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Safari a la uruguaya en Malawi

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No vas a ver aparecer a Clark Gable, ni Grace Kelly ni Ava Gardner, pero vas a escuchar los auténticos sonidos y aromas de la selva africana.

En aquellas matinés de barrio, entre uno y otro chocolatín Águila los uruguayos vivimos montones de aventuras, incluyendo algunas selváticas como la que nada menos que John Ford nos relató en Mogambo, con un galán al borde de la jubilación y las dos mujeres más hermosas del cine estadounidense de la época. ¿Y los elefantes, leones y demás bichos? También estaban… pero eran el entorno, no el meollo de la cosa. Porque si la aventura se hubiera desarrollado en Diechocho y Carlos Roxlo, hubiera sido un desastre financiero… o quizás no.

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La cuestión es que el Dr. Alberto Nagle Cajes y su esposa Mirta andaban por Malawi y los atacó el deseo de aventura. Primero conocer el increíble país y luego, lo que se cruzara por el camino. Lo que los tentó fue el Liwonde National Park, nada que ver con el escenario de aquella película casi enteramente filmada en estudios; esto es verdad verdadera y además, menos trillado por el turismo que tantos otros parques africanos. Y más barata que una aventura semejante desde en Zambia por 1.200 dólares cada uno. Un uruguayo no anda tirando la plata así como así, de manera que Alberto apenas tuvo que desprenderse de 248 dólares por la pareja.

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No te sorprenda que Alberto sepa cómo moverse en estas cosas. Es Doctor en Educación egresado de la Universidad de Göteborg en Suecia y desde 2001 trabaja en proyectos de larga duración de cooperación para el desarrollo financiados por la Unión Europea. O dicho de otra manera, es uno de esos uruguayos que no enfervoriza a la hinchada del Barcelona, pero nos debería enorgullecer tanto como Luis Suárez si a la cultura le diéramos un rango semejante al fóbal, dicho esto sin ánimo de controversia. Ya desarrolló proyectos en 24 países y ahora está en Malawi dirigiendo un proyecto financiado por  Unión Europea para mejorar la educación secundaria. Es un proyecto de 4 años donde están construyendo 21 liceos rurales con su correspondiente equipamiento. También llevan adelante un programa de capacitación en servicio de profesores de secundaria no titulados. ¡Bien por Alberto!

Y ahora vamos a su relato.

 Ulrtima salida

Malawi es un país un poco más chico que Uruguay, cuenta con 118.000 kilómetros cuadrados y no tiene salida al mar. Está rodeado por Mozambique por el este, sur y oeste. En el norte tiene límites con Tanzania y en el oeste con Zambia. Tiene un gran lago en el este,  que comparte con Mozambique. El lago es muy bonito,  profundo y rodeado de vegetación selvática. El problema es que en los caracoles crece un gusano que contamina el agua, lo cual provoca infecciones de piel. Por lo tanto no está recomendado bañarse. La infección no es seria, pero es mejor evitarla.

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Luego de ocho semanas en el país, decidimos con Mirta salir de la zona de confort del Guest House regenteado por alemanes. Tenemos todo arreglado aquí, luz, agua y seguridad. Decidimos ir al sur a Blantyre, el pulmón económico del país. La capital Lilongwe d 700.000 habitantes es una ciudad rara, construida en los años 60 bajo las ideas de Niemeyer, el creador de Brasilia. El asunto es que Lilongwe no salió como Brasilia. Aquí en la capital, los barrios se comunican obviamente por calles asfaltadas,  pero entre medio no hay zonas urbanizadas, solo enormes pastizales y monte primario.

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El primer tema a resolver fue decidir si alquilábamos un auto y lo manejábamos nosotros… o si lo buscábamos con chofer.  La influencia inglesa ha hecho que en el país se maneje por la izquierda, razón por la cual los autos tienen volante a la derecha. Ahí estaba el dilema. Con atención se resuelve el tema, la mayor dificultad es poner los cambios con la mano izquierda. Alquilamos sin chofer y en un fin de semana largo, resolvimos salir rumbo a Blantyre, ciudad de 800.000 habitantes,  centro económico del país. El viaje es por una carretera angosta, como era la Ruta 1 antes, nada de doble vía. Está en bastante buen estado, salvo algunos pozos. La ruta corre a lo largo de la frontera con Mozambique y se desde ella se divisa gran parte de su territorio.

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A mitad de camino hicimos escala técnica en Dezda una ciudad que tiene muy buena cerámica autóctona. Paramos en un hotel (lodge le llaman aquí), que combina tales servicios con los de taller de cerámica. Fue tan apreciado por Mirta, que salimos más pobres de allí. En la zona hay unas cuevas en las montañas con pinturas rupestres de la época paleolítica. Son tan  importantes que han sido declaradas patrimonio cultural de la humanidad.

