5 playas uruguayas
Si los argentinos dicen que se deben conocer, andá programando tu verano.
«Lugares de Viaje» es una excelente publicación del diario La Nación, nuestro socio GDA. Saben de viajes sin lugar a dudas y en el caso de Uruguay, escogen estas cinco playas, lo que no quiere decir que vayan a abandonar Punta del Este ni nada que se le parezca. Simplemente que en la variación está el gusto. Casi todas ellas están en Rocha y las proponen por las particularidades que caracterizan a nuestros balnearios oceánicos y agrestes. No importa la estación del año en que leas esta nota, tenela en cuenta a la hora de programar tus vacaciones.
Barra de Valizas
Se dice que es la versión cool de Cabo Polonio, porque es destino elegido por fotógrafos, intelectuales, artistas, homeópatas y europeos.
Durante el día, la playa obliga. El kit básico es un buen mate, libros y una buena dosis de capacidad introspectiva. Los más activos eligen cruzar el arroyo Valizas en bote y subir el cerro de la Buena Vista, desde cuya punta se divisa el «Cabo» y la laguna de Castillos.
El manual del buen valizero establece que todo es comunitario y la rutina, mala palabra, pero fundamentalmente apunta a una tajante oposición a cualquier forma de alumbrado público. Algunas casas con luz eléctrica ya hay, pero muchos prefieren prescindir de ella.
Conseguir alojamiento no es tarea sencilla, sobre todo a partir de fines de diciembre. En el hostal frente a la placita recalan los mochileros, las familias eligen alquilar una casa y el resto se las arregla entre dos o tres lugares.
Está el B&B Lucky Valizas, frecuentado por jóvenes, científicos que buscan conectarse con su costado más sensible y algún ejecutivo camuflado como un bohemio más.
La otra opción es la Posada Eireté, de la artista plástica María Antonia Beloso.
Punta del Diablo
La prohibición vigente de construir en la franja costera, mantiene a salvo el encanto multicolor del despliegue de ranchos con techo de paja en el acceso de la playa de La Viuda. Allí se puede encontrar a Ernesto Laguardia, responsable del restaurante El Viejo y el Mar.
Hay citas ineludibles. Una es sentarse en las rocas para ver llegar las barcas anaranjadas cargadas de pescados y camarones. Otra es el paseo a la tardecita por la feria de artesanos, para terminar picando algo en Al Pairo, uno de los pocos que conserva a rajatabla la tradición culinaria, en base a miniaturas de pescado y buñuelos de algas.
En cuanto a lo nuevo, hay que rastrear hacia la playa de la Viuda, la favorita de los jóvenes. En esa zona se están sumando casas de estilo racionalista y nuevas posadas, por ejemplo La Viuda del Diablo. Surgió como un bar de playa y fue tomando la forma de un sólido complejo de suites modernas, con jacuzzi y decks que miran al mar.
Si se quiere evitar el tumulto, es preciso cruzar hacia la Playa Grande (en el norte), una gran bahía de arenas blancas dentro del Parque Nacional Santa Teresa. Para conocer el parque, conviene agarrar el auto o tomarse un micro. Son apenas unos minutos para descubrir sus bosques de palmeras que terminan en playas increíbles como La Moza y la del Fuerte de Santa Teresa, esa solidez del siglo XVIII que enorgullece a los uruguayos. A la noche, la movida se concentra cerca de la playa Rivero.
Cabo Polonio
Sin calles, luz eléctrica, teléfono ni agua potable, la única presencia con mayúsculas es la de la naturaleza.
La falta de servicios obliga a ejercer la creatividad en todas sus formas; unos buscan formas alternativas de energía, otros hacen honor al reciclaje o pintan las paredes de chapa corroídas por el salitre. Lo que no se tiene se compensa con lazos cooperativos, casi como una obligación social que trasciende afinidades.
La comunidad poloniense es una rica mezcla de tribus: viejos hippies, pescadores, ecologistas, autoexiliados, músicos, artesanos, alternativos. Ahora se sumaron los yuppies, afincados frente a la Playa Sur, zona a la que llaman «Beverly Hills», con casas más parecidas a las de La Barra esteña que a las del propio Cabo.
