Para entender la rambla
La rambla montevideana no es única en el mundo, pero nadie nos podrá convencer de que no es la mejor de todas.
La de Río de Janeiro es hasta más espectacular, la de Ostende tiene mucha historia, las de Barcelona no son como la nuestra, la de Brighton tiene lo suyo y el Malecón de La Habana es tan imponente como pintoresco. ¿Y a mí qué me importa? ¿Acaso hay que ser siempre objetivo? A un montevideano no le pidas objetividad cuando le preguntes por la rambla… y si anda con el termo bajo el brazo no te animes a discrepar con él sobre este punto.
Porque Nuestra rambla es inseparable del mate y eso es algo que un extranjero no podría entender a menos que conviva de verdad con nosotros durante años y aprenda a contemplar la vida de nuestra manera. La nuestra no es la mejor manera, no te quepa duda, pero es la nuestra, así que no discutas. ¿Vas a hacer de la rambla una cuestión de ciencia o de sentimiento?
En su orden, las ramblas de Brighton, Ostende, El Malecón y Río de Janeiro
¿En qué otra rambla podés ponerte a correr al lado de un senador que no conocés y discutir de política con él? ¿Dónde vas a encontrar a un autor de fama mundial jugando un picadito en la arena junto al más haragán de los desocupados? ¿Vos te creés que en el Malecón andan trotando minas como las que ves en Pocitos?
Con eso te digo todo y no me contradigas porque se te pueden enojar 1:973.380 ciudadanos que al menos para mi sorpresa, el censo de 2009 identificó como residiendo en el área metropolitana de Montevideo, nomenclatura que excede los límites departamentales, pues una ciudad no anda respetando fronteras. Si querés sumale todo el Uruguay pues posiblemente sea la única cosa en que estamos todos de acuerdo: adoramos nuestras ramblas desde Nueva Palmira a la Barra del Chuy.
En varios balnearios de Colonia hay ramblas hace tiempo, las barrancas de Kiyú hacen complicado llamarle rambla a ese segmento de San José, la de Atlántida enorgullece a Canelones, en tanto que Piriápolis y Punta del Este tienen sus estupendas ramblas. Sumale las de Mercedes y las de todas las ciudades del litoral y andá admirando la pasión ramblera de los uruguayos.
A los extranjeros también les gusta, si no mirá la foto que le sacó el fabuloso fotógrafo Jan Arthus Bertrand a la rambla de Pocitos y se preocupó de explicar gráficamente que edificamos en función de la rambla.
No es solo una cuestión de que nos gustan las ramblas, está la cuestión moral y legal: el mar es democráticamente para todos hasta 200 metros de la mayor crecida o hasta que aparece una rambla, porque si no fuera por esa precisión, habría que tirar abajo a medio Pocitos. En Uruguay al paisaje no me lo privatizan, es un bien colectivo. Acá no hay playas privadas por más inversiones que prometan, el paisaje no tiene dueño… aunque en algunos casos…
¿Rambla como en Uruguay y Barcelona, Costanera como en Buenos Aires o Malecón como en La Habana? La cosa sería bastante complicada si no fuera porque somos los propietarios intelectuales de la nomenclatura «rambla» junto con los catalanes. La denominación porteña «costanera» es correctísima y realmente descriptiva. Lo de los cubanos está tan traído de los pelos como lo nuestro, pues según el Diccionario de la Real Academia «malecón» es un murallón que se hace para defenderse del mar y en tal caso, no abarcaría el paseo paralelo a la orilla. Pero esa es la denominación que escogieron los cubanos y los ecuatorianos y hay que respetarla, los diccionarios saben poco de patriotismo.
Para la RAE, «rambla» es el lecho que escogen las aguas pluviales lo cual también es caprichoso, pues la palabra viene del árabe «ramlah» que significa arenal. En Catalunya y otras zonas del Levante, «rambla» es una calle ancha y con árboles. Lo cual no tiene nada que ver con lo nuestro; pero la RAE nos ampara aclarando que en Uruguay «rambla» es una avenida que bordea la costa de un lago, un río o el mar. Dice que el término tiene el mismo significado en Argentina, pero por lo que sabemos, ellos prefieren «costanera» y ¡qué rico se come en los carritos! siempe ubicados en la costanera, nunca en una «rambla».
Si sos uno de los tantos compatriotas que anda por lejanas latitudes y te dio morriña o te molesta que tus vecinos crean que en Uruguay hay que andar espantando monos a golpe de liana, mostrale este artículo y hacé que vean estos videos. ¡A ver qué sacan para empardar!
Cuando Montevideo era una ciudadela, seguro que al interior de los muros un camino la recorría bordeando el río y la bahía. Cuando tiraron la muralla abajo cometieron una imperdonable tropelía… pero nos regalaron la rambla. Si considerás la rambla portuaria, aunque no vayas hasta La Teja, el recorrido total hasta el arroyo Carrasco supera los 30 kilómetros, dado que casi no hay ningún tramo en línea recta.
Tengo un amigo que se sabe con exactitud todos los nombres de la rambla. Son como 20 y uno se resiste a aprenderlos ¡qué desperdicio de memoria! Es algo reservado para carteros, «deliverys» y recolectores de residuos, los demás continaremos llamándola «rambla», sea donde sea.
