No seas malo con el Cururú
Una cosa es que no le tengas miedo, y otra que le des un beso para ver si se transforma en príncipe y te lleva a vivir a Holanda en un precioso castillo.
Este es un pequeño viaje a la huerta o el jardín de un salteño, donde si aguzás los sentidos, encontrarás a un cururú mimetizado entre las plantas, cumpliendo heroicamente su sagrada misión de evitar la proliferación de insectos dañinos. Como ves, el turismo tiene fronteras ilimitadas; uno puede ir a Cancún, pero también encontrar un mundo en el jardín y hasta adentro de un libro; sólo hay que ponerse en disposición de conocer. Además, es hora de que sepas un poco más de este bicho tan uruguayo como nosotros.
Las historias como ésta suelen tener mucho éxito, de manera que reincidimos y de paso quebramos una lanza por este sapo realmente extraordinario por varios motivos. Para verlo en libertad, deberías ir al norte de nuestro país, donde trata de sobrevivir junto con sus hermanos de algunas provincias argentinas, Brasil y Paraguay. Hay otras especies de Cururú, algunas de las cuales se encuentran hasta en Estados Unidos, pero ahora estamos hablando de nuestro querido Cururú, el más grande de todos.
Para que veas qué hermoso puede ser si lo mirás con otros ojos, acá tenés una reproducción en baja resolución del poster que sugiere JGMurmel para adornar tu casa. Lo podés comprar en http://www.baixaki.com.br/papel-de-parede/35501-sapo-cururu.htm
Si te sacás de encima todos esos prejuicios, verás que es lindísimo. Su piel se destaca con un fondo amarillento cubierto de arabescos de color pardo que dibujan volutas a menudo simétricas sobre su dorso, el que nos muestra. El vientre en cambio, no tiene mucha gracia: es blanquecino con manchas oscuras. Te mira a los ojos, como pidiendo que lo comprendas y no lo mates. Porque tan linda es su piel y tan buena su textura, que hubo quienes los masacraban para curtirla y venderla para hacer capelladas de zapatos. ¡Qué crueldad!
Como el bicho no grita, el asesinato parece menos cruento, pero tené en cuenta que esas maldades tendrán su costo. ¿Qué te hizo el sapo cururú?
El cururú mascota del amigo brasileño y luego, él mismo con uno de los descendientes de su regalón. En el círculo, las parótidas, pero no olvides que tiene otras glándulas en las patas traseras. En otras palabras: no andes apretujándolo y te llevarás bien con él.
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Ya sé: ahora sacarás el mito de que se da vuelta, te orina los ojos y quedás ciego. ¿Realmente podés creer semejante disparate? Con todo, esconde un dato de la realidad. Tiene dos grandes glándulas donde acumula un tóxico que usa para defenderse de las serpientes y otros depredadores. Cuando lo atacan y no tiene posibilidad de escabullirse, ofrece esas glándulas para que el depredador le de una mordidita y aprenda de una, que tiene un sabor de porquería. Las glándulas que tiene en las patas se denominan Paracnemis y las de ambos lados del cuello son como nuestras paratiroides, adaptadas a esa funcionalidad. Entonces, no es orina y no es emisión de ningún chorro.
El atacante se va sacudiendo la cabeza y aprendiendo a no tocar nunca más a un bicho con esos colores y texturas. Para eso también le sirve el vestido que le dio la naturaleza siguiendo los patrones del amigo Darwin. Al margen de alguna irritación en las mucosas por andar manoseándolo y asustándolo, ningún daño humano se ha reportado con los cururús.
Si le das una miradita al blog http://snakepaulo.blogspot.com/2012_05_01_archive.html, verás que hay quienes los tienen casi como mascotas en sus casas (luego de pegarles unos buenos rezongos a los gatos y a los perros), pues resultan extraordinarios auxiliares para contener insectos perjudiciales. Para empezar, les encantan los charcos donde además anidan y te puedo asegurar que en esos charcos no queda ni una larva de mosquito o de lo que sea.
