Woolworth Building, que fue el primero de los grandes portentos. Era tal el apasionamiento por el título del “más alto del mundo” que H. Craig Severance, el constructor del edificio del Banco le agregó 61 centímetros y reclamó el privilegio.
No contaba con la audacia de William Van Alen, el diseñador de nuestro edificio adorado. Sabiendo la maniobra de los otros y sabiendo también que no contaba como mérito poner una antena arriba para recibir la nominación, construyó por dentro del edificio esa cúpula de acero inoxidable que, cuando estuvo terminada, la levantó en apenas dos horas hasta su posición final.
¡Un fenómeno el arquitecto! Y no solo por esto que en el fondo es una tontería y que además, le valió el título apenas por 11 meses, momento en que quedó concluido el Empire State, bastante más alto. El mayor de los méritos de Van Alen fue que resultaron tan eficientes las medidas de seguridad que impuso, que ningún obrero murió durante la construcción. En aquél entonces había una estimación según la cual, cada piso por encima del número quince, acarreaba una muerte. Si la proporción se hubiera mantenido, el edificio Chrysler hubiera costado 62 vidas, pero no hubo que lamentar ni una.
Lo que no podía imaginar Van Alen, era que al día siguiente de terminar las obras, tuvo lugar el “jueves negro” que desembocaría en el “Crack del 29”, un anticipo de todas los siguientes cataclismos bursátiles capaces de causar tanta penuria como una guerra. Los Señores de las Finanzas, que juegan con el destino de las personas con la misma irresponsabilidad que lo hacen (todavía) los Señores de la Guerra y los Señores de las Ideologías, no participaban de esa inquietud de Van Alen por cuidar que el impacto de sus acciones no acarreara tragedias que en estos casos son masivas y planetarias.
Pero esa nobleza no vale un pito, nadie le levanta un monumento a alguien por su responsabilidad social, pero llenan las plazas públicas con asesinos seriales disfrazados de héroes y retratados en el bronce. Alguna foto temeraria que ilustra este artículo, no ensombrece las medidas de seguridad que impuso el arquitecto: fueron tomadas cuando él ya no tenía ninguna autoridad en la construcción.
En fin, el Crack del 29 motivó que la construcción en altura en Mannhattan quedara congelada por un tiempo, aunque como es notorio, el Empire State y algún otro ya tenían financiación completa. La catástrofe especulativa no debió haber perjudicado a Van Alen, pues el era el diseñador; el constructor y también ideólogo era William Reynolds. Entre ambos convencieron a Walter Percy Chrysler, dueño de la empresa de automóviles del mismo nombre, quien financió la construcción con un aporte de 15 millones de dólares. Queda clarito quien iba a ganar mucha plata y quien asumía el riesgo.
¿Qué salió mal? ¿Fallaron los cálculos como es usual y el edificio costó más de lo previsto? ¿La cúpula desbarató las previsiones? ¿Resultaron sabias pero onerosas las medidas para salvar vidas? Quizás la explicación es más sencilla y Walter Chrysler era un desvergonzado y roñoso aprovechador, pues no le pagó los honorarios al arquitecto. La desconfianza en la gente no era uno de los atributos de Van Alen. Si hubiera leído a Artigas, hubiera sabido que “es veleidosa es la probidad de los hombres” y que siempre es bueno sujetarse a un contrato, aunque sea sencillito, sin pretensiones constitucionales. Lo deben haber embromado con la letra chica: nunca confíes en el cuerpo seis aunque esté en negrita y cursiva.
El Empire State también tiene una iluminación espectacular… pero solo cuando la tecnología permitió ese lucimiento. El Chrysler fue una avanzada y no dependía de la tecnología electrónica, sino de las posibilidades que habilitaba la cúpula.
