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El Arco del Triunfo

 Así como la Gallería Vittorio Emanuelle era al comercio, lo que las catedrales a la religión, los arcos son el sueño delirante del militarismo. Fácil es exponerlo así, en rabiosa simplificación, pero como es usual, poco se ajusta a  lo que parece.

La fiebre de los arcos de triunfo se inició en la antigua Roma, donde el Senado mandaba construir un Arco cada vez que un general obtenía una victoria más o menos lucida… o lograba tanto poder que era mejor halagarlo, y organizarle desfiles honoríficos, antes que correr el riesgo de que se apoderara de todo. Al llegar el siglo IV solo en Roma podían contarse 36 arcos, aunque quizás hubiera alguno más, pues se había perdido la cuenta.

¿Qué podía hacer ante esto una egolatría como la de Napoleón? Naturalmente, algo mucho más ancho, mucho más grande, mucho más disparatado, costara lo que costara. Pues todos los arcos costaron mucho y ciertamente celebrarían victorias, pero también conmemoraban muchas muertes. ¡Qué mundo loco y cruel este en el que vivimos!

 

Sea como sea, el sacrificio es la historia detrás de casi todos los monumentos y el Arco de Triunfo de París, el mayor y más famoso del mundo, no iba a ser una excepción. Si hubiera sido por Luis XV, medio siglo antes, el lugar donde hoy se alza el imponente arco, lo ocuparía un descomunal elefante de 50 metros de altura, con cantidad de salones y museos en el interior y con una trompa que arrojaría un chorro continuo de agua para estupor de los espectadores y horror de los urbanistas. No le dijeron que estaba loco, pero lo dejaron correr y el monumento nunca se construyó.

Quizás hoy estaríamos escribiendo un artículo elogioso sobre el elefante,  porque uno se acostumbra a estas cosas y hoy no podemos saber si el Arco del Triunfo nos gusta porque es lindo, o porque es famoso, tal como ocurrió con la Torre Eiffel, uno de los monumentos más discutidos cuando se comenzó a construir. Lo que enseña que los uruguayos aprendimos más cosas de los franceses de lo que nos gusta reconocer.

En fin, tampoco podemos ensañarnos con Napoleón, un tipo que admite varias lecturas y sobre el cual hay multiplicidad de bibliotecas, algunas de las cuales lo consideran algo así como un Alejandro Magno del 1800. No vamos a terciar en eso, pero en lo personal nos cae un poco espeso que una de las principales especificaciones al diseñarlo, fuera el lucimiento de una lista de 558 generales franceses en un período donde era mucho mayor la sangre y el sufrimiento  de gente que no mereció ni un ladrillito. Con el tiempo, la tumba al soldado desconocido puesta allí mismo, corrigió un poquito la cruel omisión.

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http://www.youtube.com/watch?v=tg79LJ7fcgA

 

Napoleón no iba a ser ni un metro menos que Luis XV, de manera que su Arco, también tiene 50 metros de alto como el proyectado elefante. Y es fácil decir esto frente a una computadora. Si ya fuiste, también a vos, como a todos, nos duele la nuca cuando estás debajo y tratás de capturar la grandiosidad de las tallas y carteles que se previeron para eso, para dejarte con la boca abierta.

Para muchos esa puede ser otra manifestación de “la grandeur”, que admite tantas interpretaciones como gente igual a nosotros, repleta de prejuicios y valores diferentes, generalmente incompatibles. A mí, dejame la grandeur para tipos como Voltaire o Guy de Maupassant, Cezzane o Gauguin,  quizás para Juliette Grecco (gustoso te acepto un canje por Carla Bruni) y muchos, muchísimos otros, así como revoluciones completas de las cuales el enciclopedismo es una de las más ninguneadas entre las virtuosas celebridades de Francia.

