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El Eden está acá, pero no lo pongas de moda

Así c0mo está es el sueño de muchos, pero vos sabés que hay capaces de promover allí festivales de rock como en La Pedrera.

Porque así como hay gente que disfruta del silencio y la vida pausada, a otros les resulta placentera la existencia taquicárdica. Y en la variedad está el gusto… pero no se te ocurra venir a hacer ruido o a exigir iluminación a giorno en este pueblito, si es que llega a merecer tal pomposidad urbanística.

Te ofrecemos el precioso artículo que produjeron Gastón Pérgola y Viviana Ruggiero para nuestra matriz impresa. Andá  a conocer si es tu gusto, pero hacelo casi en puntas de pie. Andá mirando los carteles que indican «Slow Town» y «Slow Food»; si estás apurado seguí de largo y no hagas ruido con el acelerador. No te pierdas las web http://www.descubriendouruguay.com/notduruguay_138241_1.html y http://www.redcamelot.com/vaimaca/index.htm, donde encontrarás información complementaria., fotos como las que publicamos  y hasta alguna propiedad en venta para avecinarte… si cumplís con los requisitos y tenés una fortuna.

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Por Gastón Pérgola y Viviana Ruggiero
En 2007 se hizo conocido porque el estilista Roberto Giordano compró allí un terreno y no se cansó de mencionar el lugar en sus desfiles. Hoy, lejos de lo mediático, Pueblo Edén volvió a su tranquilidad habitual. «Mejor así», dicen sus habitantes.
En Pueblo Edén, una localidad fernandina ubicada a 30 kilómetros de la costa y rodeada de sierras, se ven más animales que personas. Sin importar la hora del día en la que uno vaya, siempre da la sensación de que «es la hora de la siesta».
Por si quedan dudas, cada pocas cuadras y en las esquinas, surgen carteles que parecen dar las coordenadas de cómo hay que comportarse allí. «Este es un pueblo tranquilo», resalta un prolijo cartel de madera. «Andá despacio, no vueles», reafirma otro a pocos metros. «Aquí nos tomamos la vida con mucha calma. Disfrute del lugar», sigue la secuencia.
A esa altura, con vacas y gallinas alrededor y carteles que invitan a tomarse la vida sin apuro, uno ya se siente predispuesto a «bajar» el cuenta kilómetros y manejar casi a paso de hombre.
Así se llega a una enorme plaza central, que abarca toda una manzana y está extremadamente prolija. Tan solo tres niñas sentadas sobre una de las mesas de la plaza, y a la sombra de un árbol, son el primer indicio de vida humana en el pueblo. «Eeeh, cuando sea grande quiero ser… ya sé… una mariposa», dice la más pequeña, mientras las otras ríen con timidez.
Son las 11 de la mañana. Alrededor de la plaza está la escuela y la iglesia. También sin gente. En el pueblo hay solo tres comercios: un restaurante de comida casera, La Posta del Vaimaca y dos almacenes. No hay farmacias, ferreterías ni panadería. Lo más cercano está a 25 kilómetros, en San Carlos.
En el comunal de El Edén funciona una policlínica municipal, pero no está siempre disponible. En ese espacio es también donde se hacen las aisladas actividades del pueblo, desde celebraciones a charlas.


OLVIDADO. En 2007, el reconocido estilista argentino, Roberto Giordano, compró un predio a dos kilómetros del centro del pueblo. Encantado con el lugar, cada vez que hacía un desfile tenía tiempo para mencionar «Pueblo Edén», como uno de sus lugares favoritos. Con su impulso verbal logró (y también ayudado por el encanto del lugar) que cada hectárea de terreno se valorizara hasta en US$ 20.000, cuando antes de Giordano su valor no superaba los US$ 2.000.
En resumen, dejó de ser un lugar escondido en el mundo. Actualmente, entre las 80 personas que habitan el pueblo, ya hay colombianos, franceses, canadienses, holandeses, estadounidenses, ecuatorianos, suizos y varios argentinos.
Por una de las calles laterales a la plaza, y siguiendo el recorrido, en el interior de una casa se aprecia movimiento. «Pasen, pasen, tomen asiento», responde con amabilidad una lugareña. «La verdad es que este lugar se hizo conocido hace un tiempo. Yo no sé si es culpa de (Roberto) Giordano, pero prefiero que se mantenga tranquilo. Por suerte, la euforia ya pasó», dice Claudia sentada en la casa de su vecina Brenda, una jubilada que dejó Maldonado para evitar eso de tener que vivir detrás de las rejas.
«Todavía dormimos con las puertas y las ventanas abiertas. No sé si es bueno comentarlo, pero es así», afirma Brenda y recuerda su niñez. «Cuando era niña en Maldonado también dormía con las ventanas y puertas abiertas. Hasta que se complicó. Por eso cuando vine acá fue como volver a mi infancia y a los viejos valores y códigos de convivencia», remató.
En su momento, muchos estaban atemorizados con la aparición de Giordano. Temían, justamente, que se perdieran esos códigos. «Se decía que iba a traer problemas al pueblo. Porque iba a traer a su entorno, la farándula y chau tranquilidad. La gente tenía miedo que el pueblo perdiera esta esencia. Pero al final no molestó».


