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Brunelleschi; envidia, intrigas, genialidad

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Petiso, de mal carácter y controvertido… no era técnicamente un arquitecto, pero en su tiempo hizo la cúpula más grande y bella del mundo.

Uno piensa en Florencia como el lugar donde se produjo más y mejor arte en todos los tiempos. Pero allí también se inventó o estrenó el periodismo, la banca, las maniobras maquiavélicas, el palo en la rueda, el ninguneo y por encima de todo, la envidia. Aún así, ¿quién no hubiera querido participar de ese lugar y momento de la historia cuando la sabiduría y la genialidad estaban derrumbando a la ignorancia y el fanatismo?

En 1418 la catedral de Florencia estaba construida y funcionaba como tal… los días sin lluvia. Porque encima del altar mayor de la catedral de Santa María del Fiore no había techo. La lluvia y el frío castigaban el corazón de la construcción, a pesar del frágil techo de madera puesto como un remiendito insufrible. Eso ocurría desde hacía más de cien años, cuando en 1296 el edificio se declaró apto para habitar… pero sin cúpula encima porque nadie se le animaba al desafío.

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Esta catedral, cuando se terminó, resultó ser la más grande de Europa, con una capacidad para 30.000 personas. En la actualidad sólo es superada en tamaño, por la basílica de San Pedro en la Ciudad del Vaticano, la catedral de San Pablo en Londres, la catedral de Sevilla y la catedral de Milán. La solución de Brunelleschi para la cúpula no fue enteramente original: se inspiró en la “doble pared” del Panteón de Agripa en Roma, mandado a erigir por Adriano más de mil años antes, entre los años 118 y 125. El Panteón de Roma es algo tan descomunal que no esperes mi perdón si cuando pasás por la ciudad eterna no hacés una parada en ese templo dedicado a “todos los dioses”, que eso es lo que significa Panteón. (También lo llaman La Rotonda). Cuando termines la visita, tomate una birra en la placita que está enfrente y disfrutá del extraordinario espectáculo de la gente de todo el mundo y todas las culturas haciendo lo mismo que vos desde hace siglos (http://viajes.elpais.com.uy/2016/05/05/el-panteon/)

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Para que sepas, también Miguel Ángel tomó del Panteón la idea de la “doble pared” o “doble cúpula”, una dentro de la otra con un espacio entre ambas por el cual discurre la escalera interminable que supe trepar en ambas iglesias cuando todavía tenía rodillas. Esto es así tanto en Santa María de Fiore, en Florencia, como en la cúpula de San Pedro en el Vaticano.  Por momentos tenés que escalar curvado, siguiendo la línea de esa doble pared y luchando contra la sensación de claustrofobia, porque venís con una multitud por delante y otra por detrás. Pero te aseguro que vale la pena, particularmente en Florencia, porque desde ahí arriba tenés una visión increíble de la ciudad más bella del mundo.

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Finalmene corrigieron lo que a mí me causó una de las peores experiencias de pánico de toda mi vida, en mi primer encuentro con esta cúpula. Cuando completás el recorrido interno de esa cúpula de Brunelleschi, llegás a una empinada escalera final que inesperadamente te deja en el mirador, mientras la multitud te empujará hacia afuera, aunque no quieras. Entonces yo me encontré con que  lo que lo único que te separa del vacío y de la compulsión por arrojarte, era una barrita de metal del grosor del dedo gordo de tu pie, a la altura de la cintura. Me la juego a que las garras de mis manos todavía deben estar marcadas en las paredes centenarias. Como ves en las fotos, ahora hay algo un poco más consistente, aunque muchos viajeros se quejan del vértigo pese a eso.

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Hay varias diferencias entre la cúpula de Brunelleschi y la de Miguel Ángel; una de las más importantes consiste en que el segundo estaba tan sobrado de talento que no se sintió tentado a ocultar su estrategia arquitectónica.  Para ganar el concurso, porque en Florencia también inventaron las licitaciones, el florentino construyó un modelo de madera y ladrillo  que se exhibe todavía en la Ópera del Duomo y que sirve como guía para arquitectos y artistas… pero carece de detalles fundamentales, pues la idea es no darle ventaja a los copiones de aquél tiempo.

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La cúpula y la catedral son una de las maravillas del mundo, pero lo que sublima es el conjunto que hacen con esa grácil torre de il Campanile, en un entorno que hace coincidir eso y el Battisterio en la sobrecogedora Piazza del Duomo, sin enjardinado, apostando hoy únicamente (como la obra de Calder que hace jugar hasta a los espectadores), al tránsito de toda esa gente que camina mirando para arriba o mirando a la Puerta del Paraíso, otra joya de la ciudad, en este caso obra cumbre del escultor y orfebre italiano Lorenzo Ghiberti.

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¿Se puede creer el privilegio de los montevideanos que tenemos una de las mejores réplicas de esta puerta en la sala Aquiles Lanza del Municipio y que a pocos metros de la entrada tengamos otra réplica envidiablemente buena del David de Miguel Ángel? No sé si nos merecemos tanto arte en una ciudad que se caracteriza por enchastrar y desfigurar sus monumentos.

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La catedral de Florencia es grandiosa, pero no pionera. En la Toscana Pisa y Lucca ya tenían catedrales hacía dos siglos cuando finalmente Arnolfo di Cambio pudo emprender su inacabada obra. La construcción demandó 72 años y se inauguró estando en vida, pero la rebelde cúpula quedó esperando. ¿Tenía Arnolfo una solución quizás tan buena como la de Brunelleschi y no se la autorizaron o no alcanzó la plata? ¿Cometió el desatino de proyectar la iglesia más grande de la cristiandad (160 metros de largo, 43 de ancho y 90 metros en la nave transversal) sin haber calculado la manera de ponerle un techo? Si hay una explicación de este misterio, yo no la encontré, pero suponer que Arnolfo era un imprevisor es temerario.