Fue la resistencia civil la que mantuvo en alto la dignidad de Francia, tras  la debacle de la Segunda Guerra Mundial, cuando por debajo de ese arco desfilaron los militares nazis. Y esa dignidad recuperada fue la que llevó a tanta gente, franceses o demócratas de todo el mundo, a celebrar la liberación de París y para celebrar el 14 de Julio y todo lo que representa, cada año hasta el presente. No es que reneguemos de los militares, absolutamente imprescindibles, pero molesta un poco esa historia donde tan poco vale lo que hacen quienes construyen en paz.

Dos momentos culminantes del monumento. Los nazis dejando desolado al mundo al desfilar bajo el arco y luego, los aliados recuperando París y desfilando a su vez por el testigo de la historia de Francia. Pocos contemporáneos creerían lo que todos los de mi generación vimos en aquél  Montevideo de la Segunda Guerra. Vimos a nuestros padres y abuelos llorar de amargura cuando los alemanes ocuparon París y luego llorar nuevamente de alegría con el triunfo aliado.

Así, el Arco del Triunfo rescata su justificación, se transforma en un testigo de la historia y hasta en un símbolo de las libertades, igualdades y fraternidades que tanto perseguimos y tan escurridizas resultan.

En fin, comencemos con la Place de L’Etoile que es donde está emplazado el Arco. Se imponía una plaza y se imponía un monumento, en esa colina que denominaban Roule. Se la llama todavía Etoile, a pesar de que ya no es su nombre oficial. El nombre deviene de su forma como  centro de una estrella de la cual parten avenidas como rayos emergentes. ¡Y qué avenidas! La mayor de ellas, anterior al Arco, es la de los Champs Elysees, y desde ya te voy diciendo que tomaría como un agravio personal si antes o después de ir al Arco del Triunfo, no te mandás una pausada caminata por esta avenida, con alguna parada en los bistró que te aguardan,  uno tras otro.

Si es noviembre, particularmente si es el tercer jueves de noviembre, tenés que poner cara de entendido y pedir un Beaujolais nouveau. Y así nomás, explicando a tus acompañantes que ese vino va bien con carnes y quesos, pero estando acá lo mejor es aprovechar para darle de punta a un paté truffé, dicho esto rápidamente para que no te repregunten porque quedarías como la mona. El Beaujolais es un vino que se bebe sin añejar y que los franceses adoran ser de los primeros en disfrutar de cada cosecha. Lo tradicional es ese dia de noviembre, pero la cosa se extiende por varias semanas. Mirá que los franceses pueden hacer macanas, pero a la hora de comer o beber hay que hacer lo que ellos hacen.

Volvamos a la plaza, que es el producto de la ambiciosa renovación de París emprendida por Napoleón III en complicidad con el alsaciano Barón de Haussmann, a partir de lo cual, la ciudad fue el espejo en el que se miraron ciudades como Washington o como nuestra adorable y próxima La Plata.

En 1968 hubo un proyecto para cambiarle el nombre al de Plaza Napoleón, dado que se conmemoraba el 200 aniversario del nacimiento del gran corso, pero el General De Gaulle se opuso, mencionando vagamente a la tumba del soldado desconocido, etc. Testigos de la época aseguran que el altísimo, valiente, tenaz , admirable e insoportablemente vanidoso general, quería que esa plaza lo recordara a él. ¿Quién era ese petiso de Bonaparte para tanta gloria? A la larga, se sacó el gusto y a su muerte, en 1970, la Plaza de la Estrella pasó a denominarse oficialmente Plaza Charles de Gaulle. Todo lo que quieran los decretos, pero para el mundo entero y para la compañía del Metro, ese lugar sigue siendo la Place de l’etoile. Y se acabó.

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La llegada por debajo de la rotonda y el paseo obligatorio por la avenida de los Campos Elíseos

Como dijimos, el arco tiene 50 metros de alto y una base de 45 por 22 metros. Su construcción fue ordenada por Napoleón en 1806, tras la batalla de Austerlitz, pero su construcción demoró 30 años, más de lo que sobreviviría el general con menos gloria de la que él se imaginaba. Con todo, su cuerpo pasó por debajo del arco rumbo a la gloria eterna en Les Invalides. Quizás haya dos tipos de gente en este planeta, los que lo glorifican y los que, sin considerarlo de lo peor, tampoco les parece elogiable todo lo que hizo en vida. Y eso dice mucho de nuestra especie, como también lo dice de Napoleón.

