¿Para qué experimentar con monos si los huérfanos son gratis?
Eras huérfano, te abandonaron, naciste sin derechos, privado de afectos. Vivías de regalo en un tiempo en que las pandemias hacían retroceder los buenos sentimientos. Los investigadores podían ahorrarse los monos y los cobayos. Aunque hubiera padres, podía comprarse el consentimiento.
Te tengo una mala noticia: la ciencia solo ha podido erradicar (ahora se discute eso) una enfermedad contagiosa: la viruela. Y eso porque el método para curarla rompía los ojos. Todo el crédito se le otorga a Edward Jenner, razonablemente identificado como inventor de la vacuna. Pero el procedimiento era de conocimiento popular desde tiempo inmemorial, no en la cultísima Europa, sino en Circasia, una región tan pobre dentro del imperio otomano, que sus habitantes solían vender a sus hijas a los tratantes de blancas, con el pretexto de que necesitaban dinero para comer. Si estaban afeadas por la viruela, su valor de mercado era menor. El marketing puede tener estas horrorosas variables.
Está documentado por fuera de la ciencia médica; lo relata Voltaire en sus Lettres Philosophiques (1734) mucho antes de que se hablara de vacuna. “Las mujeres de Circasia desde tiempo inmemorial hacen uso de la “pequeña viruela”, incoándola a sus hijos a la edad de seis meses, haciéndoles una pequeña incisión en el brazo e insertando en ella pus que han obtenido de otro niño. Este pus hace el efecto de levadura. Fermenta y la reparte en la masa de la sangre. (…) Los botones de este niño al que se le ha producido la viruela artificial sirven para llevar la enfermedad a otros”, relata el filósofo.
Mozart enfermó de viruela en 1767, cuando tenía 11 años. Su padre se había negado a variolizarlo pues si bien el procedimiento salvaba a muchos, también mataba a otros.
En la época de Jenner, la inoculación ya era una práctica común, pero implicaba graves riesgos. Por eso experimentaban con niños que ni entendían lo que pasaba, ni se podían defender. Más tarde las pruebas en humanos se harían con presidiarios, a algunos de los cuales les preguntaban si querían hacerlo a cambio de su libertad.
En 1721, Lady Mary Wortley Montagu había importado la variolación (no le daban rango de vacuna) en Gran Bretaña después de haberla observado en Constantinopla. Voltaire escribió que por entonces el 60% de la población padecía la viruela y que el 20% fallecía por la enfermedad. También afirmaba que los circasianos utilizaban la inoculación desde tiempos inmemoriales, costumbre que pudo haber sido imitada por los turcos. Así que si queremos identificar a un inventor, tenemos que alejarnos de Europa.
Los circasianos se dieron cuenta que de mil personas apenas se encontraban dos que fuesen atacadas dos veces por la misma enfermedad. También observaron que, “si las viruelas son benignas y su erupción no traspasa una piel delicada, no dejan ninguna huella en el rostro. De estas observaciones concluyeron que, si un niño de seis meses o un año tenía una viruela benigna y no moría, no quedaría marcado y estaría libre de esta enfermedad para el resto de sus días”.
Según la OMS, la última vez que la viruela se contrajo de manera natural, fue en 1977 en Somalía, todo gracias primero a la variolación y luego a la vacunación masiva. Luego de eso, la fotógrafa médica Janet Parker falleció debido a la viruela… pero debido a una deficiente manipulación del virus en un laboratorio británico. En 1980, la OMS anunció la eliminación definitiva de la enfermedad.
Las referencias dicen que unas 400.000 personas morían cada año por viruela y un tercio de los supervivientes desarrollaba ceguera. Se estima que solo en el siglo XX, la viruela mató hasta 300 millones de personas y a 500 millones en sus últimos 100 años de existencia. En 1967, apenas una década antes de su último registro, se registraron 15 millones de casos.
Es con estos datos que la humanidad justifica su abuso inmoral sobre la vida de los que no podían defenderse. Pero es ingratamente fácil cuestionar a los científicos de aquél tiempo, impelidos por las imparables masacres que provocaban las pestes. En el caso de Jenner y su niño experimental, hubo un innegable lazo de afecto que queda reflejado no solo en los favores y honores que concedió a su familia, sino en el hecho de que hizo arreglos para que él mismo y el niño fueran enterrados en el mismo cementerio.
Ahora volvamos a Jenner para entender por qué las llamamos vacunas. Edward Jenner era un médico rural, lo que muestra que no es necesario ser un académico consagrado para hacer grandes descubrimientos… basta con no estar aferrado a los usos de sus épocas. Jenner había observado que las mujeres ordeñadoras adquirían ocasionalmente una especie de viruela bovina y luego quedaban a salvo de enfermar de viruela común. Así comprobó que esta viruela bovina es una variante leve de la mortífera viruela «humana».
Jenner también experimentó con ese niño que estaba sano… pero con el consentimiento de los padres, que eran los humildes jardineros del médico. Le inoculó viruela bovina de la mano de la granjera Sarah Nelmes al niño James Phipps. Contrajo esa enfermedad leve de la que se curó unos 48 días después. Entonces, ¡le inyectaron la viruela humana y mortífera! Si se hubiera muerto, no sabríamos quién fué Phipps, pero como se salvó e inauguró lo que llamamos vacunación, tiene algún parrafito en libros de medicina. En cuanto a los monumentos, o los nombres a calles y otros honores… todavía los está esperando. Los niños son muy inocentes.
