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El viaje es el destino

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Hay quienes se quejan amargamente de los aeropuertos, la comida del avión, los asientos apretados y de que las azafatas se enojan cuando ellos quieren propasarse.

Y hay otros que lo disfrutan, porque mientras viajan la temperatura y la humedad es la ideal, porque los aeropuertos son un espectáculo teatral sin entreactos y porque en el asiento de al lado puede estar el Presidente de la República o una gloria de la literatura, siempre a disposición para intercambiar algunas palabras. Porque en el aire todos somos amigos, en los aeropuertos se hace ejercicio de amabilidad y porque ahora las valijas tienen rueditas. Solo faltaría que esas valijas te sigan como un perrito.

Por Damián Argul

Mi problema con Internet es que cuando tengo una idea, genial o no, la escribo en Google y encuentro como mil personas que ya pensaron lo mismo, algunos de tal calibre intelectual que ni siquiera intentaría emular.

Pienso que el Maestro Tabárez con su famosa frase “el camino es la recompensa” pudo haberme inspirado, aunque nunca entendí lo que quería decir; al igual que el “Pienso luego existo” de Descartes, frases que pasarán a la historia gracias a su incomprensibilidad. A mí me gusta más la del Barón de Coubertin: “Lo importante es competir” y adaptarla como lo “Importante es viajar”. De todos modos voy a seguir con lo de “El destino es el viaje” ya que lo mío es muy directo y ramplón sin intentar ningún razonamiento trascendente.

Me encanta viajar, la adrenalina al hacer las valijas, hojear con amor mis pasaportes, los aeropuertos, los aviones, los hoteles. Y sobre todo la gente.  Y las anécdotas que van más allá del lugar donde suceden.

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Los Aeropuertos.

Podrán ser “non-places”, como dice Marc Augé, pero a mí me encantan. Es todo un mundo y pasa de todo. En las llegadas y rencuentros, las despedidas y salidas las emociones afloran. O no, como pasa  en Heathrow cuando los británicos   tratan de minimizar emociones y parece que uno o los dos tratan de mandar a pasear la “flema inglesa”; todo lo contrario a lo del Aeropuerto de Palermo desbordante de emociones. De todos modos las cosas cambian de acuerdo a las líneas aéreas: no es lo mismo la llegada de Lufthansa que la de Alitalia. Muchas aerolíneas tienen sus particularidades. Como fui mucho al Aeropuerto Kennedy a buscar viajeros de Uruguay y los vuelos llegaban a la misma hora que ELAL, me divertía identificando a los agentes del Mossad tratando de pasar desapercibidos.

También me encanta ver la alegría y el alivio de los que llegan y ven el cartelito con su nombre en manos de quien los viene a buscar. Siempre pensé que el servicio de traslado es el más importante que se puede contratar.

¿Y cómo olvidar la perfecta formación de la impecable y deslumbrante tripulación de Singapur Airlines abriendo el público en dos como Moisés en el Mar Rojo (en la foto)

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Es muy placentero también el uso de las salas especiales- las dejé de llamar VIP desde que, –como diría Groucho– me dejaron entrar a mí. Especialmente las de pre-embarque. Entre el agite de la despedida y el empezar una nueva etapa, era un momento de descanso, de ordenarme y de paz, aun en esta época en que el “guasáp” ha invadido nuestras vidas. Las salas de arribo me parecen una pérdida de tiempo. Hay salas con excelente servicio, manjares y bebidas Premium pero lo que siempre recordaré en los vuelos tempraneros es el café y  “pao de queijo” calentito de Galeao.

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El mejor jingle en la historia de la aviación

Los Aviones.
Desde el hidroavión de Causa en el que viaje con mis padres y hermanos a Buenos Aires creo que he volado en todas las líneas que operan u operaron en Montevideo y mi primer viaje a Miami duró casi dos días.

Adoro volar. Ya ese olor a café quemado mezclado con aromatizados ambientales me   hace sentir en las nubes. También me ha pasado de todo, pero lo más grave fue perder mi lapicera Aurora 88, por una turbulencia de aire claro (CAT) cuando estaba llenando mi Tarjeta de Turista a la llegada a Miami.

También volé de Montevideo a Quito en una compañía ecuatoriana que hizo ese solo vuelo y al llegar se fundió.

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Tengo un triste recuerdo del último vuelo de Panam a Montevideo, aunque la tripulación fue tan ejemplar que habiéndose enterado del cierre de la compañía al salir de Nueva York mantuvo el buen trato y el buen humor sabiendo que se quedaban sin trabajo. Recién me enteré al llegar a casa por la radio.

A lo largo de mis años como agente de viaje, puedo decir que he volado generalmente con gran comodidad gracias la generosidad de Aerolíneas Argentinas, Lan (Chile) y Varig. El servicio ha sido siempre impecable. Incluso en mis recientes vuelos en una “low cost” donde me maravilló cuanto ingenio requiere servir sándwiches al límite de la repugnancia.