El arquitecto fue Jean-François Chalgrin, pero los diseñadores fueron  Jean Chalgrin y Jean-Arnaud Raymond, quienes se inspiraron en el Arco de Tito en Roma.  Le pusieron una estatua en cada uno de sus pilares. La bóveda grande mide 29,19 m de alto por 14,62 m de ancho;  la pequeña tiene solo  18,68 m de alto por 8,44 m de ancho. Se puede subir hasta la terraza-mirador ubicada encima de todo, cosa que vale la pena a menos que haya colas descomunales, lo que no sería inusual. Desde arriba hay vistas que un fotógrafo consideraría superiores a las que pueden tenerse desde la Tour Eiffel o desde Notre Dame, no olvides que está emplazado en una colina.

París es una ciudad que te fortalece las rodillas o termina con ellas: la escalera tiene 286 escalones.

Podés hacer pausas, porque en el interior hay un pequeño museo y datos sobre la construcción. Y desde ya te advertimos que llegar no es fácil: ¡ni se te ocurra lanzarte a cruzar la rotonda, considerada como una de las más peligrosas del mundo para los peatones. Al final de cada avenida confluyente, hay túneles que te convendrá utilizar como lo hace toda la gente prudente.

Tendrás que respetar los horarios de visita y pagar una entrada de costo razonable si querés subir. Si sos ciudadano de la Unión Europea y tenés menos de 25 años, no pagás. Tampoco pagás si llegaste hasta ahí con los servicios contratados de París Pass o París Museum.

Desde el 1 de abril hasta el 30 de septiembre: de 10:00 a 23:00 horas.
Desde el 1 de octubre hasta el 31 de marzo: de 10:00 a 22:30 horas.

Si vas en subte, usá las líneas 1, 2 o 6 y bajá en la estación Charles de Gaulle – Etoile. En autobús, te llevan las líneas 22, 30, 31, 52, 73 y 92. Y si estás en Montevideo y querés salir para ahí ahora mismo, poné en Google Maps “Plaza Charles-de-Gaulle, París, Francia”, elegí la opción Satélite, apoyate sobre el muñequito que está encima de la barra para aumentar, dismuir o girar. Apretá el botón derecho del mouse y sin soltarlo, elegí un lugar para apoyar ese muñequito, que acto seguido te representará a vos y te indicará dónde estás parado y hacia dónde orientado.  Entonces estarás caminando en el entorno de la plaza como si estuvieras allí, realmente.

Increíblemente, hay gente que todavía se queda en casa porque no sabe de este muñequito. Te cuento que Uruguay todavía no tiene esta vista a “Street View», pero en Argentina ya habilitaron varias ciudades, de manera que nos falta poco. En adelante, cuando estés aburrido, cuando esté lloviendo, cuando tengas problemas motrices, te subís a la compu y elegís el lugar del mundo donde te gustaría salir a caminar.

 

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¿Querés intentar vos mismo pasar con un avión por debajo del arco? Acá lo tenés es difícil que no te inventen algo como esto.

 

Así como la Tour Eiffel atrajo a aquél maniático “hombre pájaro” que se arrojó sin que nadie lo detuviera, convencido de que podía volar, también el Arco del Triunfo atrajo a tipos muy locos, pero aviadores. El primero fue Charles Godefroy que logró pasar por debajo del arco en 1919; Alain Marchand lo volvió a hacer pero en 1981 y con un aparato mucho más adecuado y estable, lo cual no impidió que le encajaran una multa de unos 800 euros. Los zorros grises no aflojan una. Finalmente en 1991 lo logró otro aviador que no quiso gloria personal y se escabulló luego de devolver el aparato, reportado como robado en un aeroclub de Lognes.

Guillermo Pérez Rossel