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La cúpula tiene 114 metros de alto y 45 de diámetro y la decoración interior no le corresponde a Brunelleschi sino a Giorgio Vasari y Federico Zuccari. ¡Me aterroriza imaginarlos colgados a esa terrible altura trabajando en unos frescos que representan al juicio final! Les llevó once años terminarlos, entre 1568 y 1579. Te lo podrás imaginar mejor al trepar esos 463 escalones que en cierto momento te permtirán ver la monumental obra de cerca. Si te parece mucho, podés optar por escalar el Campanile, que también ofrece una vista formidable de la ciudad y sus tejados tan característicos.  Ambas escalinatas están disponibles todos los días hábiles de 8.30 a 19.00, los sábados hasta las 17.40 y los domingos y feriados están cerradas.  Andá con ropa recatada porque de lo contrario no te dejan entrar, no olvides que es un iglesia y que el modernismo a ultranza lo practicaron hace 500 años, ahora no.

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¿Te dije que hay que aflojar 15 euros? No, no te lo dije, no te escapás. Ese óbolo te permite entrar a todo, a la catedral, cúpula, baptisterio, cripta, campanile y Museo de la Opera del Duomo, a unos 130 metros. Mirando las colas también monumentales para entrar y para subir, quizás convengas en la conveniencia de contratar una visita guiada, que incluye este complejo y la Gallería degli Uffici. No te podés ir de Florencia sin ver estas cosas y muchas otras que tiene la ciudad.

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Brunelleschi y Arnolfo, los revolucionarios.

National Geographic investigó en profundidad a don Filippo y el periodista llega a la conclusión de que era un petiso, feo y malhumorado, que alguna vez sacaron poco menos que a las patadas de la catedral por sus exabruptos. Pero había razones de sobra para aguantarle los excesos a ese orfebre, que se lucía en la talla en madera tanto como en sus creaciones de oro y plata. Nunca estudió arquitectura, pero dominaba el dibujo técnico y la óptica, disciplina que sí estudió. Por sobre todo, Brunelleschi era ingenioso y fabricó varios relojes, entre ellos el que debe haber sido el primer despertador de la historia. También era un enfermo del secretismo… o quizá un prudente investigador en un mundo de copiones. Solía anotar observaciones en escritura cifrada inventada también por él. Tanto ocultaba sus secretos, que por momentos los árbitros de aquella licitación supusieron que era un cuentamusa.

Finalmente se la jugaron y en 1420 lo nombraron “provveditore”, o sea, director del proyecto… pero al lado le pusieron a Lorenzo Ghiberti, otro orfebre, autor nada menos que de esa Puerta del Paraíso y realizador con más fama que nuestro Filippo. Estarían asociados y el proyecto sería de Brunelleschi… pero nada aliviaba los rencores entre colegas, así que todo fue un largo juego de intrigas, conspiraciones y artimañas durante 16 años. Pero nuestro héroe se lució y sus aportes no permiten la duda acerca de quién es el autor.

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Entre otras cosas, el hábil relojero inventó un cabrestante de tres velocidades con un complejo sistema de engranajes y poleas, accionado por una yunta de bueyes. Eso permitió elevar los materiales de construcción sin riesgos ni demoras. Miguel Angel admiró a Ghiberti por su puerta descomunal… pero Leonardo da Vinci quedó fascinado e inspirado con sus inventos. Y si Filippo era pendenciero, Ghiberti no le iba a la zaga. Dice National Geographic que en 1423 se retiró de la obra fingiendo dolor de espalda. Entonces los carpinteros y albañiles le tuvieron que preguntar a Ghiberti cómo hacían para colocar las enormes vigas de madera de castaño que componían el anillo que estaban construyendo. Ghiberti improvisó… pero estaba claro que le estaba errando feo. Fue entonces cuando reapareció Brunelleschi, ordenó desmontar todo y volver a comenzar, para inmediatamente quejarse ante las autoridades de la incompetencia de su colega, que ganaba 36 florines al año, igual que él.

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Así consiguió un aumento que lo llevó a 100 florines al año, cosa que hizo arder de indignación a Ghiberti. Pero quien trató de vengarse no fue el orfebre, sino su ayudante, el arquitecto Giovanni da Prato, quien hizo un pormenorizado informe con muchos dibujos técnicos, tratando de demostrar que “por ignorancia y vanidad” Brunelleschi se había apartado de los planos originales y ahora la obra quedaría condenada a derrumbarse. Lo que lo mató a da Prato fue el exceso de adjetivación, pues lo acusó también de ser una “fuente profunda y oscura de ignorancia” y haberse transformado en un “animal miserable e insensible” cuyos planes arquitectónicos eran tan malos que estaba dispuesto a quitarse la vida si el proyecto tenía éxito.

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Cuando apareció una rajadura en la nave oriental que soportaba la cúpula, parecía que da Pratto tenía razón… pero no fue así, bastó que Brunelleschi reforzara los muros para que el peligro desapareciera. No vayas a creer que a partir de allí todo fue fácil para nuestro héroe petiso. En 1434, instigadas por Ghiberti, las autoridades metieron preso a Brunelleschi por una deuda con el sindicato… porque como capataz, era un perro. Naturalmente su obra es mucho más vasta y en general siempre lucida, pero nada en sus trabajos iguala esta cúpula.

Guillermo Pérez Rossel

 

http://www.visitflorence.com/it/chiese-di-firenze/duomo.html

http://www.nationalgeographic.com.es/historia/grandes-reportajes/la-cupula-de-brunelleschi_7970

http://cultura.elpais.com/cultura/2011/11/10/actualidad/1320879610_850215.html