Si se va a pasar el día, se puede empezar por la Playa Norte y almorzar en el restaurante de la hostería La Perla. Siguiendo por la costa hasta la península es un clásico subir al faro y observar las tres islas sobre las que se desparrama una importante colonia de lobos marinos. Al atardecer manda la Playa Sur, entre guitarreadas y mates.
Buscar donde dormir es parte de la experiencia del Cabo. Algunos llegan con algo reservado y el resto, la mayoría, pulula por todos lados en busca de un rancho desocupado.
Entre las posadas, modestas todas, la De Los Corvinos se distingue por originalidad. Los más bohemios acampan alrededor de la posada La Cañada, en un camping tácito, no habilitado oficialmente.
Y hay que pasar la primera noche sin luz. Es un antes y un después, aseguran. Estrellas y luna reemplazan al alumbrado público, lo mismo que las velas que encienden en cada ranchito, y obligan a imaginar más que a ver.
La Pedrera
Si bien está lejos de las luces y el show off esteño, supo reaccionar rápido y acoger la demanda de un público desertor del turismo de Punta. Entonces comenzaron a proliferar tiendas de diseño, festivales de jazz y cine, y la Posada del Barco (ex Saint Michel) dejó de ser estar sola para competir con otros alojamientos de categoría.
El rubro gourmet creció tanto que ya se habla de polo gastronómico, si se tiene en cuenta la cocina de autor de Perillán y el flamante John Fonda, para combinar tapas mediterráneas y cerveza frente al mar, sin olvidar la buena mesa de Lajau, el concurrido Dón Rómulo y Costa Brava, catalogado como el mejor por los lugareños.
Anchas las playas, hay para todos los gustos. Desplayado es más familiar, ideal para los chicos por la bahía que se forma junto a las rocas. La del Barco congrega la movida juvenil y a los surfers en particular, pues allí se forman grandes olas. Su proyección es el resto-pub Fulano y su amplio deck a metros del mar, donde el agite sigue hasta pasada la medianoche.
Los que prefieren playas más solitarias se alejan hasta Punta Rubia o Tajamares. La siguiente escala hacia el este es San Antonio. Su entorno salvaje de monte nativo enamoró a David y María Tezanos Pinto, que un día dejaron Barrio Norte para instalarse con sus hijas aquí y así surgió la Posada San Antonio.
Si la tendencia es lo agreste y semioculto, la Posada Buscavida cumple con ambos criterios. Ubicada en Oceanía del Polonio -a 24 km de La Pedrera-, sólo llega el que le pone ganas, porque la única indicación desde la ruta 10 es un par de carteles que hay que saber descifrar entre los médanos.
José Ignacio
Es, en el departamento vecino de Maldonado, el balneario más exclusivo de todo el este uruguayo y, como tal, la excepción a la regla establecida en Rocha. Ahí están las galerías de arte, el desfile de chicas monas, polistas y señoras paquetas, y los eventos top en el parador La Huella.
Del puñado de posadas, una más espléndida que la otra, se destaca la precursora Posada del Faro, de blancas paredes y piscina con vista al mar. El proyecto más ambicioso es el cinco estrellas del grupo The Setai que, polémica mediante, se inaugurará próximamente junto a un complejo de villas frente al mar.
Algunos históricos se horrorizaron con el boom que vive el balneario y decidieron correrse tierra adentro, como el chef Francis Mallmann, pionero en José Ignacio que después de más de dos décadas al frente de Los Negros, se mudó a Garzón, pueblo de 200 habitantes a 60 km de Punta del Este, para sumar a su probada habilidad con los emprendimientos gourmet de vanguardia una nueva apuesta: el pequeño hotel de lujo El Garzón.
En la lista de los últimos estrenos está la posada Anastasio, en el verano de 2009. Diez minutos de un ondulado camino de tierra separan el faro de esta preciosa chacra de 270 hectáreas sobre el arroyo y laguna Anastasio.
La novedad de esta temporada será un restó a cargo del chef Takehiro Ono, estrella nipona del canal El Gourmet, después de una notable performance en la restauración porteña de mediados de los 90.