Durante el viaje tuvimos la oportunidad de ver una ciudad como Dios manda, con calles amplias, infinidad de hoteles, restaurantes y un gran shopping que se llama Shoprite, obviamente propiedad de los sudafricanos. Recorrimos la ciudad y allí nos surgió la idea de ir al Liwonde National Park, que queda a 120 kilómetros de allí.

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Liwonde National Park tiene una extensión de 500 kilómetros cuadrados. En él habitan 2300 hipopótamos 1200 elefantes y grandes cantidades de impalas (el bambi de Walt Dysney), búfalos, chanchos jabalíes, monos y muchísimos pájaros. Dejamos el auto en un hotel junto al río y desde su embarcadero salimos 4 belgas, una montevideana y un coloniense rumbo al Vuu Camp (vuu significa hipopótamo en Chechewa). Llegar al Camp toma unos 50 minutos. Viajamos en una lanchita con techo, el sol es fuerte en la zona. A los 10 minutos de viaje aparecieron los primeros hipopótamos en la orilla. De lejos pensé que eran elefantes, de tan grandes que son. Era una manada que llegaba a refrescarse. Tranquilo, estábamos a una prudente distancia. Unos cuantos estaban en el agua y solo se les veían los ojos y parte de su cabeza. A medida que nos internábamos en el Rio Shire, aparecían más hipopótamos, paramos un par de veces más, luego ya no era novedad.

Al rato el capitán que se llamaba Danger divisó una manada de elefantes. Con los binoculares distinguimos que eran 6 elefantes llegados al  río para beber y refrescarse.  Impresionante, son enormes, hay muchos en Liwonde. Llegamos al  campamento con ocho cabañas, lo único construido por el hombre en todo ese enorme parque. Todo está cercado y con guardias permanentes, ya que hay riesgo que se venga una manada de hipopótamos, elefantes o búfalos y no deje títere con cabeza. Nos advirtieron que no podíamos salir solos a «explorar». Todo el tiempo hay que salir con los guías locales, que conocen la selva.

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Llegamos al Camp a las dos de la tarde y nos esperaban con un almuerzo. Todo bien hasta que de repente se descuelga un mono del techo, salta por sobre el hombro de Mirta, pica en la mesa, se roba el pan y desaparece. La flaca se pegó el susto de su vida. Como son perseguidos por esas mañas, agudizan su estrategia de ataque rápido. Más que agresivos son vertiginosos pero no por eso dejan de ser un riesgo. Como los corren a hondazos, esa conducta se afirma y se transmite a la siguiente generación.

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A las 4 de la tarde hicimos el primer safari en un jeep con Angel, un veterano guía local. Salimos del Camp por un sendero y comenzó el avistamiento de aves (no me interesa mucho este tema, en cambio a Mirta si). En seguida aparecieron los impalas. Nos dijo Angel que los animales son conscientes de nuestra presencia, siempre controlan su punto crítico. En seguida aparecieron monos, (eran muchos) y así seguimos recorriendo hasta que Angel divisa un elefante. ¡Qué emoción! No es lo mismo ver a un grupo a la distancia que tenerlo en inquietante proximidad. Nos fuimos acercando por los pastizales con el jeep, pasamos charcos de agua y barro hasta que a solo 30 metros estaba el enorme elefante comiendo hojas de las ramas de los árboles. Con el largavista vi que su ojo nos controlaba. Si nos acercábamos más había dos posibilidades que se fuera, o si estaba enojado que nos atacara. Nos quedamos quietitos y luego nos fuimos. Al final de la tarde en un claro de la selva armaron una mesa  viendo el crepúsculo a orillas del río y nos tomamos una virundela como hubiéramos hecho en el Parque de Santa Teresa, sin tanto mono ni elefante, pero con sed y ganas de admirar el paisaje.

Allí comenzó el safari nocturno. El segundo guía se llamaba Chifundo y manejaba una linterna con un gran haz de luz. La vida en la selva de noche es muy diferente. Allí es cuando aparecen las víboras. Hay muchos depredadores, –especialmente las águilas– que las persiguen de día. Por esa razón los reptiles hacen su faena de noche. No es cuestión de andar caminando distraído en la oscuridad.