Para ser muy justos, hay que decir tres cosas. Luego de haber probado científicamente el efecto de su vacuna, Jenner se inoculó a sí mismo viruela humana unas veinte veces hasta que las jerarquías médicas y gubernamentales ya no pudieron argumentar en su contra. A la familia del niño también les concedió el usufructo gratuito de una casa de su propiedad, donde hasta 1982 estuvo el museo que recuerda todo esto. En cuanto al niño, en esa misma casa podía verse una plaquita reconociendo su mérito. Que conste que el pequeño Phipps se resistió todo lo que pudo. Pero es muy poco lo que puede un niño.
¿Entonces Jenner fue un iluminado precursor? Mmmmm… Su experimento fue en 1796, pero en 1791 Peter Plett, del Ducado de Holstein, ahora Alemania, inoculó a tres niños y Benjamín Jesty de Dorset, lo hizo a tres miembros de una familia… pero cometieron el error de no documentarlo ni llamar a un dibujante para que ilustrara con imágenes todo el asunto. Y como se sabe, una imagen vale más que muchos niños inocentes.
Hay que reconocer su posterior seguimiento hasta que el procedimiento llegara a ser la vacuna masiva que luego fue y salvó millones y millones de vidas, incluyendo huérfanos. Así es que se ganó con bastante justicia la fama de haber creado el procedimiento. La vacunación resultó mucho más eficiente y segura que la variolización.
En el mundo hispano la vacunación tuvo una historia todavía más espectacular. La corona española no estuvo distante de los padecimientos de sus súbditos, dado que la enfermedad había terminado con la vida de una hija de tres años y de su hermano el infante Gabriel. Enterado de lo que ocurría en los reinos vecinos, el rey Carlos IV apoyó personalmente los proyectos científicos y no se limitó a sus posesiones en el continente.
En 1802 la viruela estaba asolando al virreinato de Nueva Granada, compuesto por las actuales Colombia, Venezuela, Ecuador y Panamá. La refrigeración sería inventada recién un siglo más tarde. Así fue como le concedieron al médico alicantino Francisco Javier Balmis, la conducción de una operación única en la historia de la medicina y de la orfandad. Es por eso que la actual operación española contra el coronavirus lleva el nombre de este médico.
¿Por qué 22 niños exactamente? Fue Balmis quien ideó el recurso. Le inocularon el virus atenuado a dos y antes de que se curaran, con las muestras de ellos se inocularon otros dos. Y así sucesivamente. Ya en América, se proveerían con más huérfanos portadores.
Dicen las fuentes que, tras “su llegada a Venezuela en marzo de 1804, la expedición se dividió para multiplicar los esfuerzos. Balmis se encaminó hacia el norte para vacunar México y, desde allí, dirigirse a Filipinas, en un largo viaje en el que los niños portadores de la vacuna pasaron por un sufrimiento atroz. El capitán del navío Magallanes había prometido al médico alicantino colocar a los pequeños en un compartimento amplio y ventilado, pero, pese a las indignadas quejas de este, los situó en un espacio lleno de inmundicias y ratas”.
El segundo de Balmis, Salvany, marchó hacia América del Sur. Le esperaba un periplo lleno de penalidades en una geografía con distancias descomunales y todo tipo de obstáculos. Dramático y espectacular… pero cuestionable como novedoso, porque el procedimiento era bastante conocido en América. De hecho ya se usaba desde hacía unos cuantos años gracias al contrabando con las colonias inglesas.
“En Puerto Rico, por ejemplo, cuando se desató una epidemia de viruela, el gobernador autorizó al cirujano catalán Francisco Oller a marchar a la isla vecina de Santo Tomás, en manos danesas, para obtener la vacuna. Poco después llegó Balmis y montó en cólera al comprobar que el trabajo que él pensaba realizar ya estaba hecho. Dijo entonces que Oller había usado una técnica incorrecta”.
Para ser justos, la Expedición no habrá sido reveladora para la ignorancia americana, pero afirmó su difusión y promovió la formación de Juntas encargadas de conservar el preciado remedio y lograr que la gente lo utilizara.
Sobre este episodio se filmó una película para ser exhibida en televisión. La denominaron “22 Ángeles”, cuyo mérito más destacable es el de poner en valor el rol de los pequeños que de tan pobres que eran, ni apellido tenían en su mayor parte. Los libretistas no encontraron referencia alguna de su regreso a España ni de su historia americana, de lo cual se desprende que fueron finalmente víctimas de la enfermedad, se escaparon de sus filantrópicos tutores, o se escabulleron en el anonimato. Quizás unos cuantos lectores de este artículo están vivos gracias al abuso sobre esos niños y los niños que inevitablemente también usaron en las colonias inglesas, con la diferencia de que no dejaron escrita una sola palabra.
Como reflexión final sobre las reservas de muestras de virus a pesar del riesgo que implican: la humanidad ha perdido la inmunidad al virus y la memoria genética. Si el virus reapareciera o si algún país lo siembra en un incalificable ataque biológico, la fabricación desesperada de vacunas y su suministro no podría evitar la muerte de decenas de millones de personas.
Guillermo Pérez Rossel
https://es.wikipedia.org/wiki/Viruela
https://es.wikipedia.org/wiki/Variola_virus