Lo otro importante son los compañeros de viaje. En Varig era una fiesta, parecía Carnaval, en United Airlines la cabina parecía una oficina, todos trabajando y en Aerolíneas parece que están todos de mal humor, aunque con un poco de paciencia podés llegar a destino haciéndote unos cuantos amigos.

En el “upper deck” de Aerolíneas, esa jorobita que tiene el Boeing 747, llevaba solo 16 asientos, un ambiente muy chico en el que viajaba gente interesante. Una vez vine de Madrid pasillo por medio del Dr.Tabaré Vázquez y su señora. Me preocupaba qué decirle ya que ignorarlo era imposible. Si le decía soy votante suyo me parecía una alcahuetería. Decirle  lo contrario una guarangada innecesaria. Finamente me levanté y le dije “Que lindos zapatos tiene Doctor” y era verdad, se trataba de un zapato casi deportivo pero que se adecuaba perfectamente a la forma que debe vestir alguien de su investidura. Me los mostró y dio detalles en forma muy amable. Al llegar a destino se ofreció a ayudarme con el equipaje de mano. Más simpático que cuando lo veo por TV.

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Un viaje memorable fue con Ernesto Sábato. Yo había leído “Sobre Héroes y Tumbas” y sus diálogos con Borges, lo que me permitió abordarlo.  Fue muy interesante. Hizo un estupendo análisis de la cultura y la educación del pueblo mexicano. Era amigo, nada menos, que de Juan Rulfo y de Octavio Paz. Con ellos paseó mucho por Ciudad de México por lo que medió muy buenos datos: Café La Ópera, Restaurant el Canario y el Café Librería El Péndulo, de los que tomé buena nota. Antes de llegar Sábato, que ya tenía sus años, me pidió que llenara su Tarjeta de Turismo, lo que hice con mucho gusto. Se pueden decir que escribí para Sábato.

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Los Hoteles

“Una buena cama y un baño limpio” es lo que se suele pedir de un hotel. Para mí es mucho más que eso, es mi “casa lejos de mi casa”, un lugar en el que, entre otras cosas, pasamos muchas horas en él y su vecindario. No estar a gusto en un hotel me puede ayudar a no disfrutar enteramente de una ciudad y no es una cuestión de lujo. Tenemos con mi señora un recuerdo inolvidable del austero monasterio de Santa Brígida en Asís y no puedo decir lo mismo del Imperial de Viena (en la foto), a donde me consiguieron una tarifa casi nominal, pero en el que el desayuno, o cualquier extra, era más caro que quedarme en un tres estrellas. Además como en muchos de los grandes hoteles de Europa si llegás en un simple taxi y tus valijas no son de piel de cocodrilo ya el personal del hotel te mira de reojo. Esto no es nuevo, Balzac lo pinta muy bien en Papá Goriot, donde es la servidumbre y no la nobleza es la que pone en su lugar al “parvenu” y le hace notar; “no sos de aquí”.

Es tan importante el hotel para mí que lo primero que recuerdo de Miami fue mi primer hotel. Llegando desde un Uruguay más desconectado aún, y en mundo todavía sin globalizar, descubrí además de las escaleras mecánicas, un ascensor que hablaba solo, las mullidas alfombras de pared a pared- que después se llamarían moquette, el aire acondicionado, la televisión a color y cuando el portero tocó un botón se corrió la cortina y apareció ese inmenso y turquesa Océano Atlántico me pareció estar en el paraíso. Y me enamoré de Miami.

También hay hoteles que valen el viaje y son un destino en sí mismos. No me refiero a los “all inclusive” tan de moda en el Caribe, aquí más cerca el Nirvana de Colonia Suiza tiene bien ganado su nombre.  Hermosos parques para pasear, amplios salones de estar, decoración sobria y country, comida muy fresca, grandes salones y muchas cosas más. Escaparse a comer un chivito al American Bar es todo un sacrificio. No lo es menos dejar el balcón de la habitación del Apart Hotel Casapueblo. Ahí con un buen libro, buena música, mejillones y postas de pescado con un Sauternes bien frío las horas vuelan contemplando un paisaje que poco o nada tienen que envidiar al de Acapulco, Hong Kong, Nápoles o Río.

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Por supuesto un buen lugar puede ser complemento ideal y ver y disfrutar  cosas como los frescos de Fran Angélico en el Convento de San Marcos (Florencia) el bife de chorizo de La Cabrera ( Buenos Aires), el show de Tropicana, bajo las estrellas (La Habana), las Tiendas “trendy” del Canal San Martín (Paris), el High Tea del Waldorf (Londres), la Plaza Garibaldi llena de música (CDMX), el txiqiteo en el Casco Viejo de Bilbao, el impresionante ejército de terracota (Xian), un chapuzón en Aruba  o la Mujer Planchando de Picasso en el Guggenheim (Nueva York).

Las anécdotas y la gente quedan para otra oportunidad.

Quizás el secreto esté en disfrutarlo todo.