No te pierdas la canción que Jorge Cafrune le dedica al simpático Cururú:
Uno de sus mayores entretenimientos es ponerse al borde de un caminito de hormigas para ir eligiendo las más gorditas, aunque si andan con apetito, no dejan una. ¿Decime qué otra mascota te hace ese servicio?
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Me dirás que hay otras ranas y hay otros sapos. Te tengo que dar la razón, felizmente tenemos muchos en Uruguay y a todos los atacan por ignorancia o por maldad. Pero ninguno de ellos tiene el descomunal tamaño del Cururú de Salto y Artigas. Como promedio mide 22-25 centímetros y pesa 1,7 kilogramos; por eso también lo llaman Sapo Buey. Solo lo supera el sapo Goliat, un gigante de hasta cinco kilos. Mirá la foto, pues al sapo Goliat lo podrías considerar como una defensa contra los ladrones.
¡Tampoco vayas a confundir a nuestro inocente Cururú con la Rana Toro, que es un temible invasor y parece que hasta puede contribuir a dispersar algunas enfermedades! La rana Toro no es oriunda, es una extranjera introducida en el 2005 desde Estados Unidos, con el pretexto de que se podía hacer negocio con ellas. No hubo negocio ninguno y los irresponsables las liberaron, con la consecuencia de que Uruguay se sumó a los países invadidos. Es más chica que el Cururú, pero dañina. Donde entran, se comen todo lo que encuentran, hasta roedores y pajaritos.
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Bien, volvamos a nuestro Cururú (Bufo Paracnemis). No es un atleta como esos que en Estados Unidos utilizan para concursos de salto; es más bien torpe nuestro pobre cururú y parpadea como si estuviera enamorado. El macho es un poco más chico que la hembra y menos colorido.
Una extraordinaria curiosidad es que parece inmune al veneno y tóxicos de insectos, arañas y otros integrantes de su menú alimenticio, también de alguno de sus depredadores. ¿Habrán investigado esta capacidad?
Cuando inundaron la represa de Salto Grande, le quitaron de golpe el ambiente donde depositaban sus huevos en los charcos de la ribera del Uruguay, pero en lugar de desaparecer, se multiplicaron los nacimientos, pues nuestro bichito se adapta a lo que sea. Lo mismo pasó cuando los plantíos, los naranjales y la agricultura intensiva lo acorralaron: el cururú no se hizo problema, penetró en la ciudad a dar una mano contra el dengue y la malaria.
Pero aún con esa capacidad, el cururú está en peligro de extinción, pues lo acosa el gran exterminador: el ser humano y sus mascotas acompañantes.
Escuchá su canto de amor en el siguiente video
Y aprendé a transformarlo en un ser humano en el siguiente jueguito (en portugués)
El de Brasil, que también se encuentra en Uruguay, es ligeramente diferente y su nombre científico es Bufo ictericus, pero aparte de que es un poco más chico y tiene colores algo distintos, sus costumbres son muy semejantes, incluyendo la de su reproducción. Ya habrás visto qué ronco es el canto del cururú, quizás es porque las damas se hacen desear hasta la afonía. Pero cuando la consiguen, la abrazan cariñosamente (ya ves que nadie es tan feo como para no inspirar amor) y con eso les basta a las hembras para expulsar sus óvulos y al macho para liberar sus espermatozoides.
Parece más sencillo que lo nuestro, pero tienen que esmerarse mucho más que los humanos: la hembra libera entre 4.000 y 36.000 huevos y el macho tiene que germinar todos los que pueda ¡no se me achique Cururú que usted puede! Entre 10 y 16 días después, los huevitos eclosionan y comienza la metamorfósica aventura de estos bichitos.
Suponiendo que te traigas alguno de Salto y lo pongas a retozar en un jardín, ¿cuánto tiempo disfrutarías de su compañía? Asombrate: si lo cuidás del gato, el perro, la cortadora de césped y la bordeadora, lo tendrás allí durante 20 años. En la naturaleza viven menos, unos 15 años.
Guillermo Pérez Rossel