Muy injusto y poco honorable comportamiento con un arquitecto que había satisfecho con creces todos los caprichos del multimillonario. Sin apartarse un ápice del estilo Art Decó que domina la construcción, Van Alen diseñó la cúpula con el dibujo de los tapacubos del modelo Chrysler de 1928, también de acero inoxidable. En el piso 61 hay un desnivel y en cada esquina hay una gárgola en forma de águila, que era el emblema de la firma y por si quedara duda, en el piso 31 hay unas réplicas de las tapas de los radiadores de los automóviles Chrysler de 1929, a las que les agregaron unas alas. ¿Qué más podía pedir Chrysler?
Una belleza de video, en francés:
Por si querés sentir vértigo ajeno:
http://www.youtube.com/watch?v=atH-hJhBx7Y
Donde Van Alen gastó muchísima plata fue en el vestíbulo, que es una obra de arte y también la única parte del edificio que puede ser visitada. No vayas a creer que el arquitecto se olvidó de hacer un mirador como el que tiene el Empire State, pero por varias razones, ese mirador que también fue un restaurante, nunca resultó económicamente viable durante la Gran Depresión ni luego de ella.
Con todo tuvo uso durante bastantes años. Allí funcionó el “Club de las Nubes” donde no te aceptaban si no tenías una cuenta bancaria descomunal… o una deuda también descomunal, pues en esas esferas tanto vale lo uno como lo otro. Al final, ni los millonarios se sintieron a gusto en ese ámbito en el cual Van Alen había privilegiado el aspecto exterior, por lo que dominaban los techos vertiginosamente inclinados. Pero la historia oculta puede tener relación con la Ley Seca, pues por allí había una habitación secreta donde los potentados le daban de punta al alcohol y a otras cosas si no prohibidas, al menos inadecuadas. No se sabe qué pasó con esa habitación ni con la que tenía reservada para sí mismo el propio Chrysler. La Chrysler se mudó en los años cincuenta y por ahí funcionan ahora varias emisoras de radio.
Solo por los ascensores, el Chrysler Building merece un lugar prominente entre las cosas más bellas creadas al servicio de la arquitectura
Andá caminando. No te conformes con la trepada al Empire State y al “Top on the Rock” del Rockefeller Center. En algún momento estarás en Times Square y podrías caminar hasta Lexington y la 42 para conocer ese impresionante vestíbulo y, con un poco de audacia porque no te invitan a eso, tomarte un ascensor para llevarte la sorpresa de ver cómo son por dentro. No hay en la propia Francia, un desborde como este de Art Decó.
En 1978 hicieron trabajos profundos en el edificio y particularmente en el vestíbulo… pero le perdonaron bastante el estilo. A la cúpula, o aguja, la tuvieron que restaurar en 1995 y esa es la explicación de porqué resplandece tantos años después, aunque el acero inoxidable tan denostado en ornamentación tiene ese mérito para nada desechable.
Para que veas que no estoy tan errado cuando lo prefiero a todos los demás edificios de Manhattan, te cuento que no soy el único. En el 2005, el Museo de Rascacielos de Nueva York convocó a cien arquitectos, críticos, ingenieros, historiadores y eruditos, para que escogieran los diez mejores rascacielos de la ciudad y el Chrysler quedó en primer lugar. Mirá la foto, corresponde al One Liberty Place de Filadelfia, uno de los tantos edificios que de manera reciente se inspiran en la obra de Van Alen, el arquitecto que no cobró.
En este momento el edificio es compartido por TMW Real Estate (75%) y por Tishman Speyer Properties (25%). No te voy a negar que las Catedrales tienen más charme y sobre todo, una mayor significación espiritual; pero los rascacielos y este rascacielos en particular, tienen lo suyo, aunque difícilmente llegue a sobrevivir mil años como los que ya casi tiene la Catedral de Chartres.
El hombre de hoy en día no aspira a tanta perdurabilidad… y tampoco la merece.
Más información y fuentes:
http://en.wikipedia.org/wiki/Chrysler_Building
http://skyscraperpage.com/cities/?buildingID=83
http://www.greatbuildings.com/buildings/Chrysler_Building.html
http://www.guiadenuevayork.com/chrysler-building
http://gonyc.about.com/od/attractionslandmarks/p/chrysler_building.htm
Guillermo Pérez Rossel
.