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La energía en el camp proviene de un generador y paneles solares. Cargar los teléfonos era la misión antes de las 9 de la noche ya que en ese momento apagaban el generador. Cenamos y nos fuimos a la cabaña. A las 9 ya estábamos cenados y en sobre. Los que hemos acampado alguna vez en la zona de los Cerros de San Juan, conocemos lo que es la oscuridad total. No había luna y estaba nublado, cerrabas los ojos y al abrirlos no cambiaba nada. La cabaña estaba a 10 metros del río. Al rato se comenzaron a sentirse chapoteos en el agua. Eran los hipopótamos que andaban de farra. Por suerte hay guardias todo el tiempo con la misión de espantarlos y evitar que se nos arrimen… o al menos avisar para que uno pueda correr todo lo que pueda hasta encerrarse en la cabaña.

Raphael Chiwindo, 39, patrolling the Liwonde National Park looking for poachers, near Chikolongo.

A las 5 estábamos en pie porque a las 6 venía lo más lindo, es decir la excursión a pie con los dos guías y un ranger con un rifle (por si las moscas).  Lo primero que hizo Angel fue decirnos que teníamos que ir en fila india y hablar muy bajo o no hablar,  porque si no espantábamos a los bichos o se podían enojar. Con una vara hizo tres círculos en el piso. El externo es la zona de seguridad, donde vamos a estar siempre. El segundo círculo es de cuidado, no debemos meternos en él, solo el guía lo puede hacer con el ranger atento. El tercero es el Critical Point, si nos metemos allí el animal ataca. Ese espacio no es chico, tiene como 20 metros.

Los guías eran muy profesionales. Nos mostraban las huellas de los animales. Por aquí pasó un elefante, decían. Calculaban el momento en que había pasado por las pisadas y los excrementos. Los elefantes destruyen bastante la selva. En la época seca, rompen los árboles en busca de alimento. Andan en grupos con sus bebés y quiebran muchas ramas de los árboles para colocarlas a la altura de sus hijos, para que se alimenten.

Chancho jabalí, pasa cerca

Un chancho jabalí pasó a dos metros de nosotros y siguió en su rollo. Vimos como un mono perseguía a una fémina. La mona disparó y se escondió en un árbol muy espeso. Angel nos contó que los monos están organizados de manera muy jerárquica y divididos en castas, con roles muy claros y definidos.  Los machos que son líderes eligen a las monas para procrear. Si un mono de una casta más baja se quiere aparear con una mona que pertenece a una casta superior, la mona dispara,  tal como lo vimos. La selva es dura, también vimos a un hipopótamo deambulando solo. También allí los machos más fuertes eligen sus hembras y al final los que pierden se tienen que ir de la manada, hasta que encuentren alguna manada donde el macho no cumpla con sus deberes reproductivos.

Felizmente el ranger no tuvo que disparar su arma.

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Al último safari fuimos solos con Mirta. Teníamos a Chifundo a nuestra disposición. Los belgas prefirieron ver hipopótamos en un barquito. No nos gustó la idea. Chifundo encontró una manada de búfalos. No te creas que es un paseíto… son peligrosos. Eran dos grupos de machos de 6 y 5 ejemplares. Estaban descansando debajo de unos árboles. Las hembras habían salido a buscar comida. El guía nos dijo que la manada nos tenía detectados, pero no nos hacían nada porque el jeep es grande y no se acerca. Estábamos a unos 50 metros. Nos informó que si se nos ocurría bajarnos del jeep a sacar fotos allí se venían todos en estampida y no contaríamos el cuento. El año pasado un ranger imprudente se bajó y lo atacaron y terminó malherido. Lo salvó el hecho de que sus colegas tenían muchas balas.  Los depredadores de los búfalos son los hipopótamos. No los leones como uno podría creer. Le pregunté a Chifundo porque los búfalos tienen cuernos afilados para defenderse. Me contestó que el cuero de los hipopótamos es de unos 10 centímetros, una coraza donde no entran los cuernos. El hipopótamo con su boca enorme les gana a mordiscones.

Ya de regreso al camp, Chifundo vio huellas frescas de elefantes, ramas rotas,  pisadas y excremento fresco. Miramos, nos dijo “hasta los puedo oler”, pero no los vimos.

En la tarde del domingo volvimos al Hippo Hotel a buscar nuestro auto y regresamos a Lilongwe disfrutando una experiencia única. ¿Se animan?

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Por si te subyugó la invitación de Alberto, y para que no arriesgues una atropellada de hipopótamos, te ofrecemos dos web con todos los datos para preparar una expedición y con buenas fotos que nos permitieron complementar las que nos mandó el amigo, además de algunas siempre disponibles en la Wikimedia. Naturalmente, nos tomamos algunas licencias, como por ejemplo, que el ranger no es el que acompañó a los uruguayos… a menos que la casualidad haya operado.

http://www.malawitourism.com

https://www.visitmalawi.mw/index.php/en/