Y es que todo parece funcionar como en una aldea. Cada cual cumple su rol y sabe lo que debe hacer. Javier es uno de ellos. Es el encargado de mantener «prolijo» al pueblo. Trabaja desde las 8 hasta las 14:30, pero dice que está disponible las 24 horas, y es uno de los funcionarios públicos del lugar. Corta el pasto de la plaza, de las calles, hace la poda de los árboles, arregla las flores y repara los caños rotos.
Cada vez que pasa alguien cerca suyo (y no se da con frecuencia) Javier deja lo que está haciendo, se quita el gorro, inclina la cabeza y saluda. «Este es mi gran jardín. Lo cuido como si fuera mío. Lo siento mío», dice con una sonrisa.
Los «códigos de aldea» también se aplican a los nuevos residentes. Michael es canadiense y está viviendo en Pueblo Edén desde julio del año pasado. Vivía y trabajaba en San Pablo, pero ya habiendo ganado tranquilidad económica buscó un poco de paz. Dice que los lugareños lo aceptaron bien porque apenas llegó buscó integrarse y aportar al pueblo.
Para la construcción de su casa dio empleo a varios habitantes de la zona y su esposa se integró a la escuela, donde da clases de inglés y también de manualidades.


Otro ejemplo es el de Mauricio Unternahr (francés) y Liliana Correa (colombiana). Son pareja y se mudaron al pueblo en abril de 2011. Llegaron en busca de tranquilidad y la encontraron. «Vivíamos en La Paloma y teníamos una chacra. Pero nos empezó a afectar la inseguridad. No podíamos dejar la casa sola. Y siempre que pasábamos para Montevideo veíamos el cartel que decía Pueblo Edén. Siempre estábamos por entrar. Hasta que entramos y nos gustó», cuenta Mauricio, que ya está totalmente adaptado a su nuevo hogar.
Justamente la cantidad de extranjeros que viven en el pueblo y la geografía hace que Mauricio se sienta menos extraño. «El lugar es súper lindo. Hay muchos lugares en Francia que se parecen a los paisajes que se ven desde acá, sobre todo las colinas», concluyó. (Producción: Ximena Aleman)


Del aparato de video al restaurante de campo
Hace 21 años, Hugo Marrero y María Inés tenían US$ 450 para comprar un aparato de video. Buscando el aparato en los clasificados, encontraron un terreno en Pueblo Edén, casualmente, a US$ 450. Lo fueron a ver y lo compraron. Hoy no miran películas, pero porque trabajan duro en el único restaurante del pueblo: La Posta de Vaimaca.
El lugar se parece a una típica cocina de campaña pero abierta al público. Se sirven platos caseros que se elaboran a la vista con productos de la zona, las mesas están instaladas bajo los árboles y el olor a comida se entremezcla, por momentos, con el olor de gallinas, patos y conejos criados allí.
Pastas, tarariras (pescado de agua dulce), cordero y conejo, preparados de diferente manera, son los platos que integran la carta. Tienen un costo de $ 280 y, según Marrero, son platos «de verdad», es decir, abundantes. De poste, ofrecen tartas con dulce casero y flan.


El restaurante lleva abierto al público nueve años. «Cuando lo terminamos, nos paramos atrás de la barra. La miré y le dije: `¿Y ahora qué hacemos con todo esto? ¿Cómo lo vamos a llenar?`», recuerda Marrero.
Hoy abre todo el año (menos los lunes) y reciben hasta 70 personas por día. «Los fines de semana, sea junio o enero, sino reservas te quedas debajo de la mesa. Viene gente de todos lados, incluso desde Montevideo», dice orgullosa María mientras prepara pan casero.
El matrimonio asegura que el pueblo ha crecido muchísimo en los últimos tiempos, especialmente después de la inversión que hizo allí Roberto Giordano, y que aumentó la presencia de europeos.
«Somos pocos pobladores, pero ya conviven con nosotros vecinos franceses, ingleses y varios argentinos», comenta Marrero. En 21 años, un terreno en Pueblo Edén pasó de costar US$ 450 a US$ 20.000 cada hectárea.