El Cairo y Luxor en rápidos flashes
Volvió Andrea Charkero y nos selecciona apenas dos tramos de sus experiencias en Egipto, un país inagotable. Recuerden que no es un relato, sino la secuencia de sus apuntes de viaje y las fotos que tomó a las apuradas, a pesar de lo cual le quedaron muy buenas.
Por Andrea Charkero
Hace un par de dias que volamos desde el Cairo a Luxor, para tomar el crucero en el que vamos a quedarnos para remontar el rio Nilo hacia el sur. Mejor dicho hasta donde el barco puede llegar sin dificultad. Exactamente a 150 kilómetros de la frontera con Sudán. Hoy amanecimos pasadas las cuatro. Todavía era noche cerrada. Después de un rato en auto embarcamos en una lancha destartalada en medio de la oscuridad donde nos dieron un improvisado café instantáneo y un bocado caliente egipcio.
En veinte minutos llegamos al oeste del Nilo y otra vez en auto hasta el inmenso descampado donde “Mombo”, nuestro capitán de globo balbucea ignota información en un inglés rápido e inentendible. Seguimos en la oscuridad salvo por las llamaradas que salen de alguno de los calentadores de los seis globos que empiezan a tomar forma. Cuatro camionetas a la vez traen los canastos de mimbre y las cinco garrafas de gas que lleva cada uno.
Todavía no creo que esa inmensa tela desparramada, pueda remontar y sostenernos a todos. Chinos, marroquies y nosotros, somos como quince y estamos impacientes. El cielo toma un color interesante pero no todavía no se ve con claridad, salvo por una sombra que se desliza por el suelo. Nos damos cuenta que está subiendo el primer globo y nos acercamos todos a registrar el momento. Y otro y otro y en un minuto es una fiesta de globos de colores que flotan en el ciclo mientras va amaneciendo.
Al fin está listo el nuestro. Nos cuesta subir porque el canasto -por suerte- es bien profundo. A la una a las dos y a las tres. Algunos necesitamos ayuda y al fin caemos en un espacio mínimo, porque el cesto está compartimentado como esos porta especias que vienen con el lugar para el vinagre y el aceite… pero éste tiene seis compartimientos. En cada cuadrado ibamos dos, tres y cuatro, además de ambos capitanes. En el centro, el combustible en garrafas de trece kilos. Cuando preparé la máquina de fotos ya veíamos las copas de los árboles desde arriba y cuando intenté darme la vuelta, me topé de frente con un sol que asomaba rabioso.
Flotamos sobre los templos de Luxor y Karnak que el día anterior conocimos a pie. Se podian ver las últimas palomas que descansaban al amanecer sobre la cabeza de los faraones. A la izquierda se despliega otro panorama. El verde intenso de los campos de trigo y caña de azúcar dónde la sombra de otros globos empieza a dibujar misterios. El silencio es tan profundo que emociona y el calor del fuego al lado tuyo es tan intenso que nos va moviendo al compás de la llama que se hace intensa y pobre cada dos minutos. Los oídos te avisan que llegamos a la máxima altura y nos asustamos.
El capitán me guiña el ojo y con su mejor sonrisa me avisa que estamos bajando para que lo disfrute. El resto del tiempo fue puro placer mientras lentamente nos deslizábamos hacia abajo. En el camino el panorama cambia y se vuelve árido, porque el viento nos llevó sin darnos cuenta hasta el desierto de la Tumba de los Reyes, donde nos reflejamos en la arena.
El Museo Egipcio del Cairo
Detesto arrancar adjetivando pero a veces no queda otra. Hoy recorrimos la ciudad. Después de un par de mezquitas fuimos directo a lo más impactante para nosotros. El museo Egipcio del Cairo está ubicado en el centro. Pese a la pobreza y a esa sensación de polvo permanente que tiene la ciudad, todo se ve más prolijo que en la zona de las piramides. El predio es enorme y la seguridad también: hasta nos revisan. Nos enteramos que el edificio estilo europeo se había construido en 1902 como Palacio Real pero por esas vueltas de la historia, lo convirtieron en museo. Y ahí está, es un imponente edificio de manzana entera. Apenas entras te quedas sin palabras.
Más de ciento cinco mil piezas distribuidas en varias salas separadas en distintas plantas nos ayudan a rearmar la historia de la humanidad. Acá la gente no hace silencio, ni se queda quieta como en cualquier museo del mundo, porque todos quieren ver más. Otra vez los chinos que avasallan y hacen de muralla en lo único que no se puede fotografiar: la máscara de Tutankamon. Veinticinco kilos de oro macizo con incrustaciones de piedras preciosas y lapislázuli traído de Afganistán. Divina es poco y sigo adjetivando. Ella sí tiene custodia personal y hasta de particular, que no se aleja ni un centímetro.
Oficialmente lo declaro el Museo más lindo del mundo o al menos del mío. Y enseguida llegaron historias de faraones de como embalsamaban, de sus maldiciones y de todas sus leyendas. Este lugar es impactante pero por su contenido, no por como se muestra, porque para ser sincera más que uno de los museos más importantes del mundo parece un depósito de cosas viejas. Piezas distribuidas sin siquiera un cordón que imposibilite el contacto directo. Otras parecen apiladas en los rincones. No todas tienen su debida reseña y muchas ni están iluminadas. Si vas sin un guia que te explique y busque lo mas importante seguro te pasan desapercibidas.
En un momento me quedo con rabia de pensar todo lo que se robaron los alemanes en la primera guerra mundial o lo que se llevó descradamente Napoleón o las más de trescientas joyas que tiene Inglaterra y tampoco devuelve. Sin embargo también pienso que todo eso es patrimonio de «nuestra» humanidad y con la inestabilidad que tienen estos países, no sería raro que un día alguien nos deje sin historia.
Los pisos son un espectáculo aparte…