De cualquier manera, desde su inauguración la rambla fue un éxito de taquilla que todavía hoy continúa, como lo prueban las siguientes fotos.
La rambla montevideana comenzó con una obra descomunal que le debemos al Ing. Juan Pedro Fabini, que diseñó el tramo comprendido entre la Escollera Sarandí y la calle Jackson. Esa sí que fue una fortificación al estilo del Malecón habanero. Pero se utilizó granito rosado, el mismo que luego se extendió por toda la costa y le dió carácter y estética irrepetibles.
La obra en realidad era una defensa contra las feroces sudestadas que todavía hoy golpean de manera impresionante las piedras y al estallar, algunas olas atraviesan la ancha avenida empapando a los autos que se arriesgan al baño de salitre. Entre la Playa Ramírez y la bahía, había dos playitas: Santa Ana y Patricios. Fabini decidió prescindir de ellas en atención a los vientos huracanados que vuelta a vuelta terminaban con las casas edificadas frente al mar.
Si el día está lindo ¡cómo no salir a caminar por la rambla como lo hacía Juana de Ibarbourou! Detrás de esos muchachos se ve el tronco de la palmera que sobrevivió y se preserva celosamente pues fue una pareja de árboles mencionados por la poetisa. Ahora, si el día está como la mona ¿dónde mejor que la rambla para contemplar la tormenta, para ver cómo el agua se encrespa y cambia de aroma, cómo las gaviotas buscan la orilla y los vellos se te erizan anticipando la cercanía del flujo eléctrico?.
Siempre vas a encontrar alguna confitería, o restaurante, con primera fila al formidable espectáculo de la naturaleza. En otras palabras, Nueva York será impresionante, Río de Janeiro será una ciudad maravillosa, pero Montevideo tiene la rambla y ¡aguantate esa!
Ensillá un mate y salí con tu pareja a caminar la rambla, aunque estés viviendo en New Jersey, o en Sidney o en Toronto. Imaginate la tardecita, justo cuando comienza el cotidiano espectáculo de la puesta de sol. Pará de hablar; se impone el silencio. Pasale otro mate y el brazo por el hombro y así imponentemente callados esperen el final con la confianza de que luego no vendrá una tanda de publicidad. ¡Si serán fantásticas las puestas de sol que hasta las palomas se encaraman en lo que pueden para no perderselas! Y son gratis: son la riqueza del pobre, la ilusión del deprimido y el amor que sofrena la pasión para ser sentido con más intensidad. Si la costa fuera privada sería un atentado contra la uruguayez.
Con este formidablemente y uruguayísimo concepto de que el paisaje es pa’todos y que por esa razón las costas son públicas, pusimos ramblas en todos los lugares donde pudimos, desde las célebres ramblas de Piriápolis que arranca desde el Balneario Solís. Ahí están las de Merecedes, Salto y Paysandú, sin olvidarnos la de Colonia desde donde se otea el horizonte argentino. A todas ellas acudimos cuando estamos enamorados, cuando nos agarra la angustia, cuando nos da por correr y yo que sé; en cualquier momento. ¿Qué otra cosa más divertida puede hacerse en el tiempo libre?
Lástima de las costas que tienen médanos y por tanto no pueden albergar una rambla… aunque también tienen el regalo de esa arena finísima nuestra que también podría ser Patrimonio de la Humanidad.
Acá lo tenés de nuevo: tres generaciones dándole de punta al mate y transfiriendo afectos, experiencias, sentimientos, consejos y paciencia. ¿De qué otra manera se podría sobrellevar la intensidad de la vida contemporánea, sin siquiera sentir la presencia del aroma del mar, sin ver los barcos en el horizonte esperando turno para entrar al canal y seguir para Buenos Aires?
Tenemos una de las mayores expectativas de vida, una distribución de la riqueza que -pese a todo- sigue siendo una de las mejores en el continente, sólida formación democrática y un chispeante sentido del humor que ya lo querrían en otras latitudes. ¿Te creés que la rambla no tiene algo que ver con todo eso? También es cierto que podríamos hacer otro párrafo con todas las cosas que nos echamos en cara y con tanta razón que nos deja abrumados. Pero, bué, no es el momento de las pálidas.
Dos más para que no te quedes con las ganas y para poder explicar que buena parte de estas maravillosas fotos fueron colgadas por la solidaria cofradía de Skyscraper City, siempre dispuestos a compartir imagenes con compatriotas (http://www.skyscrapercity.com/showthread.php?t=663864) Otras proceden de un simpático grupo en Facebook especializado justamente en la rambla montevideana: http://www.facebook.com/pages/Rambla-de-Montevideo/62385205287 .
En estos dos últimos casos se trata de la Rambla Sur, que a esa sí la identificamos con su nombre oficial porque es descriptivo. En la primera se avizora en primer plano el Cubo del Sur una de las pocas fortificaciones sobrevivientes (más o menos sobreviviente) y detrás lo que queda de la Compañía del Gas, esperando que alguien consagre un proyecto y transforme ese lugar totalmente privilegiado en algo que podría ser maravilloso si la gente que debería resolver no se nos quedara mirando a las gaviotas. En la otra, un nuevo detalle de la fortificación original, que pudo darnos un Malecón defendiéndonos de los huracanes caribeños, pero que felizmente nos dió esta Rambla. ¡Que no ni no!
Guillermo Pérez Rossel